B. M. EL GOLPE DE ESTADO PERMANENTE ERIC TOUSSAINT







BANCO MUNDIAL

EL GOLPE DE ESTADO PERMANENTE


ERIC TOUSSAINT


La agenda oculta del Consenso de Washington





ACERCA DE ESTE LIBRO


   Este libro es el resultado de un trabajo iniciado hace catorce años. La redacción propiamente dicha comenzó en marzo de 2004 y duró dos años.

   La principal fuente de información está constituida por documentos producidos por el propio Banco Mundial, en total más de 15.000 páginas. Consulté así mismo numerosos informes y estudios realizados por otras instituciones internacionales, principalmente el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Programa de las Na­ciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (CNUCED), la Organización de Cooperación y De­sarrollo Económicos (OCDE) y el Banco de Pagos Internacionales (BRI). Las obras y estudios de una cincuentena de autores que han analizado el tema me han sido de mucha utilidad (ver la bibliografía).

   En el curso de los últimos dieciséis años, he llevado a cabo, esencialmente para el CADTM, más de cincuenta misiones y estadías en los países en desarrollo (PED), sobre todo en Latinoamérica, pero también en Africa, Europa Central y del Este. El análisis desarrollado en este libro debe mucho a estas numerosas misiones y a todas y todos aquellos que he conocido en estas ocasiones.

   He tenido relaciones directas con las autoridades de algunos países en desarrollo; esto también contribuyó a la elaboración de este análisis. Entre dichos contactos, tienen un lugar destacado la invitación formulada por el Ministerio de Economía deTimor Oriental en marzo de 2003, y las del Parlamento de Venezuela (la prime­ra en 1997, y varias veces entre 2003 y 2006), sin olvidar los contactos regulares con Luiz Inácio «Lula» da Silva desde 1999, incluido un encuentro en junio de 2003, siendo ya presidente de Brasil. Así mismo, tuve desde 1995 muchas reunio­nes y discusiones, como presidente del CADTM Bélgica, con tres ministros belgas de finanzas sucesivos: Philippe Maystadt (actual presidente del Banco Europeo de Inversiones, BEI), Jean-Jacques Viseur y Didier Reynders. Debo agregar los en­cuentros regulares con los administradores belgas del Banco Mundial y del FMI en Washington desde 1998. En fin, intervine en debates públicos con importantes funcionarios del Banco Mundial y del FMI en Praga, en Ginebra y en Bruselas.

   Los reiterados contactos con gente del pueblo en diferentes países en desarrollo y las relaciones permanentes con sus movimientos sociales constituyen una brújula que consulté constantemente al redactar esta obra.

   Tres capítulos del libro están basados en la tesis doctoral en Ciencias Políticas que defendí en noviembre de 2004, en las universidades de Lieja y de París VIII conjuntamente.

   El libro adopta un desarrollo cronológico para analizar el Banco Mundial, desde sus orígenes hasta el año 2006. He puesto un cuidado particular en situar la polí­tica del Banco en un marco político y geoestratégico. Por otra parte, cinco estudios por países ilustran la política del Banco Mundial: Filipinas (1946-1986), Turquía (1980-1990), Indonesia (1947-2005), Corea del Sur (1945-1998) y México (1970- 2005). El libro hace inteligibles las motivaciones políticas, económicas y estratégi­cas del gobierno de Estados Unidos con respecto al Banco Mundial. En la última parte se aborda el tema de la justiciabilidad del Banco Mundial. El libro está ilus­trado con tablas, gráficos y una ficha descriptiva del grupo Banco Mundial, y con­tiene un glosario.

   Ante la amplitud del problema, muchos temas serán tratados en una próxima obra, El Banco Mundial: el horrorproductivista. Se trata de los siguientes puntos, en­tre otros: el apoyo del Banco Mundial al modelo productivista y su impacto sobre el medio ambiente; la visión del Banco Mundial sobre la pobreza; el trío Banco Mundial-FMI-OMC; la política del Banco con respecto a las mujeres; nuevos estu­dios sobre países (República Democrática del Congo, Iraq).

   Como señalé en los agradecimientos, no podría haber realizado este libro sin el concurso de personas muy próximas. Pero los análisis aquí desarrollados son de mi entera responsabilidad, y no comprometen a nadie más que a mí. Que sean reto­mados, completados, aumentados, corregidos y, por supuesto, aplicados lo más am­pliamente posible es mi deseo más profundo, para lograr la emancipación de los oprimidos de la Tierra, lo que es, en el fondo, el combate de toda una vida.


E.T.
15 de abril de 2006


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TERMINOLOGÍA EMPLEADA PARA DESIGNAR LOS PAÍSES EN DESARROLLO



UN VOCABULARIO QUE NO ES NEUTRAL


   Los términos empleados para referirse a las diferentes categorías de países reflejan las divergencias teóricas y políticas en materia de análisis y de estrategias. En gene­ral, estas divergencias se refieren a los contenidos sociales de los conceptos econó­micos: las categorías se presentan muy a menudo como reflejo de leyes naturales en las cuales las relaciones sociales y las relaciones de fuerza no son especialmente con­sideradas. Así, el concepto de subdesarrollo como si fuera un simple retardo, impu­tado a veces a causas naturales, domina ampliamente.

   1 País subdesarrollado es el término más antiguo, que poco a poco va sien­do abandonado porque implica una referencia a los países desarrollados, y porque pronto adquirió un sentido peyorativo.

   2 País en vías de desarrollo o en desarrollo: estas expresiones son menos peyorativas que la anterior, pero se inscriben en el mismo problema del atraso. Ade­más se prejuzga que hay en marcha una mejora de la situación que no siempre se verifica.

   3 Países menos adelantados: término utilizado en las clasificaciones de ins­tancias internacionales, acumula todos los defectos precedentes.

   4 Tercer Mundo: término acuñado por Alfred Sauvy1 en 1952 (por analo­gía con el Tercer Estado), que tuvo un gran éxito durante la guerra fría para nom­brar a todos los países con voluntad de independencia, respecto tanto de Estados Unidos como de la URSS. Dos factores han hecho delicado su empleo, aunque la costumbre subsistió: por una parte la desaparición de la URSS y del bloque que capitaneaba, y por otra parte la creciente heterogeneidad de los antiguos países del Tercer Mundo.

   5 Países pobres: expresión que pone el acento en la pobreza económica de la mayoría de la población de los países concernidos. Oculta las desigualdades escandalosas que existen en ellos. Además, cierto número de países considerados pobres son en realidad ricos en recursos naturales, sin hablar de su riqueza cultural. Más bien habría que hablar de países explotados.

   6 Países del Sur: fórmula cómoda para estigmatizar la fractura con los paí­ses del Norte, a menudo desarrollados y dominantes. Pero tiene dos defectos: silen­cia las numerosas excepciones a esta clasificación geográfica y puede hacer caer en un fatalismo natural.

   7 Países de la Periferia: expresión emparentada con los enfoques estructuralista y marxista, que pone en evidencia los fenómenos de dominación dentro del capitalismo mundial, dominado por los países más industrializados, que aplican unas políticas imperialistas.

   8 Países emergentes: designa las economías que han iniciado un proceso de desarrollo innegable, los hace despegar del conjunto, antes más homogéneo, del Tercer Mundo. China, India, Brasil son los ejemplos principales. La expresión muy a menudo es sustituida por «mercados emergentes», lo que pone en evidencia la visión neoliberal de un desarrollo que sólo puede pasar por su inserción en la divi­sión internacional del trabajo impuesta por la mundialización financiera.

   9 País en transición: eufemismo empleado para designar los países del Este europeo que, después del hundimiento de la URSS y el estallido del bloque sovié­tico, han seguido un proceso de restauración capitalista.

Advertencia: A pesar de todo, en este libro emplearemos los términos siguientes co­mo sinónimos: Tercer Mundo, países del Sur, Periferia, países en desarrollo (PED). Los países del antiguo bloque soviético están situados en la Periferia.

Estos términos se emplean generalmente por oposición a: Triada, (principales) países capitalistas industrializados, países del Norte, Norte, Centro, países imperia­listas, también considerados sinónimos.




PREFACIO DEL AUTOR

EL GOLPE DE ESTADO PERMANENTE DEL BANCO MUNDIAL



   La lista de gobiernos surgidos de golpes de Estado militares apoyados por el Ban­co Mundial es impresionante.
   Entre los ejemplos más conocidos, citemos la dictadura del shah de Irán, instau­rada en 1953 tras el derrocamiento del primer ministro Mossadeg; la dictadura militar en Guatemala impuesta por Estados Unidos en 1954 después de deponer al presidente democrático Jacobo Arbenz; la de Duvalier en Haití, en 1957; la del general Park Chung Hee en Corea del Sur, en 1961; la de los generales brasileños en 1964, la de Mobutu en el Congo y la de Suharto en Indonesia en 1965; la de los militares en Tailandia en 1966, la de Idi Amín Dada en Uganda y la del gene­ral Hugo Bánzer en Bolivia en 1971; la de Ferdinand Marcos en Filipinas en 1972, la de Augusto Pinochet en Chile, la de los generales uruguayos y la de Habyarimana en Ruanda en 1973; la de la junta militar argentina en 1976; el régimen de Daniel arap Moi en Kenya en 1978; la dictadura en Pakistán desde 1978; el golpe de Estado de Sadam Hussein en 1979 y la dictadura militar turca en 1980.
   Entre otras dictaduras apoyadas por el Banco Mundial, citemos la de los Somoza en Nicaragua y la de Ceaucescu en Rumania. Algunas aún se mantienen: el régi­men dictatorial chino, la dictadura de Deby en el Chad, la de Ben Alí en Túnez, la de Musharaf en Pakistán, y muchas otras. Recordemos también el apoyo dado a las dictaduras europeas: la del general Franco en España y la del general Salazar en Portugal.1
   Es evidente que el Banco Mundial ha apoyado metódicamente unos regímenes despóticos, implantados o no por la fuerza, que han aplicado políticas antisociales y cometieron crímenes contra la humanidad. El Banco ha demostrado una falta de respeto total a las normas constitucionales de algunos de sus países miembros. Jamás ha vacilado en apoyar a unos militares golpistas y criminales, económicamen­te dóciles, ante los gobiernos democráticos. Y no sin razón: el Banco considera que el respeto de los derechos humanos (expresión que preferimos a «derechos del Hom­bre») no forma parte de sus objetivos.
   El apoyo que el Banco brindó al régimen del apartheid de Sudáfrica, desde 1951 hasta 1968, no debe borrarse de la memoria. El Banco se negó, explícitamente, a apli­car una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptada en 1964 que conminaba a todas las agencias de la ONU a cesar su apoyo financiero a Sudáfrica, porque el país violaba la Carta de las Naciones Unidas. Este apoyo y la violación del derecho internacional que el mismo implica no deben quedar impunes.
   En fin, como este libro revela, el Banco Mundial ha concedido sistemáticamen­te, en el curso de los años 50 y 60, préstamos a las potencias coloniales y a sus colo­nias para proyectos que permitían aumentar la explotación de los recursos natura­les y de los pueblos en beneficio de las clases dirigentes de las metrópolis. El Banco, en este contexto, se negó a aplicar una resolución de las Naciones Unidas que lla­maba a cesar el apoyo financiero y técnico a Portugal mientras éste no renunciara a su política colonial.
   Las deudas de las colonias de Bélgica, el Reino Unido y Francia con el Banco Mundial, contraídas por decisión del poder colonial, se transfirieron a los nuevos países en el momento de acceder a su independencia.
   El apoyo del Banco Mundial a los regímenes dictatoriales se ha manifestado con la concesión de ayuda financiera así como con la asistencia tanto técnica como eco­nómica. Este apoyo financiero y esta asistencia han ayudado a las dictaduras a man­tenerse en el poder y perpetrar sus crímenes. Igualmente, el Banco Mundial ha con­tribuido a que estos regímenes no se vieran aislados en el escenario internacional, porque el apoyo y la asistencia han facilitado siempre las relaciones con los bancos privados y las empresas transnacionales. El modelo neoliberal se impuso progresi­vamente en el mundo a partir de las dictaduras de Augusto Pinchote en Chile, en 1973, y de Ferdinand Marcos en Filipinas, en 1972. Ambos regímenes fueron apo­yados activamente por el Banco Mundial. Cuando tales regímenes llegaban a su fin, el Banco Mundial exigía, sistemáticamente, a los gobiernos democráticos que los sucedían que asumieran las deudas contraídas por sus predecesores. En resumen, la ayuda financiera cómplice del Banco a las dictaduras se transforma en una carga para los pueblos. Estos deben pagar ahora las armas compradas por los dictadores para oprimirlos.
   En los años 80 y 90, un buen número de dictaduras se desplomaron, algunas bajo los ataques contundentes de potentes movimientos democráticos. Los regímenes que los sucedieron han aceptado, en general, las políticas recomendadas o impues­tas por el Banco Mundial y el FMI y han proseguido el reembolso de una deuda odiosa. El modelo neoliberal, después de haber sido impuesto con ayuda de las dictaduras, se ha mantenido gracias al yugo de la deuda y del ajuste estructural per­manente. En efecto, después del derrocamiento o el derrumbe de las dictaduras, los gobiernos democráticos continuaron la aplicación de unas políticas que constitu­yen una ruptura con las tentativas de construir un modelo de desarrollo parcial­mente autónomo. La nueva fase de la mundialización comenzada en los años 80, coincidiendo con el estallido de la crisis de la deuda, implica, en general, una subor­dinación creciente de los países en desarrollo (países de la Periferia) a los países más industrializados (países del Centro).

LA AGENDA OCULTA DEL CONSENSO DE WASHINTONG

   Tras el comienzo de las actividades del Banco Mundial y del FMI, un mecanis­mo, a la vez de fácil comprensión pero de compleja instauración, ha permitido someter las principales decisiones de estos organismos a las orientaciones del go­bierno de Estados Unidos. Algunas veces, ciertos gobiernos europeos (en particular el Reino Unido, Francia y Alemania) y el de Japón tuvieron voz y voto, pero los ca­sos son raros. A veces se producen fricciones entre la Casa Blanca y la dirección del Banco Mundial y del FMI, pero un análisis riguroso de la historia desde el fin de la segunda guerra mundial hasta el presente demuestra que, hasta ahora, ha sido siempre el gobierno de Estados Unidos quien ha dicho la última palabra en los ám­bitos en los que tiene un interés directo.
   Fundamentalmente, la agenda oculta del Consenso de Washington es una políti­ca que tiende a garantizar el mantenimiento del liderazgo de Estados Unidos a esca­la mundial y, a la vez, a desembarazar al capitalismo de los límites que se le habían impuesto en la postguerra. Estos límites eran el resultado combinado de poderosas movilizaciones sociales —tanto en el Norte como en el Sur—, de un comienzo de emancipación de algunos pueblos colonizados y de algunas tentativas de abandonar el capitalismo. El Consenso de Washington es también la intensificación del mode­lo productivista.
   En el curso de las últimas décadas, en el marco del Consenso de Washington, el Banco Mundial y el FMI han reforzado sus medios de presión sobre un gran núme­ro de países, aprovechando la situación creada por la crisis de la deuda. El Banco Mundial ha desarrollado sus filiales —Sociedad Financiera Internacional (SFI), Agencia Multilateral de Garantía de Inversiones (AMGI), Centro Internacional para la Resolución de Conflictos Relativos a las Inversiones (CIRCRI))— tejiendo una red cuya malla es cada vez más cerrada.
   Por ejemplo, el Banco Mundial concede un préstamo con la condición de que el sistema de distribución y de saneamiento del agua se privatice. En consecuencia, la empresa pública se vende a un consorcio privado, en el cual encontramos, como al azar, la SFI, filial del Banco. Cuando la población afectada por la privatización se rebela contra el aumento abusivo de las tarifas y la caída de la calidad de los servi­cios, y la autoridad pública se enfrenta a la empresa nacional predadora, la gestión del litigio se confía al CIRCRI, juez y parte a la vez. Se ha llegado así a una situa­ción tal que el Grupo Banco Mundial está presente en todos los niveles: 1) imposi­ción y financiación de la privatización (Banco Mundial); 2) inversión en la empre­sa privatizada (SFI); 3) garantía de la empresa (AMGI); juicio en caso de litigio (CIRCRI). Esto es precisamente lo que pasó en El Alto, Bolivia, en 2004-2005.
   La colaboración entre el Banco Mundial y el FMI es también fundamental para ejercer la máxima presión sobre los poderes públicos. Y para completar el tutelaje de la esfera pública y de las autoridades, para avanzar en la generalización del mode­lo, la colaboración del binomio Banco Mundial/FMI se extiende a la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde su nacimiento, en 1995. Esta colaboración, cada vez más estrecha, entre los tres organismos forma parte de la agenda del Con­senso de Washington.
   Una diferencia fundamental separa dicha agenda de su versión oculta. La agenda proclamada tiende a la reducción de la pobreza mediante el crecimiento, el libre juego de las fuerzas del mercado, el libre comercio y la menor intervención posible de los poderes públicos. La agenda oculta, la que se aplica en realidad, tiende a la sumisión de la esfera pública y de la privada de toda la sociedad humana a la lógi­ca de la búsqueda del máximo beneficio en el marco del capitalismo. La puesta en práctica de esta agenda implica la reproducción de la pobreza (no su reducción) y el aumento de la desigualdad. Implica un estancamiento, cuando no una degrada­ción, de las condiciones de vida de una gran mayoría de la población mundial, combinada con una concentración cada vez mayor de la riqueza. Implica así mismo una prosecución de la degradación de los equilibrios ecológicos, que pone en peli­gro el futuro de la humanidad.
   Una de las muchas paradojas de la agenda oculta es que, en nombre del fin de la dictadura del Estado y de la liberación de las fuerzas del mercado, los gobiernos aliados a las transnacionales utilizan la acción coercitiva de las instituciones multi­laterales (Banco Mundial, FMI, OMC) para imponer su modelo a los pueblos.

LA RUPTURA COMO SALIDA

   Estas son las razones por las que hay que romper radicalmente con el Consenso de Washington, con el modelo aplicado por el Banco Mundial. No debemos entender el Consenso como un mecanismo de poder y un proyecto que se limitan al gobierno estadounidense flanqueado por su trío infernal. La Comisión Europea, la mayor parte de los gobiernos europeos, el gobierno japonés se adhieren al Con­senso de Washington y lo traducen a sus propias lenguas, sus proyectos constitucio­nales y sus programas políticos. La ruptura con el Consenso de Washington, si se limita a poner fin al liderazgo de Estados Unidos acompañado por el trío Banco Mundial-FMI-OMC, no constituye una alternativa, pues las otras grandes poten­cias están prestas a tomar el relevo para proseguir unos objetivos muy similares. Imaginemos por un momento que la Unión Europea suplante a Estados Unidos en el liderazgo mundial. Esto no mejorará sustancialmente la situación de los pueblos del planeta, porque significa simplemente el reemplazo de un bloque capitalista del Norte (uno de los polos de la Triada) por otro. Imaginemos otra posibilidad: la for­mación de un bloque China-Brasil-India-Sudáfrica-Rusia, que suplante a los países de la Triada. Si este bloque se guía por la lógica actual de sus gobiernos y por el sis­tema económico que los rige, tampoco habría una verdadera mejoría.
   Es necesario reemplazar el Consenso de Washington por un consenso de los pue­blos fundado en el rechazo al capitalismo. Hay que cuestionar a fondo el concepto de desarrollo estrechamente ligado al modelo productivista. Modelo que excluye la protección de las culturas y su diversidad; que agota los recursos naturales y degra­da de manera irreparable el ambiente; que considera la promoción de los derechos humanos, en el mejor de los casos, como un objetivo a largo plazo (a largo plazo estaremos todos muertos); que, en realidad, más bien percibe dicha promoción como un obstáculo para el crecimiento, que considera que la igualdad es un impedimento, si no un peligro.

ROMPER LA ESPIRAL INFERNAL DEL ENDEUDAMIENTO

   El mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos mediante el endeuda­miento público es un fracaso. El Banco Mundial pretende que, para desarrollarse, los países en desarrollo2 deben recurrir al endeudamiento externo y atraer la inver­sión extranjera. Este endeudamiento sirve principalmente para comprar equipa­miento y bienes de consumo a los países más industrializados. Los hechos demues­tran, día tras día, desde hace décadas, que esto no conduce al desarrollo.
   Según la teoría económica dominante, el desarrollo del Sur está retrasado debido a la insuficiencia de capitales nacionales (insuficiencia del ahorro local). Siempre según esta teoría, los países que pretendan emprender o acelerar su desarrollo tie­nen que recurrir a los capitales externos utilizando tres vías: primera, endeudamien­to exterior; segunda, atraer a los inversores extranjeros; tercera, aumentar las expor­taciones para obtener las divisas necesarias para la compra de bienes extranjeros que permitan proseguir su crecimiento. Mientras que los más pobres deben, también, intentar atraer donaciones comportándose como buenos alumnos de los países de­sarrollados.
   La realidad desmiente esta teoría: son los países en desarrollo los que proveen de capitales a los países más industrializados, en particular a la economía de Estados Unidos. El Banco Mundial no dice lo contrario: «Los países en desarrollo, tomados «i conjunto, son prestamistas netos respecto de los países desarrollados.»3 En 2004- 2005, la combinación de tasas de interés bastante bajas, de primas de riesgo a la baja y de precios de las materias primas al alza ha producido un gran aumento de las reservas de divisas de los países en desarrollo (PED). Éstas se elevaban a finales del 2005 a más de 2 billones de dólares. Una suma nunca alcanzada hasta enton­es. ¡Una suma superior al total de la deuda externa pública del conjunto de los PEDs Si le sumamos los capitales líquidos que los capitalistas de los PED depositaron en los bancos de los países más industrializados, que se elevaban a más de 1,5 billones de dólares, podemos afirmar que los PED no son los deudores sino, lisa y llanamente, los verdaderos acreedores.
   Si los PED establecieran su propio banco de desarrollo y su propio fondo mone­tario internacional, estarían en perfectas condiciones de prescindir del Banco Mun­dial, del FMI y de las instituciones financieras privadas de los países más indus­trializados.
   No es verdad que los PED tengan que recurrir al endeudamiento externo para financiar su desarrollo. En la actualidad, el recurso al empréstito sirve esencialmen­te para asegurar la continuidad del reembolso. A pesar de la existencia de impor­tantes reservas de divisas, los gobiernos y las clases dominantes locales del Sur no aumentan la inversión y los gastos sociales. Una excepción en el mundo capitalis­ta: el gobierno venezolano, que sigue una política de redistribución de los ingresos del petróleo en beneficio de los más explotados, lo que le vale la oposición radical de la clase dominante local y de Estados Unidos. ¿Por cuánto tiempo?
   Nunca, hasta ahora, la situación ha sido tan favorable a los países periféricos des­de un punto de vista financiero. No obstante, nadie habla de un cambio de las re­glas del juego. Los gobiernos de China, de Rusia, de los principales PED (India, Brasil, Nigeria, Indonesia, Tailandia, Corea del Sur, México, Argelia, Sudáfrica...) no demuestran ninguna intención de cambiar en la práctica la situación mundial en beneficio de los pueblos.
   Sin embargo, en el plano político, si quisieran, los gobiernos de los principales PED podrían constituir un poderoso movimiento capaz de imponer reformas fun­damentales en todo el sistema multilateral: repudiar la deuda y aplicar un conjun­to de políticas rompiendo con el neolíberalismo. El marco internacional es favora­ble, pues la principal potencia mundial está empantanada en la guerra de Iraq, en la ocupación de Afganistán; y en Latinoamérica está enfrentada a fuertes resisten­cias que acaban en fracasos vergonzosos (Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia...) o en un callejón sin salida (Colombia).
   Estoy convencido de que esto no se materializará: un escenario radical no se presentará a corto plazo. La mayoría aplastante de los actuales dirigentes de los PED están totalmente pringados en el modelo neoliberal. En la mayoría de los casos, es­tán por completo ligados a los intereses de las clases dominantes locales, que no tie­nen la menor perspectiva de alejamiento real (sin hablar siquiera de ruptura) de las políticas seguidas por las potencias industriales. Los capitalistas del Sur se limitan a un comportamiento rentista, y cuando no es así tratan, cuanto mucho, de ganar cuotas de mercado. Es el caso de los capitalistas brasileños, surcoreanos, chinos, ru­sos, sudafricano, indios..., que piden a sus gobiernos que obtengan de los países más industrializados tal o cual concesión, en el marco de las negociaciones bilate­rales o multilaterales. Además, la competencia y los conflictos entre gobiernos de los PED, entre capitalistas del Sur, son reales y pueden exacerbarse. La agresividad comercial de los capitalistas de China, de Rusia, de Brasil frente a sus competido­res del Sur provoca divisiones tenaces. Generalmente se ponen de acuerdo (entre ellos y entre el Sur y el Norte) para imponer a los trabajadores de sus países un dete­rioro de las condiciones laborales con el pretexto de aumentar al máximo su competitividad.
   Pero más tarde o más pronto, los pueblos se liberarán de la esclavitud de la deuda y de la opresión ejercida por las clases dominantes en el Norte y en el Sur. Obten­drán con su lucha la aplicación de políticas que redistribuyan la riqueza y pongan fin al modelo productivista destructor de la naturaleza. Los poderes públicos se verán entonces obligados a dar prioridad absoluta a la satisfacción de los derechos humanos fundamentales.
   Para ello se requiere dar un paso hacia otra dirección: salir del ciclo infernal del endeudamiento sin caer en una política de caridad que tienda a perpetuar un siste­ma mundial dominado enteramente por el capital y por algunas grandes potencias y sociedades transnacionales. Se trata de la aplicación de un sistema internacional de redistribución de los ingresos y de la riqueza a fin de reparar el saqueo multisecular al que aún están sometidos los pueblos dominados de la periferia. Estas re­paraciones bajo forma de donativos no dan ningún derecho de ingerencia de los países más industrializados en los asuntos de los pueblos auxiliados. En el Sur, es cuestión de inventar mecanismos de decisión sobre el destino de los fondos y del control de su utilización en manos de los pueblos involucrados. Esto abre un vasto campo de reflexión y de experimentación.
   Por lo demás, hay que eliminar el Banco Mundial y el FMI y reemplazarlos por otras instituciones mundiales caracterizadas por un funcionamiento democrático. El nuevo Banco Mundial y el nuevo Fondo Monetario Internacional, cualquiera que fuere su nueva denominación, deben tener unas misiones radicalmente diferen­tes de las de sus predecesores, deben garantizar el cumplimiento de los tratados internacionales sobre derechos humanos (políticos, civiles, sociales, económicos y culturales) en el ámbito del crédito y de las relaciones monetarias internacionales. Estas nuevas instituciones mundiales deben formar parte de un sistema institucio­nal mundial patrocinado por una Organización de las Naciones Unidas radical­mente reformada. Es esencial y prioritario que los países en desarrollo se asocien para constituir cuanto antes unas entidades regionales dotadas de un Banco común y de un Fondo Monetario común. Con ocasión de la crisis del sureste asiático y de Corea de 1997-1998, los países afectados habían considerado la constitución de un Fondo Monetario asiático. La discusión fue abortada por la intervención de Washing­ton. La falta de voluntad de los gobiernos hizo el resto. En la región latinoamericana y el Caribe, con el impulso de las autoridades venezolanas, el debate sobre la posi­bilidad de crear un Banco del Sur comenzó en 2005-2006. Un tema a seguir.
   Una cosa debe quedar clara: si se busca la emancipación de los pueblos y la plena satisfacción de los derechos humanos, las nuevas instituciones financieras y mone­tarias, tanto regionales como mundiales, deben estar al servicio de un proyecto de so­ciedad en ruptura con el capitalismo y el neoliberalismo.

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CAPÍTULO 1

EN LOS ORÍGENES DE LAS INSTITUCIONES DE BRETON WOODS


   Para evitar la repetición de crisis del tipo de la de 1929, pero también para ase­gurar su liderazgo en el mundo de la postguerra, el gobierno de Estados Unidos no tardó en proyectar la creación de instituciones financieras internacionales. En 1944 nacieron en Bretton Woods el Banco Mundial y el Fondo Monetario Inter­nacional. Al principio, el presidente Roosevelt era favorable a la creación de ins­tituciones fuertes, capaces de imponer sus reglas al sector financiero privado, incluido Wall Street. Pero ante la hostilidad de los banqueros, dio marcha atrás. Por otra parte, el reparto de los votos en el seno del Banco Mundial y del FMI refleja la voluntad de dominio de algunas potencias sobre el resto del mundo.

EN LOS ORÍGENES1

   Fue en 1941, en plena segunda guerra mundial, cuando comenzó la gestación y la discusión de las instituciones internacionales que se debían establecer cuando este gran conflicto terminara. En el seno de la administración estadounidense, Harry White presentó al presidente Franklin Roosevelt, en mayo de 1942, un proyec­to titulado «Plan para un fondo de estabilización de las Naciones Unidas y asocia­das y un banco de las Naciones Unidas para la reconstrucción y el desarrollo» (Plan for a United and Associated Nations Stabilization Fund and a Bank for Reconstruction and Development of the United Nations). Uno de sus objetivos era convencer a las naciones aliadas en lucha contra las potencias del eje (Alemania, Italia, Japón) de que cuando llegara la paz tendrían que establecer mecanismos que impidieran que la economía mundial volviera a caer otra vez en una depresión comparable a la de los años 30.
   Entre 1941 y julio de 1944, momento en que se celebró la Conferencia de Bretton Woods, se descartaron diversas propuestas contenidas en el plan inicial. Pero una de ellas se materializó: la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD), más conocido como Banco Mundial.
   Para entender mejor la función atribuida a estas dos instituciones, vale la pena re­montarse al final de los años 20 y a los años 30. La profunda depresión económica que azotaba de lleno a Estados Unidos provocó un efecto de contagio sobre todo el capitalismo mundial. Un síntoma de este contagio fue la interrupción por Ale­mania, en 1931, del pago de la deuda de guerra a Francia, Bélgica, Italia y el Rei­no Unido. Y continuando con el contagio, tras la huella de Alemania, estos países interrumpieron el reembolso de su deuda externa con Estados Unidos.2 Por su parte, Estados Unidos redujo drásticamente la exportación de capitales en 1928 y, sobre todo, en 1931.3 Al mismo tiempo disminuyó considerablemente sus im­portaciones. Consecuencia: el flujo de dólares de Estados Unidos al resto del mun­do cesó, y los países endeudados con la primera potencia mundial no dispusieron ya de dólares suficientes para los reembolsos. Pero también les faltaban los dólares para comprar productos estadounidenses. En consecuencia, el mundo capitalista se instaló en una espiral recesiva.
   John Maynard Keynes comenta con cierto sarcasmo la actitud de Estados Unidos desde 1932: «El resto del mundo le debe dinero. Rechaza que sea reembolsado en especie; rechaza que lo reembolsen en títulos; ya ha recibido todo el oro disponi­ble. El rompecabezas en el que han metido al resto del mundo no admite más que una sola solución: hallar algún modo de arreglarse sin exportaciones.»4
   Una de las lecciones aprendidas por el gobierno de Estados Unidos bajo la presi­dencia de Franklin Roosevelt (1933-1945) fue que un gran país acreedor debe po­ner a disposición de los países deudores las divisas que les permitan pagar su deuda. Otra lección, audaz ésta, es que en ciertos casos es preferible hacer donaciones y no préstamos, si un Estado quiere que su industria exportadora obtenga un beneficio máximo y duradero. Abordaremos esta cuestión más adelante cuando evoquemos el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa (1948-1951).
   Continuemos aún, brevemente, con los años 30 antes de pasar a la génesis de las instituciones de Bretton Woods en el curso de la guerra.

