OTRO CRÉDITO ES POSIBLE. Denis Durand












DENIS DURAND


OTRO CRÉDITO ES POSIBLE








PRÓLOGO

¿SEGURIDAD DE EMPLEO Y DE FORMACIÓN O DICTADURA DEL MERCADO?



   "It's the economy, stupid!", exclamó Bill Clinton para explicar su elección a la presidencia. “! Es el paro, imbécil!", habría podido añadir si el 29 de mayo de 2005 hubiese tenido ocasión de dar su opinión sobre el resultado del referéndum francés. Los sondeos de opinión han confirmado que la principal motivación de los electores que rechazaron el tratado constitucional fue, de lejos, la situación del empleo. Ha sido sobre todo con esta piedra que ha tropezado la construcción europea codificada en el proyecto de Constitución.

   Pero al mismo tiempo ha sido una institución en apariencia muy alejada de la vida cotidiana de los parados, los asalariados y las personas en situación precaria, aquella hacia la que se han dirigido todas las miradas y sobre la que han convergido todas las críticas: el Banco Central Europeo (BCE). Pero, ¿hay que extrañarse de ello? ¿Acaso esta institución con sede en Frankfurt no es, efectivamente, una pieza central del tratado constitucional, por su independencia, por su vocación exclusiva de mantener la "estabilidad de los precios" y por su adhesión a los principios de la libertad de movimientos de los capitales "en una economía de mercado en la que la competencia sea libre y no esté falseada"?

   Así, en pocos meses, la crítica de las políticas neoliberales ha convergido, en la campaña electoral y en las urnas, con la protesta del mundo del trabajo contra la inseguridad social. Este encuentro ha estimulado la pasión de los franceses y ha sacudido las defensas que protegían el dominio de los mercados financieros sobre la construcción europea. Antes del referéndum, discutir el estatus del BCE, los objetivos de su política monetaria, su responsabilidad en el paro, la precariedad y el escaso dinamismo económico de la zona euro era tabú. Ahora, en cambio, estas cuestiones se plantean en el debate público y nadie puede pretender ignorarlas.

   Es probable que estos acontecimientos inauguren una nueva etapa en la búsqueda de una respuesta al dominio de los mercados financieros instaurado hace veinticinco años, al principio de la liberalización financiera.


¿CÓMO SALIR DEL CALLEJÓN SIN SALIDA DE LA "MUNDIALIZACIÓN" FINANCIERA CAPITALISTA?


   Una nueva etapa, y no la primera. Hace veinte años, se produjo una cierta fascinación cuando las finanzas del mercado hicieron irrupción en la vida de las empresas, en las preocupaciones políticas y hasta en la vida cotidiana. Era la época de las primeras privatizaciones, de las fortunas hechas y deshechas en pocos años, y también de las primeras decepciones para los pequeños accionistas expuestos a los avatares de la Bolsa. Vino luego e1 tiempo de la revuelta. Seattle, Porto Alegre, Génova, Florencia... Los manifestantes, diversos en sus intenciones y en su visión del mundo, tradujeron un sentimiento extendido por todo el planeta: el de que otro mundo era posible, un mundo en el que todas las decisiones no estén sometidas al imperio de la mercancía.

   Una tercera época, la de las desilusiones, ha sucedido a las dos anteriores. El entusiasmo por la mundialización financiera ha decrecido mucho. Nadie duda en llamar al capitalismo por su nombre, ni en reconocer que no va tan bien. Tras la caída de las Bolsas del año 2000, la promesa de una "nueva economía" capaz de poner fin a las crisis que pautan cíclicamente la historia económica desde hace dos siglos se desvaneció. La sucesión de casos -Enron, Worldcom, Vivendi- ha alimentado la sospecha de que, más allá de las flaquezas morales de unos cuantos grandes patronos extraviados por el afán de lucro, las disfunciones del poder económico tienen probablemente unas causas más profundas. 1

   Sin embargo, por muy moralmente desacreditado que esté, el sistema sigue ahí. Mientras que los grupos financieros más poderosos obtienen unos beneficios insolentes, el paro masivo da la impresión de haberse instalado para siempre, y el sentimiento de la precariedad se apodera de capas cada vez mayores de la población. La aceleración de la actividad económica observada el año 2004 apenas benefició a Francia y a la zona euro, y se basó en unos desequilibrios financieros cada vez más evidentes. Las propias dificultades económicas parecen alentar aquellas políticas que tienden a reforzar todavía más el poder de los mercados financieros y a someter cada vez más al trabajo, la educación, la salud, la cultura y el medio ambiente a la ley del dinero y a la dictadura de la rentabilidad. Industrias estratégicas, servicios públicos, protección social van siendo transferidos por turno al sector privado en una marcha sin fin para la que la ideología neoliberal está siempre dispuesta a procurar una justificación.