CREACIÓN DEL EXPORT-IMPORT BANK DE WASHINTONG (1934)

   El Export-Import Bank de Washington (agencia pública estadounidense de cré­dito a la exportación, rebautizado más tarde como Eximbank) fue creado en 1934 con la finalidad de proteger y favorecer a los exportadores de Estados Unidos. Ga­rantizaba las exportaciones y concedía créditos a largo término a otros países para que importasen productos estadounidenses. Cada dólar prestado debía ser gastado en la compra de mercaderías producidas en Estados Unidos. El Export-Import Bank era muy modesto: 60 millones de dólares durante los primeros cinco años. Pero luego el volumen aumentó rápidamente. En 1941, su capacidad de préstamo se lle­vó a 200 millones de dólares y en 1945 alcanzó la suma de 3.500 millones. En los primeros años, el Export-Import Bank puso su diana en Latinoamérica y el Caribe, China y Finlandia. Los intereses en juego eran tanto económicos como geoestratégicos.

NACIMIENTO DEL BANCO INTERAMERICANO  (1940)

   En 1940 se creó otro instrumento financiero: el Banco Interamericano. Una ins­titución interestatal, fundada por iniciativa de Estados Unidos en el marco de la Unión Panamericana (ancestro de la Organización de Estados Americanos, OEA). Formaban parte del mismo, desde el origen, Bolivia, Brasil, Colombia, la República Dominicana, Ecuador, México, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Estados Unidos. Este banco prefiguró, en cierta manera, el Banco Mundial, que sería fundado cua­tro años más tarde.
   El principal arquitecto del lado estadounidense era un partidario convencido de la intervención pública en la economía, un adepto del New Deal: Emilio Collado, el número dos del Departamento de Estado.5 Muy pronto participaría en las deci­siones preparatorias de Bretton Woods y en 1944 sería el primer representante (di­rector ejecutivo) de Estados Unidos en la dirección del Banco Mundial. No sólo el Departamento de Estado estuvo involucrado en el lanzamiento del Banco Interamericano en 1940. También el Departamento del Tesoro estuvo representado por Henry Morgenthau y su asistente, Harry White.

   Cuatro razones fundamentales impulsaron a la administración Roosevelt a la creación del Banco Interamericano:
   Primera: el gobierno comprendió que no sólo debía prestar dinero para que le compraran sus productos, sino que también debía comprar las exportaciones de aquellos a los que quería vender sus mercancías. La Alemania nazi, que dominaba una parte de Europa, estaba aprovisionándose e invirtiendo en Latinoamérica.6 El establecimiento del Banco Interamericano debía permitir estrechar los lazos entre Estados Unidos y todos sus vecinos del sur.
   Segunda: Washington consideraba que no podía contar con el sector financiero privado de Estados Unidos para prestar capitales al sur del río Grande, mientras ca­torce países latinoamericanos estaban en cesación de pagos total o parcial de su deu­da externa. Entendía que Wall Street y los grandes bancos estadounidenses eran res­ponsables de la crisis de 1929 y de su prolongación. Había que dotarse entonces de un instrumento público para actuar seriamente.
   Tercera: a fin de convencer a los gobiernos latinoamericanos de que participaran activamente en el juego de relaciones reforzadas con Estados Unidos, había que pro­ponerles un instrumento que, oficialmente, persiguiera unos objetivos no directa­mente subordinados al vecino del norte.
   A. A. Berle, adjunto del secretario del Departamento de Estado, lo precisó con claridad: «En el pasado, los movimientos de capital se consideraban como franca­mente imperialistas. Por lo general conducían a dificultades de un tipo o de otro. Al otro país no le gustaba pagar: los intereses generados se consideraban con fre­cuencia tiránicos. Estamos aún liquidando muchos de los conflictos del siglo dieci­nueve que fueron causados por movimientos de capital algo violentos y no siempre claros.»7
   Cuarta: había que fundar un banco en el que participaran los países prestatarios y donde tuvieran voz y voto. El razonamiento es muy simple: para asegurarse de que los prestatarios reembolsarán su deuda, es mejor que formen parte del banco. El mismo principio se aplicó en la construcción del Banco Mundial y del FMI.

   En cuanto al reparto de los derechos de voto en el seno del Banco Interamericano, los criterios aplicados también serían adoptados por el Banco Mundial y el FMI. El principio de «un país, un voto» se abandonó en beneficio de un sistema basado en el peso económico (en este caso, el volumen de las exportaciones).
   El sistema preveía una guinda para los países latinoamericanos: la existencia de una institución bancaria multilateral debía protegerlos frente al recurso de la fuer­za por los acreedores deseosos de recuperar sus fondos. En efecto, no hacía mucho tiempo que Estados Unidos y otras potencias acreedoras intervenían militarmente o bien tomaban el control de las aduanas o de la administración de los impuestos de los países endeudados para recuperar lo que pretendían que era suyo.8
   Hay que destacar aquí que en aquel momento la actitud firme de un número im­portante de países latinoamericanos (catorce, entre ellos Brasil, México, Colombia, Chile, Perú y Bolivia), que decidieron cortar total o parcialmente el reembolso de su deuda externa, fue coronada por el éxito. Se debe poner en su haber tres resul­tados positivos: su crecimiento económico fue superior al de los países que conti­nuaron los pagos; recuperaron un margen importante de autonomía frente a los países ricos; y lejos de ser excluidos de cualquier otra forma de financiación, fueron cortejados por diferentes gobiernos del Norte, que les ofrecían financiación públi­ca. Es la prueba de que la firmeza puede ser rentable.

LAS DISCUSIONES EN LA ADMINISTRACIÓN ROOSEVELT


   Desde 1942, en la administración Roosevelt se discutía vivamente sobre el orden económico y financiero que era necesario implantar en la postguerra. Algunas ideas relativas a la deuda y los movimientos de capitales retornaban a la mesa con regu­laridad: había que establecer instituciones públicas multilaterales que, ante el carác­ter aleatorio de la inversión internacional privada, proveyeran capitales públicos. Estas instituciones tendrían que «controlar las inversiones internacionales de capi­tal privado, proporcionando medios judiciales y de arbitraje para la resolución de las disputas entre acreedor y deudor, y para eliminar el peligro del empleo por parte de los países acreedores de sus reclamaciones como base para demandas políticas, militares o económicas ilegítimas.» (Extracto de un memorándum del Consejo de Relaciones Exteriores con fecha Io de abril de 1942).

PRIMER PROYECTO MUY AMBICIOSO DE HARRY WHITE
  
   Como hemos visto más arriba, Harry White trabajaba desde 1941 en el Depar­tamento del Tesoro en la elaboración de un plan relativo a la creación de dos gran­des instituciones multilaterales. Franklin Roosevelt recibió un primer proyecto en mayo de 1942, según el cual no había que esperar el fin de la guerra para crear un fondo de estabilización de los tipos de cambio (el futuro Fondo Monetario Inter­nacional) y un banco internacional para proveer capitales. Precisaba: «Dos agencias separadas, aunque relacionadas, serían mejor que una sola, pues una agencia que se ocupe de ambas tareas tendría demasiado poder y se correría el riesgo de cometer demasiados grandes errores de juicio.»9 El fondo y el banco deberían incluir a todos los países, comenzando por los aliados. El peso relativo de cada nación miembro es­taría en función de su peso económico. Los países prestatarios tendrían que formar parte del banco, porque esto los incitaría a pagar. Ambas instituciones deberían fa­vorecer las políticas que garantizaran el pleno empleo.
   El fondo debería asegurar la estabilidad de los tipos de cambio, el abandono pro­gresivo de los controles cambiarios y el abandono de los subsidios a la exportación.
   El banco, por su parte, debería aportar capitales para la reconstrucción de los paí­ses afectados por la guerra y para el desarrollo de las regiones atrasadas: tendría que ayudar a estabilizar los precios de las materias primas. Debería prestar capitales a partir de su propio fondo y disponer de una moneda propia: la unitas.
   El ambicioso proyecto, tal como lo concibió Harry White, fue profundamente revisado a la baja en el curso de los dos años siguientes.
   En efecto, Wall Street y el Partido Republicano eran particularmente hostiles a varios puntos fundamentales del plan White. No querían que hubiera dos institu­ciones públicas fuertes que pretendieran reglamentar la circulación de capitales pri­vados y que compitieran con ellos.
   Franklin Roosevelt decidió pactar, lo que permitió que quedara asegurada de en­trada la ratificación en el Congreso, por amplia mayoría, en 1945, de los acuerdos de Bretton Woods de julio del año anterior. Las concesiones hechas por Roosevelt eran considerables, a tal punto que desnaturalizaron el proyecto original. Con todo, Wall Street esperó hasta 1947 para apoyar realmente al Banco y al Fondo.
   Entre las propuestas originales10 que fueron desechadas antes de la Conferencia de Bretton Woods estaban:
   —la creación de una moneda propia del Banco. Harry White, como hemos visto, proponía llamarla unitas. John Mynard Keynes, que por su parte hacía una propo­sición coincidente, la denominaba bancor.
   —el recurso del Banco a su capital propio para conceder préstamos. Finalmente se decidió que el Banco pidiera prestado a los banqueros privados los fondos que a su vez prestaría.
   —la estabilización de los precios de las materias primas.

   Los interlocutores privilegiados de Estados Unidos para la adopción de una pro­puesta definitiva fueron el Reino Unido, que exigía ser tratado de esa manera por Washington, y la URSS. Según Churchill, las negociaciones entre Londres y Was­hington debían ser bilaterales y secretas.11 Washington prefería negociar con todos los aliados por separado a fin de dividir para reinar. Al parecer, Franklin Roosevelt, secundado por Harry White y Henry Morgenthau, secretario del Tesoro, quería realmente asegurar la participación de la Unión Soviética en la creación del Banco y del Fondo. Morgenthau comunicó en enero de 1944 que dos delegados soviéti­cos llegaban a Washington para discutir el tema.

DIMENSIÓN GEOPOLÍTICA Y GEOESTRATÉGICA

   Entre el Io y el 22 de julio de 1944, tuvo lugar la conferencia monetaria y finan­ciera de las Naciones Unidas, conocida con el nombre de Conferencia de Bretton Woods,12 con la presencia de 44 países, incluida la Unión Soviética.
   La delegación de Estados Unidos estaba encabezada por Morgenthau y White, la británica por lord Keynes. Ambas delegaciones dirigirían los trabajos.
   Los soviéticos participaron en la conferencia. Según las negociaciones entre Was­hington, Moscú y Londres, la URSS tendría la tercera posición en términos de de­rechos de voto, aunque los soviéticos deseaban la segunda.
   Finalmente, Moscú no ratificó los acuerdos finales y en 1947 denunció en la Asamblea de las Naciones Unidas a las instituciones de Bretton Woods como «filia­les de Wall Street». Para la representación soviética, el Banco Mundial estaba «su­bordinado a unos objetivos políticos que lo convierten en un instrumento de una gran potencia».13
   El reparto de los votos ilustra muy bien la voluntad de dominación de Estados Unidos y de Gran Bretaña sobre ambas instituciones. En 1947, los dos países totali­zaban casi el 50% de los votos (34,23% Estados Unidos y 14,17% el Reino Uni­do, al 30 de agosto de 1947).
   En dicho año, la distribución por categorías de regiones y países proporciona una imagen de la relación de fuerzas en el campo de los aliados (sin la URSS), en la in­mediata postguerra. Los trece países capitalistas más industrializados sumaban más del 70% de los votos.14 En conjunto, el continente africano no disponía más que de un 2,34%. Sólo tres países africanos tenían derecho de voto, pues casi todo el resto estaba aún bajo el yugo colonial.15 Estos tres países eran Egipto (0,7% de vo­tos), la Unión Surafricana (1,34%), gobernada por un poder blanco racista que ins­tauraría el apartheid un año más tarde, y Etiopía (0,30%). En resumen, el Africa negra con un gobierno negro (el emperador Haile Selassie) no tenía más que el 0,3 por ciento de votos.
   Asia, con sólo tres países miembros, tenía un 11,66% de votos: la China de Chiang Kaishek, aliada de Estados Unidos (6,68%), Filipinas, colonia estadounidense hasta 1946 (0,43%), y la India, que se independizó de la corona británica en 1947, (4,45%).
   Europa Central y del Este tenían un 3,90% de votos: Polonia y Checoslovaquia (1,6% cada uno) y la Yugoslavia de Tito (0,7%).
   El Cercano Oriente y el Oriente Medio disponían de un 2,24% de votos: Tur­quía (0,73%), Líbano (0,32%), Irán (0,52%), Siria (0,34%), Iraq (0,33%).
   Latinoamérica y el Caribe, región considerada como firme aliada de Estados Unidos, tenía en total un 8,38% de votos, repartidos entre 18 países: Bolivia (0,38%), Brasil (1,39%), Chile (0,64%), Colombia (0,64%), Costa Rica (0,29%), Cuba (0,64%), República Dominicana (0,29%), Ecuador (0,30%), El Salvador (0,28%), Guatemala (0,29%), Honduras (0,28%), México (0,96%), Nicaragua (0,28%), Panamá (0,27%), Paraguay (0,28%), Perú (0,45%), Uruguay (0,38%) y Venezue­la (0,38%).


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CAPÍTULO 2

LOS COMIENZOS DEL BANCO MUNDIAL


   Al contrario de lo que muchos creen, la función del Banco Mundial no consis­te en reducir la pobreza en los PED. La misión que los vencedores de la segunda guerra mundial, sobre todo Estados Unidos y el Reino Unido, le atribuyeron con­sistía en ayudar a la reconstrucción de Europa y, subsidiariamente, a contribuir al crecimiento económico de los países del Sur, una buena parte de los cuales eran aún colonias. Es esta última misión, que llamaron de «desarrollo», la que ha tomado una amplitud cada vez mayor. El Banco prestó dinero de entrada a las metrópolis coloniales (Gran Bretaña, Francia, Bélgica) para explotar mejor sus colonias, después, cuando éstas lograron su independencia, les impuso la obliga­ción de asumir las deudas que las metrópolis contrajeron para reforzar la coloni­zación y la explotación de sus recursos naturales y de sus pueblos.
   En el curso de los primeros diecisiete años de existencia, los proyectos apoya­dos por el Banco Mundial consistían en mejorar la infraestructura de comunica­ción y la producción de electricidad. El dinero prestado a los PED debía ser gas­tado, sobre todo, en los países industrializados. Los proyectos apoyados debían mejorar la capacidad de exportar del Sur hacia el Norte, a fin de satisfacer las necesidades de éste y enriquecer a un puñado de sociedades multinacionales de los sectores concernidos. Durante este período, los proyectos relativos a la enseñanza, la salud, el acceso al agua potable y el saneamiento de las aguas residuales eran inexistentes.
   Desde el principio, las misiones del Banco tendían, esencialmente, a aumentar su capacidad de influencia sobre las decisiones tomadas por las autoridades de un país dado en un sentido favorable a las grandes potencias accionistas y sus empresas.
   La política del Banco evolucionó en reacción al peligro de contagio revolucio­nario y a la guerra fría. Los temas políticos despertaron el interés de los respon­sables del Banco: los debates internos demuestran que respondían a los mismos en función de los intereses de Washington o de otras metrópolis industrializadas.
   La actividad del Banco comenzó, en realidad, en 1946. El 18 de junio de dicho año, Eugene Meyer, editor de The Washington Post, un ex banquero, entró en fun­ciones como primer presidente del Banco. Se mantuvo seis meses.
   Los comienzos del Banco Mundial fueron, en efecto, difíciles. La hostilidad de Wall Street no había disminuido después de la muerte de Roosevelt, en abril de 1945. Los banqueros desconfiaban de una institución que, para ellos, estaba aún muy influenciada por la política del New Deal, demasiado intervencionista y demasiado pública. Habrían preferido que Estados Unidos desarrollara de forma exclusiva el Import-Export Bank. Se alegraron del alejamiento de Henry Morgenthau, que ya no era secretario del Tesoro.1 No se oponían particularmente a Eugene Meyer, pre­sidente del Banco, pero no les agradaban de ningún modo los partidarios de un control público, como eran Emilio Collado y Harry White, directores ejecutivos del Banco Mundial y del FMI, respectivamente.
   En 1947, quedaron satisfechos con los cambios en la dirección ya que un trío favorable a Wall Street tomó entonces las riendas del poder: John J. McCloy fue nombrado presidente del Banco Mundial en febrero de 1947, lo secundaban Ro- bert Garner, vicepresidente y Eugene Black, que reemplazó a Emilio Collado. Has­ta entonces, John McCloy era un importante abogado de negocios en Wall Street, Robert Garner era vicepresidente de General Foods Corporation y Eugene Black era vicepresidente del Chase National Bank. Por otra parte, Harry White fue des­tituido del FMI. Wall Street se sentía completamente satisfecho. Con la partida forzada de Emilio Collado y Harry White desaparecieron los últimos partidarios de la intervención y el control públicos de los movimientos de capitales. Los “afaires” podían comenzar.


“La Caza de Brujas”

La vida del Banco Mundial y del FMI fueron muy influenciados por la guerra fría y la caza de brujas lanzada en Estados Unidos, principalmente por el sena­dor republicano por Wisconsin Joseph McCarthy. Harry White, padre del Banco Mundial y director ejecutivo por Estados Unidos en el FMI, fue objeto de una investigación del FBI (Federal Bureau of Investigation) en 1945 por espionaje a favor de la URSS.2 En 1947, su caso fue sometido al gran jurado federal, el cual se negó a iniciar un proceso. Al año siguiente, compareció ante el Comité de Actividades Antiamericanas (Committee on Un-American Activities). Víctima de una agresiva campaña, murió de un ataque cardíaco el 16 de agosto de ese año, tres días después de su comparecencia ante el Comité.3 En noviembre de 1953, durante la presidencia de Eisenhower, el fiscal general lo inculpó postumamente como espía soviético. Acusó también al ex presiden­te Truman de haberlo designado como director ejecutivo del FMI a sabiendas de que era un espía soviético.
La caza de brujas afectó asimismo a las Naciones Unidas y sus agencias espe­cializadas, pues al final de su mandato, el 9 de enero de 1953, el presidente
Truman dictó un decreto instando al secretario general y a los directivos de las agencias especializadas a comunicar al gobierno de Estados Unidos toda la información concerniente a las candidaturas presentadas por ciudadanos esta­dounidenses a un cargo en la organización. Estados Unidos se encargaría de realizar una investigación completa con el fin de detectar si un candidato era susceptible de entregarse al espionaje o a actividades subversivas (tales como «abogar por la revolución para alterar la forma constitucional del gobierno de Estados Unidos»).4 En aquella época, el término un-american era un eufemis­mo usado corrientemente para caracterizar un comportamiento subversivo. Un elemento subversivo no podía ser contratado por la ONU. La intromisión de Estados Unidos en los asuntos internos de la organización llegó muy lejos. Un testimonio de esto es el tono y el contenido de la carta enviada por Foster Dulles, secretario de Estado del gobierno de Eisenhower,5al presidente del Banco Mundial, Eugene Black: «El secretario de Estado Dulles me pide [escri­be su subsecretario] que le exprese a usted la extrema importancia que da a la obtención de la total cooperación de todos los responsables de las agencias especializadas de las Naciones Unidas en cuanto al cumplimiento del decreto : presidencial 10422. Considera que es manifiesto que, sin tal cooperación, los objetivos del decreto no se podrán alcanzar, y en tal caso la continuidad del apoyo de Estados Unidos a esa Organización no se puede asegurar.»6


   Para prestar dinero a los países miembros, el Banco Mundial debía comenzar por pedir un préstamo a Wall Street, en forma de emisión de bonos.7 Los banqueros privados pedían garantías antes de prestar a un organismo público, dado que a comienzos de 1946, el 87% de los títulos europeos estaban en cesación de pagos (default), lo mismo que el 60% de los latinoamericanos y el 56% de los de Extre­mo Oriente.8
   Con el trio McCloy-Garner-Black en los mandos del Banco, los banqueros privados aflojaban un poco su bolsa porque tenían la garantía de recuperar la inversión con  beneficios. No se equivocaban. En el curso de los primeros años de actividad, el Banco prestaba principalmente a los países industrializados de Europa. Sólo se abrió muy tímidamente a los préstamos a países en desarrollo. Entre 1946 y 1948, concedió préstamos por un total de un poco más de 500 millones de dóla­res a países de Europa occidental (250 millones a Francia, 207 millones a los Países Bajos, 40   millones a Dinamarca y 12 millones a Luxemburgo) mientras que sólo prestó a un país en desarrollo (16 millones a Chile).
   La política de préstamos del Banco Mundial a Europa se vería alterada por el lanzamiento del Plan Marshall en abril de 1948, ya que éste superaba largamente sus posibilidades (ver capítulo 4). Para el Banco, se cerraba la parte de «reconstrucción» de su título, subsistiendo sólo la parte de «desarrollo». Una de las consecuencias inmediatas para el Banco del lanzamiento del Plan Marshall fue la dimisión, un mes más tarde, de su presidente, John J. McCloy, que partió a Europa para ocupar el cargo de alto comisario de Estados Unidos en Alemania. Lo reemplazó Eugene Black, quien seguiría en el cargo hasta 1962.
   La revolución China de 1949 hizo perder a Estados Unidos un aliado de gran peso en Asia y obligó a los dirigentes de Washington a integrar en su estrategia la dimensión del «subdesarrollo», a fin de evitar el «contagio» comunista. Los térmi­nos del punto IV del discurso del presidente Truman sobre el estado de la Unión de 1949 son muy esclarecedores: «Hay que lanzar un programa audaz para man­tener el crecimiento de las regiones subdesarrolladas [...] Más de la mitad de la población mundial vive en condiciones cercanas a la miseria [...] Su alimentación es insuficiente, son víctimas de enfermedades [...] Su vida económica es primitiva y estancada, su pobreza constituye una desventaja y una amenaza, tanto para ellos como para las regiones más prósperas [...] Los Estados Unidos deben poner a disposición de los pueblos pacíficos las ventajas de su reserva de conocimientos técni­cos a fin de ayudarlos a realizar la vida mejor a la que ellos aspiran [...] Con la cola­boración de los círculos de negocios, del capital privado, de la agricultura y del mundo del trabajo en Estados Unidos, este programa podrá acrecentar en gran medida la actividad industrial de las demás naciones y elevar substancialmente su nivel de vida [...] Una mayor producción es la clave de la prosperidad y de la paz, y la clave de una mayor producción es la aplicación más amplia y más vigorosa del saber científico y técnico moderno [...] Esperamos contribuir así a crear las condi­ciones que finalmente conducirán a toda la humanidad a la libertad y a la felicidad personal.»9
   Desde la primera página del informe anual que seguía a la alocución presidencial, el Banco Mundial anunciaba que aplicaría la orientación del punto IV de su dis­curso: «A la fecha de publicación de este informe, todas las implicaciones del punto IV del programa y su implementación no están aún del todo claras. Sin embargo, desde el punto de vista del Banco, el programa es de vital interés. [...] Los objeti­vos básicos del Banco en este campo son esencialmente los mismos que los del punto IV del programa.»10 Da la impresión de estar leyendo el informe de una reu­nión de partido en la que se ejecuta una orden del comité central. Dicho esto, este cuarto informe anual, escrito bajo el doble golpe de la revolución china y del discurso de Truman, es el primero que señala que las tensiones políticas y sociales cau­sadas por la pobreza y por la desigualdad de la distribución de la riqueza son un obstáculo para el desarrollo. También lo son la mala repartición de la tierra, su carácter ineficaz y opresivo. El informe declara que hay que erradicar enfermedades como el paludismo,11aumentar la tasa de escolarización, mejorar la sanidad pública. Por otra parte, destaca el informe, el desarrollo del Sur es importante también para los países desarrollados, pues su expansión depende del mercado que constitu­yen los países subdesarrollados.
   En los informes siguientes, los temas sociales fueron desapareciendo progresi­vamente y se vuelve a una visión más tradicional. De todas maneras, el Banco Mun­dial no puso en práctica la dimensión social del punto IV en su política de prés­tamos. No apoyó ningún proyecto dirigido a la redistribución de la riqueza y la entrega de tierras a los campesinos que carecían de ella. En lo relativo a la mejora de la salud, de la educación, del sistema de distribución de agua potable, habrá que esperar hasta los años 60 y 70 para ver al Banco apoyando ciertos proyectos, y aun así, con muchas reticencias.


ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA POLÍTICA DE PRÉSTAMOS DEL BANCO

costos elevados para los prestatarios.
 
  Los préstamos del Banco Mundial a los países en desarrollo (PED) eran muy onerosos: tasas de interés elevadas (equivalentes a las del mercado, o muy próximas a éstas) a lo que se sumaba una comisión por gastos de gestión y un plazo de devo­lución desmasiado corto. Esto provocó muy pronto las protestas de los PED, que propusieron que la ONU dispusiera una financiación alternativa, menos onerosa que la del Banco Mundial. (Ver el capítulo siguiente).
   En la actualidad, el Banco presta a los PED cuya renta anual por habitante es superior a 965 dólares a una tasa cercana a la del mercado. A imagen de un banco clásico, selecciona con cuidado los proyectos rentables, sin olvidar la imposición de reformas económicas draconianas. El dinero prestado proviene mayoritariamente de la emisión de bonos en los mercados financieros (13.000 millones de dólares en el año 2004). Los reembolsos se efectúan en un plazo comprendido entre 15 y 20 años, con un período de gracia de tres a cinco años, durante el cual no hay reembolso de capital. Esta actividad de prestamista es muy lucrativa: el Banco Mundial obtuvo significativos beneficios, del orden de varios miles de millones de dólares por año, costa de los países en desarrollo y de su población.12



 ni un solo préstamo para una escuela hasta 1962
  
   El Banco Mundial presta para proyectos concretos: una carretera, una infraestructura portuaria, una represa, un proyecto agrícola... En el transcurso de sus primeros diecisiete años de actividad, no concedió ni un solo préstamo para una escuela, para un puesto sanitario, para un sistema de cloacas, para una toma de agua potable. Hasta 1962, todos los préstamos, sin excepción, estaban destinados a infraestructuras eléctricas, a vías de comunicación (carreteras, ferrocarriles...), a embalses, a la mecanización de la agricultura, a la promoción de los cultivos de exportación (té, cacao, arroz...) o, marginalmente, a la modernización de la industria de trans­formación.

dirigir las inversiones hacia la exportación

   Esto corresponde a prioridades muy claras: se trata de aumentar la capacidad de los países en desarrollo de exportar materias primas, combustibles, productos agrí­colas tropicales, que los países industrializados requieren. El análisis de los proyec­tos aceptados o rechazados por el Banco Mundial indica con toda claridad que no le interesaba apoyar, con algunas excepciones, proyectos industriales destinados a satisfacer la demanda interna de los países en desarrollo, pues esto reduciría las importaciones provenientes de los países más industrializados. Las excepciones con­ciernen a un puñado de países de importancia estratégica que disponen de una fuerza real de negociación. Era el caso de la India.

el dinero prestado al sur regresa al norte

   El Banco Central prestaba dinero con la condición de que los PED lo gastaran en forma de pedidos de bienes y servicios a los países más industrializados. Como se puede ver en las tablas siguientes, en el curso de los primeros diecisiete años, más del 93% del capital prestado volvía, cada año, a los países más industrializados en forma de compras.

reparto geográfico de los gastos efectuados con las sumas prestadas por el BM de 1946 a 1962

   Los datos siguientes fueron proporcionados por el Banco Mundial hasta 1962, Desde el año siguiente y hasta el presente, esta información ya no es disponible pan el público. La explicación es simple: hasta 1962, a los países ricos, que controlan el Banco Central, no les molestaba mostrar que el dinero prestado lo recuperaban de inmediato. Al contrario, se vanagloriaban de ello para demostrar que el Banco 1»; beneficiaba con largueza. Con el correr del tiempo, se iban incorporando al Bañas cada vez más países, ahora independientes, y resultaba embarazoso mostrar en informe público anual que sus actividades beneficiaban esencialmente a sus miembros más ricos.







Tabla 1. Distribución geográfica de los gastos efectuados con las sumas PRESTADAS POR EL BM DE 1946 A 1955


1946-51
1952
1953
1954
1955

Estados Unidos
73,1%
65,3%
63,5%
58,7%
47,1%

Europa
11,3%
25,3%
30,1%
38,1%
48,8%

Canadá
6,6%
8,8%
4,3%
2,4%
2,9%

Subtotal países






Industrializado
s
91,0%
99,4%
97,9%
99,2%
98,8%

Latinoamérica
8,3%
0,5%
1,1%
0,4%
0,1%

Oriente Medio
0,4%
0,0%
0,0%
-0,1%
0,0%

Africa
0,3%
0,2%
0,8%
0,3%
1,0%

Asia
0,0%
0,0%
0,2%
0,2%
0,1%

100%
100%
100%
100%
100%

Fuente: Banco Mundial, Informes anuales, 1946 a 1955

Tabla 2. Distribución geográfica de los gastos efectuados con las sumas prestadas por el BM DE 1946 A 1962

Hasta 1955*
1956
1957
1958
1959
1960
1961
1962
Alemania
4,1%
14,1%
18,6%
17,2%
16,3%
16,9%
13,5%
10,9%
Bélgica
3,7%
2,9%
2,8%
2,9%
3,3%
2,1%
2,5%
1,6%
Canadá
5,6%
7,0%
6,0%
1,1%
2,0%
2,3%
1,5%
1,1%
Estados Unidos
63,4%
50,5%
44,3%
38,8%
29,7%
29,8%
29,6%
33,2%
Francia
2,7%
3,3%
3,5%
1,2%
5,2%
6,7%
12,0%
12,3%
Italia
0,9%
1,7%
3,0%
5,8%
6,3%
7,7%
6,6%
8,3%
Japón
0,0%
0,2%
2,2%
8,3%
6,2%
3,9%
6,1%
5,0%
Países Bajos
0,0%
0,0%
0,0%
0,0%
0,0%
0,0%
0,0%
2,5%
Suecia
0,7%
1,5%
2,7%
0,9%
2,1%
2,3%
3,1%
2,6%
Suiza
2,1%
2,3%
1,9%
1,3%
2,7%
4,3%
4,5%
3,6%
Reino Unido
11,1%
13,2%
10,9%
18,8%
20,5%
16,5%
13,7%
13,7%
Subtotal países industrializados
94,2%
96,7% 95,9%
96,3%
9 4,4%
92,5%
93,1%
94,7%
Otros países
5,8%
3,3%
4,1%
3,7%
5,6%
7,5%
6,9%
5,3%
Total
100,0%
100,0%
100,0%
100,0%
100,0%
100,0% 100,0% 100,0%

Fuente: Banco Mundial, Informes anuales, 1946 a 1962

La primera columna presenta la media de los primeros nueve años de actividad.



Fuente: Banco Mundial, Informes anuales, 1946 a 1962.



PRESTAMOS ODIOSOS A LAS METRÓPOLIS COLONIALES…

   A los diez años de existencia, el Banco Mundial contaba nada más que con dos miembros del África subsahariana: Etiopía y la Unión Sudafricana. Violando el derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos, otorgó préstamos a Bélgica, Francia y el Reino Unido (para financiar proyectos de sus colonias,13 como recono­cen los historiadores del Banco): «Estos préstamos, que servían para aliviar la penu­ria de dólares que padecían las potencias coloniales europeas, fueron en su mayor parte dirigidos a los intereses coloniales, especialmente en minería, bien mediante inversiones directas, bien por asistencia indirecta, como en el desarrollo del trans­porte y la minería.»14 Estos préstamos sirvieron para que los poderes coloniales reforzaran la opresión que ejercían sobre los pueblos colonizados, y contribuyeron a proveer a las metrópolis coloniales de minerales, productos agrícolas, combusti­ble, etc. En el caso del Congo belga, los millones de dólares prestados para la reali­zación de proyectos decididos por el poder colonial fueron gastados, casi entera­mente, por éste en la compra de productos importados de Bélgica. El Congo belga recibió en total 120 millones de dólares (en tres veces) de los cuales 105,4 millones se gastaron en Bélgica.15


...LEGADOS COMO UNA CARGA A LAS NACIONES INDEPENDIENTES

   Cuando las colonias antes mencionadas lograron su independencia, los principales accionistas se pusieron de acuerdo para transferirles la carga de la deuda contraí­da por los poderes coloniales. Una prueba es proporcionada por el caso de Mau­ritania. El 17 de marzo de 1960, Francia avaló un préstamo de 66 millones de dólares contratado por la Sociedad Anónima de Minas de Hierro de Mauritania (MIFERMA). Mauritania era en ese entonces una colonia francesa, pero por poco tiempo más, porque proclamó su independencia el 28 de noviembre de ese mismo año. El préstamo debía ser reembolsado entre 1966 y 1975. Según el informe anual del Banco, seis años después la Mauritania independiente le adeudaba 66 millones de dólares.16 El préstamo contratado a petición de Francia, cuando Mauritania era una colonia suya, se convirtió en una deuda de la Mauritania inde­pendiente unos años después. El Banco ha generalizado este procedimiento, con­sistente en transferir la deuda contraída por la metrópoli al nuevo Estado indepen­diente.
   Un caso similar ya se había presentado en el pasado y fue resuelto por el Tratado de Versalles. En el curso de la reconstitución de Polonia como Estado indepen­diente después de la primera guerra mundial, se decidió que las deudas contraídas por Alemania para colonizar la parte de Polonia que había sometido, no se carga­rían al nuevo Estado independiente. El Tratado, firmado el 28 de junio de 1919, estipulaba: «La parte de la deuda que, según la Comisión de Reparaciones, previs­ta en dicho artículo, se refiere a las medidas tomadas por los gobiernos alemán y prusiano con el objetivo de la colonización alemana de Polonia, será excluida de la proporción puesta a cargo de ésta...»17 El Tratado preveía que los acreedores que habían prestado a Alemania para realizar proyectos en territorio polaco no podían reclamar su deuda más que a esta potencia y no a Polonia. Alexander-Nahum Sack, teórico de la deuda odiosa, precisa en su tratado jurídico de 1927: «Cuando el gobierno contrae una deuda a fin de someter a la población de una parte de su territorio, o de colonizarla con ciudadanos de la nacionalidad dominante, etc., esta deuda es odiosa para la población indígena de esta parte del territorio del Estado deudor.»18
   Esto se aplica íntegramente a los préstamos que el Banco ha concedido a Bélgica, a Francia, al Reino Unido para el desarrollo de sus colonias, En consecuencia, el Banco actúa violando el derecho internacional al transferir a los nuevos Estados independientes la carga de las deudas contraídas para colonizarlas. En conniven­cia con sus principales accionistas coloniales y con la bendición de Estados Uni­dos, el Banco ha cometido una acción que no debe quedar impune. Estas deudas están afectadas de nulidad y el Banco debe rendir cuentas a la justicia de sus actos. Los Estados que han sido víctimas de esta violación del derecho tendrían que exi­gir reparaciones y utilizar las sumas en cuestión para reembolsar la deuda social debida a sus pueblos.19

LAS MISIONES DEL BANCO MUNDIAL

   El Banco Mundial tiene la costumbre de enviar especialistas en misiones a algu­nos países miembros. En el curso de sus primeros veinte años, se trataba en la ma­yoría de los casos de especialistas estadounidenses.
   Al principio, el país «test» más visitado fue, sin duda, Colombia, un país clave desde el punto de vista de los intereses estratégicos de Estados Unidos. Una de las prioridades de Washington era evitar que Colombia se inclinara hacia el campo soviético o cayera en la revolución social. Desde 1949 el Banco envió a este país mi­siones bien provistas, compuestas por expertos del Banco, del FMI, de la FAO (Or­ganización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) y de la OMS (Organización Mundial de la Salud). La finalidad era estudiar las necesidades y determinar una estrategia global de desarrollo del país. Los proyectos con­cretos apoyados por el Banco consistían en la compra en Estados Unidos de 70 bulldozers, 600 tractores y el equipamiento de tres centrales hidroeléctricas. En 1950, se supo que el gobierno colombiano estudiaba el informe emitido por la Comisión del Banco con el fin de formular, basado en el mismo, un programa de desarrollo. Al año siguiente, 1951, una comisión de expertos independientes colombianos terminó la elaboración del programa, que el gobierno puso en práctica: reformas presupuestarias y bancarias, reducción y flexibilización del con­trol de cambio, adopción de una actitud liberal y atractiva para los capitales ex­tranjeros.
   Consultores designados conjuntamente por el Banco y el gobierno colombiano formularon asimismo unas propuestas con respecto a los ferrocarriles, a la aviación civil y a la emisión de títulos de la deuda pública. Un consejero económico nom­brado por el Banco fue contratado por el Consejo Nacional de Planificación Eco­nómica de Colombia. En el informe anual de 1953, se habla de la implantación de instancias de planificación. Dejemos la palabra a uno de los capitostes del FMI, Jacques Polack,20 a propósito de su participación en una misión en Colombia: «Las instrucciones verbales que recibí como jefe de una misión del Fondo (FMI) en Colombia, en 1955, formuladas en una reunión con el vicepresidente del Banco y el director ejecutivo del Fondo, transmitían la misma idea, expresada en el lengua­je más directo de la época: “Tu le retuerces el brazo derecho y nosotros le retorce­remos el izquierdo.”»21
   Como se ve, estas misiones, en general, tienden esencialmente a aumentar la capacidad del Banco (y de otras instituciones, en particular el FMI) de influir sobre | las decisiones que toman las autoridades de un país, en un sentido favorable a las potencias accionistas y a sus empresas.

LA POLÍTICA DEL BANCO MUNDIAL EVOLUCIONABA EN RELACIÓN AL PELIGRO DE  CONTAGIO REVOLUCIONARIO Y LA GUERRA FRÍA

   En 1950, el bando aliado a Estados Unidos en el Banco Mundial expulsó de he­cho a China, que el año anterior se había pasado al campo comunista y atribuyó su sitio al gobierno anticomunista del general Chiang Kaishek, instalado en la isla de Taiwán.22A fin de evitar el contagio en el resto de Asia, se aplicaron diferentes estrategias y algunos países clave fueron blanco de una intervención sistemática del Banco. Fue el caso de la India,23 Pakistán, Tailandia, Filipinas, Indonesia. En Corea del Sur, el Banco Mundial no tuvo autorización para intervenir hasta 1961, porque este país constituía un ámbito reservado exclusivamente a Estados Unidos (ver el capítulo 11).
   Polonia y Checoslovaquia, que se adhirieron al bloque soviético, no tardaron en abandonar el Banco.24
   El año 1959 comenzó con un enorme huracán revolucionario, que sacudió las Américas: la victoria de la revolución cubana en las narices del tío Sam.25 Washing­ton se vio obligado a otorgar concesiones a los gobiernos y a los pueblos de Latino­américa para tratar de evitar que la revolución se propagara como un reguero de
   El historiador del Banco, Richard Webb, ex presidente del Banco Central de Pe­rú, entendió la magnitud del fenómeno: «Entre 1959 y 1960, Latinoamérica reci­bió todo el beneficio de la revolución castrista. Los primeros efectos aparecieron con la decisión de crear el Banco Interamericano de Desarrollo, de responder —tras una larga resistencia— a las demandas de Latinoamérica sobre la estabilización de los precios de las materias primas, y un acuerdo sobre el café fue así firmado en sep­tiembre de 1959. La ayuda aumentó a principios de 1960, después de las masivas expropiaciones en Cuba, del acuerdo comercial de ésta con la URSS y del viaje de Eisenhower por Latinoamérica. “A mi regreso”, escribió, “tenía la intención de apli­car medidas históricas tendientes a poner en práctica unas reformas sociales que beneficiaran a todos los pueblos de Latinoamérica.”»26
   El presidente Eisenhower añadió. “Antes de nosotros, la pregunta constante era qué se podía hacer con respecto al fermento revolucionario en el mundo. [...] Se necesitaban nuevas políticas que atacaran la raíz del problema, la efervescencia re­volucionaria del pueblo. [...] Un sugerencia era [...] aumentar el sueldo de los maes­tros y poner en marcha centenares de escuelas de formación profesional. [...] Tene­mos que abandonar algunas ideas anticuadas [...] para impedir que el Mundo Libre arda en llamas.”27
   El historiador del Banco, Richard Webb, prosigue: «En abril, el secretario de Es­tado, Christian A. Herter informa a la Pan American Union de un cambio drásti­co de la política exterior estadounidense respecto a Latinoamérica, que incluía la decisión de apoyar la reforma agraria. Dillon había presentado al Congreso, en agosto, un nuevo programa de ayuda para el que solicitaba al Banco Interamericano de Desarrollo 600 millones de dólares en créditos blandos y que ponía el acento en los gastos sociales para luchar contra las desigualdades de ingresos y las institucio­nes anticuadas, que representaban dos serios obstáculos para el progreso. La ley fue rápidamente aprobada. La percepción de la crisis en la región continuó hasta 1961, y Kennedy subió el tono de la respuesta: “Junto con Berlín, son las regiones más críticas. [...] Toda el área podría estallar. [...] No sé si el Congreso me lo concede­rá. Sin embargo, ahora es el momento apropiado, cuando todos están preocupados de que Castro pueda extender su revolución en el hemisferio.”28 En marzo de 1961, Kennedy pidió que se actuara para impedir el caos en Bolivia. Su gobierno decidió “ignorar las propuestas del Fondo Monetario Internacional y del Departamento de Estado de que Bolivia necesitaba una buena dosis de austeridad antiinflacionaria, y en cambio consideró que lo que había que hacer era ofrecer una ayuda económica inmediata. [...] Las cosas estaban ya bastante mal para pedirles nuevos sacrificios a quienes no tienen nada para dar.”29 Una semana después, Kennedy anunció la Alianza para el Progreso con Latinoamérica, un programa de cooperación y desa­rrollo de diez años, que ponía el acento en las reformas sociales, con una ayuda a gran escala a los países que “pusieran algo de su parte”.30
   El anuncio de grandes reformas no impidió al Banco y a Estados Unidos que apoyaran unos regímenes dictatoriales y corruptos, como el de Anastasio Somoza en Nicaragua. He aquí un ejemplo: el 12 de abril de 1961 la dirección del Banco Mun­dial, sabiendo que el dinero serviría para reforzar el poder económico del dictador, decidió conceder un préstamo a Nicaragua, mientras Estados Unidos preparaba una expedición militar contra Cuba desde territorio nicaragüense, que lanzaría cinco días más tarde.31 Fue parte del precio que se debía pagar a Somoza por su apoyo a la agre­sión contra Cuba. A continuación se transcribe un extracto del informe oficial inter­no de la discusión entre dirigentes del Banco, que tuvo lugar ese mismo día:32

—Mr. [Aron] Broches: He sabido que la familia Somoza está en casi todo, y que sería difícil encontrar algo en Nicaragua que no nos cause este problema.
—Mr. [Robert] Cavanagh: Me preocupa que parezca que promovemos un acuerdo que presione a la gente para vender las tierras que el presidente desea.
—Mr. [Simón] Cargill: Ya que el propio proyecto es satisfactorio, no creo que el interés del presidente sea un problema de tal magnitud que tengamos que t abandonarlo...     f
—Mr. Rucinski: Estoy de acuerdo en que es demasiado tarde para dar marcha  atrás.   
—Mr. Aldewereld: El problema de la propiedad de la tierra y la familia Somoza | es desafortunado, pero nosotros lo sabíamos desde el principio y pienso que es 11 demasiado tarde para discutir ahora la cuestión.  

   Unos meses después, en junio de 1961, los mismos dirigentes del Banco discu­tían sobre un préstamo que habían de conceder a Ecuador. El contenido de la dis­cusión es revelador de los intereses políticos globales que motivaban la acción del Banco:33

—Mr. Knapp: Ecuador parece ser el siguiente país que será “fidelista” [...]. ¿Qué riesgo político pueden plantear unos indios invisibles, que representan la mitad o los dos tercios de la población, y que aún están completamente fuera del escenario político y económico?
—Mr. [John] de Wilde: Ecuador tiene un buen comportamiento. ¿No sería el momento oportuno de que las agencias [...] como el Banco, actúen [...] con el fin de [...] prevenir que la situación política se deteriore?
—Mr. Knapp: [...] Esta es la clase de trabajo sucio que Estados Unidos debe realizar.
—Mr. Broches: ¿Cuál es la posición de Ecuador respecto al índice de injusticias sociales al que se refiere Mr. Kennedy?
-Mr. [Orvis] Schmidt. Aunque hay una gran disparidad en la distribución de la riqueza en Ecuador, ésta es menor que la de otros países de Latinoamérica, [...] . Los indios, en la montaña, están aún tranquilos, a pesar de que el gobierno no está realmente haciendo mucho por ellos.
—Mr. Demuth: Si miramos los países feudales de Latinoamérica, [...] para ser distas, debemos admitir que habrá revoluciones, y sólo podemos esperar que los [nuevos gobiernos] cumplan las obligaciones de sus predecesores.
-Mr. Aldewereld: El colonialismo es ciertamente malo en Ecuador [...] incluso [...] peor que en el Lejano Oriente. Algo violento ha de ocurrir. [...] Pienso que nuestro proyecto sirve para aliviar las presiones internas. [...] Estoy de acuerdo en que podríamos conceder más créditos de la Agencia Internacional de Desarrollo para paliar los riesgos políticos.
-Mr. Knapp: [...] Pero las situaciones políticas pueden llevar a la cesación de pagos.

No se puede ser más claro.

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CAPÍTULO 3

UN COMIENZO DIFÍCIL ENTRE LA ONU Y EL BANCO MUNDIAL 


   El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional son instituciones espe­cializadas de la ONU, comparables, en principio, a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o a la FAO. En este sentido, se supone que deben colaborar estrechamente con los órganos de las Naciones Unidas y las otras instituciones es­pecializadas en la consecución de los objetivos que figuran en la Carta y en la De­claración Universal de los Derechos Humanos.
   El Banco y el FMI intentaron desde el principio sustraerse ampliamente a las obligaciones que tienen las organizaciones miembros del sistema de las Naciones Unidas. En lo que concierne al Banco, mientras que su misión de ayuda al de­sarrollo tendría que haberlo llevado a buscar un acercamiento a la ONU, sus diri­gentes en cambio trabajaron con éxito para ponerlo fuera del alcance de ésta. El Banco y el FMI desempeñaron un papel activo en la guerra fría y más tarde en la reacción de los dirigentes de los países más industrializados ante el creciente poder de los PED, que reivindicaban un Nuevo Orden internacional.
   Careciendo de un Plan Marshall, los países en desarrollo propusieron la creación de un nuevo órgano de la ONU,1 basado en el principio de «un país, un voto», que facilitara los préstamos a sus industrias: el SUNFED. Los países industrializados se opusieron tercamente y lograron el triunfo de una contrapropuesta. La Asocia­ción Internacional de Desarrollo (AID), rama del Banco Mundial, enterró al SUNFED.

VUELTA AL PRINCIPIO DE LAS RELACIONES

   En marzo de 1946, con ocasión de la primera reunión de gobernadores del Banco Mundial y del FMI, el presidente del Consejo Económico y Social de la ONU (ECOSOC en su abreviatura inglesa), remitió una nota a la dirección del Banco en la que le pedía el establecimiento de mecanismos de vinculación con su organiza­ción. El Banco trasladó la discusión a la reunión de directores ejecutivos que debía realizarse en mayo de 1946. En realidad, el Banco tenía tan poca prisa que hubo que esperar hasta noviembre de 1947 para llegar a un acuerdo entre las partes inte­resadas. Según Masón y Asher, historiadores del Banco, durante todo ese tiempo las
negociaciones no fueron particularmente cordiales.2 Al no tener respuesta la prime­ra nota del ECOSOC, éste envió una segunda, a la cual los directores ejecutivos del Banco respondieron que, para ellos, una reunión era prematura. Mientras tanto, las Naciones Unidas cerraron un acuerdo de colaboración con la Organización Inter­nacional del Trabajo, la UNESCO y la FAO.
   En julio de 1946, en el curso de un tercer intento, el secretario general de la ONU propuso al Banco y al FMI iniciar las negociaciones en septiembre de ese año. Los dirigentes del Banco y del FMI se reunieron y decidieron que seguía siendo inopor­tuno mantener tal reunión. Masón y Asher comentan así estas maniobras dilatorias: «El Banco tenía fuertes temores de que al convertirse en una agencia especializada de la ONU, quedara sometida a un control o a una influencia política indeseables, y que esto dañara su notación (credit rating) en Wall Street...»3 Finalmente, el Banco sometió a discusión con las Naciones Unidas un proyecto que era más una declara­ción de independencia que de colaboración. Esto dio lugar a una jornada de deba­tes en el cuartel general de la ONU, en el curso de la cual el presidente del Banco, John McCloy, aceptó moderar las pretensiones.
   Aunque aceptado por el comité de negociación del ECOSOC, el acuerdo alcan­zado provocó un alboroto en el seno del Consejo y en la Asamblea General. En la sesión de 1947 del ECOSOC, el representante de la Unión Soviética calificó el pro­yecto de flagrante violación de por lo menos cuatro artículos de la Carta de la ONU. Más molesto para los responsables del Banco y, detrás de ellos, Estados Unidos, fue el ataque lanzado por el representante de Noruega (país de donde pro­venía el secretario general de la ONU en esa época, Trygve Lie). Declaró que No­ruega no podía aceptar que se acordaran tales privilegios al Banco y al Fondo, pues eso minaría la autoridad de las Naciones Unidas. A lo cual, el representante de Estados Unidos respondió que nada minaría más a las Naciones Unidas que la incapacidad para ponerse de acuerdo con el Banco y el Fondo. Finalmente, el ECOSOC [ adoptó (13a favor, 3 en contra y 2 abstenciones) el proyecto, que fue ratificado en í septiembre de 1947 por el Consejo de Gobernadores del Banco (con la abstención del representante de Yugoslavia) y aprobado por la Asamblea General de las Nacio­nes Unidas en noviembre de ese mismo año.
   Este acuerdo ratificó el estatuto de organización especializada de la ONU, pero, a petición del Banco, le permitía funcionar como una «organización internacional independiente». En el mismo sentido, autorizaba al Banco a juzgar por sí mismo cuáles serían las informaciones útiles que comunicar al ECOSOC, lo que de hecho es una derogación del artículo 17, apartado 3, y del artículo 64 de la Carta délas Naciones Unidas (este artículo autoriza al ECOSOC a recibir informes regulares de parte de las agencias especializadas). También había una derogación de hecho del artículo 70, que preveía una representación recíproca en cada deliberación. En ade­lante, el Banco y el Fondo se reservaban el derecho de no invitar a los representantes de las Naciones Unidas más que a la Reunión del Consejo de Gobernadores. A su juicio, los historiadores del Banco declaran que este acuerdo era insatisfactorio para el secretario general de las Naciones Unidas, pero tuvo que resignarse a acep­tarlo. Agregan que «al presidente del Banco, McCloy, no se lo podía clasificar como un admirador de las Naciones Unidas, y a Garner (el vicepresidente) se lo conside­raba anti-ONU».4

LA CREACIÓN DE LA  SFI Y DE LA AID5

   Desde el comienzo de las actividades del Banco Mundial, los gobiernos de los paí­ses en desarrollo, comenzando por los de Latinoamérica y a continuación por la In­dia, criticaron el hecho de que no había para ellos facilidades equivalentes al Plan Marshall, limitado a Europa. En efecto, los préstamos del Banco se acordaban con los tipos de interés del mercado, mientras que la ayuda del Plan Marshall se atribuía principalmente como donaciones. Una parte menor de la ayuda consistía en préstamos sin interés o a unas tasas inferiores a las del mercado (ver el capítulo 4).
   Ya en 1949, un economista indio propuso la creación de una nueva organización internacional en el marco de la ONU, que podría llamarse «Administración de las Naciones Unidas para el desarrollo económico». Unos años más tarde, la idea vol­vió a emerger en el seno del ECOSOC, y se creó entonces el SUNFED (Special United Nations Fund for Economic Development). Entre 1950 y 1960, varios países del Tercer Mundo, así como la URSS y Yugoslavia, hicieron campaña sistemática­mente en el seno de la ONU para que se materializara el SUNFED y luego para que se lo reforzara. Pero tanto el gobierno de Estados Unidos como los de las otras potencias industriales no querían ni hablar de un fondo especial controlado por la ONU y separado del Banco Mundial.
   Entre las razones que exponían los PED para exigir la creación de una agencia especializada de la ONU para financiar su desarrollo figuraba la cuestión del dere­cho de voto. Querían una agencia de la ONU que garantizara la aplicación de la regla «un país, un voto», a diferencia de la regla de tipo censitario vigente en el Ban­co. Por la misma razón, pero en sentido inverso, Estados Unidos y las otras poten­cias se oponían firmemente a la propuesta: los escasos países ricos querían evitar quedar en minoría.
   Estados Unidos había lanzado en 1954 una primera contrapropuesta que fue puesta en práctica en 1956 por el Banco con la creación de la Sociedad Financiera Internacional (SFI), destinada a conceder préstamos a las empresas privadas de los PED.6 La creación de la SIF no zanjó el contencioso y la campaña de los PED en pro del SUNFED se redobló: en 1958 el Fondo Especial de las Naciones Uni­das fue habilitado para financiar las preinversiones de los PED.
   Por desgracia, el campo de los países del Tercer Mundo se dividió rápidamente. La India, que al comienzo apoyaba el SUNFED, cambió de bando y se adhirió a una segunda contrapropuesta de Estados Unidos como alternativa, que consistía en la creación de una Asociación Internacional de Desarrollo (AID), vinculada al Banco Mundial.7 El lobby indio pro estadounidense estaba convencido de que la India sería privilegiada en la AID, porque las potencias dominantes en las insti­tuciones de Bretton Woods entenderían la necesidad de que así fuera debido a su posición estratégica. Acertó: ya en el primer año de existencia de la AID recibió el 50% de los préstamos de ésta.
   Al proponer la creación de la AID, el gobierno de Estados Unidos quería matar dos pájaros de un tiro: por una parte, impedir que las Naciones Unidas prosiguie­ran el refuerzo del SUNFED, respondiendo así a las necesidades de los PED; por la otra, encontrar un medio para utilizar las reservas en monedas de los PED que el Tesoro estadounidense acumulaba desde 1954, gracias a la venta de sus exceden­tes agrícolas en el marco de la ley 480.8 Varios autores están de acuerdo en conside­rar que fue el senador por Oklahoma Mike Monroney el primero en lanzar la idea: presentó al Senado un proyecto de resolución en el que proponía la creación de la AID en cooperación con el Banco y que las reservas en monedas no convertibles  fueran traspasadas a esta agencia, a fin de conceder préstamos a largo plazo y a bajo interés, reembolsables en moneda local. Uno de los objetivos era prestar a los paí­ses pobres para que éstos pudieran comprar los excedentes agrícolas estadouniden­ses.9 El presidente del Banco, Eugene Black, declararía más tarde: «En realidad, la AID era una idea concebida para contrarrestar el deseo de un SUNFED.»10 Vale la pena citar a Masón y Asher, que afirman: «En tanto que organización internacio­nal afiliada al Banco Mundial, la AID es una ficción sofisticada. Denominada “asociación” y dotada de estatutos, de funcionarios, de miembros de gobierno en pro­fusión y de todos los signos exteriores de las otras agencias internacionales, no es por el momento, más que un fondo administrado por el Banco Mundial.»"
   La aportación inicial de Estados Unidos fue del 42% de los fondos de la AID, lo que le aseguraba, también allí, el predominio.
   Paralelamente a la creación de la AID, en París se fundó el CAD (Comité de Ayuda al Desarrollo). Se trata de la estructura que «coordinaba» la ayuda al desa­rrollo bilateral de los Estados más industrializados. El SUNFED quedaba defini­tivamente enterrado y Estados Unidos impuso las instituciones que estaba seguro de controlar.

FINANCIACIÓN DE LA AID

   La AID no recurre a los mercados financieros. El dinero que presta proviene de donaciones ofrecidas regularmente por los países miembros (sobre todo los países industrializados más ricos, a los que se sumó la OPEP en los años 70) y de los reem­bolsos que recibe.
   Cada tres o cuatro años, los países contribuyentes modifican su aportación: es el momento de las duras negociaciones. Y sobre todo es un tema de grandes debates en el Congreso estadounidense, pues allí es donde deciden qué cantidad se acorda­rá. Esto es objeto de muchos regateos entre el Congreso, el gobierno de Washington y la presidencia estadounidense del Banco Mundial/AID. Aunque los montos en juego son muy modestos. El interés de la cuestión reside en tener la seguridad de que el dinero prestado por la AID retornará a los donantes en forma de compras (ayuda ligada).12

LA NEGATIVA DEL BANCO MUNDIAL A AJUSTARSE A LAS DEMANDAS DE LA ONU EN LO CONCERNIENTE A PORTUGAL Y SUDÁFRICA

   A partir de 1961, mientras la mayor parte de los países coloniales obtenían su in­dependencia y se convertían en miembros de la ONU, la Asamblea General adop­taba repetidas resoluciones de condena al régimen del apartheid de Sudáfrica, así como a Portugal, que mantenía su yugo sobre varias regiones de Africa y de Asia. En 1965, ante la continuidad de las ayudas financiera y técnica del Banco y del FMI a estos regímenes, la ONU pidió formalmente: «A todas las agencias especia­lizadas de las Naciones Unidas y en particular al Banco Internacional para la Re­construcción y el Desarrollo y al Fondo Monetario Internacional [...] que se absten­gan de conceder a Portugal toda ayuda financiera, económica o técnica mientras el gobierno portugués no haya renunciado a su política colonial, que constituye una violación flagrante de las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas.»13 Lo mismo hizo con relación a Sudáfrica.
   La dirección del Banco se reunió para adoptar una posición y la mayoría de los directores ejecutivos decidió continuar los préstamos. Justificación presentada: ¡el artículo IV, sección 10 de sus estatutos14 les prohibía hacer política! Todos los paí­ses más industrializados, apoyados por cierto número de países latinoamericanos, votaron a favor de la continuación. En 1966, el Banco aprobó un préstamo de 10 millones de dólares a Portugal y de 20 millones a Sudáfrica. Después, bajo una pre­sión redoblada, el Banco no les concedió más préstamos. De todos modos, un orga­nismo de las Naciones Unidas, el Comité de Descolonización, siguió denunciando durante más de quince años el hecho de que el Banco permitía a Sudáfrica y a Portugal presentarse como candidatos a obtener financiación del Banco para pro­yectos en otros países. Por otra parte, el Banco cortejaba a Sudáfrica para que ésta hiciera donaciones a la AID.15

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CAPÍTULO 4

EL MARCO DE LA SEGUNDA POSTGUERRA, EL PLAN MARSHALL Y LA AYUDA BILATERAL DE ESTADOS UNIDOS


   Este capítulo analiza la política económica bilateral adoptada por las autorida­des de Washington con respecto a sus aliados en el marco de la guerra fría. El Plan Marshall sustituyó la acción del Banco Mundial, porque Estados Unidos llegó a la conclusión de que las donaciones a la Europa en reconstrucción eran más eficaces y rentables para ellos que los préstamos. Esta política bilateral apuntaba a reforzar el bloque occidental capitalista, dominado por Washington fren­te al bloque del Este dominado por la URSS.
   Estados Unidos procedió a la anulación de la deuda de algunos de sus aliados. La operación más evidente en ese sentido fue el tratamiento de la deuda alema­na, regulada por el Acuerdo de Londres de 1953. Para asegurar el relanzamiento de la economía de la Alemania occidental y que constituyera un elemento estable y central del bloque atlántico, los aliados acreedores, con Estados Unidos a la ca­beza, hicieron concesiones muy importantes a las autoridades y a las empresas alemanas endeudadas, que iban mucho más allá de una reducción de la deuda. Comparar el tratamiento acordado a la Alemania occidental de la postguerra con el dado a los PED actual es edificante.

LOS GOBERNANTES DE ESTADOS UNIDOS APRENDEN DE LOS ERRORES COMETIDOS EN LOS AÑOS 1920-1930

   Finalizada la primera guerra mundial, con el Tratado de Versalles, los vencedores impusieron a Alemania el desembolso de unas sumas muy altas en concepto de reparaciones y deudas de guerra.' Muy pronto Alemania se encontró en dificulta­des para pagar y el descontento social fue en aumento. El crash de Wall Street, que se produjo en 1929, desencadenó una crisis económica mundial. Estados Unidos redujo drásticamente el flujo de capitales hacia el exterior. Alemania cortó los de­sembolsos a Francia, Bélgica y el Reino Unido, países que a su vez suspendieron el pago de su deuda a Estados Unidos. El mundo más industrializado se sumió en la recesión y se instaló la desocupación masiva. El comercio internacional se hundió.
   Previendo el desenlace de la segunda guerra mundial, las autoridades de Washing­ton decidieron adoptar una actitud diametralmente opuesta a la que mantuvieron desde el fin de la primera guerra mundial hasta principios de los años 30. Optaron por el establecimiento de las instituciones de Bretton Woods y de las Naciones Unidas. Es la parte institucional internacional.
   Se trata ahora de analizar qué es la política bilateral pregonada por las autorida­des de Washington.


MEJOR QUE PRESTAR DINERO, DONARLO

   La preocupación del gobierno estadounidense al finalizar la segunda guerra mun­dial era mantener el pleno empleo alcanzado gracias al colosal esfuerzo de guerra. Así mismo quería garantizar un superávit comercial en las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo.2 Pero los principales países industrializados capa­ces de importar mercaderías de Estados Unidos estaban literalmente sin un cénti­mo. Para que pudieran comprar productos estadounidenses había que proporcio­narles dólares en grandes cantidades.
   Pero ¿en qué forma? ¿Donaciones o préstamos?
   En síntesis, el razonamiento de los estadounidenses era el siguiente: si prestamos a los europeos que son de nuestro bando el dinero que emplearán para comprarnos lo que necesitan para reconstruir su economía, ¿con qué nos van a pagar? Los dóla­res que les prestamos, ya no los tendrán, porque los habrán gastado en comprarnos lo que necesitan. Por lo demás, no hay más que tres posibilidades. Primera, nos pagan en especie. Segunda posibilidad, nos reembolsan en dólares. Tercera posibi­lidad, les donamos el dinero hasta que salgan adelante.
   Veamos la primera posibilidad: si nos pagan en especie más que en dólares, sus productos competirán con los nuestros en nuestro mercado interno, el pleno em­pleo se verá amenazado en casa, los beneficios de nuestras empresas decaerán. No es una buena solución.
   Consideremos la segunda: nos reembolsan en dólares. Los dólares que les había­mos prestado ya los gastaron en la compra de nuestros productos. En consecuen­cia, para que puedan reembolsarnos debemos prestarles por segunda vez la misma suma (que nos deben), más los intereses. El riesgo de entrar en un círculo incon­trolable de endeudamiento (que bloquee o frene de nuevo la buena marcha de los negocios) se combina con el riesgo evocado en la primera posibilidad. Si los euro­peos tratan de no acumular deudas con nosotros, vendrán a vender en nuestro mer­cado sus productos, compitiendo con nuestras empresas. Obtendrían así una parte de los dólares necesarios para reembolsarnos. Pero esto no será suficiente para que se desendeuden, y encima hará crecer el desempleo entre nosotros.3
   Queda la tercera posibilidad: mejor que prestar masivamente dinero a los euro­peos (por medio del Banco Mundial o por cualquier otra vía), conviene donarles los dólares necesarios para que reconstruyan su economía en un período relativa­mente corto. Los europeos utilizarán los dólares recibidos para comprarnos bien­es y servicios. Esto asegurará una salida para las exportaciones estadounidenses y, por consiguiente, el pleno empleo. Una vez realizada la reconstrucción, los euro­peos, no endeudados, estarán en condiciones de pagar la factura de lo que nos compren.
   Las autoridades estadounidenses llegaron a la conclusión de que era mejor pro­ceder mediante donaciones y lanzaron el Plan Marshall.