   Todo esto no ha hecho sino alimentar una sensación de impotencia entre quienes no se dan por satisfechos con tantas injusticias y tanto despilfarro. "Hay una contradicción dramática entre el entusiasmador avance mundializado de los movimientos sociales y de una parte cada vez mayor de la juventud que acusa al sistema de mercantilización de la vida y que reclama una vida nueva, y la insuficiencia de las propuestas de transformaciones radicales viables. El carácter demasiado a menudo tradicional y no radical de las propuestas de las fuerzas políticas participa de esta contradicción, que sin embargo va madurando. 2 El autor de esta observación, Paul Boceara, ha inspirado una serie de análisis y de propuestas referidas a la interpretación de los ciclos económicos y a sus orígenes en el proceso de sobreacumulación-desvalorización del capital, a los criterios de administración de las empresas, a la revolución tecnológica informacional y a las demás transformaciones que ha sufrido nuestra civilización, y al vínculo existente entre las luchas sociales inmediatas y la perspectiva de una superación del capitalismo mediante la construcción, entre otros elementos, de un sistema de seguridad en el empleo o formación.

   Estos trabajos, basados a la vez en el patrimonio teórico heredado de Marx y sus sucesores, en la formulación de nuevas hipótesis y en un compromiso constante con las luchas sociales y políticas, pueden esclarecer las vías de salida de los bloqueos del capitalismo financiarizado que impera en la actualidad. Es cierto que la coherencia de esta perspectiva no se manifiesta siempre claramente, ni siquiera entre los comentaristas mejor informados. Esto se debe seguramente, por una parte, a que no existe ninguna obra que exponga de un modo sistemático uno de sus aspectos esenciales: las propuestas en favor de un nuevo tipo de crédito y de una transformación de las instituciones monetarias y financieras. 3 Este libro tiene la ambición de contribuir a colmar esta laguna.


¿QUÉ "NUEVA ECONOMÍA" PARA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN?


   Una de las aportaciones de esta "escuela marxista de la regulación sistémica" consiste en relacionar los problemas planteados por el poder de los mercados financieros con los profundos cambios que se producen en la civilización contemporánea. Con la revolución ecológica, tomamos conciencia de que los seis mil millones de seres humanos constituyen, junto con su entorno, un sistema en el que la suerte de cada uno depende de las interacciones que establece con todos los demás. Con la revolución demográfica, la duración de la vida se ha prolongado y los hombres -y sobre todo las mujeres- adquieren un nuevo control de su propia fecundidad.

   Con el inicio de la revolución de la información, el modo de producir riqueza es puesto en cuestión. Hace dos siglos, la revolución industrial, es decir, la sustitución de la mano del hombre por la máquina-herramienta, fue la base técnica del capitalismo, basado en la transformación universal de la fuerza de trabajo humano en una mercancía que se vende, en un "mercado de trabajo", a cambio de un salario pagado con dinero. El crecimiento de la productividad se ha basado desde entonces en una acumulación privada de capital material, cuyo objetivo es producir cada vez más con el mínimo posible de gastos en salarios; con el dominio progresivo del capital financiero, esta tendencia se ha convertido en la obsesión de ahorrar en el empleo, los salarios y la formación.

   Hoy, el comienzo de la sustitución de determinadas funciones intelectuales -y no solamente manuales- por la máquina requiere, al contrario, una eficacia basada en el reparto de la información, de los recursos y de los costes.

   Esto exige la presencia de trabajadores autónomos, creativos, a los que les esté abierta la posibilidad de evolucionar y de progresar en su vida profesional y en la sociedad con la misma rapidez con que cambie su oficio. En vez de acumular cada vez más capital material y financiero para limitar tanto como sea posible los gastos para los hombres, la eficacia económica puede consistir cada vez más en ahorrar en los gastos en capital material y financiero para poder gastar más en aquello que sirve al desarrollo de todos los seres humanos: empleo, formación, investigación, salud, cultura, dominios estos que reclaman cada vez más un mayor desarrollo de los servicios públicos socializados.


EL PROYECTO DE UN SISTEMA DE SEGURIDAD EN EL EMPLEO O DE FORMACIÓN PARA TODOS


   Esto solamente será posible si el acceso permanente a la formación, privilegio actualmente de una minoría, se convierte en algo abierto a todos. La sociedad se volvería así dinámica, tanto como la sociedad capitalista e incluso más, pues todo el mundo podría optar por pasar de un empleo a otro basándose en los beneficios de su fase de formación. La emergencia de la formación como una forma de actividad tan importante como el trabajo permitiría a los individuos y a las colectividades de las que forman parte anticipar y preparar las movilidades futuras sin que los trabajadores se vieran arrojados al paro. Así, la promoción de todos y cada uno, en una seguridad de actividad y de ingresos que alternaría trabajo, fases de formación y otras actividades socialmente útiles, iniciaría una verdadera superación del mercado del trabajo capitalista y de su inseguridad fundamental, el paro y la amenaza que representa para los trabajadores incluso cuando tienen un empleo.

   La idea de edificar un sistema de seguridad de empleo o de formación lanzada por Paul Boccara en 1996, en una época en la que estos temas ocupaban un lugar menos central que hoy en los debates públicos', responde así a una aspiración muy moderna -la de controlar la propia vida en un entorno que cambia incesantemente y de un modo cada vez más rápido.


LOS BIENES MATERIALES


   Pero nuestro mundo no está organizado de este modo. El poder económico sigue estando basado en la apropiación por parte de un pequeño número de personas de los medios que permiten producir y hacer circular la información, en el seno de grupos multinacionales regidos por la búsqueda de la máxima rentabilidad del capital. Estos grupos organizan la competencia de los asalariados a escala mundial, haciendo pesar sobre ellos la amenaza permanente de una caída en el paro.

   Se esfuerzan por controlar, al servicio de su rentabilización, las novedades de la revolución informacional: han tratado de funcionar como vastas redes privadas en las que la distribución de la información estuviese al servicio de la rentabilidad del capital. La liberalización financiera parece haberles proporcionado la oportunidad de hacerlo: allí donde los bancos tradicionales dudaban ante los enormes riesgos financieros ligados al desarrollo de las nuevas tecnologías, parecía que la audacia de los operadores en los mercados del capital encontraría, al contrario, la forma de intervenir de una manera rentable. A finales del siglo XX se creyó que el desarrollo de las técnicas más avanzadas iría naturalmente de la mano con la exuberancia de la banca liberalizada.

   Hoy puede constatarse que esto no era realmente una solución. Efectivamente, cuanto más se acumulan los capitales materiales y financieros, más acaban sus exigencias de rentabilidad por oponerse al desarrollo del empleo y de los gastos en formación, educación, salud y protección del medio ambiente. La liberalización financiera, que ha intensificado tan considerablemente la presión que ejerce el capital sobre la gestión de las empresas y sobre las políticas públicas, ha contribuido a preservar la rentabilidad de los capitales más poderosos; no ha restaurado la eficacia del capital más que al precio de unas economías de gastos (para los hombres y en medios materiales) que mantienen la insuficiencia de la demanda.

   Esto explica la disminución del crecimiento, el aumento del paro y los crecientes desequilibrios que caracterizan a la economía mundial desde hace cuarenta años. Así pues, para seguir por la vía de la rentabilidad capitalista es preciso intensificar la presión sobre los gastos salariales (con una aplicación de las nuevas tecnologías en un sentido letal para el empleo) y la liberalización de los mercados, pero a costa de un divorcio cada vez más evidente entre las políticas implementadas y la vida de los ciudadanos.


EL PODER FINANCIERO, ENVITE DE LA DEMOCRACIA


   Podemos, pues, hablar de una verdadera crisis de sistema, profunda y duradera. Si queremos eliminar estos bloqueos, tiene una importancia estratégica interesarse por el mundo de las finanzas, atacar el poder del que es portador para que penetre en él lo que podríamos llamar una democracia participativa y de intervención.

   Si la reflexión no nos sugiriese esta conclusión, la experiencia del movimiento social debería llevarnos a ella. ¡Cuántas luchas sociales contra las supresiones de puestos de trabajo y para la creación de nuevas actividades en una empresa o en una región han topado con la condena de los accionistas, de los bancos, de las agencias de notación financiera! Nada es tan determinante, en todos los engranajes de la economía, como las decisiones relacionadas con la creación y la utilización del dinero. La toma de conciencia de esta realidad ha desempeñado sin duda un papel en la movilización cívica que tuvo lugar en Francia durante la primavera del 2005 en torno al "No" al proyecto de Constitución europea. Y sin embargo, el cuestionamiento en la práctica del poder del mundo financiero no es algo que caiga por su propio peso.

   Pero, ¿qué pretendéis?, se oye decir a veces, ¿una transformación social que ataque lo más difícil, el sistema financiero, en e! corazón mismo del poder del capital? En los capítulos que siguen se encontrarán argumentos que muestran que la fortaleza no es tan inexpugnable como puede parecer, que también ella tiene sus contradicciones, sus "puertas de entrada" más o menos ocultas, y que existen motivos para la acción. Pero antes de llegar a esta conclusión, el lector tendrá que haber superado diversas objeciones.

   La primera es la que consiste en rechazar en bloque, por razones morales, todo lo que se refiere a las finanzas, a los bancos, a los mercados y a quienes tienen fama de "enriquecerse sin mover un dedo". ¡Los trabajadores no tienen que interesarse por los asuntos de dinero! He ahí un eslogan que tiene todo el aspecto de ser muy "radical". Pero reflexionemos: mientras tanto, estos asuntos no dejarán de existir, y el capital reinará sin que nadie discuta las bases mismas de su poder. Como máximo, las luchas sociales conseguirán -y aún así, cada vez peor- atenuar las consecuencias.

   Una segunda objeción es la que consiste en ver, en el peso acrecentado del mundo financiero, no la manifestación esencial de un sistema y una expresión de su crisis, sino un exceso, una "deriva" de la que bastaría con desembarazarse para que el sistema funcionase mejor. Las quiebras y los escándalos que han empañado la reputación de varias grandes empresas pueden inducir a algunos a condenar a un "capitalismo carnicero" en nombre de las virtudes de un capitalismo de rostro más humano. En esta interpretación de lo que hay de "nuevo" en el capitalismo contemporáneo, la exuberancia de los mercados financieros sería irracional en la medida en que llevaría a olvidar la eficiencia racional de un capital convenientemente valorado por la búsqueda de una tasa de beneficio máxima. 5