EL PLAN MARSHALL4

   Entre 1948 y 1951, Estados Unidos destinó mas de 13.000 millones de dólares de la época (de los cuales, 11.000 millones en donaciones) a la reconstrucción de 17 países europeos, a través de la Organización Europea de Cooperación Econó­mica (OECE, hoy OCDE). El monto total de la ayuda corresponde a unos 90.000 millones de dólares actuales.




EL GASTOS GENERALES DEL   PLAN MARSHALL4
 asistencia económica, del3  de abril de 1948 al 30 de junio de 1952
(en millones de dólares de la época)


País
Total para todos los países
Total
$13.325,8
Donaciones $ 11.820,7
Préstamos $ 1.505,1
Austria
677,8
677,8

Bélgica-Luxemburgo
559,3
491,3
68,0 (a)
Dinamarca
273,0
239,7
33,3
Francia
2.713,6
2.488,0
225,6
Alemania (RFA)
1.390,6
1.173,7
216,9
Grecia
706,7
706,7

Irlanda
147,5
19,3
128,2
Islandia
29,3
24,0
5,3
Italia (incluido Trieste)
1.508,8
1.413,2
95,6
Países Bajos (Indonesia) (b)
1.083,5
916,8
166,7
Noruega
255,3
216,1
39,2
Portugal
51,2
15,1
36,1
Suecia
107,3
86,9
20,4
Turquía
225,1
140,1
85,0
Reino Unido
3.189,8
2.805
384,8
Regional (c)
407,0
407,0



En relación con el cuadro anterior:
   a)  El total del préstamo incluye 65 millones para Bélgica y 3 millones para Luxemburgo.
   b) Ayuda del Plan Marshall en las Indias holandesas (Indonesia) concedida a los Países Bajos antes de la transferencia de soberanía del 30 de diciembre de 1949.
   c) Incluye la contribución de Estados Unidos al fondo permanente social europeo de los sindicatos (EPU): 361,4 millones.

   Washington exigía a los Estados que aceptaran la ayuda varias contrapartidas: de entrada, que los países europeos coordinaran los gastos de reconstrucción en el seno de la OECE. De este modo, reforzando el bloque opuesto al soviético, Estados Uni­dos contribuyó a la cooperación europea, preludio de la construcción europea. Por otra parte, exigía que el dinero prestado sirviera para comprar productos de la in­dustria estadounidense.
   Además de las donaciones acordadas en el marco del Plan Marshall, hay que agre­gar la anulación parcial, en 1946, de la deuda de Francia con Estados Unidos (2.000 millones de dólares condonados). Igualmente, Bélgica se benefició de Estados Unidos mediante una reducción de la deuda en compensación por el uranio proporcionado para la fabricación de las primeras dos bombas atómicas, lanzadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, que causaron el holocausto nuclear. El uranio provenía de la mina de Shinkolobwé (cerca de Likasi, ex Jadotville) situada en la provincia de Katanga, en el Congo Belga. Primer acto, Bélgica se benefició de una anulación de la deuda gracias a su colonia, cuyos recursos naturales explotaba. Segundo acto, unos quince años más tarde, legó al Congo independiente las deudas que había contraído para explotar sus recursos naturales y a su pueblo. (Ver el capítulo 2).

EL ACUERDO DE LONDRES DE 1953 SOBRE LA DEUDA ALEMANA

   El reembolso de la deuda por Alemania occidental y su rápida reconstrucción después de la segunda guerra mundial fueron posibles gracias a la voluntad políti­ca de sus acreedores, es decir, Estados Unidos y sus principales aliados occidentales, (Reino Unido y Francia). En octubre de 1950, estos tres aliados formularon un proyecto en el que el gobierno federal alemán reconocía la existencia de deudas de los períodos anterior y posterior a la guerra. Y agregaban una declaración que esti­pulaba que «los tres países están de acuerdo en que el plan prevea una liquidación adecuada por Alemania de las exigencias, cuyo efecto final no debe desequilibrar la situación financiera de la economía alemana por repercusiones indeseables ni afec­tar excesivamente las reservas potenciales de divisas. Los tres países están convenci­dos de que el gobierno federal alemán comparte su posición y que la restauración de la solvencia alemana irá acompañada de un reembolso adecuado de la deuda ale­mana que asegure a todos los participantes una negociación justa que tenga en cuenta los problemas económicos de Alemania».5
   La deuda reclamada a Alemania correspondiente al período anterior a la guerra se elevaba a 22.600 millones de marcos incluidos los intereses. La deuda de la postguerra se estimaba en 16.200 millones. Por un acuerdo alcanzado en Londres el 27 de febrero de 1953, estos montos se redujeron a 7.500 millones y 7.000 millo­nes de marcos, respectivamente.6 Lo que representa una reducción del 62,6%.
   El acuerdo establecía la posibilidad de suspender los pagos y renegociar las condiciones de éstos si se presentaba un cambio substancial que limitara la disponibilidad de recursos.7
   Para garantizar que la economía de Alemania occidental se relanzara realmente y constituyera un elemento estable y central en el bloque atlántico frente al bloque del Este, los aliados acreedores hicieron grandes concesiones a las autoridades y em­presas alemanas, que fueron mucho más allá de una reducción de la deuda. Se par­tía del principio de que Alemania debía estar en condiciones de reembolsar la tota­lidad manteniendo un alto nivel de crecimiento y una mejora de las condiciones de vida de la población. Pagar sin empobrecerse. Para ello, los acreedores acordaron: primero, aceptar que Alemania reembolsara la deuda en moneda nacional, el marco; segundo, admitir que Alemania redujera sus importaciones, que pudiera producir ella misma bienes que hasta entonces compraba en el exterior;8 tercero, autorizarla a vender sus productos al exterior y a tener una balanza comercial positiva. Estos diferentes elementos estaban consignados en la declaración antes mencionada.9
   Otro elemento muy importante, el servicio de la deuda se fijaba en función de la capacidad de pago de la economía alemana, teniendo en cuenta los adelantos en la reconstrucción del país y los ingresos por exportación. Así, la relación entre servi­cio de la deuda e ingresos por exportación no debía superar el 5%. Esto quiere decir que Alemania occidental no debía dedicar más de una vigésima parte de sus ingre­sos por exportación al pago de su deuda. En la práctica, Alemania no destinó jamás más del 4,2% de estos ingresos al pago de la deuda (cifra alcanzada en 1959).
   Otra medida excepcional: se aplicó una reducción drástica de la tasa de interés, que osciló entre 0% y 5%.

   En fin, hay que tener en cuenta las donaciones en dólares de Estados Unidos a Alemania occidental: 1.173,7 millones de dólares en el marco del Plan Marshall, entre el 3 de abril de 1948 y el 30 de junio de 1952 (ver tabla de la página 57, a los que hay que sumar por lo menos 200 millones de dólares entre 1954 y 1961, principalmente a través de la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados Uni­dos (USAID).
   Gracias a estas condiciones excepcionales, Alemania terminó de pagar su deuda en 1960. Un tiempo récord. Ella misma se permitió el lujo de anticipar los pagos.

ALGUNOS ELEMENTOS PARA COMPARAR

   El resultado de una primera comparación entre la Alemania occidental de la post­guerra y los PED de ahora es esclarecedora. Alemania, aunque devastada por la gue­rra, era económicamente más fuerte que la mayoría de los PED actuales. Pero en 1953 le concedieron lo que se niega a los PED.

Cuota de los ingresos por exportación dedicados al reembolso de la deuda.

   Alemania fue autorizada a no dedicar al pago de la deuda más del 5% de sus ingresos por exportación.
   En el 2004, los países en desarrollo tuvieron que destinar al pago de la deuda, en promedio, el 12,5% de sus ingresos por exportación (8,7% los países del África subsahariana; 20% los países de Latinoamérica y el Caribe). Este porcentaje era incluso superior al 20% a finales de los años 90.

Tipo de interés de la deuda externa.

   En el caso del acuerdo de 1953 concerniente a Alemania, el tipo de interés osci­ló entre 0% y 5%.
   En cambio, en el caso de los PED, el tipo de interés ha sido mucho más alto. Una gran mayoría de los contratos prevé tipos variables, al alza.
   Entre 1980 y 2000, para el conjunto de los PED, el tipo de interés medio osciló entre 4,8% y 9,1% (entre 5,7% y 11,4% en el caso de Latinoamérica y el Caribe, lle­gando a oscilar en el caso de Brasil entre el 6,6% y el 11,9% entre 1980 y 2004).

Moneda en que se reembolsó la deuda externa.

   Alemania fue autorizada a reembolsar en moneda nacional.
Ningún país del Tercer Mundo está autorizado a hacer lo mismo, salvo excepción y por una suma irrisoria. Todos los grandes países endeudados deben efectuar la totalidad de sus reembolsos en divisas fuertes (dólares, euros, yenes, francos suizos, libras esterlinas).

Cláusula de revisión del contrato.

   En el caso de Alemania, el acuerdo establecía la posibilidad de suspender los pa­gos y renegociar las condiciones si se presentaba un cambio substancial que limita­ra la disponibilidad de recursos.
   En el caso de los contratos de préstamos con los PED, los acreedores consiguen que no haya cláusulas de este tipo.

Política de sustitución de importaciones.

   En el acuerdo sobre la deuda alemana, se había previsto explícitamente que el país podía producir localmente lo que hasta entonces importaba.
   Por el contrario, el Banco Mundial y el FMI imponen a los PED la renuncia a producir en el país lo que podrían importar.

Donaciones en divisas (en efectivo).

   Alemania, aunque responsable en gran parte de la segunda guerra mundial, fue gratificada con donaciones importantes en divisas, en el marco del Plan Marshall, y más aún.
   Los PED, en conjunto, a los cuales los países ricos han prometido asistencia y cooperación, reciben una limosna en forma de donaciones en divisas. Mientras que, colectivamente, desembolsan unos 300.000 millones de dólares por año, reciben en efectivo unos 30.000 millones de dólares. Los países más grandes del Tercer Mundo endeuda­dos no reciben, estrictamente, ninguna ayuda en forma de donaciones en divisas.

   Incontestablemente, la negativa a conceder a los PED endeudados el mismo tipo de concesiones que a Alemania indica que, en realidad, los acreedores no quieren que estos países se desendeuden. Los acreedores consideran que lo que les interesa es mantenerlos en el endeudamiento permanente, para obtener de este modo un beneficio máximo bajo la forma del pago de la deuda, y para imponerles unas polí­ticas acordes a sus intereses de acreedores y asegurarse su lealtad en el seno de las instituciones internacionales.
   Lo que los estadounidenses realizaron con los países más industrializados destrui­dos por la guerra, mediante el Plan Marshall, se concedió de la misma manera a ciertos PED aliados de Estados Unidos que ocupaban un lugar estratégico en la vecindad de la Unión Soviética y de China. Estados Unidos otorgó en forma de do­naciones unas sumas netamente superiores a los préstamos concedidos por el Banco Mundial al resto de los PED. Es el caso, en particular de Corea del Sur y de Taiwán, que desde los años 50 han recibido una ayuda determinante, que es uno de los ingredientes de su éxito.
   Para dar una idea: entre 1954 y 1961, Corea del Sur recibió como donación de Estados Unidos una suma superior a todos los préstamos juntos otorgados por el Banco Mundial a los países independientes del Tercer Mundo (incluidos la India, Pakistán, México, Brasil y Nigeria). Corea del Sur recibió como donaciones de Es­tados Unidos más de 2.500 millones de dólares entre 1953 y 1961, mientras que los préstamos del Banco al conjunto de los PED independientes durante el mismo período sumaban 2.323 millones de dólares. Las donaciones a Taiwán se elevaron a cerca de 800 millones de dólares en dicho período.10 Debido a encontrarse en un lugar estratégico frente a China y la URSS, la pequeña Corea del Sur, agrícola, con una población de menos de 20 millones de habitantes, recibió los favores de Estados Unidos. En el plano de las políticas económicas, el Banco Mundial y Esta­dos Unidos toleraron a Corea del Sur y a Taiwán lo que no le admitieron a Brasil, o a México. Como veremos en el capítulo dedicado a Corea.

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CAPÍTULO 5
UN BANCO BAJO INFLUENCIAS


   El libro comanditado por el Banco Mundial para conmemorar sus primeros cincuenta años de existencia muestra hasta qué punto la idea de que la institu­ción se habría convertido en una enorme burocracia progresivamente independi­zada de la influencia de los Estados no concuerda con la realidad. En particular, este concepto erróneo ha sido puesto de relieve por el ambientalista estadouni­dense Bruce Rich en su agudo libro sobre el Banco.1 En realidad, éste está bajo el firme control del gobierno de Estados Unidos, que es quien negocia, en el seno del Banco, con los gobiernos de las otras potencias capitalistas la política a seguir bajo su liderazgo. Por lo general, no se toma el trabajo de hacer los esfuerzos necesarios para llegar a un consenso con sus socios principales (desde finales de los años 50, éstos son Japón, Alemania, el Reino Unido y Francia), imponiendo al Banco directamente sus puntos de vista.
   En ciertas ocasiones, las relaciones del gobierno estadounidense con el presi­dente del Banco o con su dirección, en sentido amplio, han sido tensas. Así mismo, se ha de tener en cuenta la intervención, más o menos activa según la época, del Congreso de Estados Unidos. En muchas ocasiones, el ejecutivo estadounidense tuvo que negociar con el Congreso la actitud que se debía mantener con respecto al Banco y a sus actividades.2
   Aunque sometido de forma sistemática a la influencia de Estados Unidos, el Ban­co no deja de mantener cierta autonomía, que es el espacio que dispone para seguir una lógica propia, que a veces entra en conflicto con el gobierno estado­unidense. Esta autonomía es muy limitada y el gobierno impone su voluntad en todas las cuestiones que considera importantes. Por lo demás, no hay que olvidar los lazos estrechos entre el mundo de los negocios (el gran capital) estadouniden­se y el Banco.

LA INFLUENCIA ESTADOUNIDENSE SOBRE EL BANCO

   «A lo largo de la historia del Banco Mundial, Estados Unidos ha sido el principal accionista y el país miembro más influyente. El apoyo de Estados Unidos al Banco, las presiones que ejerce sobre éste, las críticas expresadas respecto al mismo han desempeñado un papel central en el curso de su crecimiento, en la evolución de su polí­tica, de sus programas y de sus prácticas.»3 Con estas palabras comienza el capítulo sobre las relaciones entre Estados Unidos y el Banco Mundial de 1945 a 1992 del li­bro comanditado por el Banco para conmemorar su quincuagésimo aniversario.4
   Otros fragmentos de dicho texto, reproducidos a continuación, son tan explíci­tos que no necesitan comentario:

«La dirección del Banco dedica más tiempo a reunirse con Estados Unidos y a consultarlo a fin de responder a sus deseos que a hacerlo con cualquier otro país miembro. Si bien esta intensa interacción casi no ha cambiado con el correr de los años, la forma en que Estados Unidos moviliza a los otros países miembros para que apoyen sus puntos de vista se ha modificado considerablemente. Al principio, la influencia de Es­tados Unidos era tan predominante que sus posiciones y las del Banco eran indisociables.»5
«Estados Unidos ha considerado a todas las organizaciones multilate­rales, incluido el Banco Mundial, como instrumentos de su política exte­rior, que podía utilizar para alcanzar sus propios objetivos.»6
«A menudo, Estados Unidos se ha visto contrariado por el proceso de construcción del consenso sobre el que se basa la cooperación mul­tilateral.»7
«La preocupación por contener el comunismo y la modificación de la potencia relativa de Estados Unidos en el mundo explica en gran parte la evolución de sus relaciones con el Banco Mundial en el curso de los últimos cincuenta años.»8
«La crisis de la deuda en el Sur y la caída del comunismo en Europa del Este han producido un renovado interés de Estados Unidos con res­pecto al Banco Mundial.»9

UNAS LÍNEAS SOBRE EL ORIGEN DEL BANCO MUNDIAL Y LA INFLUENCIA DE ESTADOS UNIDOS

   «A diferencia del FMI, que es el resultado de una negociación intensa entre Esta­dos Unidos y el Reino Unido, el Banco es en gran medida una creación de Estados Unidos. Su papel fue reconocido por John Maynard Keynes en sus palabras de in­troducción a la Conferencia de Bretton Woods.»10
   «El resultado es una influencia poderosa y duradera de Estados Unidos sobre to­dos los aspectos del Banco, tanto sobre su estructura como sobre su orientación política general y la forma de conceder préstamos.» 11
   Entre los temas que dividían a los participantes de la Conferencia de Bretton Woods figuraba la ubicación de la sede del Banco y del FMI. El Tesoro estadouni­dense quería que se estableciera en Washington, al alcance de su influencia, mien­tras que varias delegaciones extranjeras preferían Nueva York, por una parte para distanciarse del gobierno de Estados Unidos, y por otra parte estar más cerca de la futura sede de las Naciones Unidas. Keynes pedía explícitamente que se mantuvie­ra el Banco y el FMI alejados del Congreso estadounidense y, agregaba, de la in­fluencia de las embajadas; había que elegir a Nueva York como sede. En realidad, antes había intentado convencer a los participantes de que optaran por Londres, y al comprobar que estaba derrotado de entrada, trató de evitar que fuese Washing­ton y propuso a Nueva York. El secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, replicó que se debía desplazar el centro del mundo de Londres y Wall Street al Tesoro de Estados Unidos. Su argumentación fue atinada con respecto a las demás delegacio­nes ya que, al fin de la segunda guerra mundial, el imperio británico aunque tamba­leante, era aún dominante; de ahí el interés en que no se situara la sede de las nue­vas instituciones financieras en Londres, al lado de la primera plaza financiera, la City londinense. La segunda parte de la argumentación también fue atinada pues­to que, en Nueva York, Wall Street era sinónimo de la dominación del mundo de los negocios que había producido la catástrofe de 1929. En el fondo, efectivamen­te Morgenthau quería, como había declarado, establecer el centro de las nuevas ins­tituciones financieras bajo el control del Tesoro y guardar las distancias con Wall Street. Por cierto, Henry Morgenthau, Harry White y Emilio Collado se retiraron o fueron despedidos debido a la presión de Wall Street (ver el capítulo 2). En reali­dad, las instituciones de Bretton Woods cayeron muy pronto bajo la tutela de Wall Street y del Tesoro (de hecho, desde 1947).
   Por otra parte, de los diez presidentes del Banco Mundial que se sucedieron desde 1946 hasta la fecha, siete, incluido el primero, provenían directamente del mundo de los negocios (ver el final del capítulo).
   Además, para evitar una influencia demasiado fuerte del gobierno de Estados Unidos sobre el comité de dirección del Banco, Keynes deseaba que sus miembros (los directores ejecutivos) dividieran su actividad entre su país de origen y la sede del Banco: propuso así que trabajaran a tiempo parcial.12 Sin embargo se impuso la propuesta del Tesoro: los directores ejecutivos tienen residencia permanente en Washington y las sedes de ambas instituciones están a cinco minutos a pie de la Ca­sa Blanca.
   Cuando se votó en el Congreso de Estados Unidos la participación en el Banco Mundial y en el FMI, se aprobó por una mayoría aplastante (345 contra 18 en la Cámara de Representantes; 61 contra 6 en el Senado), lo que no era habitual. Ello demuestra claramente que el Congreso estaba muy satisfecho de las decisiones tomadas en la construcción de ambas instituciones.
   A pesar de que el Banco había sido concebido principalmente para la reconstruc­ción de los países devastados por la segunda guerra mundial, Estados Unidos pre­firió lanzar por su cuenta el Plan Marshall, porque así controlaría totalmente el mercado de las operaciones y porque de ese modo podría dispensar donaciones a quien mejor le pareciera.
   Aunque en definitiva su papel haya sido marginal en cuanto a la reconstrucción de Europa, el Banco Mundial concedió de todos modos algunos préstamos a cier­tos países europeos, comenzando por el primero de su historia: 250 millones de dólares a Francia en mayo de 1947. Según Catherine Gwin, el gobierno estado­unidense se oponía a que el Banco concediera un préstamo a Francia mientras el Partido Comunista Francés (PCF) formara parte del gobierno. El Departamento de Estado hizo una gestión explícita y formal en ese sentido, y el PCF fue separado de la coalición gubernamental; pocos días después, el representante del Banco Mun­dial anunció que el préstamo, de 250 millones de dólares, estaba acordado. Este hecho evidencia la influencia directa ejercida por el ejecutivo de Estados Unidos so­bre el Banco y los fines políticos que estaban detrás de esta intervención. En el mismo trabajo, la autora señala que en 1947 Estados Unidos intervino con éxito para impedir la concesión de préstamos a Polonia y a Checoslovaquia, porque en los gobiernos de dichos países había comunistas.14
   Desde el comienzo de sus actividades, la política del Banco Mundial estuvo deter­minada por el marco de la guerra fría y la orientación de Estados Unidos en este es­cenario.

EL PRESIDENTE DEL BANCO MUNDIAL HA SIDO SIEMPRE UN CIUDADANO ESTADOUNIDENSE PROPUESTO POR EL GOBIERNO  DE SU PAÍS

   Siempre, desde su origen hasta hoy, el presidente del Banco Mundial ha sido un ciudadano estadounidense propuesto por el gobierno. Los miembros del Consejo de Gobernadores se limitan a confirmar al candidato presentado por el gobierno de Es­tados Unidos. Es un privilegio que no figura en los estatutos del Banco. Aunque éstos lo permiten, en ningún momento, hasta ahora, un gobernador del Banco Mundial se aventuró —en todo caso, públicamente15— a proponer un candidato de otro país, o incluso estadounidense que no fuese el seleccionado por el gobierno.

EL DERECHO DE VETO DE ESTADOS UNIDOS EN EL BANCO MUNDIAL

   Desde el comienzo, Estados Unidos es el único país miembro que dispone de derecho de veto en el Banco Mundial
   Cuando se creó el Banco, Estados Unidos disponía del 35,07% de derechos de voto.16 Desde la última modificación de los derechos de voto, en el año 2002, dis­pone del 16,41%. En un principio, en 1947, año en el que el Banco comenzó su actividad, la mayoría requerida para modificar los estatutos era del 80% (en manos de por lo menos el 60% de los países miembros), lo que daba a Estados Unidos un derecho de veto. La oleada de países del Sur que se independizaban aumentaba el número de países miembros del grupo del Banco Mundial, diluyendo progresiva­mente el peso en votos de Estados Unidos. Pero tuvo la precaución de mantener su privilegio: en 1966, no tenía más que el 25,5% de derechos de voto, que aún era suficiente.
   Cuando, en 1987, esta posición ya no era sostenible, se modificó la definición de la mayoría cualificada a su favor, En efecto, aquel año, Japón17 negociaba con Estados Unidos un aumento significativo de sus derechos de voto, que lo colocaba en la se­gunda posición, delante de Alemania y el Reino Unido. Para conceder este aumento a su aliado, Estados Unidos aceptó una reducción de sus derechos de voto con la con­dición de que la mayoría requerida se llevara al 85%. De esta manera, a la vez que satisfacía el pedido de Japón, Estados Unidos mantenía su derecho de veto.
   Según Catherine Gwin, «Estados Unidos es también el miembro dominante en la dirección del Banco y no sólo porque es su principal accionista. Formalmente, la mayor parte de las decisiones del Banco, incluidas las que se refieren a los présta­mos y a la concesión de éstos, requieren una mayoría simple». Lo que significa que puede quedar en minoría. Pero la autora prosigue: «... sin embargo las decisiones a menudo se preparan entre Estados Unidos y la dirección del Banco, incluso antes de que lleguen al Consejo de Administración, o entre los miembros del Consejo antes de que sean llamados a votar. Por lo tanto, es el peso de su influencia más que el ejercicio de su voto lo que da a Estados Unidos un poder efectivo sobre la direc­ción».18

LA INFLUENCIA DE ESTADOS UNIDOS SOBRE EL BANCO EN CASOS CONCRETOS

   Veamos ahora los casos de cinco países que demuestran la influencia de Estados Unidos en las decisiones tomadas por el Banco. A tal efecto, nos basamos en los dos libros comanditados por el Banco Mundial para ilustrar su propia historia,19así como en sus informes anuales, que contrastamos con otras fuentes, en general crí­ticas con el Banco. La elección no fue fácil, dado que disponemos de una profusión de ejemplos. De hecho, según los libros mencionados, los casos en los que la opi­nión del gobierno de Estados Unidos no se impuso se cuentan con los dedos de una mano.

NICARAGUA Y GUATEMALA

    América Central es considerada por el gobierno de Estados Unidos como una parte de su zona de influencia exclusiva. La política seguida por el Banco Mundial en términos de préstamos a los países de la región ha estado directamente influen­ciada por las opciones políticas de Washington. El caso de Nicaragua y Guatemala en el curso de los años 50 es completamente claro. «Uno de los principales países prestatarios, desde el punto de vista del número de préstamos, era Nicaragua, un país de un millón de habitantes controlado por la familia Somoza.20 “Washington y los Somoza consideraban que su relación era mutuamente beneficiosa. Estados Unidos apoyaba a los Somoza y éstos apoyaban a Estados Unidos en las votaciones en las Naciones Unidas o en los organismos regionales. Somoza ofreció el territo­rio nicaragüense como base de entrenamiento y de partida de las fuerzas cubanas en el exilio que en 1961 participaron en el desastre de la Bahía de Cochinos.”21 En­tre 1951 y 1956, Nicaragua recibió nueve préstamos del Banco Mundial y otro en 1960. En 1953 se instaló una base militar estadounidense, desde la cual se lanzó la operación de la Central Intelligence Agency (CIA) que permitió la destitución del presidente Jacobo Arbenz, que había legalizado el Partido Comunista de Guate­mala y amenazaba con expropiar los haberes de la United Fruit Company. La pro­pia Guatemala, con un población tres veces superior a la de Nicaragua, y aunque había sido uno de los países que recibieron una misión de estudio del Banco (publi­cado en 1951), tuvo que esperar hasta 1955 para recibir su primer préstamo, des­pués de la caída de su régimen “comunista”.»22
   Después de la caída de los Somoza, en 1979, Estados Unidos intentó por diferen­tes medios políticos, económicos y militares desestabilizar y luego derribar el nue­vo gobierno sandinista. Esto llevó a Nicaragua a presentar un recurso contra Esta­dos Unidos ante el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, el cual en 1986 emitió un dictamen que condenaba a Estados Unidos por violación de las obliga­ciones impuestas por el derecho internacional, en particular la prohibición del empleo de la fuerza (art. 24 de la Carta de las Naciones Unidas) y de atentar con­tra la soberanía de otro Estado.23
   En cuanto a la actitud del Banco con respecto al régimen sandinista en los años 80 y la influencia ejercida sobre la institución por el gobierno de Estados Unidos, citemos aquí un párrafo del trabajo de Catherine Gwin: «La Nicaragua de los años 80 constituye un ejemplo más reciente que demuestra que la negativa del Banco a prestarle coincide claramente con la política de Estados Unidos. La razón invocada para suspender los préstamos era la acumulación de atrasos. Sin embargo, el go­bierno nicaragüense propuso formalmente, en 1984, una solución a este problema.»24 La autora detalla las propuestas concretas formuladas por Nicaragua y expli­ca cómo, aunque éstas eran procedentes, el Banco no hizo ningún esfuerzo para ayudar al régimen sandinista. Señala que esto contrasta con la flexibilidad mostrada por el Banco con respecto a otros regímenes, que eran aliados de Estados Unidos.

YUGOSLAVIA 

   Con el fin de reforzar la distancia tomada por el régimen del mariscal Tito con respecto a la Unión Soviética, el gobierno estadounidense instó al Banco a acordar un préstamo a Yugoslavia a finales de los años 40. Como se señala en la cita siguien­te, prefería que la ayuda a la Yugoslavia de Tito se hiciera a través del Banco Mun­dial, y no que se tramitara directamente como una ayuda bilateral, porque temía ser atacado en el Congreso por los numerosos representantes que se oponían a un apoyo a un régimen comunista:25 «El Banco prestó a Yugoslavia justo después de su ruptura con el bloque soviético, en 1948. George Kennan26 recomendó un apoyo discreto y no ostentoso por parte de Occidente, temiendo la reacción rusa y cons­ciente de que el Congreso no querría apoyar a un país comunista. El Banco Mun­dial era una vía adecuada para desempeñar tal papel, y una misión partió para Belgrado al año siguiente.»27 El presidente del Banco, Eugene R. Black, viajó para negociar personalmente con el mariscal Tito.

CHILE
   Tras la elección de Salvador Allende en 1969 y la instalación del gobierno de Unidad Popular, el Banco, bajo la presión de Washington, suspendió los présta­mos a Chile entre 1970 y 1973. El caso de Chile muestra que puede haber discre­pancias entre la opinión del Banco y la posición del gobierno de Estados Unidos, y que finalmente éste logra imponer su opinión. Aunque la dirección del Banco consideraba que Chile reunía las condiciones para concederle préstamos, el go­bierno estadounidense logró que no se acordara ninguno al gobierno de Salvador Allende. Catherine Gwin resume así este caso emblemático: «Estados Unidos pre­sionó al Banco para que no prestara al gobierno de Allende después de la naciona­lización de la minas de cobre chilenas. A pesar de la presión, el Banco envió una misión a Santiago (habiendo determinado que Chile adoptaba una actitud confor­me a las reglas del Banco, que preveían que para conceder un préstamo después de una nacionalización, los procedimientos para la indemnización estuvieran en cur­so). Robert McNamara se reunió enseguida con Allende para comunicarle que el Banco estaba dispuesto a conceder nuevos préstamos con la condición de que el go­bierno estuviera dispuesto a reformar la economía. Pero el Banco y el régimen de Allende no pudieron ponerse de acuerdo sobre los términos de un nuevo préstamo. Justo después del asesinato de Allende, en 1973, en un golpe de Estado que llevó al poder a la dictadura militar del general Pinochet, el Banco reanudó los prés­tamos y le otorgó un crédito a 15 años para el desarrollo de las minas de cobre. [...] La suspensión de los préstamos en 1970-1973 se menciona en el informe del Teso­ro del año 1982 como un ejemplo significativo del ejercicio fructífero de la in­fluencia de Estados Unidos sobre el Banco. Y aunque el Banco haya dado su principio de acuerdo para un nuevo préstamo en junio de 1973, las propuestas de préstamos no fueron tomadas en consideración por el comité de dirección has­ta después del golpe de Estado de septiembre, que llevó al general Pinochet al poder.»28
   Para completar la información, señalemos que en los archivos del Banco Mun­dial se encuentra un documento en el que el gobierno chileno, con ocasión de la reunión del Banco de septiembre de 1972, protesta por la suspensión de los prés­tamos e indica que unos proyectos elaborados habían sido presentados al Banco.29 Debido a la presión de Estados Unidos, el Banco no les dio trámite mientras Allen­de siguiera en el poder. Diversos documentos de trabajo internos del Banco tratan de manera crítica la política del Banco hacia el Chile de Allende y el de Pinochet (ver el capítulo siguiente).
   Unos diez años más tarde, mientras las atrocidades cometidas por el régimen de Pinochet provocaban vivas protestas en Estados Unidos, incluso en el seno del Congreso, el gobierno estadounidense solicitó al Banco que organizara una discu­sión sobre la concesión de un préstamo a Chile de tal manera que evitara la opo­sición del Congreso. Esta solicitud fue rechazada por el presidente del Banco, Barber Conable, en una nota dirigida a James Baker, vicesecretario del Tesoro, el 29 de octubre de 1986. Se puede suponer que la petición del gobierno no era más que una concesión de fachada dirigida a la opinión pública, de manera que apareciese sensible a las preocupaciones democráticas expresadas, sabiendo que en un repar­to bien lubricado de los papeles, el presidente del Banco mantendría el rumbo político preconizado por el gobierno. Todos salían ganando.