   Debido a que está naturalmente en sintonía con la condena moral del mundo financiero, esta interpretación está muy extendida, incluso entre los movimientos que propugnan una contestación muy radical de la mundialización liberal. Desgraciadamente, es una interpretación que ha dado muestras de su insuficiencia a la hora de anticipar los estragos causados por el crecimiento financiero y la crisis del capitalismo de la que este crecimiento es un síntoma. Por ejemplo, las promesas de un régimen de crecimiento calificado de "patrimonial", 6 casando armoniosamente la expansión de los mercados financieros con una ampliación del accionariado a la masa de la población desembocaron, en realidad, en la crisis financiera y económica de 2OOO-2OO1. 7


LOS MERCADOS, GUARDIANES DEL PODER DEL CAPITAL


   El punto de vista desarrollado aquí es diferente. Si comporta una condena moral, esta no se refiere esencialmente al mundo financiero en cuanto tal. El dinero, la moneda, el crédito ya existían antes de que existiera el capitalismo y, por lo menos en algunos de sus aspectos, son parte de la experiencia adquirida de la civilización a la que sería absurdo renunciar (al menos hasta que se den las condiciones para su sustitución por unas instituciones mejores). En cambio, consideramos que es justo y realista rebelarse desde hoy mismo contra las formas de dominación engendradas por la organización social de conjunto que el poder de los mercados financieros se esfuerza en preservar.

   La influencia de los mercados financieros sobre la economía contemporánea no se considera aquí como un extravío del capitalismo que le alejaría de su racionalidad esencial, sino, al contrario, como una respuesta a las contradicciones de dicho sistema que, en definitiva, no hace más que exacerbarlas. Esta respuesta es tan racional -de una racionalidad, eso sí, particularmente perversa- como los principios y los criterios que rigen la gestión de las empresas y la elección de las inversiones desde que el capitalismo es el que es. Y como nada escapa tan completamente a la acción e incluso, a menudo, al conocimiento de los ciudadanos ordinarios como las instituciones financieras, su papel de palanca al servicio de la acumulación del capital se ve por ello mismo reforzado.

   Los excesos del mundo financiero no son la causa principal de la crisis de la que el sistema capitalista trata de salir actualmente. Tampoco son un remedio a la misma, sino que más bien contribuyen a prolongarla. Para remediar estos excesos, pues, pensamos que hay que poner en tela de juicio a la acumulación del capital desde sus mismos fundamentos, es decir, actuar en pro de unas transformaciones estructurales más profundas que aquellas por las que ya ha pasado el capitalismo desde que empezó a dejar su marca en la civilización universal.

   Evidentemente, no basta con decidirlo ni con enunciar unas cuantas ideas generales al respecto. Cambiar algo fundamental en el funcionamiento del sistema monetario y financiero, en la perspectiva de una superación del capitalismo que pueda conducir a su abolición efectiva, implica al menos tres condiciones: una voluntad política, encarnada por la ley y por la práctica en instituciones concretas, con nuevos principios y, ante todo, unas luchas sociales y políticas perseverantes, las únicas capaces de oponer a la fuerza del capital una fuerza lo suficientemente grande como para hacerlo retroceder y ponerlo en tela de juicio. Es por eso que toda la última parte de esta obra está consagrada a mostrar los terrenos, "desde lo local a lo mundial", en los que estas luchas están llamadas a desplegarse -o en los que, a decir verdad, ya se despliegan.

   Sin embargo, para tener éxito, estas luchas necesitan localizar aquellos puntos en los que su acción puede resultar más eficaz. Esto exige -no debemos ocultarlo- un esfuerzo de información y de análisis del funcionamiento de la economía, y en particular de su sistema monetario y financiero.

   Empezaremos, pues, por describir de dónde sacan su poder los mercados financieros, y a través de qué instituciones lo ejercen: una primera parte mostrará que el poder de los mercados hunde sus raíces en la institución monetaria, producto directo de la economía de mercado y punto de partida del capitalismo. Una segunda parte examinará más en detalle el rol de los bancos y de los bancos centrales que constituyen el corazón del sistema monetario y financiero, y que son su punto de encuentro con la economía "real" y con la sociedad en toda su complejidad.

   Una tercera parte podrá entonces mostrar, de un modo más preciso, qué circunstancias históricas, nacidas de las contradicciones de la acumulación capitalista, han hecho de estos últimos veinticinco años una época de dominio de los mercados financieros sobre la moneda y el crédito, y, por ello, sobre la economía y sobre la sociedad. Será entonces posible, en una cuarta parte, proponer algunos elementos de una estrategia de conjunto para las luchas sociales encaminadas a superar este dominio: un elemento decisivo residirá en una nueve selectividad del crédito, opuesta a la que imponen hoy los criterios de gestión capitalistas.

   Enunciar propuestas precisas en este sentido será el objeto de la quinta y última parte de este libro, que tratará de esclarecer los puntos en los que pueden actuar desde ahora mismo, los movimientos sociales y los ciudadanos, desde las luchas sociales cotidianas que se desarrollan en las empresas y las regiones, hasta la transformación de las instituciones financieras internacionales.




Primera Parte


MONEDA, CRÉDITO Y FINANZAS EN EL FUNCIONAMIENTO DE LA ECONOMÍA CAPITALISTA

En un debate parlamentario sobre las 'Bank Acts' de sir Robert Peel de l844 y 1845, Gladstone destacaba que ni siquiera el amor hacía perder tanto la cabeza a la gente como las cavilaciones sobre la esencia de la moneda.