VIETNAM

   Desde 1960 hasta el fin de la guerra de Vietnam, en 1975, Estados Unidos pre­sionó al Banco para que, por medio de su rama AID, concediera regularmente préstamos al régimen aliado survietnamita. Tras el fin de la guerra y la derrota de Estados Unidos, el Banco Mundial envió dos misiones de estudio sucesivas, las que concluyeron que las autoridades vietnamitas, aunque no siguieran una polí­tica económica del todo satisfactoria, cumplían las condiciones para recibir prés­tamos concesionales. Shaid Husain, director de la misión del Banco, precisó que los resultados económicos de Vietnam no eran inferiores a los de Bangladesh o de Pakistán, países ayudados por el Banco.
   A pesar de esto, la dirección del Banco, bajo la presión de Estados Unidos, sus­pendió los préstamos a Vietnam, y su presidente, Robert McNamara, afirmó en el semanario Newsweek (20 de agosto de 1979) que la suspensión había sido determi­nada sobre la base del informe negativo de la misión. Una afirmación falsa, como destaca Catherin Gwin: «Las conclusiones de la misión, al contrario de lo que McNamara dijo públicamente en Newsweek, eran que no había fundamentos sóli­dos para cortar los préstamos a Vietnam.»30

CONCLUSIÓN SOBRE LOS CASOS CONCRETOS DE PAÍSES 

   La dirección del Banco Mundial justifica la concesión de préstamos con razones puramente económicas. Pero como hemos mostrado, en realidad la política de prés­tamos está determinada, sobre todo, por la intervención del gobierno estadouni­dense, basada principalmente en objetivos políticos.
   Esto no quiere decir que los objetivos económicos no tengan importancia, sino que están subordinados o son complementarios a decisiones políticas y estratégicas. Catherine Gwin, que defiende el balance globalmente positivo de la influencia de Estados Unidos sobre el Banco, desde el punto de vista de estadounidense, hace un análisis riguroso, que no oculta los aspectos contradictorios de la política, tanto del Banco como de Estados Unidos. En este sentido, el párrafo siguiente adquiere un relieve particularmente interesante: «Sin duda, no es imperativo cuestionar la eva­luación que hizo el Banco sobre la situación económica del Chile de Allende, de Vietnam o de la Nicaragua de los sandinistas, pero también es interesante destacar que unos juicios tan negativos se podrían haber emitido con respecto a la Nicara­gua de los Somoza, a las Filipinas de Marcos o al Zaire de Mobutu, regímenes que eran aliados importantes de Estados Unidos en el marco de la guerra fría.»31

LA INFLUENCIA DE ESTADOS UNIDOS EN MATERIA DE PRÉSTAMOS SECTORIALES

   A partir de los años 70, el gobierno estadounidense aplicó sistemáticamente su influencia para tratar de convencer al Banco de que no concediera préstamos des­tinados a apoyar la producción de mercaderías que competirían con las producidas en Estados Unidos. Fue así como se opuso con regularidad a la producción de acei­te de palma,32 de cítricos y de azúcar. Estados Unidos logró que el Banco redujera drásticamente en 1987 los préstamos acordados a la industria siderúrgica de la In­dia y de Pakistán. En 1985, se opuso con éxito a un proyecto de inversión de la Sociedad Financiera Internacional (SFI-grupo BM) a la siderurgia brasileña, y más tarde a otro préstamo del Banco para ayudar a la reestructuración del sector side­rúrgico de México. Así mismo, en los años 80 amenazó con emplear su derecho de veto con un préstamo para la siderurgia china. También bloqueó un préstamo de la SFI a una compañía minera para la extracción de mineral de hierro en Brasil. Y lo mismo hizo con una inversión de la SFI en la industria del cobre en Chile.
   Estados Unidos también ejerció activamente su influencia sobre el Banco en su política con respecto al sector petrolero El gobierno estadounidense está de acuer­do en los préstamos para favorecer las perforaciones pero no para su refinado. Esto no necesita comentarios.

CONVERGENCIAS DE ESTADOS UNIDOS CON OTRA POTENCIA (EN ESTE CASO EL REINO UNIDOS)

   Muchas veces, los intereses de Estados Unidos han coincidido con los de otras potencias, entonces la actitud adoptada por el Banco fue el resultado de conciertos estrechos entre Estados Unidos, la o las otras potencias concernidas y el Banco. Dos ejemplos: uno, la actitud del Banco con respecto al proyecto de construcción de la represa de Asuán bajo el régimen de Gamal Abdel Nasser en Egipto, y el otro, la que adoptó con Iraq después de la ocupación de su territorio por las tropas de Es­tados Unidos, el Reino Unido y sus aliados, a partir de marzo de 2003.

EL PROYECTO DE LA REPRESA DE ASUÁN EN EGIPTO

   El proyecto de construcción de la represa de Asuán en el Nilo es anterior al acce­so al poder del coronel Nasser, en 1952, pero en el curso de ese año tomó forma definitiva. En enero de 1953 el ministro de Finanzas egipcio escribió al presidente del Banco Mundial, Eugene Black, proponiéndole la cofinanciación de ese gigan­tesco proyecto. Aunque la realización de esa obra de infraestructura se ajustaba a las prioridades del Banco, su dirección era reticente a comprometerse plenamente, dado que el Reino Unido, en ese momento la segunda potencia en derechos de voto en el seno del consejo de gobernadores del Banco, consideraba que el régimen de los militares progresistas era una amenaza para sus intereses estratégicos. En efec­to, los militares egipcios en el poder cuestionaban la ocupación del canal de Suez por las tropas británicas. El presidente Eugene Black se desplazó personalmente a Egipto para discutir el proyecto, el Banco envió ingenieros, etc. El proyecto pre­veía una represa con una capacidad de 130.000 millones de metros cúbicos, cua­tro veces mayor que la de los mayores embalses artificiales existentes. La magnitud de la obra ofrecía enormes perspectivas a las empresas constructoras interna­cionales.
   Las negociaciones entre Egipto y el Reino Unido para la retirada de las tropas bri­tánicas condujeron a un acuerdo, lo cual redujo las reticencias de Londres y las pre­siones que ejercía sobre la dirección del Banco para que no financiara el proyecto. Entonces los gobiernos estadounidenses y británicos dieron luz verde a la dirección del Banco para iniciar las negociaciones, pero fijaron restricciones, dividiendo la realiza­ción del proyecto en dos fases. Se garantizaba la financiación de la primera fase, mien­tras que la de la segunda dependía de la evolución política de las autoridades egipcias. Por supuesto, esto no estaba explicitado en los acuerdos, pero fue así como lo inter­pretó el gobierno egipcio. Los egipcios querían comenzar los trabajos en julio de 1957, lo que implicaba que el contrato se firmara en julio de 1956. En consecuencia, solici­taron al Banco que confirmara lo más pronto posible el acuerdo de financiación.
   En diciembre de 1955, la reunión de los directores ejecutivos del Banco dio luz verde a Eugene Black para que avanzara en las negociaciones con los egipcios, sobre la base de las condiciones definidas por los gobiernos estadounidense y británico. Los egipcios recibieron con frialdad las condiciones del Banco. En el ínterin, las autoridades británicas se enteraron de que los egipcios habían firmado un acuerdo comercial con la Unión Soviética con el objetivo de intercambiar algodón por ar­mas.33 Los historiadores Masón y Asher comentan la entrada en escena de la Unión Soviética de la manera siguiente: «Estas maniobras habían aumentado el deseo de las potencias occidentales de estar asociadas a la represa.»34 Eugene Black, antes de via­jar a Egipto para sellar el acuerdo con los egipcios, se puso en contacto con el gobierno de Estados Unidos, el cual dio su beneplácito. De camino para El Cairo, también se reunió con el primer ministro británico en Londres. Después de diez días de negociaciones en El Cairo, aún quedaba un punto fundamental de desa­cuerdo: los egipcios no aceptaban las condiciones fijadas por Estados Unidos y el Reino Unido. A su regreso a Washington, Eugene Black propuso continuar la nego­ciación, pues quería llegar a un acuerdo. En cambio, del lado de Washington y, so­bre todo, de Londres crecían las reticencias debido a la orientación nacionalista árabe del régimen egipcio. La oposición de los británicos aumentó aún más cuan­do el rey de Jordania despidió, el Io de marzo de 1956, a todo el mando británico de la región. Black se encontraba cada vez más aislado, pero los gobiernos le permi­tían proseguir la negociación, dando a entender que se podría llegar a un acuerdo, aunque según la opinión de los historiadores del Banco, la decisión de rechazo ya estaba tomada.
   A principios de julio de 1956, gracias a su voluntad de negociación, Black logró que el primer ministro egipcio, Nasser, declarara que aceptaba las condiciones fija­das por las potencias occidentales. De todos modos, cuando el embajador egipcio hizo saber oficialmente, el 19 de julio de 1956, que Egipto daba su acuerdo, el gobierno de Estados Unidos respondió que, dadas las circunstancias presentes, había decidido no participar en la financiación de la represa de Asuán. El 20 de julio, el Parlamento británico fue informado de que el gobierno se retiraba del proyecto. Masón y Asher precisan que el Departamento de Estado había comunicado al Ban­co su decisión de retirarse del proyecto sólo aproximadamente una hora antes de la comunicación oficial al embajador egipcio. Agregan que en dicho comunicado Estados Unidos se escudaba en un informe negativo del Banco basado en razones económicas. Mientras la versión impresa del texto ya circulaba por las cancillerías, el presidente del Banco logró que el gobierno estadounidense retirara este argu­mento del texto entregado a la prensa.
   Volviendo a las consecuencias políticas fundamentales, recurramos de nuevo a la opinión de Masón y Asher: «La continuación dramática es conocida. El 26 de julio de 1956, el primer ministro Nasser anunció que el gobierno nacionalizaba la Compañía del Canal de Suez y asumía el control de las operaciones de ésta. El 29 de octubre, después de una serie de incidentes fronterizos, las tropas israelíes inva­dieron Egipto, y el 2 de diciembre comenzó la acción militar francobritánica con el supuesto objetivo de proteger la zona del canal, pero en realidad, para muchos observadores, para derrocar al primer ministro Nasser.»35
   El caso de la represa de Asuán muestra cómo el gobierno de Estados Unidos pue­de unir sus esfuerzos a los de otro gobierno para ejercer una influencia sobre el Ban­co Mundial cuando sus intereses coinciden. Muestra así mismo que Estados Uni­dos puede escudarse detrás de un supuesto rechazo del Banco para oponerse a un proyecto, atribuyéndole al mismo tiempo la culpa del fracaso.
   En un número limitado de casos, el gobierno de Estados Unidos permitió que otras potencias sacaran ventaja de su poder de influencia sobre el Banco. Esto ha pasado cuando sus intereses estratégicos no estaban directamente en juego. Así fue cómo Francia pudo usar su influencia en el Banco para que éste adoptara una política con­forme a los intereses «franceses», por ejemplo en lo concerniente a Costa de Marfil.





LA OCUPACIÓN Y LA RECONSTRUCCIÓN DE IRAQ

   La intervención militar de marzo de 2003 contra el Iraq de Sadam Husein, segui­da de la ocupación de su territorio, se llevó a cabo sin el acuerdo de la ONU y con­tra la opinión de varias potencias, entre ellas Francia, Alemania, Rusia y China. Estados Unidos, a la cabeza de la coalición que lanzó el ataque gozó del apoyo acti­vo de los otros tres miembros del G7 (el Reino Unido, Japón e Italia) y de algunas potencias menores, como España y Australia.
   Desde el mes de abril de 2003, Estados Unidos tomó la iniciativa de negociar en el G8 y en el seno del Club de París una reducción substancial de las deudas contraídas por el régimen de Sadam Husein. La cuestión era aliviar el peso de esta deu­da a fin de que el nuevo Iraq, ahora un aliado, estuviera en condiciones de contraer nuevas deudas y de pagarlas. Como complemento a esta gestión, que hemos anali­zado en otra obra,36 el gobierno estadounidense presionó al Banco Mundial y al FMI con el fin de que ambas instituciones prestaran a las nuevas autoridades ira­quíes, que se encontraban directamente bajo su control por medio del administra­dor civil de Iraq, el estadounidense Paul Bremer. A través de diversas declaraciones, entre finales de los meses de marzo y de mayo de 2003, se ve claramente que tanto el presidente del Banco Mundial como el director del FMI eran muy reticentes. Las condiciones previas a la concesión de préstamos no se reunían. ¿Cuáles eran los pro­blemas?

     Io) La legitimidad de las autoridades iraquíes no estaba reconocida, pues­to que carecían de soberanía, dado el papel que desempeñaban Paul Bremer y las autoridades de ocupación.
    2o) En principio, el Banco Mundial y el FMI respetan la siguiente regla: no conceder nuevos préstamos a un país que está en cesación de pagos de su deuda soberana. La presión ejercida por Estados Unidos, tanto sobre el Banco y el FMI como sobre las potencias opuestas a la guerra, levantó progresivamente los obstá­culos en la medida en que el Consejo de Seguridad de la ONU, en su reunión del 22 de mayo de 2003, otorgó a Estados Unidos y a sus aliados la gestión del petró­leo iraquí y levantó el embargo contra Iraq. El Consejo de Seguridad no reconoce la guerra pero reconoce la ocupación. Estados Unidos y sus aliados han logrado que el Banco Mundial y el FMI participaran activamente en la conferencia de donantes para la reconstrucción de Iraq realizada en Madrid el 23 de octubre de 2003.

   El caso de Iraq muestra que Estados Unidos puede establecer una alianza para determinar la orientación del Banco y del FMI, a pesar de las reticencias de sus principales dirigentes, James Wolfensohn y Horst Kólher.37 En octubre de 2004, Estados Unidos consiguió que los países miembros del Club de París (del que forma parte) anularan en tres tramos38 el 80% de los 38.900 millones de dólares que re­clamaban a Iraq.39
 
DISCREPANCIAS ENTRE LA DIRECCIÓN DEL BANCO Y ESTADOS UNIDOS

   A comienzos de los años 70 surgieron divergencias entre el gobierno de Estados Unidos y la dirección del Banco. Esto provenía del hecho de que McNamara, presi­dente del Banco desde 1968, estaba directamente en sintonía con el partido demócrata: había entrado en la política gracias al presidente John F. Kennedy, quien lo llamó a su lado como consejero en 1961; continuó su carrera política con otro presidente demócrata, Lyndon B. Johnson (como secretario de Estado de Defensa), cuya administración lo hizo designar presidente del Banco a partir de 1968. En 1969 la situación cambió con el acceso a la presidencia del republicano Richard Nixon, pero el mandato de McNamara siguió vigente. En el curso del año 1971, hu­bo escaramuzas entre la administración Nixon y la dirección del Banco. Por ejem­plo, el gobierno ordenó al director ejecutivo representante de Estados Unidos que votara contra un préstamo que el Banco había decidido acordar a Guyana. En 1972, la cuestión era renovar el mandato de McNamara (un mandato dura cinco años) o reemplazarlo. Los republicanos estaban en principio de acuerdo en la de­signación de uno de sus correligionarios, pero finalmente el ejecutivo confirmó a McNamara, sin mucho entusiasmo.
   Durante su segundo mandato las tensiones fueron en aumento. El gobierno se opuso a una iniciativa en la cual McNamara estaba muy comprometido: había ne­gociado con los países miembros de la OPEP la constitución de un nuevo fondo de financiación del desarrollo alimentado con los petrodólares. El gobierno, que que­ría romper el cartel constituido por la OPEP, abortó la iniciativa. En el curso de este episodio de tensión, fue el secretario de Estado Henry Kissinger quien llevó la ofen­siva contra McNamara. Como alternativa a la creación de un fondo especial ali­mentado por la OPEP, Kissinger proponía aumentar los fondos disponibles para la Sociedad Financiera Internacional y el Banco Mundial.40
   Las relaciones entre McNamara y el gobierno mejoraron de nuevo sensiblemente con el acceso a la presidencia de la Casa Blanca de otro demócrata, Jimmy Cárter. A tal punto que McNamara fue invitado a participar en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional para discutir el aumento de los medios financieros de la AID.
   El final del mandato de McNamara fue bastante agitado a causa de la llegada a la presidencia en enero de 1981 de otro republicano, Ronald Reagan. Este y los repu­blicanos habían hecho campaña a favor de un cambio radical en la política exterior de Estados Unidos, con consecuencias inmediatas para el Banco Mundial. Reagan proponía una fuerte reducción de la ayuda multilateral, y en consecuencia el apor­te de Estados Unidos a la AID, en beneficio de la ayuda bilateral, con un fuerte aumento en particular de la asistencia militar.
   La propuesta de ley que presentó en enero de 1981 David Stockman, director de la Oficina de Gestión y Presupuesto (Office of Management and Budget) es signifi­cativa del estado de ánimo del campo de Reagan. Su sanción habría significado un recorte de las contribuciones de Estados Unidos a la AID y a las Naciones Unidas, y un aumento de los gastos de asistencia militar. David Stockman resumió en 1986 de la siguiente manera el sentido de su propuesta, presentada conjuntamente con el parlamentario Phil Gramm en el Congreso en enero de 1981: «El plan de presupuesto presentado por Gramm y Stockman proponía fuertes reducciones en la ayu­da económica externa sobre una base de principios puramente ideológicos. Gramm y yo creíamos que los órganos de la ayuda internacional y del supuesto desarrollo del Tercer Mundo estaban infestados de errores socialistas. La burocracia de la ayu­da internacional conducía los países del Tercer Mundo al atolladero de la ineficacia autoimpuesta, enterrándolos bajo montañas de deudas que jamás estarían con con­diciones de pagar.»41
   La situación mejoró netamente con la designación de un nuevo presidente del Banco. El gobierno eligió a Alden W. Clausen, hasta entonces presidente del Bank of America. Entró en funciones el Io de julio de 1981. Muchos neoliberales du­ros hicieron su entrada en el staff del Banco, entre ellos Anne Krueger, designada el 10 de mayo de 1982 economista jefe y vicepresidenta del Banco Mundial. Leyendo, más adelante, la carta del presidente Reagan al líder republicano del Con­greso, se tendrá la prueba del cambio de actitud favorable del poder ejecutivo con el Banco.

LA INFLUENCIA DE ESTADOS UNIDOS VISTA POR EL PODER EJECUTIVO

   Un informe del Tesoro de Estados Unidos que data de 1982 se congratula de la preeminencia estadounidense en el seno de las instituciones financieras multilate­rales: «Si la estructura y la misión del Banco Mundial están tan estrechamente vin­culadas al mercado, es esencialmente gracias a la influencia de Estados Unidos [...] Somos nosotros igualmente quienes hemos hecho de él una entidad estructurada que funciona con votación cualificada, dirigida por un consejo de alto nivel favo­rable a Estados Unidos y administrada por un personal competente. En tanto que miembro fundador y accionista principal del Banco, Estados Unidos goza del dere­cho único de disponer de un sitio permanente en el CA del Banco [...] Otros socios importantes —dirección, donantes y beneficiarios de primer orden— han recono­cido que Estados Unidos tiene un peso preponderante ante los Bancos (de desarrollo multilateral). La experiencia les ha enseñado que nosotros disponemos de palancas financieras y políticas capaces de modificar los objetivos políticos de los bancos y que estamos preparados para usarlas.»42 Según Walden Bello, en otra parte de este docu­mento del Tesoro se puntualiza que «Estados Unidos ha podido imponer su punto de vista en doce de los catorce casos que han provocado debates en el seno del Banco —ya se tratara de bloquear el estatuto de observador acordado a la OLP, o bien de poner término a las ayudas acordadas por el Banco a Vietnam y a Afganistán».43

   Una parte de otro informe del Tesoro fechado en el mismo año está también dedicado al Banco Mundial y a los otros bancos de desarrollo: «En conjunto, las políticas y los programas del Banco Mundial han coincidido con los intereses de Estados Unidos. Esto es particularmente cierto en lo que respecta a la elección de los países ayudados y en materia de problemas políticos sensibles. El carácter interna­cional del Banco, su estructura empresarial, la fuerza de su equipo de gestión y la estructura del reparto de votos en el seno del Banco han asegurado una amplia coincidencia entre sus políticas y prácticas y los objetivos políticos y económicos a largo término de Estados Unidos.»44 En otra parte del mismo informe se lee: «Pro­moviendo el desarrollo político y social en el Tercer Mundo, alentando unas polí­ticas económicas orientadas al mercado y preservando una reputación de imparcia­lidad y de competencia, los bancos multilaterales de desarrollo alientan a los PED a participar con más fuerza en un sistema internacional basado en la liberalización del comercio y los flujos de capitales. [...] Esto representa unas oportunidades cre­cientes para las exportaciones, las inversiones y las finanzas de Estados Unidos.»45

   En una carta del presidente Ronald Reagan a Robert Michel, líder republicano en la Cámara de Representantes pidiéndole que apoye el aumento del capital del Banco Mundial en 1988, se encuentra una lista muy útil de países con ingresos medios que constituyen los aliados estratégicos de Estados Unidos y que son apo­yados por el Banco. He aquí un fragmento de dicha carta: «El Banco dedica la gran mayoría de sus medios al sostén de proyectos de inversión específicos en los PED de ingresos medios, Son principalmente países (como Filipinas, Egipto, Pakistán, Turquía, Marruecos, Túnez, México, Argentina, Indonesia y Brasil) que tienen im­portancia estratégica y económica para Estados Unidos.»46




LOS BENEFICIOS FINANCIEROS QUE OBTIENE ESTADOS UNIDOS DE LA EXISTENCIA DEL BANCO MUNDIAL Y DE SU INFLUENCIA SOBRE EL MUNDO

   Catherine Gwin47 hace un cálculo de lo que el Banco y sus actividades han aporta­do a Estados Unidos entre 1947 y 1992. Hay que distinguir en primer lugar dos aportes: primero, los ingresos percibidos por los ciudadanos estadounidenses que poseen bonos emitidos por el Banco (según ella, esto representaba unos 20.200 mi­llones de dólares en el período mencionado); segundo, los gastos de funcionamiento del Banco en el territorio de Estados Unidos (que representaban unos 11.000 mi­llones de dólares en el mismo período). Después, prosigue, hay que tener en cuenta sobre todo el efecto de palanca de la inversión de Estados Unidos en el Banco Mun­dial y en la AID. Desde la creación del Banco Mundial, Estados Unidos habría hecho, en suma, un gasto mínimo: 1.850 millones de dólares, mientras que el Banco Mun­dial concedió préstamos por un monto total de 218.200 millones de dólares (más que centuplicado). Estos préstamos han generado importantes pedidos para las empresas estadounidenses. La autora no proporciona ninguna cifra sobre el monto de los pe­didos (lo que en la jerga del Banco se denomina el flow-back). En el caso de la AID, Estados Unidos desembolsó una suma más importante: 18.000 millones de dólares para financiar los préstamos de la AID, que se elevan a 71.000 millones.

LA INFLUENCIA DEL MUNDO DE LOS NEGOCIOS Y DEL GRAN CAPITAL DE ESTADOS UNIDOS SOBRE EL BANCO MUNDIAL

   El hecho de que el Banco Mundial se procure, desde el principio de su existen­cia, lo esencial de sus medios financieros emitiendo títulos, lo mantiene en relación permanente y privilegiada con los grandes organismos financieros privados de Es­tados Unidos. Estos se encuentran entre los principales compradores de estos títulos y ejercen sobre el Banco una influencia considerable.
   El vínculo existente entre el medio de los negocios, el gran capital de Estados Unidos y el Banco Mundial también se percibe, de inmediato, si uno se detiene a mirar las carreras de los diez ciudadanos estadounidenses que se han sucedido al frente del Banco hasta nuestros días.
   Eugene Meyer, el primer presidente, se mantuvo sólo ocho meses. Ex banquero y editor de The Washington Post. El segundo, John J. McCloy, un importante abo­gado de negocios de Wall Street, que fue designado a continuación comisario jefe de los aliados en Alemania y luego chairman del Chase Manhattan Bank. El terce­ro, Eugene R. Black, era vicepresidente del Chase Manhattan Bank y posteriormen­te fue consejero especial del presidente Lyndon B. Johnson. El cuarto, George D. Woods, también banquero, era presidente de First Boston Corporation. Robert S. McNamara había sido presidente-director general de Ford Motor Company, y des­pués secretario de Estado de Defensa con John F. Kennedy y Lyndon Johnson. Su sucesor, Alden W. Clause, era presidente del Bank of America (uno de los princi­pales bancos de Estados Unidos, muy involucrado en la crisis de la deuda del Tercer Mundo) al que se reintegró cuando dejó el cargo. En 1986 lo sucedió Barber Conable, ex miembro republicano del Congreso. Lewis T. Preston asumió la presiden­cia en 1991, había sido presidente del comité ejecutivo del banco J. P. Morgan. James D. Wolfensohn, presidente en 1995, era banquero en Nueva York, en Salomon Brothers. Al acabar su presidencia, en mayo de 2005, ingresó en la dirección del Citibank-Citigroup, el principal grupo bancario del Mundo. Paul Wolfowitz era subsecretario de Estado de Defensa cuando asumió su cargo como décimo pre­sidente del Banco Mundial en mayo de 2005.
   En resumen, por lo general, se estableció un lazo estrecho entre el poder político estadounidense, el mundo de los negocios (se puede decir, el núcleo duro de la clase capitalista estadounidense) y la presidencia del Banco Mundial.


LOS DIEZ PRESIDENTES DEL BANCO MUNDIAL



Nombre
Duración del mandato
Currículum
Meyer
Junio de 1946- diciembre de 1946
Banquero de negocios en Wall Street, editor de The Washington Post
McCloy
Marzo de 1947- junio de 1949
Directivo del Chase National Bank (luego Chase Manhattan)
Black
Julio de 1949-diciembre de 1962
Vicepresidente del Chase Manhattan Bank
Woods
Julio de 1963-marzo de 1968
Presidente del First Boston
                                                                                              
-- -           -             
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    —-r
McNamara
Abril de 1968-junio de 1981
Directivo de Ford, luego secretario de Estado de Defensa
                                              
                                                                                                                                                                                                                                          
                                                                                               — —
Clausen
Julio de 1981-mayo de 1986
Presidente del Bank of America
Conable
Julio de 1986-agosto de 1991
Miembro del Congreso y de la


Comisión bancaria del Congreso
Preston
Septiembre de 1991-mayo de 1995
Presidente de J.P. Morgan and Co.
Wolfensohn
Junio de 1995- mayo de 2005
Banco H. Schroder, luego Banco Salomon Brothers, a continuación presidente de James Wolfensohn Inc.
Wolfowitz
Mayo de 2005
Subsecretario de Estado de Defensa



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CAPÍTULO 6

EL APOYO DEL BANCO MUNDIAL Y DEL FMI A LAS DICTADURAS


   Después de la segunda guerra mundial, en un número creciente de países del Tercer Mundo las políticas aplicadas volvían la espalda a las viejas potencias colo­niales. Esta orientación se encontró con la firme oposición de los gobiernos de los grandes países capitalistas industrializados, que ejercían y ejercen una influen­cia decisiva sobre el Banco Mundial y el FMI. Los proyectos del Banco tenían un fuerte contenido político: se debía poner un dique al desarrollo de movimientos que cuestionasen la dominación ejercida por las grandes potencias capitalistas. La prohibición de tener en cuenta las consideraciones «políticas» y «no económicas» en las operaciones del Banco, una de las más importantes condiciones de sus esta­tutos, ha sido sistemáticamente soslayada. La parcialidad política de las institu­ciones de Bretton Woods ha quedado demostrada por el apoyo financiero brin­dado a dictaduras, en particular las que han asolado a Chile, Brasil, Nicaragua, Congo-Kinshasa y Rumania.

VIENTOS DE FRONDA ANTICOLONIAL Y ANTIIMPERIALISTA EN EL TERCER MUNDO

   Después de 1955, el espíritu de la Conferencia de Bandung1 (Indonesia) sobre­volaba gran parte del planeta. Era la continuación de la derrota francesa en In­dochina (1954) y precedía la nacionalización del canal de Suez por Nasser (1956). Luego vendrían la revolución cubana (1959) y la argelina (1954-1962), el relanza­miento de la lucha de emancipación de Vietnam. En un parte creciente del Tercer Mundo, las políticas aplicadas volvían la espalda a las antiguas potencias colonia­les. Se notaba una tendencia a la sustitución de importaciones y al desarrollo de políticas volcadas al mercado interno. Esta orientación encontró la firme oposición de los gobiernos de los grandes países capitalistas industrializados, que tenían y tie­nen una influencia decisiva sobre el Banco Mundial y el FMI. Irrumpió una ola de regímenes nacionalistas burgueses que seguían políticas populares (Nasser en Egip­to, Nehru en la India, Perón en Argentina, Goulart en Brasil, Sukarno en Indo­nesia, Nkrumah en Ghana, etc.) y de gobiernos con orientación explícitamente socialista (Cuba, China popular).
   En este marco, los proyectos del Banco Mundial tenían un fuerte contenido político: poner un dique al desarrollo de movimientos que cuestionasen la dominación ejercida por las grandes potencias capitalistas.

PODER DE INTERVENCIÓN DEL BANCO MUNDIAL EN LAS ECONOMÍAS NACIONALES

   Desde los años 50, el Banco tejió una red de influencias que le sería de gran uti­lidad más tarde. Uno de sus objetivos fue promover la demanda de sus servicios en el Tercer Mundo. La influencia que tenía en ese momento provenía en gran parte de las redes de agencias que había establecido en los Estados que se constituirían en sus clientes y, al mismo tiempo, sus deudores. El Banco llevó a cabo una verdade­ra política de influencias para mantener su red de préstamos.
   A partir de la década de 1950, uno de los primeros objetivos del Banco fue la «construcción de instituciones», que con frecuencia adoptó la forma de creación de agencias paragubernamentales dentro del país cliente.2 Estas agencias se fundaron de tal manera que fuesen financieramente independientes de sus gobiernos y estu­vieran fuera del control de las instituciones políticas locales, en especial de los par­lamentos nacionales. Constituyeron enlaces naturales del Banco, al que le debían mucho, comenzando por su existencia, y en ciertos casos su financiación.
   La creación de tales agencias ha sido una de las estrategias más importantes del Banco Mundial para insertarse en las políticas económicas de los países del Tercer Mundo.
   Operando según sus propias reglas (con frecuencia elaboradas siguiendo las suge­rencias del Banco), plenas de tecnócratas simpatizantes puestos y apoyados por el Banco, estas agencias sirven para crear una fuente estable y digna de confianza para aquello que el Banco necesita: propuestas de préstamos «viables». Proporcionan también al Banco unas bases de poder paralelo mediante las cuales éste ha sido ca­paz de transformar las economías nacionales, y de hecho, sociedades enteras, sin los procedimientos que requieren debate y control democrático.
   El Banco fundó en 1956, con un importante apoyo financiero de la Fundación Ford y de la Fundación Rockefeller, el Instituto de Desarrollo Económico (Economic Development Institute), que ofrece estadías de formación de seis meses a delega­dos oficiales de los países miembros. «Entre 1956 y 1971, más de 1.300 delegados oficiales pasaron el Instituto, y cierto número de ellos ya habían alcanzado la posi­ción de primer ministro, o de ministro de Planificación o de Finanzas.»3
   Las implicaciones de esta política son inquietantes: el estudio del International Legal Center (ILC) de Nueva York de la actividad del Banco en Colombia entre 1949 y 1972 concluye que las agencias autónomas establecidas por el Banco han tenido un impacto profundo sobre la estructura política y sobre la evolución social de la región entera, debilitando «el sistema de partidos políticos y minimi­zando las funciones de los poderes legislativo y judicial».
   Podemos considerar que, desde los años 60, el Banco estableció unos mecanismos únicos y novedosos con vistas a una intervención continua en los asuntos internos de los países deudores. Pero el Banco niega rotundamente que tales intervenciones sean políticas: al contrario, insiste en el hecho de que su política no tiene nada que ver con las estructuras de poder y que los asuntos políticos y económicos son cues­tiones independientes.

LA POLÍTICA DE PRÉSTAMOS DEL BANCO MUNDIAL ESTÁ INFLUENCIADA POR CONSIDERACIONES POLÍTICAS Y GEOESTRATÉGICAS

   El artículo IV sección 10 estipula: «El Banco y sus responsables no interferirán en las cuestiones políticas de ningún miembro y les está prohibido dejarse influenciar en sus decisiones por el carácter político del miembro o miembros concernidos. Sólo las consideraciones económicas pueden influir sobre sus decisiones y estas con­sideraciones serán consideradas sin prejuicios, a fin de alcanzar los objetivos [fija­dos por el Banco] estipulados en el artículo I.»
   A pesar de esto, la interdicción de tener en cuenta consideraciones «políticas» y «no económicas» en las operaciones del Banco, una de las condiciones más im­portantes de sus estatutos, es burlada sistemáticamente. Y ello desde el inicio de su existencia. Como se ha mencionado en el capítulo precedente, el Banco se negó a prestar a Francia, después de la liberación, mientras hubiera comunistas en su go­bierno (pocos días después de la salida de éstos del gobierno, en mayo de 1947, el préstamo solicitado y bloqueado fue concedido).
   El Banco actúa reiteradamente contraviniendo el artículo IV de sus estatutos. En efecto, con regularidad toma decisiones en función de consideraciones políticas. La calidad de las políticas económicas seguidas no es el factor determinante de sus decisiones. El Banco presta con frecuencia dinero a las autoridades de un país a pesar de la mala calidad de su política económica y de un alto nivel de corrupción: Indonesia y el Zaire son dos casos paradigmáticos. Precisamente, las opciones del Banco relacionadas con países que constituyen un factor político importante, en opinión de sus principales accionistas, en general están vinculadas a los intereses y la orientación de éstos, comenzando por Estados Unidos.
   Las decisiones del Banco y de su gemelo, el FMI, desde 1947 hasta el desmoro­namiento del bloque soviético,4 han estado determinadas principalmente por los siguientes criterios:
    - evitar que se mantengan modelos autocentrados;
    - apoyar financieramente grandes proyectos (Banco Mundial) o políticas que per­mitan aumentar las exportaciones de los principales países industrializados (FMI);
    - negar la ayuda a regímenes considerados una amenaza por el gobierno de Es­tados Unidos y de otros accionistas importantes;
    - tratar de modificar la política de ciertos gobiernos de los países llamados socia­listas, a fin de debilitar la cohesión del bloque soviético. Con ese objetivo se dio ayuda económica a Yugoslavia, que se había retirado del bloque dominado por Moscú en 1948, y a Rumania a partir de los años 70, cuando Ceausescu manifesta­ba sus veleidades de alejamiento del Comecón y del Pacto de Varsovia;
    - apoyar a aliados estratégicos del bloque capitalista occidental, de Estados Uni­dos en particular (por ejemplo, Indonesia desde 1965 hasta el presente; el Zaire de Mobutu, de 1965 a 1997; las Filipinas de Marcos, el Brasil de la dictadura desde 1964; la Nicaragua de Somoza; la Sudáfrica del apartheid);
    - intentar impedir o limitar, en la medida de lo posible, un acercamiento de los gobiernos de los PED al bloque soviético o a China: por ejemplo, tratar de que la India y la Indonesia de los tiempos de Sukarno se alejaran de la URSS;
   - tratar, a partir de 1980, de integrar a China en el juego de alianzas de Estados Unidos.

   Para seguir esta política, el Banco Mundial y el FMI aplican un táctica generali­zada: son más flexibles con un gobierno de derecha (menos exigentes en términos de austeridad antipopular) si éste se enfrenta a una fuerte oposición de izquierda que con un gobierno de izquierda enfrentado a una fuerte oposición de derecha. Concretamente, esto significa que estas instituciones le harán la vida difícil a un gobierno de izquierda acosado por una oposición de derecha, para debilitarlo y favorecer el acceso de la derecha al poder. Siguiendo la misma lógica, serán menos exigentes con un gobierno de derecha acosado por una oposición de izquierda a fin de evitar el acceso al poder de ésta. La ortodoxia monetaria es de geometría varia­ble: las variaciones dependen de factores políticos y geoestratégicos.
   Algunos casos concretos —Chile, Brasil, Nicaragua, Zaire y Rumania— ilustran lo que acabamos de adelantar: se trata, a la vez, de decisiones del Banco y del FMI porque éstas están determinadas grosso modo por las mismas consideraciones y sometidas a las mismas influencias.
   El FMI y el Banco Mundial —y otros poderes capitalistas— no vacilan en apo­yar a una dictadura cuando lo consideran oportuno. Los autores del Informe mun­dial sobre el desarrollo humano realizado por el PNUD (edición de 1994) lo dicen con toda claridad: «De hecho, la ayuda suministrada por Estados Unidos durante los años 80 es inversamente proporcional al respeto de los derechos humanos. Los donantes multilaterales tampoco parecen estar preocupados por tales consideracio­nes. Parecen, en efecto, preferir los regímenes autoritarios, ya que consideran sin pes­tañear que éstos favorecen la estabilidad política y están en mejores condiciones de gestionar la economía. Cuando Bangladesh y Filipinas pusieron fin a la ley marcial, su proporción en el conjunto de los préstamos del Banco Mundial disminuyó.»5


LA PARCIALIDAD POLÍTICA DE LAS INSTITUCIONES FINANCIERAS INTERNACIONALES (IFI):
ejemplos de apoyo financiero a las dictaduras


Apoyo a la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile



Fuente: Banco Mundial, CD-Rom GDF. 2001


   Durante el gobierno, democráticamente electo, de Salvador Allende (1970-1973), Chile no recibió préstamos del Banco, pero con el gobierno de Pinochet, tras el golpe militar de 1973, el país se tornó de repente creíble. Sin embargo, ningún diri­gente del Banco ni del FMI ignoraba el carácter profundamente autoritario y dic­tatorial, en una palabra criminal, del régimen pinochetista. El lazo entre la política de préstamos y el marco geopolítico es aquí evidente. Uno de los principales cola­boradores de Robert McNamara, Mahbub ul Haq, redactó en 1976, en un memo­rándum, una nota muy crítica con el título «Los errores del Banco Mundial en Chile»6 intentando que el Banco modificara su orientación. En ella se puede leer: «Nosotros nos equivocamos al no apoyar los objetivos fundamentales del régimen de Allende, ya sea en nuestros informes o bien de forma pública.» Pero Robert McNamara decidió ignorarlo.7 Mahub ul Haq trató, sin éxito, de convencer a la dirección del Banco de que suspendiera los préstamos a Pinochet porque éste esta­ba «en vías de restaurar una sociedad económicamente elitista e inestable». Añadía que la política de Pinochet «ha agravado la desigualdad de la distribución de ingre­sos del país».8

Apoyo a la junta militar de Brasil que derrocó al presidente Joao Goulart




Fuente: Banco Mundial, CD-Rom GDF. 2001

   El régimen democrático del presidente Joáo Goulart fue derrocado por los mili­tares en abril de 1964. Los préstamos del Banco y del FMI, que habían sido sus­pendidos durante tres años, se reiniciaron poco después.9
   Hagamos un resumen sucinto de los acontecimientos: en 1958, el presidente bra­sileño Kubitschek tuvo que entablar negociaciones con el FMI para recibir un prés­tamo de Estados Unidos de 300 millones de dólares. Finalmente, Kubitschek re­chazó las condiciones impuestas por el FMI y prescindió del préstamo. Esto le valió una gran popularidad.
   Su sucesor, Joáo Goulart anunció que pondría en práctica una reforma agraria ra­dical y que iba a proceder a la nacionalización de las refinerías de petróleo: los mili­tares lo derribaron. Al día siguiente del golpe, Estados Unidos reconoció al régimen militar. Poco después, el Banco y el FMI reanudaron la política de préstamos sus­pendida. Por su parte, los militares abolieron las medidas económicas criticadas por Estados Unidos y el FMI. Destaquemos que las instituciones financieras internacio­nales consideraron que el régimen militar tomaba sanas medidas económicas (souni economic measures),10 aunque el PIB había bajado un 7% en 1965 y miles de empre­sas habían quebrado. El régimen organizó una fuerte represión, prohibió las huelgas, provocó una fuerte caída del salario real, suprimió las elecciones por sufragio directo, decretó la disolución de los sindicatos y recurrió con regularidad a la tortura.
   Desde su primer viaje, realizado en mayo de 1968, Robert McNamara se despla­zó con regularidad a Brasil, donde no dejó de entrevistarse con el gobierno de los militares. Los informes públicos del Banco elogiaban sistemáticamente la política de la dictadura en lo concerniente a la reducción de la desigualdad.11 Sin embargo, en privado las discusiones podían llegar a ser agrias. Cuando el subdirector del departamento de Proyectos, Bernard Chadenet, declaró que la imagen del Banco se degradaría a consecuencia del apoyo que brindaba al régimen represivo brasileño, Robert McNamara reconoció que había una represión muy fuerte («a tremendous amount of repression»). Pero agregó: «no es necesariamente muy diferente de lo que ocurría bajo los gobiernos anteriores y esto no parece mucho peor que en otros paí­ses miembros del Banco. ¿Es que Brasil es peor que Tailandia?»12 Unos días más tarde, McNarama insistía: «No parece que haya una posibilidad de alternativa via­ble al gobierno de los generales.»13 El Banco Mundial comprendía muy bien que las desigualdades no disminuían y que sus préstamos a la agricultura reforzaban a los grandes propietarios. De todos modos, decidió continuar prestando porque lo que quería absolutamente era mantener su influencia sobre el gobierno. Empero, en este nivel tuvo un fracaso patente: los militares demostraron una profunda descon­fianza ante la voluntad del Banco de aumentar su presencia. Por último, a finales de los años 70, aprovecharon la profusión de préstamos de bancos privados inter­nacionales concedidos a un tipo de interés inferior al del Banco Mundial.

Después de haber apoyado la dictadura de Anastasio Somoza, el Banco Mundial puso fin a los préstamos tras la elección del sandinista Daniel Ortega a la presidencia de Nicaragua


Fuente: Banco Mundial, CD-Rom GDF. 2001

   El clan de los Somoza se mantuvo en el poder en Nicaragua desde los años 30, gracias a la intervención militar de Estados Unidos; sin embargo, el 19 de junio de 1979 un poderoso movimiento popular triunfó sobre la dictadura y provocó la huida del dictador Anastasio Somoza.
   Los Somoza, detestados por el pueblo, habían acaparado una parte muy gran­de de las riquezas del país y favorecieron la implantación de grandes empresas extranjeras, sobre todo estadounidenses. Su dictadura se benefició de numerosos préstamos del Banco Mundial.
   Tras el derrocamiento, ocupó el gobierno una alianza de la oposición demo­crática tradicional (dirigida por jefes de empresa) y los revolucionarios sandinistas. Éstos no ocultaban ni su simpatía por Cuba ni su disposición a emprender ciertas reformas (reforma agraria, nacionalización de algunas empresas extranje­ras, confiscación de tierras pertenecientes al clan Somoza, programas de alfabe­tización...).
   Washington, que había apoyado a Somoza hasta el último momento, conside­raba que este nuevo gobierno constituía una amenaza de contagio comunista en América Central. Sin embargo, Cárter, presidente en el momento de la caída de la dictadura, no adoptó en ese momento ninguna actitud agresiva. Pero las cosas cambiaron en cuanto Ronald Reagan llegó a la Casa Blanca. En 1981 anunció su decisión de desalojar a los sandinistas; apoyó financiera y militarmente una rebelión encabezada por ex miembros de la guardia nacional («contrarrevolu­cionarios» o «contras»). E incluso la aviación estadounidense minó varios puer­tos nicaragüenses.
   Ante esta hostilidad, la política del gobierno, de mayoría sandinista, se radica­lizó. En las elecciones de 1984, desarrolladas de manera democrática por prime­ra vez en medio siglo, Daniel Ortega fue elegido presidente con el 67% de los votos. Al año siguiente, Estados Unidos decretó un embargo comercial contra Nicaragua, que aisló al país de los inversores extranjeros.
   Por su parte, el Banco Mundial cortó los préstamos a partir de la elección de Daniel Ortega. Como se ha señalado en el capítulo precedente, los sandinistas entonces intentaron activamente convencer al Banco Mundial de reanudar los préstamos.14 Incluso estaban dispuestos a aplicar un plan de ajuste estructural draconiano.
   Pero el Banco resolvió no continuar y sólo los reanudó después de la derrota de los sandinistas en las elecciones de febrero de 1990, que dieron la victoria a Violeta Barrios de Chamorro, candidata conservadora, apoyada por Estados Unidos.

Apoyo a la dictadura de Mobutu


Fuente: Banco Mundial, CD-Rom GDF. 2001

   Ya en 1962, un informe del secretario general de las Naciones Unidas denuncia­ba que Mobutu había desviado varios millones de dólares destinados a financiar las tropas. En 1982, un apoderado del FMI, Erwin Blumentahl, banquero alemán, ex responsable del departamento de Asuntos Exteriores del Bundesbank, presentó un informe lapidario sobre la gestión del Zaire de Mobutu. Advertía a los acreedores extranjeros que no esperaran ser reembolsados mientras Mobutu siguiera en el poder.
   Entre 1965 y 1981, el gobierno del Zaire obtuvo préstamos en el exterior de unos 5.000 millones de dólares y entre 1976 y 1981, su deuda externa fue reestructura­da cuatro veces en el Club de París, por un monto de 2.250 millones de dólares.
   A pesar de la pésima gestión económica y el desvío sistemático por Mobutu de una parte de los préstamos, el Banco Mundial y el FMI no suspendieron la ayuda al régimen dictatorial. Es sorprendente comprobar cómo aumentaron los desem­bolsos efectuados por el Banco después del envío del informe Blumentahl.15 (Tam­bién los del FMI, pero éstos no figuran en el gráfico). Es evidente que las decisio­nes del Banco Mundial y del FMI no están determinadas principalmente por el criterio de la buena gestión económica. El régimen de Mobutu era un aliado estra­tégico de Estados Unidos y de otras potencias con influencia en el seno de las instituciones de Bretton Woods (por ejemplo, Francia y Bélgica) mientras durara la guerra fría. A partir de 1989-1991, con la caída del muro de Berlín, seguida más tarde por la implosión de la Unión Soviética, el régimen de Mobutu perdió interés. Tanto más cuando en muchos países de África (entre ellos el Zaire) se desarro­llaban conferencias nacionales que priorizaban la reivindicación democrática. Los préstamos del Banco comenzaron a disminuir hasta cesar por completo a mediados de los años 90.

Apoyo del Banco a la dictadura de Ceaucescu en Rumania


Fuente: Banco Mundial, CD-Rom GDF. 2001

   En 1947 Rumanía se integró en el bloque soviético y en 1972 fue el primer país del bloque que se aproximó al Banco.
   Ceaucescu era desde 1947 secretario general del Partido Comunista en el poder; sin embargo, en 1980 criticó la intervención soviética en Checoslovaquia y las tro­pas rumanas no intervinieron junto a las del Pacto de Varsovia. Este distanciamiento de Moscú decidió a Washington, mediante el Banco Mundial, a considerar la posibilidad de estrechar las relaciones con el régimen rumano.
   El Banco emprendió en 1973 la negociación con Bucarest del inicio de una po­lítica de préstamos, que muy pronto adquirió un volumen apreciable. En 1980, Rumanía alcanzó el octavo lugar en importancia de la lista de prestatarios del Banco. Uno de los historiadores del Banco, Aart van de Laar, narra una anécdo­ta significativa que se remonta a 1973. Asistía, a principios de dicho año, a una reunión de la dirección del Banco que tenía en su agenda el1 inicio de la conce­sión de préstamos a Rumanía. Ante la incredulidad de ciertos dirigentes que cri­ticaban la falta de un informe detallado sobre el país, McNamara habría declarado que él tenía una gran confianza en la moralidad financiera de los países socialistas en cuanto al reembolso de la deuda. Ante lo cual uno de los vicepresi­dentes del Banco, presente en la reunión, habría respondido «puede ser que el Chi­le de Allende no sea aún suficientemente socialista».16 Robert McNamara se habría quedado helado.
   La decisión del Banco no se basaba en criterios económicos convincentes. En efecto, en primer lugar, mientras que el Banco se había negado regularmente a pres­tar a un país que no hubiera saldado antiguas deudas soberanas, comenzaba a pres­tar a Rumania sin que el país hubiera llegado a poner fin a un litigio sobre viejas deudas. En segundo lugar, lo esencial de los intercambios económicos de Rumania se realizaban dentro del Comecon, en divisas no convertibles, ¿cómo podría reem­bolsar los préstamos en divisas fuertes? En fin, Rumania se negó de entrada a pro­porcionar los informes económicos requeridos por el Banco. Por consiguiente, es evidente que fueron consideraciones políticas las que decidieron al Banco a enta­blar relaciones estrechas con Ceauscescu. La cuestión era desestabilizar a la URSS y al bloque soviético en el marco de la guerra fría manteniendo estas relaciones con Rumania. La falta de democracia interna y la represión policial sistemática no pare­cían pesar mucho en el Banco, en este caso como en otros.
   Por el contrario, Rumania se convirtió en uno de los mayores clientes del Banco, con el que se financiaban grandes proyectos (minas de carbón a cielo abierto, centrales eléctricas térmicas) cuyos efectos negativos en términos de contaminación son fácilmente deducibles. Para la explotación de las minas de carbón a cielo abier­to las autoridades rumanas desplazaron poblaciones que hasta entonces se habían dedicado a la agricultura. En otro ámbito, el Banco apoyó la política de planifica­ción de nacimientos, que buscaba el aumento de la natalidad.
   En 1982, cuando estalló la crisis de la deuda a escala internacional, el régimen rumano decidió imponer a la población un tratamiento de choque. Redujo drásti­camente las importaciones a fin de obtener un superávit de divisas para reembolsar la deuda externa a marchas forzadas. Las consecuencias fueron terribles para la po­blación, pero, como dicen los historiadores del libro encomendado por el Banco para conmemorar su medio siglo de existencia, «en cierto sentido, Rumania era un deudor “modelo”, al menos desde el punto de vista de los acreedores».17

CONCLUSIÓN

   Al contrario de lo que dice la sección 10 del artículo IV de los estatutos del Banco Mundial, éste y el FMI prestaron sistemáticamente a los Estados a fin de influen­ciar sus políticas. Los ejemplos recogidos en este estudio muestran cómo los inte­reses políticos y estratégicos de las grandes potencias apoyaron y ayudaron financieramente regímenes cuya política económica no respondía a los criterios oficiales de las instituciones financieras internacionales (IFI), y que incluso no respetaban los derechos humanos. Por lo demás, regímenes que se consideraban hostiles a los inte­reses de las grandes potencias fueron privados de los préstamos, con el pretexto de que estos gobiernos no respetaban los criterios económicos definidos por las IFI.
   No hay que pensar que esta política de las instituciones de Bretton Woods ha sido abandonada con el fin de la guerra fría; continúa aplicándose hasta nuestros días: préstamos a la Rusia de Boris Yeltsin, a la Indonesia de Mohamed Suharto hasta su caída, en 1998, al Chad de Idriss Déby, a la China popular, a Iraq ocupado…


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CAPÍTULO 7

EL BANCO MUNDIAL Y FILIPINAS

   La independencia de Filipinas, concedida por Estados Unidos en 1946, abrió un período de prosperidad para el país. Debido a razones geoestratégicas, después de la segunda guerra mundial Washington permitió al gobierno filipino seguir una política que prohibía en otras partes.
   Filipinas pudo así permitirse aplicar medidas independientes, favorables al desarrollo de su economía. Esta situación acabó incomodando a Estados Unidos. Los conservadores, con mayoría en el Congreso filipino desde las elecciones de 1959, con el apoyo del FMI y del Banco Mundial impusieron a partir de 1962 unas políticas muy diferentes, que provocaron la hemorragia de capitales, sobre- endeudamiento, devaluación y pérdida de ingresos para la población. En este panorama de crisis, Ferdinand Marcos proclamó en 1972 la ley marcial. El Banco Mundial aplaudió al dictador, que aplicaba una política acorde con los deseos de Washington. La corrupción masiva alimentó el descontento que finalmente pro­vocó la caída de Marcos en 1986. Fue sustituido por Corazón Aquino, dirigente de la oposición democrática pero íntimamente relacionada con los grandes pro­pietarios de plantaciones. Aquino aplicó una política económica neoliberal in­transigente, siguiendo la mejor tradición del Banco Mundial, decepcionando profundamente al pueblo.

   Estados Unidos tomó el control de Filipinas en 1898, después de su victoria mili­ar en la guerra con España. Durante la segunda guerra mundial el archipiélago fue ocupado por Japón. Washington concedió la independencia a Filipinas en 1946, pero le  impuso ciertas condiciones: tipo de cambio fijo entre el peso filipino y el dólar a fin de proteger a las empresas estadounidenses de los efectos de una devaluación, acuerdo de libre comercio, etc. Al principio, estas medidas no causaron mayores problemas porque Estados Unidos proporcionó muchos dólares a las islas, especialmente por la vía de una fuerte presencia militar.
   Pero a partir de 1949, el flujo de dólares se cortó. El gobierno filipino aplicó en­tonces un severo control de cambios a fin de evitar la hemorragia de divisas. Se prohibió a las empresas privadas pedir préstamos al exterior. Tanto el gobierno de Estados Unidos como el FMI toleraron estas medidas para preservar las buenas relaciones con su aliado. La introducción del control de cambios, de los movimien­tos de capitales y de las importaciones abrió un período de vacas gordas para la eco­nomía filipina con un desarrollo de la industrialización del país. Esto duró once años, hasta el momento en que Estados Unidos, el FMI y el Banco Mundial logra­ron el abandono de las medidas de control en 1962.1
   En el curso de los años 50, el sector manufacturero tuvo un crecimiento anual del 10 al 12%, la inflación no superó el 2% anual, el país acumuló reservas de divisas y la deuda externa fue muy baja. Pero esto no hizo la felicidad de todos: las empre­sas estadounidenses y otras se quejaban de tener que reinvertir sus beneficios en la economía del país. En efecto, los capitalistas exportadores, filipinos o extranjeros, tenían que depositar sus ingresos por exportaciones en dólares en el Banco Central, que les entregaba pesos a un cambio desfavorable. Esto significó para el Estado unos ingresos importantes. El gobierno filipino, basándose en su éxito, exigió en 1954 a Estados Unidos que modificara las reglas del juego impuestas en 1946 con la independencia. Washington aceptó, consolidando así la posición de las autori­dades filipinas.
   Por supuesto, no hay que idealizar el éxito filipino: la sociedad, marcada por pro­fundas desigualdades, siguió siendo capitalista, con una industrialización basada en el montaje. De todos modos, comparado con lo que llegó después de 1962, no se puede dejar de pensar que la situación de los años 50 era promisoria. Precisamente fue esto lo que provocó la ofensiva conjunta de Estados Unidos, el FMI y el Banco Mundial, aliados a los sectores más conservadores de la clase dominante filipina, para forzar el abandono de la experiencia.
   Los conservadores, con mayoría en el Congreso filipino después de las elecciones de 1959, impusieron en 1962 el abandono del control de los movimientos de capi­tales. El FMI y el gobierno estadounidense aplaudieron y acordaron de inmediato un préstamo de 300 millones de dólares.
   Eliminar ese control desencadenó una hemorragia de capitales hacia el exterior que fue yugulada a golpes de préstamos externos. La deuda externa se multiplicó por siete entre 1962 y 1969: pasó de 275 millones a 1.880 millones de dólares.
   Los exportadores filipinos de productos agrícolas y de materias primas así como las multinacionales exultaban, pues sus beneficios crecieron como la espuma. En contrapartida, el sector manufacturero, que trabajaba para el mercado interno, de­cayó con rapidez. El 1970 el peso sufrió una fuerte devaluación. Los salarios y los ingresos de los pequeños productores se hundieron.
   Fue en este panorama de crisis de las políticas impulsadas por Estados Unidos, el FMI, el Banco Mundial y los conservadores filipinos que Ferdinand Marcos instau­ró, en 1972, una dictadura cuyo fin último era la consolidación por la fuerza dé la política neoliberal.
   Un año más tarde, al otro lado del Pacífico, Augusto Pinochet tomaba el poder en Chile con los mismos objetivos, los mismos amos y los mismos apoyos.

EL PAPEL DEL BANCO MUNDIAL

   Los primeros préstamos del Banco Mundial a Filipinas se remontan al año 1958, pero hasta la llegada de Robert McNamara a la presidencia del Banco, en 1968, no alcanzaron un volumen importante. McNamara consideraba que Filipinas, donde había bases militares estadounidenses, así como Indonesia y Turquía, representaban un papel estratégico tal que había que conseguir a cualquier precio que se refor­zaran los lazos con el Banco. Prestar dinero a un país es un medio de presión. Los historiadores del Banco no dudaron en escribir: «McNamara y su equipo habían estado preocupados por las reformas política hechas por el Parlamento filipino. Los filipinos representaron un caso en el que la ley marcial provocó un gran volumen de préstamos. En 1972, Marcos hizo a un lado el Parlamento y comenzó a gober­nar por decretos presidenciales. McNamara y los funcionarios del Banco saludaron el cambio.»2
   Una de las primeras acciones cometidas por Marcos después de haber implanta­do la dictadura consistió en suprimir el límite de endeudamiento público que el Parlamento había aprobado en 1970. La reglamentación derogada fijaba el margen de endeudamiento del gobierno en mil millones de dólares, con un límite anual de 250 millones. Marcos hizo saltar el cerrojo, lo que causó el entusiasmo del Banco Mundial.3 McNamara anunció entonces que el Banco estaba dispuesto a duplicar, por lo menos, las sumas prestadas.4 Era muy tarde para aumentar los préstamos de 1973, con gran pesar de McNamara. ¡Que por eso no quede! El Banco redobló su empeño y en 1974 multiplicó por 5,5 el monto de 1973 (165 millones en vez de 30 millones).5
   El Banco y el FMI estaban a tal punto públicamente detrás de la dictadura que organizaron su asamblea anual de 1976 en Manila. Aquel año, Bernard Bell, vice­presidente del Banco para Asia del Este y el Pacífico, declaró: «El riesgo corrido al prestar a Filipinas es inferior al que se corrió con Malasia o Corea.»6 Notemos tam­bién que el Banco, en colaboración con las Fundaciones Ford y Rockfeller, instaló en Filipinas uno de los tres centros de investigación de la revolución verde.
   Sin embargo, Marcos no aplicó estrictamente la política económica que quería el Banco. El Banco Mundial estaba decepcionado porque mantenía excelentes relacio­nes con el dictador y los universitarios que lo rodeaban, algunos de los cuales, más tarde, llegarían a ser funcionarios del Banco, como Gerardo Sicat, ministro de Pla­nificación y luego presidente del Philippines National Bank, el banco más impor­tante del país.
   El Banco Mundial no manifestó ningún desacuerdo con la política represiva del régimen. En cambio, se inquietaba por la lentitud de la aplicación de las reformas estructurales tendientes a reemplazar lo que quedaba del modelo de industrializa­ción por sustitución de importaciones por el modelo de promoción de la exporta­ción, que propugnaba. Para tener más influencia sobre el gobierno filipino, decidió acordar dos importantes préstamos de ajuste estructural, en 1981 y en 1983, con el fin principal de promover las exportaciones. Sabía perfectamente que estos prés­tamos irían a parar en gran parte a las cuentas bancarias de Marcos y de sus gene­rales, pero consideraba que de hecho era un soborno necesario que había que pagar a los dirigentes políticos para que aceleraran la contrarreforma neoliberal.
   Entretanto, en 1981 estalló en Filipinas una crisis bancaria a consecuencia de un gran escándalo de corrupción que alcanzaba a la vez a los capitalistas y al aparato del Estado. Poco a poco la crisis se extendió a todo el sistema financiero filipino y los dos bancos públicos más importantes estuvieron al borde de la quiebra. La cri­sis se extendió de 1981 a 1983-1984, exacerbada por la crisis internacional déla deuda externa que estalló en 1982. Los bancos privados extranjeros cortaron todo crédito a Filipinas. Fue un fracaso patente del Banco Mundial y sus buenos amigos Ferdinand Marcos, Gerardo Sicat y el primer ministro, César Virata.
   El descontento popular creció abruptamente y sectores importantes de la clase dominante entraron en conflicto con el régimen de Marcos. Esto se acentuó con el asesinato de un miembro de la oligarquía terrateniente opuesta a Marcos, el sena­dor Benigno Aquino, abatido en el aeropuerto de Manila, en agosto de 1983, al re­greso de su exilio en Estados Unidos.
   A pesar del aumento de la oposición a Marcos, el Banco Mundial decidió man­tener su apoyo al dictador. Derogando lo que el mismo Banco había planificado, decidió multiplicar sus préstamos; 600 millones de dólares en 1983, o sea, más del doble que el año anterior (251 millones dólares en 1982). Los historiadores del Banco dicen que actuó lealmente con un viejo amigo.7
   La movilizaciones populares se radicalizaron. Entonces, con la ayuda de Estados Unidos, representado en Manila por Paul Wolfowitz8, quien, sin embargo, acom­pañó al régimen hasta el final, el sector opositor de la clase dominante y del ejérci­to se desembarazaron de Ferdinand Marcos y lo enviaron al exilio.9 Corazón Aqui­no, líder de la oposición burguesa y terrateniente, viuda de Benigno Aquino, asu­mió la dirección del gobierno en 1986.
   El Banco Mundial dudaba en ese momento sobre la conducta que debía seguir. El vicepresidente para Asia del Este y el Pacífico, Attila Karaosmanoglu (ver el capí­tulo 8), escribió una nota interna que no era nada entusiasta sobre el nuevo régi­men democrático: «Pensamos que el proceso de decisión será más complicado que en el pasado, debido a la naturaleza más colegiada del nuevo equipo, del papel re­forzado del legislativo y de las tendencias populistas del nuevo gobierno.»10
   Finalmente, el Banco Mundial, el FMI y Estados Unidos consideraron que había que poner al mal tiempo buena cara y apostar por la presidenta Aquino, ya que se comprometía a mantener su país en el buen camino e incluso profundizar la agen­da neoliberal. En 1987 el Banco Mundial prestó 300 millones de dólares y 200 mi­llones más en 1988: era cuestión de lubricar los engranajes de la privatización de las empresas públicas. Entre 1989 y 1992, el Banco prestó a Filipinas 1.324 millo­nes de dólares para proseguir el ajuste estructural. Estados Unidos amenazó con bloquear esos préstamos si se ponía en marcha el proyecto de cierre de las bases mi­litares estadounidenses en su territorio.
   En lo concerniente a la reforma agraria, tomada como bandera por el poderoso movimiento popular que había provocado la caída de Ferdinand Marcos, que se había reforzado en 1987, Corazón Aquino eligió el bando de la oligarquía terrate­niente, de donde ella provenía. Entre 1986 y 1990, el Estado apenas afectó 122 hectáreas.11
   En definitiva, el gobierno de Corazón Aquino sobrepasó a Marcos en términos de aplicación del abanico de medidas neoliberales, con gran satisfacción del Banco Mundial.