KARL MARX 8


   Algunos de los acontecimientos más importantes del mundo contemporáneo tienen lugar en medio de la agitación de unas enormes salas llenas a rebosar de jóvenes agotados y muy bien pagados. Equipados con los teléfonos móviles más sofisticados, con unos ordenadores que están absorbiendo constantemente flujos de datos, con pantallas de televisión que no dejan de emitir las últimas noticias, y rodeados de un ejército de informáticos, de economistas, de actuarios, de contables, tienen un único objetivo: explotar todas las informaciones de que disponen para obtener el máximo beneficio de los capitales que les han confiado.

   El espectáculo de un parquet bursátil, uno de los más característicos de nuestra época, basta para revelar que los mercados financieros no son un poder abstracto y misterioso sobre el que los ciudadanos corrientes no tienen ninguna influencia. Son unos hombres que actúan en el seno de un tipo particular de instituciones, al servicio de determinados intereses, alimentados por determinadas ideas, guiados por ciertos valores hechos de competencias técnicas, de cinismo y también de un cortejo de ilusiones...

   Debatir la naturaleza y la organización de las instituciones, transformarlas para que respondan mejor a las necesidades de la sociedad: he ahí lo que constituye por excelencia el dominio de la política. El próximo capítulo muestra que la organización actual de las instituciones monetarias y financieras no es la única posible, que estas instituciones realizan unas funciones más complejas que la pura y simple satisfacción de las exigencias de rentabilización del capital privado. Esto es lo que hace concebible el proyecto de oponerse al poder de los mercados financieros; pero este poder hunde sus raíces en los mecanismos más profundos de la economía y de la sociedad. Para ser capaces de proponer otra organización de las instituciones financieras, hay que entender cómo nacen unas relaciones de poder cuando aparece el fenómeno monetario, primero, y después el crédito y esas instituciones, ellas mismas surgidas del crédito, que son los bancos, por un lado, y los mercados bursátiles, por otro. Será conveniente, por tanto, mostrar cómo el régimen económico que domina la civilización desde hace tres siglos -el capitalismo- confiere a estas formas particulares de poder una importancia enorme, sin precedentes, hasta alcanzar su actual estado de desarrollo.



Capítulo 1



BANCOS Y MERCADOS: LA ORGANIZACIÓN DEL SISTEMA MONETARIO Y FINANCIERO




   Bancos, compañías de seguros, sociedades bursátiles, agentes de cambio y bolsa... Todas estas instituciones tienen en común el hacer de intermediarios entre los agentes económicos que tienen dinero para invertir y quienes buscan recursos para financiar sus proyectos de gasto.

   Sin embargo, los diferentes agentes económicos -asalariados, poseedores de patrimonios financieros o inmobiliarios, empresas, administraciones públicas...- no se ocupan del mismo tipo de cosas que los bancos y otras instituciones financieras. Es el caso de los prestadores: las exigencias del heredero de una gran fortuna respecto al fondo de inversión que administra su cartera de valores no tienen nada que ver con las expectativas del asalariado medio respecto al empleado de La Poste o del Crédit Agricole que gestiona su cuenta de depósito. Es también el caso de los prestatarios: el uso del crédito es muy diferente para una multinacional que necesita fondos para lanzar una OPA sobre las acciones de un competidor extranjero, para una que busca financiación para desarrollar su producción, o para otra cuyos asalariados luchan para que estos mismos recursos financieros se utilicen en la creación de empleo en una planta industrial.

   Son varios, pues -es la tesis de este libro-, los usos posibles de las instituciones financieras. Para entender el significado de los mismos hay que empezar por introducir una distinción importante entre moneda y finanzas. La moneda tiene como función básica la de ser un elemento de intercambio entre mercancías (bienes o servicios que poseen un valor y que están destinados a satisfacer una u otra necesidad de su propietario). La moneda puede también cambiarse por unos títulos, es decir, unos documentos que no representan un bien o un servicio concreto, sino una determinada cantidad de dinero (cf  Recuadro 1. Los títulos financieros): se habla entonces de finanzas 9 y de mercados financieros. 10


LA INSTITUCIÓN MONETARIA Y LA FUNCIÓN SOCIAL DE LOS BANCOS


   La moneda es indispensable desde hace mucho tiempo a la vida social por el rol de intermediario en la circulación de mercancías que desempeña al ser intercambiada por bienes y servicios. 11 El banco central y los bancos, que ponen en circulación los signos monetarios de que nos servimos actualmente -los billetes del banco central y los activos de las cuentas de los bancos- tienen, pues, una función social muy particular: son ellos quienes tienen la responsabilidad de mantener la confianza del público en la moneda y en su valor, condición indispensable de toda vida económica normal.

   La administración del dinero exige la ejecución de toda clase de tareas prácticas ligadas a la gestión de los pagos, al cobro de los créditos, a la contabilización de las operaciones... Y ello dio lugar muy pronto al surgimiento de una serie de profesiones especializadas: cambistas, banqueros. En los complejos sistemas financieros de hoy, estos intermediarios ofrecen unos productos financieros cuyos plazos y cuyo modo de remuneración corresponden a las necesidades particulares de sus clientes, y que estos difícilmente podrían encontrar por sí mismos en el mercado. 12

   Esta función de intermediación y de transformación de los productos financieros ejercida por los bancos es particularmente útil a determinadas categorías de prestamistas potenciales, aquellos que solamente disponen de unas cantidades pequeñas de ahorro. Es el caso de la mayoría de los asalariados en las sociedades contemporáneas. Cuando disponen de fondos susceptibles de ser prestados, no por ello desean convertirse en acreedores profesionales y asumir el riesgo de una incapacidad por parte de sus deudores. Lo que piden es que su dinero, colocado de forma segura, conserve su liquidez, es decir, que esté disponible en todo momento para cuando tengan que hacer frente a unos gastos eventuales. Estas son precisamente las características de los depósitos que los bancos aceptan recaudar.

   Los fondos depositados en los bancos representan el dinero que sus clientes les han prestado. Se trata, pues, de créditos, pero estos poseen, además, una propiedad particular: pueden servir de medios de pago, mediante la simple transferencia de una cuenta a otra por medio de un cheque o de un giro. Sabiendo que, en condiciones normales, el montante global de estos depósitos es más o menos estable, los bancos los transforman en préstamos cuyo vencimiento, cuyos ritmos de reembolso y las garantías que los acompañan se adaptan a las necesidades de los prestatarios. 13  Esta doble función (administrar los depósitos y distribuir créditos) da a los bancos (y a los otros intermediarios que disfrutan de los mismos privilegios) 14 un poder verdaderamente exorbitante: crear la moneda de la que todos se sirven para hacer los intercambios. Como veremos a continuación, la capacidad de crear moneda de que disponen los bancos (bajo el control del banco central) les permite anticipar la creación de riqueza: este proceso es indispensable para el crecimiento de la producción y del empleo. Es uno de los aspectos que distinguen a las financiaciones bancarias de los mercados de valores, que solamente afectan a los capitales previamente acumulados. Este poder de creación monetaria es tan importante le consagraremos enteramente el capítulo 4.


MONEDA Y FINANZAS: DOS REALIDADES LIGADAS ENTRE SÍ PERO DISTINTAS

   Sin embargo, la moneda también tiene otras funciones. En vez de circular, puede  acumularse en manos privadas: es así, concretamente, como se forman los capitales. Lo propio de la economía capitalista es ser pilotada y arrastrada por la dinámica de este dinero que trata incesantemente de crecer incorporando “cada vez más y más" dinero.

   Esto convierte a la financiación de la economía en algo particularmente importante en una sociedad capitalista. El simple crédito comercial, por ejemplo, el plazo de tiempo de que dispone un cliente antes de pagar a su proveedor, facilita y acelera la circulación de las mercancías. Pero cuando el beneficiario del crédito es un empresario capitalista, sus necesidades de financiación son mayores. Tienen que cubrir no solamente el plazo de entrega de las mercancías listas para la venta, sino uno o varios ciclos de producción: un empresario, por ejemplo, tiene que comprar unas máquinas que han de funcionar durante años, y cuyo coste solamente podrá repercutir de un modo progresivo en los productos que fabrique. 15 El ciclo del capital solamente puede iniciarse a partir de un adelanto de dinero.

   El desarrollo pleno y completo del capitalismo necesita, pues, un verdadero sistema financiero capaz de reunir estos adelantos: "es un mecanismo de recaudación y de transferencia de fondos durmientes, u ociosos, procedentes de todas las rentas monetarias de las diferentes clases sociales -aunque la figura del capitalista poseedor de capital dinero prestado al capitalista productivo tiene una importancia particular... los fondos así centralizados se convierten en 'capital potencial' para los empresarios capitalistas". 16

   Este sistema, al que Marx denominaba el "sistema de crédito", dando a este término una acepción muy amplia, está, por tanto, al servicio de la acumulación de los capitales individuales privados. Los mercados financieros son la expresión más acabada de esta tendencia. En estos mercados tan particulares, la moneda no se intercambia por bienes y servicios, sino por títulos de crédito o de propiedad que representan activos que reportan una renta: estos intercambios de moneda por títulos constituyen lo que nosotros denominamos las finanzas.


UN TIPO DE ORGANIZACIÓN FINANCIERA CALCADO DE LA VALORIZACIÓN DEL CAPITAL: LOS MERCADOS DE TÍTULOS NEGOCIABLES


   Un modo de describir las finanzas puede así consistir en considerarlas como un vasto mercado en donde se intercambia una mercancía muy particular, el capital representado por los títulos. La utilidad práctica, o, dicho de otro modo, el "valor de uso" de esta mercancía no es otro que su capacidad de reportar un beneficio tan elevado como sea posible a su propietario. 17

   El funcionamiento de los mercados de títulos negociables traduce palabra por palabra esta definición. Ya se trate de una acción o de una obligación emitida por una empresa, cada uno de estos títulos representa una parte del capital existente en la sociedad en forma de dinero. La cotización del título, el precio al que puede venderse o comprarse en un momento dado, depende del total de
las rentas que proporcionará en el futuro -según las previsiones de los vendedores y de los compradores- a su propietario. Estas rentas -ya sea en forma de intereses o de dividendos- se toman de la masa de beneficios extraída por la actividad productiva de la economía en su conjunto. Sistemáticamente, la preferencia de los inversores la tienen los títulos que comportan una mayor esperanza de beneficios para una aportación inicial de fondos dada. Lo que importa, pues, no es tanto el rendimiento esperado de cada acción o de cada obligación. Es esencialmente la diferencia de este rendimiento entre cada inversión posible y las inversiones rivales.