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CAPÍTULO 8

EL APOYO DEL BANCO MUNDIAL A LA DICTADURA EN TURQUÍA


   La estrategia del Banco Mundial recuerda claramente la que aplicó con respec­to a la dictadura de Ferdinand Marcos en Filipinas en 1972 y a la de Augusto Pinochet en Chile en 1973. De nuevo las razones geopolíticas fueron determinan­tes: a caballo entre Europa y Asia, Turquía es un peón fundamental en el tablero del Cercano Oriente y de Oriente Medio. Por lo tanto, había que asegurarse su sumisión a los intereses de Washington favoreciendo un régimen autoritario y aportándole un apoyo entusiasta. A esta tarea se aplicó el Banco Mundial promo­viendo, con los militares en el poder, un programa económico neoliberal que abría de par en par las puertas a las inversiones de las sociedades multinacionales mientras reprimía a los sindicatos y a los partidos de extrema izquierda. Esta política consolidó el papel de Turquía como cabeza de puente de Estados Unidos a la hora de un nuevo reparto histórico.

   El Banco Mundial comenzó mal con Turquía en los años 50. Su apoderado, el holandés Pieter Lieftinck, fue expulsado por las autoridades de Ankara debido a un intervencionismo excesivo.
    La importancia geoestratégica de Turquía, país dilecto de Estados Unidos, llevó al Banco, bajo la presidencia de McNamara, a multiplicar los gestos para mejorar las relaciones. Unos meses después de haber asumido el cargo, en julio de 1968, vi­sitó Turquía. Conocía bien el país, aliado militar de Estados Unidos. Siendo secre­tario de Defensa hasta 1967, mantuvo relaciones estrechas con las autoridades de Ankara. Para no repetir la experiencia de Lieftinck, el Banco Mundial se esforzó en los años 70 en no demostrar interés en inmiscuirse en los asuntos internos.1 Al final de la década, el Banco comenzó a aumentar progresivamente la presión sobre el : gobierno turco, en particular en 1978, cuando el nacionalista de izquierda Bülen Ecevit fue designado primer ministro. Se esforzó especialmente en obtener un fuer­te aumento de las tarifas eléctricas.
   El golpe de Estado de los militares de septiembre de 1980, que instauró una dictadura hasta mayo de 1983, satisfizo al Banco, pues los militares dieron su acuerdo jira mantener el plan radicalmente neoliberal que había tramado con Süleyman Demirel2 y Turgut Ózal3.
   Este último había sido nombrado subsecretario de Estado encargado de la coordi­nación de la economía por el primer ministro de la época, Süleyman Demirel. Fue este dúo el que lanzó el programa económico neoliberal, en enero de 1980. Pero su aplicación se hizo difícil por la agitación sindical, el sentimiento de inseguridad debido a los enfrentamientos entre estudiantes de izquierda y de derecha, las manio­bras del partido islamista que negociaba duramente en el Parlamento su apoyo al gobierno minoritario de Süleyman Demirel... y por la sed de poder de los militares, que desestabilizaban el gobierno en secreto con el apoyo de los estadounidenses. Sin embargo, el régimen militar, que disolvió el Parlamento y encarceló a Süleyman Demirel en septiembre de 1980, accedió a nombrar a Turgut Ozal ministro encar­gado de la economía con plenos poderes. Este pudo así gestionar sin trabas el pro­grama neoliberal durante dos años, hasta el crash financiero que lo desalojó.
   El Banco Mundial apoyó con entusiasmo la política de los militares y de Turgut Ózal, pues le permitía «el aumento de los incentivos a las exportaciones; la mejora de la gestión de la deuda externa; [...] la eliminación del déficit presupuestario; [...] la reducción del nivel de la inversión pública».4
   Los historiadores del Banco Mundial escribieron: «El programa turco se transfor­mó en un prototipo para los préstamos de ajuste estructural.»5
Todo esto fue facilitado por varios factores:
   - 1 La relación estrecha entre políticos turcos y altos funcionarios turcos del Banco Mundial. Aparte de los nombres ya citados, se ha de mencionar a Attila Karaosmanoglu6 y Muñir Benjek7, los hombres del Banco por excelencia8.
   - 2 En 1977, Turquía, muy endeudada, entró en crisis y, a diferencia de otros países endeudados, recibió una importante ayuda de las potencias occidentales (Es­tados Unidos, Alemania), del Banco Mundial y del FMI para que no se hundiera.

   El giro neoliberal de Turquía no fue fácil, pues la Constitución heredada de prin­cipios de los años 60 establecía que el país debía seguir una política de industriali­zación por sustitución de importaciones, y que para ello se aplicaría un fuerte pro­teccionismo y una fuerte inversión pública.
   El golpe de Estado militar de septiembre de 1980 gozó así de toda la simpatía del Banco Mundial. Es probable que McNamara haya estado al corriente de los prepa­rativos del golpe de Estado, pues tenía estrechas relaciones con el presidente Cárter.
   El ejemplo de Turquía muestra otra vez que la política del Banco Mundial está determinada por intereses geoestratégicos, en particular los de Estados Unidos.
   Los historiadores del Banco Mundial no lo ocultan: «Personalmente, como hom­bre de Estado global, McNamara no estaba ciego ante la importancia geopolítica de Turquía.»10 Frente al peligro que representaba la revolución iraní de 1979, que se enfrentó a la política estadounidense, había que asegurar la estabilidad de Turquía avoreciendo un régimen autoritario y apoyándolo.11 El golpe de Estado turco se preparó con la ayuda de Estados Unidos.
   En el vecino Iraq, el golpe de Estado de Sadam Husein de 1979 contra el régi­men pro soviético presenta esta misma convergencia de intereses estratégicos. Des­pués, en 1980, Husein sirvió directamente los intereses estadounidenses y de las po­tencias de Europa occidental lanzando la guerra contra Irán.
   De esto, los historiadores del Banco no dicen nada, pero señalan con claridad, volviendo a Turquía: «El Banco tuvo dificultades para atribuir a los militares turcos motivaciones bienintencionadas y evitar mostrar disgusto por sus intervenciones. Los comentarios formales del Banco, sobre el hecho de que el golpe de Estado de 1980 no cambiaría en nada sus intenciones de préstamos, fueron extremadamente corteses.»12
   Cuando los militares devolvieron el poder a los civiles, Turgut Ozal y el Partido de La Madre Patria asumieron la dirección del gobierno.
   En los años siguientes, Turquía recibió cinco préstamos de ajuste estructural (has­ta 1985). En 1988, el Banco Mundial escribía: «Entre los clientes del Banco, Tur­quía representa uno de los éxitos más espectaculares.»13
   Esta manifestación de autosatisfacción merece un comentario. Si nos atenemos a uno de los objetivos más importantes pregonados por el Banco, la reducción de la inflación, podemos afirmar que no tenía de qué enorgullecerse: la tasa de inflación anual antes del ajuste estructural, a finales de los años 70, oscilaba entre el 40 y el 50%: bajo la dictadura militar, que puso en marcha el ajuste estructural, la infla­ción fue del 46% en el período 1980-1983; del 44% en 1984-1988; del 60% en 1989. En la década siguiente, oscilaba alrededor del 70% de media, con picos que llegaron hasta el 140%
   En resumen, el objetivo de reducción de la inflación fue un fracaso absoluto. Lo mismo con la deuda pública interna, que se disparó, y con la deuda externa, que prosiguió su crecimiento.
   Ahora, si consideramos la agenda oculta del Banco, ésta sí, efectivamente, podía cantar victoria en el curso de los años 80:
   - 1 Turquía permaneció en el campo de los sólidos aliados de las potencias occidentales;
   -  2  abandonó el modelo de industrialización por sustitución de importa­ciones, que implicaba un alto grado de proteccionismo y de inversión pública;
   - 3 adoptó un modelo volcado a la exportación, aumentando su competitividad, reduciendo los salarios reales y devaluando su moneda en proporciones considerables;
   - 4  gracias a la dictadura, reprimió con dureza el movimiento sindical y la iz­quierda, fuera reformista o revolucionaria.

   Efectivamente, entre fines de 1979 y 1994, el valor del dólar frente a la libra turca se multiplicó por 900; el proceso comenzó en 1980 con una devaluación del 30%. En el curso de los años 70, los salarios reales habían tenido un fuerte aumento por el auge del movimiento sindical y la conquista por la extrema izquierda de un lugar político muy importante entre la juventud y la clase obrera. El golpe militar de 1980 permitió la prohibición de los sindicatos y las huelgas, una reducción radical de los salarios y una explosión de los beneficios.
   El país se convirtió en un paraíso para las inversiones de las transnacionales. Turgut Ozal fue recompensado y elegido presidente de Turquía, de 1989 a 1993.
   El Banco Mundial apoyó con firmeza al régimen militar y al que lo sucedió, pres­tándoles cerca de mil millones de dólares por año.
   En 1991, Turquía prestó sus servicios a Estados Unidos y sus aliados en la prime­ra guerra del Golfo, y como recompensa se benefició de las reparaciones pagadas por un Iraq derrotado.
   Podemos afirmar que la estrategia del Banco Mundial en Turquía recuerda con mucha claridad la que se empleó con la dictadura de Ferdinand Marcos en Filipi­nas, a partir de 1972, y con la de Augusto Pinochet en Chile, a partir de 1973.
   Agreguemos que en 1999-2001, Turquía pasó por una situación de crisis finan­ciera extrema, comparable a la de Argentina. Aquí también la geoestrategia desem­peñó su papel: el FMI abandonó a Argentina en diciembre de 2001 negando al pre­sidente De la Rúa un nuevo préstamo, mientras que, al mismo tiempo, proseguía su política de préstamos a Turquía, a fin de evitar los disturbios sociales y la desesta­bilización de un peón clave en el tablero del Próximo Oriente y de Oriente Medio.
   Pero, como en todos lados, la ayuda del FMI y del BM aumenta la deuda de los países que se «benefician» de ella, y los ciudadanos turcos tienen todo el derecho de negarse, hoy o mañana, a seguir pagando a las instituciones de Bretton Woods. La deuda contraída con el FMI y el Banco Mundial es perfectamente odiosa.

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CAPÍTULO 9

EL BANCO EN INDONESIA: UNA INTERVENCIÓN EMBLEMÁTICA


   La política del Banco Mundial respecto a Indonesia es emblemática en muchos aspectos. Combina la ingerencia en los asuntos internos de un país, el apoyo a un régimen dictatorial culpable de crímenes contra la humanidad, el apoyo a un go­bierno responsable de la agresión a un país vecino (anexión de Timor Oriental en 1975) con el desarrollo de grandes proyectos que implicaron a la vez desplaza­mientos masivos de poblaciones, depredación de los recursos naturales en bene­ficio de las transnacionales y la agresión contra los pueblos nativos. En 1997, Indonesia sufrió de lleno la crisis del Sureste asiático, en el curso de la cual los remedios del Banco Mundial y del FMI agravaron las dificultades económicas y provocaron desastres sociales. Con ocasión del drama del tsunami, el Banco no mostró otra cara. Los acreedores mantuvieron la presión para que Indone­sia pagara la deuda e impusieron una dosis suplementaria de ajuste neoliberal.
   En 1947, el Banco Mundial concedió un préstamo de 195 millones de dólares a los Países Bajos. Este era el segundo préstamo de la historia del Banco Mundial. Dos semanas antes de concesión del crédito, los Países Bajos habían lanzado una ofensiva contra los nacionalistas indonesios que exigían la independencia. Durante los dos años siguientes, las tropas de ocupación holandesas se elevaban a 145.000 hombres: se trataba de una operación a gran escala, que era difícil ocultar. Aunque las Naciones Unidas decretaron un alto el fuego en 1948, los holandeses todavía lanzaron varios ataques. Muchas voces se alzaron en el seno de la ONU y en Es­tados Unidos criticando la política holandesa y la implicación del Banco Mundial. Éste respondió que el préstamo estaba destinado a gastos a realizar en los Países Bajos. Las voces críticas replicaron que, dada la naturaleza fungible del dinero, el gobierno holandés podía haberlo empleado para mantener su esfuerzo militar en Indonesia.1
   Estados Unidos presionó a los Países Bajos, a los que concedió a través del Plan Marshall 400 millones de dólares para que reconocieran la independencia de In­donesia. Su objetivo era abrir un nuevo campo de inversiones y de comercio para sus empresas. El 27 de diciembre de 1949 se firmó la transferencia de soberanía. Indonesia se convirtió en una república y el nacionalista Sukarno fue elegido presidente. Éste se empeñó en el mantenimiento de un equilibrio entre las diferentes facciones del país, con el poder personal como objetivo. Después de las primeras elecciones, en 1955, para asentar su legitimidad, Sukarno decidió aceptar la cola­boración del Partido Comunista (PKI), que había logrado el 16% de los votos. El suyo, el PNI, obtuvo el 25%.
   En el plano exterior, Sukarno se dedicó hábilmente a utilizar a los dos bloques de la guerra fría y logró, aquí también, mantener un equilibrio hasta 1963, momento en el que Estados Unidos, exasperado por la ayuda de la URSS a Indonesia, le exi­gió explícitamente que eligiera su campo. En FMI actuó entonces de intermediario y propuso una ayuda financiera estrictamente condicionada a una cooperación estrecha. En marzo de 1963 se iniciaron las negociaciones de los préstamos con Es­tados Unidos, el FMI y países miembros de la OCDE, pero todo se alteró en sep­tiembre de ese año cuando los británicos decidieron sin consultar la proclamación de la Federación de Malasia. Sukarno vio en esto una maniobra de desestabilización y respondió nacionalizando las empresas británicas, lo que ocasionó la anulación de los acuerdos alcanzados con el FMI. A pesar de todo, la ONU avaló la crea­ción de Malasia, y Sukarno, al no salirse con la suya, se retiró de la ONU en 1965.
   Esto ocurría en el apogeo de la guerra fría y Sukarno nacionalizó todas las empre­sas privadas extranjeras (salvo las compañías petroleras). Indonesia abandonó el Banco Mundial y el FMI en agosto de 1965 y el gobierno de Sukarno decidió con­ducir el país de manera independiente. Fue en ese momento cuando intervino el general Mohamed Suharto, el 30 de septiembre de 1965, al frente del ejército y con el apoyo estadounidense. Lanzó una represión masiva contra los partidos de iz­quierda, en particular contra el PKI: entre quinientos mil y un millón de civiles fue­ron asesinados por la sola razón de pertenecer al PKI o simpatizar con él. En marzo de 1966, Suharto consiguió que Sukarno le transfiriera oficialmente el poder. Seis días más tarde, el gobierno de Estados Unidos anunció la apertura de una línea de créditos a Indonesia por un monto de 8,2 millones de dólares para que pudiera comprar arroz estadounidense.2 El 13 de abril de 1966, Indonesia volvía al Banco Mundial.3 Siempre en 1966, Lyndon B. Johnson, presidente de Estados Unidos, se desplazó para visitar sus tropas en Vietnam, e insistió, en uno de sus discursos, so­bre el modelo indonesio.4
   Este modelo, el «Nuevo Orden» de la era Suharto, recurría regularmente al terror y a la eliminación física, y de hecho se alineaba con la política estadounidense.

EL BANCO MUNDIAL Y LA DICTADURA DE SUHARTO

   Cuando Robert McNamara asumió la presidencia del Banco, en abril de 1968, comprobó que Indonesia (aparte de la China de Mao) era el único país muy poblado con el que la institución no mantenía una relación importante. Había que recu­perar el tiempo perdido y su primer desplazamiento como presidente del Banco Mundial fue a Indonesia, en junio de ese mismo año. No estuvo desorientado: el dictador Suharto estaba rodeado de economistas formados en Estados Unidos gra­cias a la Fundación Ford.5
   Las relaciones entre ambos eran idílicas: «McNamara y el presidente Suharto se tenían una admiración recíproca»6; «Cuando en las discusiones políticas entraban en lo cotidiano, se comportaban como un par de viejos amigos»7; «Para el presiden­te, Indonesia era la joya de la corona de las operaciones del Banco».8
   Además, los historiadores del Banco admiten que «el presidente Suharto (que ocupaba el cargo desde 1967) era un general, y su gobierno era en buena parte un gobierno de generales, la mayor parte de los cuales eran corruptos».9 Indonesia recuperó oficialmente su puesto en el FMI en febrero de 1967, y la recompensa no se hizo esperar: los países occidentales acordaron de inmediato una ayuda de 174 millones de dólares con la finalidad de resolver la crisis Indonesia. Después, a prin­cipios de los años 70, las buenas relaciones entre Indonesia, Estados Unidos y las IFI se manifestaron en una fuerte reducción de la deuda.
   En efecto, a finales de 1966 tenía que pagar 534 millones de dólares a título del servicio de la deuda (capital, intereses y atrasos), lo que representaba el 69% de los beneficios estimados por exportaciones. Sin una reestructuración, el efecto de la ayuda financiera resultaría anulada por el servicio de la deuda. Los países acreedo­res occidentales aceptaron una moratoria10 hasta 1971 del reembolso del principal y los intereses de la deuda a largo plazo contraída antes de 1966. Pero como los efectos de una moratoria son temporales, en 1971 había que reanudar los pagos. En consecuencia, los acreedores firmaron el acuerdo más favorable jamás concedido hasta esa época a un país del Tercer Mundo:11la deuda anterior a 1966 (contraída por el gobierno de Sukarno) podía ser devuelta en treinta anualidades a lo largo de un período escalonado entre 1970 y 1999. Los acreedores aceptaron que los reem­bolsos que debía efectuar Indonesia no superaran el 6% de los ingresos por expor­taciones.12 La operación significaba la anulación del 50% de la deuda.13
   Reducción de la deuda, y también complacencia culposa ante la corrupción. Cuando el Banco volvió en tropel a Indonesia para apoyar la dictadura militar, sus representantes eran conscientes de la amplitud de la corrupción. Pero McNamara y el enorme staff del Banco que se instaló de forma permanente en Yakarta14 decidie­ron no hacer de esto un motivo de ruptura. Fueron claramente cómplices.
   El apoderado del Banco, Bernard Bell, volvió sobre la cuestión de los enormes desvíos de fondos debidos a la corrupción en el nivel gubernamental más alto. El 11 de febrero de 1972, describió a McNamara un estado de corrupción «inacepta­ble para una parte de la población, es verdad que limitada, pero potencialmente im­portante». Y esto no era más que el principio. En efecto, el Informe global de la corrupción 2004 de Transparency International revela el desvío por Suharto y su ca­marilla de entre 15.000 y 35.000 millones de dólares. El mismo Banco Mundial alimentaba la corrupción. En uno de sus propios informes se hace mención de que del 20 al 30% de los presupuestos relacionados con el fondo de desarrollo se des­viaban.15 El Banco prosiguió con sus préstamos sabiendo perfectamente que eran objeto de desfalcos.

EL AFFAIRE PERTAMINA

   En los años 70, los ingresos petroleros se multiplicaron, los desvíos en provecho de los militares corruptos también. Y en 1975, estalló una grave crisis entre Estados Unidos e Indonesia, que no tuvo nada que ver con la anexión e invasión de Timor Oriental.
   Los generales indonesios habían desarrollado mucho la empresa pública petrolera Pertamina, a tal punto que en febrero de 1975 había llegado a ser la mayor empre­sa asiática (exceptuando a Japón). El complejo Pertamina no sólo extraía y refinaba el hidrocarburo; también poseía una cadena de hoteles y una flota de petroleros. Pertamina mejoró la infraestructura portuaria del país y construyó hospitales y carre­teras. Esta empresa pública tenía actividad en el ámbito de los seguros, con oficinas en Hong Kong, Los Angeles, Singapur, Tokio. Desempeñó un papel fundamental en una estrategia de industrialización por sustitución de importaciones, que a Estados Unidos primero y después al Banco Mundial les gusta cada vez menos.
   Para decirlo todo, Pertamina entorpecía el desarrollo de las grandes empresas petroleras estadounidenses. En consecuencia, para Estados Unidos era cuestión de debilitar Pertamina, o más bien desmantelarla. Presionado, Suharto obedeció en el verano de 1975. McNamara le escribió entonces: «Aplaudo el enfoque global y sis­temático que usted adoptó para restablecer las prioridades que se imponían.»16 En compensación, agregó que haría que el Banco Mundial aumentara sus préstamos.
   Fue tan sólo el 15 de mayo de 1979, con ocasión de su última visita a Indonesia, cuando McNamara, en privado, perdió los estribos: «También era necesario poner el acento sobre la reducción de la corrupción. Se hablaba mucho de esto fuera de Indonesia y el mundo tenía la impresión, con razón o sin razón, de que esta corrup­ción era quizás mucho mayor que en cualquier otro país... Era como un cáncer que devoraba la sociedad.»17
   De todos modos, aún a finales de los años 80 el Banco Mundial seguía apoyan­do la Indonesia de Suharto, a tal punto que en esos momentos le concedió un prés­tamo sin respetar (mejor dicho imponer) las condiciones habituales. Del mismo modo, el Banco estaba tan pendiente de mantener buenas relaciones con China, que ni siquiera se distanció después de la represión de la primavera china de 1989.18

EL SILENCIO DEL BANCO MUNDIAL SOBRE LA ANEXIÓN DE TIMOR ORIENTAL

   Treinta años después de la invasión de Timor por Indonesia, ciertos archivos de Estados Unidos se hicieron públicos. En ellos se establece sin discusión posible lo que se pensaba desde hacía tiempo: Indonesia invadió Timor Oriental, en diciem­bre de 1975, con la complicidad de los gobiernos estadounidense, británico y aus­traliano. Timor sufriría veinticuatro años de ocupación sangrienta y de violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Según dichos documentos, desde marzo de 1975 el Departamento de Estado, dirigido en ese entonces por Henry Kissinger, advirtió de los preparativos indonesios estimando que Estados Unidos «tiene inte­reses considerables en Indonesia pero ninguno en Timor». Puesto al corriente de las operaciones especiales previas a la invasión, el propio Kissinger espetó a sus colabo­radores: «¿Puedo suponer que realmente vais a cerrar los ojos ante esto?» Lo que te­mía era que el Congreso decretara un embargo de los cargamentos de armas para Indonesia, aliada de Washington en la guerra fría.19
   Se entiende así por qué el Banco Mundial en ese momento no hizo ninguna men­ción, no emitió ninguna crítica a la invasión y la anexión de Timor Oriental. Su­misión a los intereses de Estados Unidos y sus aliados, el Reino Unido y Australia, y complicidad con la dictadura son constantes en el comportamiento del Banco.

EL APOYO DEL BANCO MUNDIAL AL PROGRAMA DE TRASMIGRACIÓN20

   El Banco Mundial colaboró activamente en el siniestro proyecto de transmigra­ción, algunas de cuyas facetas constituyen crímenes contra la humanidad. El des­plazamiento —en ciertos casos forzoso— de millones de personas de las islas de Java y Sumatra hacia otras islas del archipiélago y el desposeimiento de los indíge­nas de estas islas.
   El Banco, sobre todo durante los quince años del período dorado del programa (1974-1989), fue su principal fuente de financiación externa. Los historiadores re­conocen esta responsabilidad del Banco: «A mediados y a finales de los años 70, el Banco apoyó y prestó asistencia al controvertido programa que consiste en el des­plazamiento oficial y subvencionado de las familias de Java hacia otras islas.»21 Esta colaboración no se limitó solamente a un apoyo financiero y técnico. También aportó su apoyo político al proyecto.
   Entre 1950 y 1974, el número de personas desplazadas en el marco de la trans­migración llegaba a unas 664.000 personas. Pero, a partir de 1974, con el apoyo del Banco Mundial, serían alrededor de 3,5 millones los desplazados y asistidos y otros 3,5 millones los que emigraron por su propia cuenta. El Banco Mundial contribuyó directamente a los desplazamientos y reinstalaciones, y sus préstamos permitieron por una parte cubrir, en su casi totalidad, las migraciones «oficiales», 2,3 millones de personas, y por otra parte «catalizar» la reinstalación de unos 2 millo­nes de transmigrantes espontáneos.
   Aunque el Banco Mundial calificara la transmigración como «el programa de reinstalación voluntaria más grande del mundo», muy pronto se vio que el progra­ma también servía para desembarazar a Java de habitantes indeseables. Así, en las principales ciudades javanesas, los «no conformistas», los viejos, los enfermos (in­cluidos los leprosos), los mendigos y los vagabundos se vieron forzados a optar entre desaparecer en el campo (donde tenían pocas posibilidades de sobrevivir), o bien sumarse a la transmigración. De noche, se los cargaba en camiones del ejérci­to y eran llevados a los «campos de tránsito», donde los formaban con vistas a su reinstalación.22 El matrimonio era un criterio obligado de selección: las autoridades organizaban matrimonios forzados entre los solteros de la partida, y cuando se tra­taba de personas reclutadas a la fuerza, el departamento de asuntos sociales organi­zaba ceremonias de matrimonio en masa.
   Los proyectos relacionados con la transmigración que contaron con más apoyo de esta institución fueron aquellos en los cuales intervenían directamente firmas privadas nacionales o extranjeras capaces de alimentar el comercio exterior y de atraer inversiones transnacionales más ambiciosas (en particular, proyectos de plan­taciones industriales).
   La explotación desenfrenada de los recursos de las islas exteriores se efectuó en beneficio del gobierno central y de las firmas explotadoras, pero con gran perjuicio de la población local, una gran parte de cuyo hábitat y de sus medios de subsisten­cia fueron destruidos para siempre. Las tierras de las islas periféricas se considera­ban «vacías», ya que los indígenas que en ellas vivían desde tiempo inmemorial no tenían títulos de propiedad. Estas tierras se declaraban entonces «al servicio del Estado» y se confiscaban a la fuerza, la mayoría de las veces sin compensaciones. El Banco Mundial también apoyó al gobierno en sus actos de expropiación de las tie­rras pertenecientes a los indígenas, aunque nunca lo confesó oficialmente.
   La transmigración heredó los terrenos no reservados a las concesiones forestales, cuya característica común era la de ser muy poco productivas. Porque a los agentes del gobierno encargados de señalar los terrenos a desbrozar poco les importaba que estos lugares fueran cultivables. Ellos debían señalar, en un mapa, la información relativa al acceso a los sitios, a la superficie a desmontar y a la cantidad de familias que en ellos se podían instalar.
   La selva —recurso vital de la población autóctona en todos los aspectos— fue desapareciendo poco a poco por la acción, por una parte, de las empresas de ex­plotación forestal y de plantaciones comerciales y, por otra parte, de los equipos gu­bernamentales encargados de desbrozar áreas destinadas a la agricultura y a la ins­talación de los migrantes. Por otra parte, las empresas mineras (ver el caso de la compañía minera estadounidense Freeport McMoran23) reducían a polvo las mon­tañas y vertían cotidianamente en los cursos de agua toneladas de residuos minera­les, contaminándolos sin remedio. Como los ríos constituían la única fuente de agua de los nativos, la polución provocó grandes catástrofes sanitarias. La extrac­ción de petróleo a lo largo de las costas también causó un grave perjuicio a la fauna y la flora marinas, otras fuentes de alimentación de la población.
   Los verdaderos responsables son los que concibieron, hicieron ejecutar y finan­ciaron el proyecto. Son, en primer lugar, el poder público indonesio y las institu­ciones internacionales (en primer término el Banco Mundial). Y también algunos gobiernos occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Israel...) y las empresas nacionales y extranjeras implicadas en la realización concreta del proyec­to. Tanto el desarrollo y la proliferación de las explotaciones intensivas de los recur­sos naturales como el crecimiento acelerado de las áreas destinadas a los cultivos comerciales son resultado de los programas financiados por los préstamos interna­cionales. Y estos préstamos siempre han estado condicionados a la apertura de los mercados en todos los niveles —eliminación de las barreras aduaneras, atracción de los capitales extranjeros, prioridad a los monocultivos de exportación, liberalización y privatización de los sectores de distribución de bienes y servicios, etc.
   Afínales de los años 80 menudearon las críticas, numerosas y virulentas, tanto en el interior como en el exterior del archipiélago, acusando al Banco Mundial de par­ticipar en un proyecto de dominación geopolítica que multiplica los atropellos sociales y ecológicas y no respeta los derechos humanos en sus procedimientos.24 En efecto, el Banco Mundial había tenido un papel protagónico en un proyecto cuyas consecuencias fueron nefastas e irreversibles: control de la población nativa de las islas exteriores y violación de su derecho de propiedad del suelo; coste exorbitante de los desplazamientos (7.000 dólares por familia, según estimaciones del propio Banco25) considerando los resultados, porque según un estudio del Banco de 1986, el 50% de las familias desplazadas vivían por debajo del nivel de pobreza y el 20% por debajo del nivel de subsistencia; problemas de densidad de población persisten­tes en Java; deforestación masiva de las islas exteriores.
   El Banco Mundial, acusado de todos lados, decidió cesar la financiación destina­da a la instalación de nuevos sitios de transmigración y a la cobertura del traslado de los transmigrantes. Concentró sus préstamos, de todos modos, en el reforzamiento de las aldeas ya existentes26 y en el mantenimientos de los cultivos comercia­les, o sea, que abandonó sólo parcialmente su participación en el programa.
   Por supuesto, el Banco desmintió todas las alegaciones formuladas por los obser­vadores críticos, y decidió, en 1994, realizar un estudio de evaluación interna27de los proyectos financiados por la institución, a fin de determinar sus eventuales res­ponsabilidades. En dicho informe, admite una parte mínima de responsabilidades: que el proyecto de Sumatra «ha tenido efectos negativos y probablemente irreparables» sobre la población kubu, pueblo nómada cuya supervivencia se basa en el cultivo en barbecho, la caza y la recolección en la selva; y pone en evidencia que «aunque la existencia de los kubus en las zonas del proyecto se conozca desde la pla­nificación del proyecto, se efectuaron pocos esfuerzos para evitar los problemas».
   Los préstamos del Banco Mundial para el programa de transmigración se ajustan exactamente a la constitución de una deuda odiosa: fueron contraídos por un régi­men despótico que pudo emplearlos para fines represivos; no se usaron para servir al bienestar de la población. En consecuencia: esta deuda es nula y sin valor; debe ser cancelada. Pero sería insuficiente quedarse en esto. Como se ha visto, el proyec­to de transmigración que el Banco Mundial apoyó implicó el desplazamiento forzo­so de ciertas poblaciones. El Banco no puede afirmar simplemente que no lo sabía. También ha sido cómplice de la violación de los derechos de los pueblos indígenas que habitaban las zonas colonizadas por dicho proyecto. Estos actos tan graves no pueden quedar impunes.