RECUADRO 1.
LOS TÍTULOS FINANCIEROS

Los títulos negociables son documentos, actualmente conservados de forma electrónica en los ordenadores de unos intermediarios especializados. 18 Se crean cuando una empresa o un Estado que tienen necesidad de una fuente de financiación los vende a otro (banco, compañía de seguros, fondo de inversión, rico particular...) que dispone de capital para invertir. A continuación, este otro puede revenderlos en cualquier momento en el mercado: es para eso que sirven, por ejemplo, las Bolsas de valores. Los títulos financieros pertenecen a dos grandes familias. 19 La primera es la de las acciones, que representan una parte de propiedad en una empresa y procuran a sus propietarios una E parte de los beneficios llamada dividendo.

La segunda familia es la de los títulos que representan un préstamo concedido a un deudor por un acreedor y que dan a éste el derecho a percibir unos intereses. Esta última categoría de títulos comprende las obligaciones, que representan préstamos a plazo de varios años, emitidas por las empresas, las instituciones financieras, los Estados, las colectividades locales; comprende también diferentes títulos representativos de créditos a más corto plazo, como los certificados de depósito emitidos por los bancos, los billetes de tesorería emitidos por las grandes empresas (que en Estados Unidos se conocen como papel comercial) o los bonos del Tesoro.


   La presión de esta exigencia de rentabilidad es tanto más fuerte cuanto que los títulos financieros tienen, para quienes los poseen, la ventaja de ser líquidos, es decir, que pueden venderse en cualquier momento, al precio fijado por la oferta y la demanda que se expresa en la cotización que tienen en cada momento en el mercado. Los poseedores de patrimonios financieros tienen el poder de decidir instantáneamente qué títulos eligen conservar o vender, en función de las perspectivas de rentabilidad ofrecidas por sus emisores. La amplitud de dicho poder se manifiesta, por ejemplo, en la brutalidad con que los administradores de las carteras financieras pueden decidir vender masivamente las acciones de una sociedad cuando ésta anuncia unos beneficios inferiores a los esperados. Los mercados están, pues, organizados para que el criterio de la rentabilidad (la búsqueda de la máxima ganancia para cada dólar invertido) reine en ellos por completo.

   La acumulación del capital se expresa aquí en estado puro. El oficio de un administrador de patrimonio no es el de interesarse por los efectos benéficos o por los estragos que causan con sus inversiones las actividades financieras en la sociedad en su conjunto. Su único fin es velar para que el patrimonio que le han confiado se incremente sin cesar, al menos tan deprisa como el promedio de los otros patrimonios colocados en el mercado: en caso contrario, el deber de la institución para la que trabaja (ya sea un banco, un fondo de pensiones, una agencia bursátil, una compañía de seguros o un grupo industrial) será reemplazarlo por alguien más rentable.

   Se dirá, sin embargo, que existen también filántropos, o fondos éticos, que hacen profesión de privilegiar otros criterios distintos de la rentabilidad a corto plazo; pero estos solamente pueden mantener de forma duradera su existencia en la medida en que su actividad sea globalmente comparable a la de sus competidores desde el punto de vista de la rentabilidad financiera. 20 Para convencerse de ello, basta con recordar lo que sucede cuando se produce una crisis, un crac bursátil; entonces, todos obedecen un solo imperativo, el de recuperar su aportación con el mínimo de pérdidas posible, y las consideraciones humanitarias simplemente no tienen ninguna incidencia en el sálvese quien pueda general.

   Cuanto más importante es el lugar que ocupan las sociedades de inversión en el sistema monetario y financiero, más probable es que este se vea influido por las exigencias de rentabilidad del capital. En la tercera parte veremos que este es uno de los motivos fundamentales de que los mercados ocupen un lugar tan importante en el capitalismo actual: se trata de auténticas máquinas de poder al servicio de la rentabilización del capital, particularmente cuando esta topa con dificultades en el curso de la producción.


RECUADRO 2.
LAS INSTITUCIONES QUE INTERVIENEN EN LOS MERCADOS FINANCIEROS


   La función principal de algunos de estos actores es la de aportar fondos al  mercado.

 Entre ellos se encuentran organismos especializados en la gestión de las inversiones, cuyo único objetivo es el de proporcionar a sus clientes la máxima rentabilidad de sus fondos, gracias a unas estrategias más o menos arriesgadas; son los fondos comunes de inversión, los fondos de inversión colectiva (SICAV) o, para los clientes más ricos, los hedge funds [fondos de cobertura o de alto riesgo] deliberadamente especulativos. Algunos son célebres, como el Quantum Fund de George Soros, o los fondos LTCM, cuyas operaciones extremadamente bien calculadas estuvieron a punto de hacer saltar a los grandes bancos de Wall Street en octubre de 1998.