LA CRISIS DE 1997-1998 EN INDONESIA Y SUS CONSECUENCIAS

   A partir de los años 80 y sobre todo en la primera mitad de los 90, el Banco Mun­dial y el FMI lograron que el gobierno indonesio liberara la entrada y salida de capitales. Finalmente, esto puso a Indonesia (lo mismo que Filipinas, Tailandia, Malasia y Corea del Sur) a merced de la especulación internacional.
   En el informe anual del FMI del año 1997, se pueden leer los elogios que hace de las autoridades indonesias: «Los administradores han felicitado a las autoridades por los resultados económicos de Indonesia en el curso de los últimos años, en par­ticular la reducción apreciable de la pobreza y la mejora de numerosos indicadores sociales [...]»28. Más allá, los administradores del FMI alaban a las autoridades indo­nesias por «la importancia acordada al mantenimiento de la libre circulación de capitales»,29 aunque, un poco más adelante, ellos mismos señalan los peligros: «la fuerte entrada de capitales ha planteado importantes desafíos para los poderes pú­blicos». Prosiguen su análisis expresando su felicitación a las autoridades, dando a entender que éstas están en condiciones de controlar la situación: «La flexibilidad con la que las autoridades han adaptado la dosificación de medidas económicas en función de la evolución de la situación ha sido uno de los ingredientes de su éxito y constituye una baza esencial para hacer frente a estos desafíos.»
   En 1997, una gigantesca crisis económica y financiera asoló el sureste asiático. Iniciada en Tailandia en febrero de ese año, se extendió en el mes de julio a Malasia, Indonesia y Filipinas. Estos cuatro países, que habían sido citados por el FMI, el Banco Mundial y los bancos privados como modelos a seguir debido a su amplio grado de apertura al mercado mundial, a su débil tasa de inflación y a su elevada tasa de crecimiento, fueron incapaces de resistir los ataques especulativos. Entre el 2 de julio de 1997 y el 8 de enero de 1998, la rupia Indonesia se devaluó un 229% con respecto al dólar.
   Después de haber sido lisonjeados por el Banco Mundial y el FMI, las autorida­des indonesias fueron duramente criticadas por haber dejado demasiado poder en manos del Estado; un Estado que, por lo demás, habría aceptado equivocadamen­te que las instituciones financieras e industriales privadas se endeudaran sin medi­da y especularan.
   La crisis del sureste asiático de 1997 golpeó con dureza a Indonesia. En el lapso de menos de un año, los capitales extranjeros abandonaron el país y apareció un desempleo masivo. A finales de 1998, según los datos del gobierno, el 50% de la población vivía bajo el umbral de pobreza, estimado en Indonesia en 0,55 dólares por día en las ciudades y 0,40 dólares en el resto del país.
   El FMI impuso medidas de «choque» para resolver la crisis de 1997, que agrava­ron la situación, en particular provocando la quiebra de la mayor parte del sector bancario y de muchos empresarios. El FMI y el Banco Mundial presionaron al go­bierno para que convirtiera la deuda privada de los bancos en deuda pública. La deuda pública Indonesia, que representaba el 23% del producto nacional bruto (PNB) antes de la crisis, literalmente explotó a consecuencia de las políticas im­puestas por el FMI y en Banco Mundial, llegando en el año 2000 al 93% del PNB.
   Por otra parte, los salarios reales se hundieron: mientras que habían conocido un aumento del 46% entre 1990 y 1996, perdieron el 25,1% de su valor en 1998.30
   La población, que había sufrido el efecto de estas medidas, comenzó protestar con energía. El 5 de mayo de 1998, en el marco de los acuerdos firmados con el FMI, Suharto eliminó las subvenciones a los productos básicos, de manera que los precios del combustible para uso doméstico, de la electricidad y de la gasolina au­mentaron un 70% Esto amplificó la inmensa movilización popular que había co­menzado unos meses antes. Quince días más tarde, abandonado por Washington y denunciado por el pueblo, Suharto tuvo que abandonar el poder, después de 32 años de régimen dictatorial.
   La mayor parte del presupuesto del Estado se dedicó al pago de la deuda. En 1999 y 2000, el 50% y el 40%, respectivamente, se destinaron al pago de la deu­da. En 2004, la cifra estaba cerca del 28%. Según las previsiones del ministro indo­nesio de Finanzas, el reembolso de la deuda pública externa aumentará en 2006 y alcanzará un pico en 2008, nivel en el que se mantendrá.31
   Después del desastre provocado por el tsunami, que ocasionó la muerte de 150.000 personas en la provincia indonesia de Aceh, el Banco Mundial y los go­biernos de los países acreedores afirmaron que darían pruebas de generosidad. La realidad es muy diferente: la ayuda, muy mediatizada al principio, se proporcionó caóticamente y de manera efímera. Mientras que amagaban ofrecer los medios financieros para la reconstrucción, los acreedores agrupados en el Club de París (que dirigen el FMI y el Banco Mundial) decidieron añadir los intereses por atra­sos sobre la parte del servicio de la deuda que no se pagó en el año 2005.32 La mora­toria acordada por el Club de París no es más que un simulacro de generosidad, porque los gobiernos que la acepten harán pagar a sus pueblos hasta el último cén­timo. El gobierno indonesio, sometido a la presión de los acreedores, impuso un fuerte aumento (del 29%) del precio del combustible el Io de marzo de 2005, lo que provocó un profundo descontento popular. Los ingresos fiscales resultantes de este aumento se destinaran principalmente a cubrir el déficit presupuestario y al pa­go de la deuda.33
   En cuanto al desarrollo humano, muchos indicadores son particularmente inquietantes:

Parte de la población que vive con menos de 2 dólares por día
52,4 %
Esperanza de vida al nacer
66,6 %
Tasa de mortalidad infantil, de menos de 5 años
45 %o
Parte de nacimientos asistidos por personal cualificado
64%
Parte de la población que padece malnutrición
6%
Parte de la población sin acceso a un punto de agua adecuado
22%
Tasa neta de escolarización primaria
92%
Niños que llegan al 5o año escolar (% de alumnos de 1er año)
89%
Tasa de alfabetización de adultos (de más de 15 años)
87,9 %

Fuente: PNUD, Informe mundial sobre el desarrollo humano, 2004


a modo de conclusión

   El pueblo indonesio se vio despojado, con el golpe de Estado militar de 1965, de la posibilidad de determinar por sí mismo su futuro. Indonesia había comenzado con la Conferencia de Bandung de 1955 a afirmarse en el escenario internacional. La amenaza de ver a uno de los países más poblados del planeta desempeñar un papel clave en la instauración de un nuevo orden mundial fue lo que llevó a Estados Unidos y a las instituciones de Bretton Woods a apoyar activamente la dictadura de Suharto.
   Las decisiones de estas instituciones fueron determinadas por factores políticos y geoestratégicos. Su apoyo financiero permitió a Suharto poner en práctica políticas que violaban los derechos humanos. El dictador servía los intereses de las grandes potencias occidentales en la región y permitió a las sociedades transnacionales de los países industrializados expoliar sin frenos las recursos naturales del país. El Ban­co Mundial y el FMI fueron cómplices activos de estas políticas. La clase dominan­te local apoyó a Suharto y no intentó invertir en el desarrollo nacional. Prefirió ha­cerse cómplice de la depredación de los recursos naturales por las transnacionales.
   A partir de la crisis de 1997, las medidas impuestas por el FMI agravaron la situa­ción económica y provocaron un fuerte aumento de la deuda pública interna y externa. El balance histórico de la intervención del FMI y del Banco Mundial en Indonesia es un desastre. En consecuencia, la deuda que el país tiene con estas ins­tituciones debe ser anuladas en su totalidad. Más aún, el Banco Mundial y el FMI tendrían que rendir cuentas ante la justicia por su complicidad con el régimen de Suharto y por proyectos como el de la transmigración, que constituyen en muchos aspectos crímenes contra la humanidad.
   Las deudas bilaterales fueron contraídas con países que mantuvieron directamen­te la dictadura de Suharto, y por ello también deben ser anuladas, así como las con­traídas con empresas privadas extranjeras que participaron en la corrupción del ré­gimen indonesio, en el pillaje de sus recursos naturales y en la explotación de sus trabajadores.
   El balance financiero del endeudamiento de Indonesia es enteramente negativo en términos de desarrollo humano
   Entre 1970 y 2003, Indonesia recibió 139.000 millones de dólares en forma de préstamos destinados a los poderes públicos y ha reembolsado 164.000 millones, o sea, mucho más. Sin embargo, la deuda pública externa de Indonesia se multiplicó por 20.34 Entre 1970 y 2003, el total de los desembolsos por la deuda representa 46 veces el monto del stock inicial de la deuda. Desde 1985, cada año Indonesia ha pagado más de lo que recibía en forma de préstamo. Es la prueba irrefutable de que el sistema de endeudamiento es un mecanismo funesto de bombeo de las riquezas del país.

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CAPÍTULO 10

LAS IDEAS DEL BANCO MUNDIAL EN MATERIA DE DESARROLLO


   El Banco Mundial pretende que para progresar, los PED1 deben recurrir al endeudamiento externo y atraer las inversiones extranjeras. Este endeudamiento sirve principalmente para comprar bienes de equipamiento y de consumo a los países más industrializados. Los hechos han demostrado día tras día, durante décadas, que esto no funciona. Los modelos que han influenciado la visión del Banco Mundial conducen naturalmente a los PED a una fuerte dependencia de los aportes externos de capitales, en general en forma de préstamos, con la ilu­sión de alcanzar un nivel de desarrollo autosostenido. Los proveedores de fondos públicos —gobiernos de los países industrializados y el Banco, en particular— consideran los préstamos como un poderoso medio de influencia sobre los países que se endeudan. Las acciones del Banco no se resumen en una sucesión de erro­res o de malas jugadas. Al contrario, son parte de una visión coherente, teoriza­da, sistematizada, que se enseña doctamente en la mayoría de las universidades. Centenares de libros de economía del desarrollo la destilan. El Banco ha produ­cido toda una ideología del desarrollo. Cuando los hechos la desmienten, el Banco no la vuelve a considerar. Al contrario, intenta deformar la realidad para continuar protegiendo el dogma.

   En el curso de los primeros diez años de su existencia, el Banco generó muy pocas reflexiones sobre el tipo de política económica que debía mantener con los países en desarrollo. Esto se explica por varias razones: porque 1) no formaba parte aún de sus prioridades. En 1957, la mayoría de los préstamos del Banco (52,7%) se concedían a países industrializados;2 2) la matriz teórica de los economistas y diri­gentes del Banco era de inspiración neoclásica, teoría que no atribuye un lugar específico a los PED;3 3) hasta 1960, cuando se creó la Asociación Internacional de Desarrollo (AID), no se había dotado de un instrumento específico para prestar di­nero a bajo interés a los países en desarrollo (Ver capítulo 3).
   El Banco trabajó poco la teoría, pero ello no le impidió criticar a los otros. Así, en 1949 criticó un informe de la comisión de las Naciones Unidas para el empleo y la economía que defendía la inversión pública en la industria pesada de los PED. H Banco objetó que los poderes públicos de los PED ya tienen bastante que hacer con la realización de buenas infraestructuras y que deben dejar la responsabilidad de la industria pesada a la iniciativa privada local y extranjera.4
   Según Masón y Asher, historiadores del Banco Mundial, su orientación partía del postulado de que los sectores público y privado deben desempeñar papeles diferen­tes. El sector público debe asegurar el desarrollo planificado de una infraestructura adecuada: ferrocarril, carreteras, centrales eléctricas, instalaciones portuarias y medios de comunicación en general. Al sector privado le corresponde la agricultu­ra, la industria, el comercio y los servicios personales y financieros, puesto que se da por sentado que en todos estos ámbitos la iniciativa privada obtiene mejores resultados que el sector público.5 En realidad, hay que ceder al sector privado todo lo que puede producir un beneficio. En cambio, las infraestructuras son activida­des propias del sector público porque la cuestión es socializar los costes, en benefi­cio del sector privado. En resumen, El Banco Mundial recomienda la privatización de los beneficios, combinada con la socialización de los costes de lo que no es direc­tamente rentable.

Una visión del mundo conservadora y etnocéntrica

   La visión del Banco está marcada por diversos prejuicios conservadores. En los informes y discursos de sus primeros quince años de existencia, se refería regularmente a regiones atrasadas y subdesarrolladas, lo que ya es todo un pro­grama. Sobre las causas del subdesarrollo, el Banco adoptó un enfoque etno-céntrico. Se puede leer en el octavo informe anual de Banco: «Las razones de que ciertas regiones del mundo no estén desarrolladas son numerosas y com­plejas. Muchas culturas, por ejemplo, conceden poco lugar al progreso material y, de hecho, algunas lo consideran incompatible con unos objetivos más desea­bles para la sociedad y para el individuo.»6 La falta de deseo o de voluntad de progreso material y de modernización de la sociedad es presentada como una de las causas del atraso. El profundo respeto de los hindúes por las vacas resul­ta así un resumen que permite comprender el retraso de la India. A propósito de África, Eugene Black, presidente del Banco, declaró en 1961: «Aún al día de hoy la mayoría de los 200 y tantos millones de habitantes de África apenas están comenzando a formar parte de la sociedad mundial.»7 El carácter reaccio­nario de la visión del Banco Mundial no ha desaparecido del todo con el correr de los años. En el Informe sobre el Desarrollo en el Mundo de 1987 manifiesta:
«En Principios de economía política (1848), John Stuart Mili evoca las ventajas que resultan del “comercio exterior”. Aunque haya pasado más de un siglo, sus observaciones siguen siendo tan válidas hoy como en 1848. Hablando de las ventajas indirectas del comercio, Mili dice: “...un pueblo puede estar en un estado letárgico, indolente, inculto, con todas sus aspiraciones satisfechas, ador­mecido, y no puede poner en acción todas sus fuerzas productivas por la falta de un objeto que desee. La aventura del comercio exterior, al hacerle conocer nuevos objetos u ofrecerle la tentación de adquirir objetos que hasta entonces no pensaba poder procurarse [...] alienta a quienes se contentaban con un poco de comodidad y un poco de trabajo a trabajar duro para satisfacer sus nuevos gustos, incluso a ahorrar y acumular capital.”»8 El retorno al poder de los neo- conservadores, con Bush en el gobierno desde 2001, ha fortalecido su carácter profundamente materialista y reaccionario. La nominación de Paul Wolfowitz, uno de los principales neocons, a la presidencia del Banco en el año 2005, ha consolidado esta orientación.

   Lo que resulta sorprendente en los documentos del Banco y en la literatura en boga en materia de desarrollo, de los años 50 a los años 70, es el espacio dedicado a la planificación del crecimiento y del desarrollo (tanto en las economías industria­lizadas como en los PED). Hasta finales de los años 70, la presencia de la planifi­cación se puede atribuir a varios elementos: 1) la voluntad de planificación —el planismo— surgida en el curso de la prolongada depresión de los años 30 como res­puesta al caos provocado por el laisser-faire; 2) la necesidad de organizar la recons­trucción de Europa y Japón; 3) era el período de los treinta gloriosos, caracterizado por un crecimiento económico sostenido, que había que dirigir y planificar; 4) los éxitos, comprobados o supuestos, de la planificación soviética, que ejercían una indudable atracción real hasta sobre los enemigos declarados del llamado bloque comunista. La planificación es un tema que fue totalmente ignorado a partir del co­mienzo de los años 80, con el retorno de la ideología y las políticas neoliberales.
   Otra preocupación, muy presente al principio, pero que fue olvidada a partir de los años 80, era la decisión tomada por una serie de países latinoamericanos de re­currir a la sustitución de importaciones y la posibilidad (vista como una amenaza por la mayoría de los dirigentes de los países más industrializados) de que otros paí­ses, de reciente independencia, siguieran la misma vía.
   Pasemos revista a varias aportaciones de economistas que tuvieron una influencia directa sobre el Banco y en el seno de éste.

El modelo HOS (Heckscher-Olin-Samuelson)

   La teoría de las ventajas comparativas de Ricardo fue reforzada en los años 30 por el análisis de los economistas suecos Heckscher y Olin, al cual se incorporó más tarde Samuelson (cuya síntesis se conoce como modelo HOS). Este modelo habla de «dotación en factores de producción» (trabajo, tierra y capital) y sostiene que todos los países tienen interés en especializarse en la producción y la exportación de bienes que utilicen con mayor intensidad el factor de producción más abundante en ellos —que también es el más barato—. Gracias al librecambio, se operará la equiparación de la remuneración de los factores en todos los países que lo practiquen (el factor abundante —exportado— se hace escaso y por lo tanto se encarece; el fac­tor escaso —importado— abunda y en consecuencia se abarata). La especialización establecerá una distribución óptima de los factores en un mercado mundial homo-geneizado. Según esta óptica, la búsqueda de la máxima integración del mercado mundial sería una apuesta ganadora y un juego de suma positiva para todos los par­ticipantes. Diversas investigaciones efectuadas más tarde, especialmente por Paul Krugman,9 para verificar la pertinencia del modelo HOS han demostrado que éste no se ajusta a la realidad.

Las cinco etapas del crecimiento económico según Walt W. Rostow

   En 1960, Rostow10 enumeró cinco etapas del desarrollo en su libro Las etapas él crecimiento económico. Un manifiesto no comunista.11 Para él, todas las sociedades se pueden clasificar en alguna de las cinco categorías, y deben seguir este itinerario.
   La primera etapa es la sociedad tradicional, caracterizada por el predominio de la actividad agrícola. El progreso técnico es nulo, casi no hay crecimiento del produc­to y no se prevé un cambio de mentalidad.
   Luego, la etapa previa al despegue, que ve nacer el desarrollo de los intercambios y de las técnicas, una evolución de las mentalidades que rompe con el fatalismo j un aumento del ahorro. Ha sido, de hecho, la evolución de las sociedades europeas entre el siglo XV y principios del siglo XVIII.
   La tercera es la del despegue (take-off), una etapa crucial que corresponde a un salto cualitativo, con un aumento significativo del ahorro y de la inversión, así co­mo al paso a un crecimiento acumulativo.12
   La cuarta etapa es calificada de «marcha hacia la madurez»: el progreso técnico se impone en todas las actividades y la producción se diversifica.
   En fin, la era del consumo de masas, que coincide con la quinta y ultima etapa.13
   Según Rostow, en el nivel del despegue, la aportación de capitales exteriores (bajo forma de inversiones extranjeras o de crédito) es indispensable.
   Este modelo se caracteriza por un esquematismo caricaturesco. Presenta el esta­do de desarrollo alcanzado por Estados Unidos después de la segunda guerra mun­dial a la vez como objetivo a alcanzar y como modelo a reproducir. Así mismo, considera que el modelo de despegue de Inglaterra, donde se sucedieron la revo­lución agrícola y la revolución industrial, debe reproducirse en otras partes. Esto significa no tener en cuenta la historia concreta vivida por los demás países. No hay nada que demuestre que cada país tenga que pasar por las cinco etapas descritas.

Insuficiencia del ahorro y necesidad de recurrir a la financiación externa

   Según el enfoque neoclásico, el ahorro es un requisito previo a la inversión y es insuficiente en los PED. De donde la insuficiencia del ahorro es un factor funda­mental que explica el bloqueo del desarrollo. Paul Samuelson se basa, en Econo­mía,,14 en la historia del endeudamiento de Estados Unidos en los siglos XIX y XX para determinar cuatro etapas diferentes, que conducen a la prosperidad: nación endeudada, joven y emprendedora (de la guerra revolucionaria de 1776 a la guerra civil de 1865); nación endeudada madura (de 1873 a 1914); nueva nación acree­dora (de la primera guerra mundial a la segunda); nación acreedora madura (años 60). Samuelson y sus émulos aplicaron al centenar de países que constituyen el Tercer Mundo, desde la última postguerra, el modelo de desarrollo seguido por Estados Unidos desde finales del siglo xvIII hasta la segunda guerra mundial, co­mo si todos estos países tuvieran que imitar, lisa y llanamente, la experiencia estado­unidense.15
   En lo que respecta a la necesidad de recurrir al aporte de capitales extranjeros (en forma de préstamos o de inversiones), uno de los socios de Samuelson, Paul Rosenstein-Rodan, emplea la siguiente fórmula: «Los capitales extranjeros reforzarán la formación del capital nacional, es decir, serán íntegramente invertidos; la inver­sión generará un aumento de la producción. La principal función del ingreso de capitales extranjeros es ayudar a que la tasa de formación del capital nacional alcan­ce un valor que pueda mantenerse sin ayuda exterior suplementaria.»16 Esta afirma­ción es refutada por la realidad: no es verdad que los capitales extranjeros refuerzan la formación de capital nacional y son invertidos en su totalidad. Una gran parte de estos capitales se van rápidamente del país al que se dirigieron temporalmente (faga de capitales, repatriación de los beneficios).
   Otro error monumental: Rosenstein-Rodan, director adjunto (assistant director) del departamento económico del Banco Mundial entre 1946 y 1952, hizo predic­ciones sobre la fecha en la que una serie de países alcanzarían un crecimiento auto- sostenido. Vaticinó que Colombia llegaría a ese estadio en 1965, Yugoslavia en 1966, Argentina y México entre 1965 y 1975, India a principios de los años 70, Pakistán 3 o 4 años más tarde, Filipinas después de 1975. ¡Majaderías!
   Destaquemos que esta definición de crecimiento autosostenido es utilizada con frecuencia por el Banco Mundial. En 1964, Dragoslav Avramovic, por entonces director del departamento económico del Banco, emitió la siguiente definición: «Se define el crecimiento autosostenido como el que implica una tasa de crecimiento de los ingresos del orden del 5% anual, financiado por fondos gestionados dentro de las fronteras, así como por capitales extranjeros...»17
   La planificación del desarrollo vista por el Banco Mundial y el establishment uni­versitario estadounidense conduce a una impostura pseudocientífica, basada en ecuaciones matemáticas que tratan de dar legitimidad y credibilidad a la voluntad de hacer que los PED dependan del recurso a la financiación exterior. Veamos un ejemplo, formulado muy doctamente por Max Millikan y Walt Rostow en 1957: «Si la tasa inicial de inversión local de un país representa el 5% del producto nacio­nal, si los capitales extranjeros ingresan a una tasa constante equivalente a un ter­cio del nivel inicial de la inversión local, si el 25% de todo ingreso suplementario es ahorrado y reinvertido, si la ratio capital/producto es 3 y si la tasa de interés de la deuda externa y los dividendos repatriados son equivalentes al 6% anual, el país estará en condiciones de prescindir del préstamo neto externo después de catorce años, y podrá mantener una tasa de crecimiento del 3% sobre la base de sus pro­pios ingresos.» ¡Otra necedad!

El modelo de doble déficit de Chenery y Strout

   A mediados de los años 60, el economista Hollis Chenery, que unos años más tarde sería economista jefe y vicepresidente del Banco,19elaboró con su colega Alan Strout un nuevo modelo llamado «modelo de doble déficit»,20 partiendo de dos condiciones previas: primero, un ahorro interno insuficiente, y después, una insu­ficiencia de divisas. Charles Omán y Ganeshan Wignarja resumen este modelo es los siguientes términos: «Por definición, las hipótesis del modelo de doble déficit son: que mientras en las etapas iniciales del crecimiento industrial un ahorro insu­ficiente puede constituir la principal limitación de la tasa de formación del capital nacional, una vez que la industrialización está bien encaminada, la limitación principal puede no ser ya el ahorro interno en sí mismo, sino la disponibilidad de divi­sas requeridas para importar bienes de equipamiento, bienes intermedios y quizás incluso materias primas empleadas como insumos industriales. El déficit de divisas puede así superar el déficit de ahorro como principal limitación del desarrollo.»21 Para resolver este doble déficit, proponen una respuesta simple: pedir un préstamo de divisas o aumentar las exportaciones.
   El modelo Chenery-Strout es muy matemático. Era lo que se estilaba. Tiene la ventaja, para sus partidarios, de otorgar credibilidad y apariencia de rigor científi­co a una política que sobre todo pretende incitar a los PED a recurrir masivamen­te al empréstito exterior y a las inversiones extranjeras, por un parte, y por otra a hacer depender su desarrollo de las exportaciones. El modelo fue objeto de muchas críticas en su momento. Citaremos la opinión de Keith Griffin y Jean Luc Enoí quienes afirman que el recurso a los aportes externos limitará el ahorro local: «Mien­tras el coste de la ayuda (por ejemplo, los intereses del préstamo externo) sea infe­rior al crecimiento marginal del capital y de la producción, a un país le convendrá endeudarse todo lo posible y a sustituir el ahorro local por el préstamo externo. En otras palabras, dado un objetivo a alcanzar en términos de tasas de crecimiento, la ayuda exterior permitirá un aumento del consumo y limitará el ahorro local a la di­ferencia entre la inversión deseada y el monto de la ayuda exterior disponible. En consecuencia, el fundamento de los modelos del tipo Chenery-Strout es endeble en la medida en que, en teoría, se debería encontrar una relación inversa entre la ayuda exterior y el ahorro interno.»22

La voluntad de incitar a los ped a recurrir a la ayuda exterior como medio de tener influencia sobre ellos

   La política de ayuda bilateral y la del Banco están relacionadas con los objetivos políticos que persigue Estados Unidos en materia de asuntos exteriores.
Para Hollis Chenery: «El objetivo principal de la ayuda exterior, así como de otros instrumentos de política exterior, es producir a escala mundial el tipo de ambiente político y económico en el que Estados Unidos pueda perseguir en las mejores con­diciones sus propios fines sociales.»23
   En un libro titulado Las naciones emergentes: su crecimiento y Estados Unidos, Max Millikan24 y Donald Blackmer, ambos colegas de Walt Rostow, describen con claridad, en 1961, ciertos objetivos de la política exterior estadounidense: «Es del interés de Estados Unidos ver emerger del proceso de transición unas na­ciones dotadas de ciertas características. En primer lugar, deben ser capaces de mantener su independencia, especialmente frente a poderes hostiles o potencial­mente hostiles con respecto a Estados Unidos. [...] En cuarto lugar, deben acep­tar el principio de sociedad abierta, en la cual sus miembros estén invitados a in­tercambiar ideas, mercaderías, valores y experiencias con el resto del mundo; esto implica que sus gobiernos deben estar dispuestos a comprometerse en disposicio­nes de control social, policial y económico necesarias para el funcionamiento de una comunidad internacional interdependiente»,25 bajo el liderazgo de Estados Unidos, naturalmente.
   Más adelante, en el libro, señalan explícitamente cómo la ayuda se utiliza como instrumento para orientar la política de los países ayudados: «Para que la ayuda en capitales alcance una potencia óptima de incentivo con el fin de persuadir a los paí­ses subdesarroliados de que sigan una vía compatible con los intereses de Estados Unidos y del mundo libre, las sumas ofrecidas tienen que ser suficientemente importantes y las  condiciones suficientemente flexibles para persuadir a los países receptores de que el juego vale la pena. Esto significa que debemos invertir unos recursos sustancial­mente más importantes que hasta ahora en nuestros programas de desarrollo eco­nómico.»26 (El subrayado es del autor.)
   Veremos más adelante que el volumen de los préstamos a los PED aumentó a un ritmo creciente en el curso de los años 60 y 70, como consecuencia de una política deliberada de Estados Unidos, de otros gobiernos de países más industrializados y de las instituciones de Bretton Woods destinada a influenciar las políticas del Sur.

privilegiar las exportaciones

   Chenery y Strout afirman en una de sus principales contribuciones que el recurso a la sustitución de importaciones constituye un medio admisible para reducir el déficit de divisas.27 Después cambiaron de opinión, en un momento en el que la aplicación de políticas de sustitución de importaciones por algunos PED se conver­tía en uno de los principales temas de las críticas formuladas por el Banco, el FMI, la OCDE y los gobiernos de los más importantes países industrializados.
   Es así como otros trabajos de economistas directamente asociados al Banco se dedicaron a valorar las tasas efectivas de protección de las economías y los sesgos resultantes en términos de utilización de recursos productivos y de rentabilidad de las inversiones. Preconizaban una orientación de las estrategias hacia las exportacio­nes, el abandono de las tarifas proteccionistas y, en general, una política más basa­da en los mecanismos de mercado para la fijación de precios. Bela Balassa, Jagdish Bhagwati y Anne Krueger28 sistematizaron este enfoque y sus análisis marcaron la evolución de las instituciones internacionales, constituyendo el zócalo teórico de las medidas de apertura comercial propugnadas en las décadas de los años 80 y 90. Anne Kreuger29 escribió: «Un régimen de promoción de exportaciones puede libe­rar la economía del país del yugo del subempleo keynesiano, pues, al contrario del régimen de sustitución de importaciones, puede disponer de una demanda efecti­va virtualmente infinita para sus productos en los mercados internacionales, y por lo tanto siempre puede tender al pleno empleo, a menos que haya una recesión mundial. Una economía pequeña orientada a la exportación será capaz de vender cualquier cantidad de bienes que produzca; en otras palabras, la capacidad de ofer­ta del país será la única limitación.»30 Siempre el mismo cuento.

trickle-down o el efecto derrame

   El efecto escurrimiento o derrame es una metáfora trivial que ha guiado la acti­vidad del Banco Mundial desde el principio. La idea es muy simple: los resultados positivos del crecimiento se derraman, beneficiando en primer término a los más ricos, pero al final llegan también a los más pobres. Así, éstos tienen interés en que el crecimiento sea lo más fuerte posible, pues de ello dependen las gotas de rique­za que les lleguen. En efecto, si el crecimiento es débil, los ricos retienen una parte mayor que cuando el crecimiento es fuerte.
   ¿Cuales son las consecuencias para la conducta del Banco? Hay que favorecer a cualquier precio el crecimiento para que la escorrentía llegue a los más pobres. To­da política que frene el crecimiento en nombre de la redistribución de la riqueza (aunque sea parcial) o en nombre de la defensa del ambiente reduce el efecto de­rrame y causa un perjuicio a los pobres. La actitud de los dirigentes del Banco se guía en la práctica por esta metáfora, cualquiera que sea el discurso, más sofistica­do, de algunos expertos. Los historiadores del Banco dedican una veintena de pá­ginas a las discusiones sobre el trickle down31 y reconocen que «esta creencia ha jus­tificado unos esfuerzos duraderos para persuadir a los deudores de las ventajas de la disciplina, del sacrificio, de la confianza en el mercado y por ende de la necesi­dad de no caer en las tentaciones políticas».32 Afirman que esta creencia ha caído en desgracia progresivamente, a partir de los años 70, por los violentos ataques de una impresionante cantidad de investigaciones sobre el tema, tanto en Estados Unidos como en los PED.33 Pero revelan que en la práctica no se ha cambiado gran cosa,34 sobre todo desde que en 1982 el trickle down recuperó su posición en el Banco. Evidentemente, el trickle down es inseparable de la cuestión de la desigual­dad, que ahora abordamos.

la cuestión de la desigualdad en la distribución de la riqueza.

   A partir de 1973, el problema de la desigualdad en la distribución de los ingre­sos en los PED, como factor que influye sobre las posibilidades de desarrollo, co­menzó a ser estudiado por el Banco. El equipo económico dirigido por Hollis Chenery se dedicó a ello con un cierto brío. El libro más importante que el Banco dedicó al tema fue coordinado por el propio Chenery y se tituló Redistribución y crecimientoSe publicó en 1974. Chenery era consciente de que el tipo de creci­miento inducido por la política de préstamos del Banco generaba un aumento de la desigualdad. La preocupación del Banco fue expresada en muchas ocasiones de for­ma muy clara por Robert McNamara: si no se reduce la desigualdad, se asistirá a repetidas explosiones sociales y éstas perjudicarán los intereses del mundo libre, cu­yo liderazgo ha asumido Estados Unidos.
   Chenery no compartía el punto de vista expresado por Simón Kuznets37 en los años 50, según el cual después de una fase necesaria de aumento de la desigualdad durante el despegue económico, ésta es posteriormente reabsorbida. La necesidad de ver crecer la desigualdad estaba muy arraigada en el Banco, como lo prueban las palabras de su presidente, Eugene Black, en abril de 1961: «La desigualdad de la ren­ta depende necesariamente del crecimiento económico [que] da la posibilidad a la gente de escapar de una existencia en la pobreza.»38 Sin embargo, los estudios empíricos realizados por el Banco en la época de Chenery desmienten las afirmaciones de Kuznets.
   De todos modos, después de la salida de Chenery en 1982 y su reemplazo por Anne Krueger, el Banco abandonó por completo la preocupación por el aumento o el mantenimiento de la desigualdad, a tal punto que se decidió no publicar más datos sobre el tema en el Informe anual sobre el desarrollo en el mundo. Anne Krue­ger, como veremos luego, no vaciló en retomar la curva de Kuznets por su cuenta, haciendo del aumento de la desigualdad una condición del comienzo del creci­miento ya que el ahorro de los ricos es capaz de alimentar las inversiones. Hubo que esperar la llegada de Francois Bourguignon como economista jefe, en el año 2003, para asistir a una reactivación del interés del Banco en esta cuestión.39 En el 2006, en el informe del Banco Mundial sobre el desarrollo en el mundo titulado Equidad y desarrollo se vuelve a hablar de la desigualdad como freno del desarrollo.40 Su enfo­que es considerado, en el mejor de los casos, como de buen marketing por James Wolfensohn (presidente del Banco entre 1996 y 2005) y por su sucesor, Paul Wolfowitz.



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