Otros fondos tienen una actividad comparable a la de los precedentes, pero con una finalidad más "social": gestionar las pensiones por capitalización de ciertas categorías de asalariados, principalmente en los Estados Unidos y en Gran Bretaña. Son los ya célebres fondos de pensiones. Estos fondos tienen muchos partícipes y atraen una masa considerable de capitales, y es por ello que pueden encontrarse en la situación de detentar partes considerables del capital de ciertas empresas que cotizan en Bolsa. A pesar de su función de “protección social”, e incluso cuando su gestión se ve influida por los sindicatos, como es el caso de ciertas grandes empresas norteamericanas, estos organismos no siguen otras reglas que las del máximo rendimiento de los fondos invertidos -es la condición para poder pagar pensiones más elevadas a sus mandantes.

No son los últimos en sancionar, mediante unas ventas masivas, las gestiones insuficientemente preocupadas por la "creación de valor para los accionistas", demasiado indecisas, por ejemplo, a la hora de eliminar puestos de trabajo o de hacer presión sobre los salarios. 21 Se ha podido constatar que el aumento del accionariado "institucionalizado", vía los fondos de pensiones 22 o los OPCVM (organismos de inversión colectiva en valores mobiliarios: SICAV, fondos comunes de inversión), ha presionado al alza las exigencias de rentabilidad financiera impuestas a las empresas.


   Para otras instituciones más complejas, la presencia en el mercado de capitales no es más que un subproducto de su actividad principal.

En el caso de las compañías de seguros. Su actividad les lleva a percibir cuotas por parte de su clientela, antes de la ocurrencia de siniestros por los que, llegado el caso, tendrán que pagar un reembolso. Mientras, los fondos tienen que invertirse de acuerdo con unos criterios en los que interviene el rendimiento, y también la seguridad y la liquidez. Inversoras a largo plazo por excelencia, las compañías de seguros se encuentran por ello a menudo en una posición de preponderancia en el capital de las grandes sociedades: disponen entonces de los medios para constituir vastas alianzas cuya estrategia pueden orientar. Es por ello que muchas de las peripecias financieras que han sido noticia durante estos últimos años en Europa están ligadas, de cerca o de lejos (y en el caso de las más importantes, de muy cerca) a la rivalidad que enfrenta al grupo Axa, fundado por Claude Bébéar y al grupo de Munich Allianz. Fue porque trataba de rechazar la alianza con la BNP preconizada por Claude Bébéar que Paribas buscó refugio en la Société Générale (de la que Allianz, vía las AGE es uno de los principales accionistas); en la misma época, fue Axa (con la BNP) quien se llevó el gato al agua en la fusión Elf-Totalfina, también en este caso frente a la Société Générale y a Paribas.

   Entre los agentes que intervienen en los mercados principalmente para conseguir fondos, se encuentran las grandes empresas y también los Estados.

El recurso a los mercados financieros es un privilegio de las empresas más grandes. Cotizar en bolsa o emitir billetes de tesorería en el mercado monetario comporta unos gastos elevados. Esto solamente es rentable silos fondos así recaudados ascienden a un montante suficiente para suscitar el interés de los suscriptores potenciales y para justificar los gastos que comporta este tipo de operación. En estas condiciones, los grandes grupos públicos o privados -apenas unos cientos en Francia- pueden obtener en los mercados costes de financiación más favorables que los tipos de interés pagados por las PYMES a su banco.

Los Estados también han recurrido cada vez más a los mercados de capitales para financiar los déficits públicos, y en contrapartida han aceptado someter de forma más estrecha que antes sus políticas económicas al juicio de los parquets bursátiles. Sin embargo, no han dejado de desempeñar un papel específico de observación y reglamentación de las actividades financieras, pues el hecho es que ni la economía más liberal podría existir sin unas reglas y unos guardianes encargados de hacerlas respetar.

   Entre unos y otros, diferentes tipos de intermediarios ponen en contacto a vendedores y compradores de productos financieros, prestadores y prestatarios.

Algunos se limitan estrictamente a este rol de corredores. Otros no tienen otra función que la de proporcionar información a los inversores: son, por ejemplo, las agencias de notación o calificación (rating agencies en inglés) que, como su nombre indica, miden con una nota el riesgo de que un prestatario no cumpla (desde la prestigiosa calificación AAA reservada a las mejores firmas, la escala desciende, por unos veinte grados, hasta los junk bonds [bonos basura], las obligaciones "podridas" que solamente se poseen asumiendo sus riesgos y peligros...). Las principales agencias de notación son las americanas Moody's y Standard and Poor's, y la europea Fitch IBCA.

Otros viven solamente de la especulación por cuenta propia: vendiendo o comprando incesantemente títulos y contratos, y obteniendo de paso un beneficio, contribuyen a la animación del mercado, a lo que se conoce como su liquidez.

Finalmente, los intermediarios más prestigiosos combinan las funciones de consejo y la intervención en los mercados por cuenta propia. Los más importantes son las sociedades de inversión gigantes como la Merrill Lynch y los bancos de negocios de tamaño industrial como JP Morgan, o más confidenciales, como Rothschild o Lazard, cuyo poder depende sobre todo de los estrechos lazos que mantienen con las principales familias de la oligarquía financiera que, en ocasiones desde hace siglos, detentan lo esencial del poder económico 23 y 23 bis.


   Hay que subrayar el papel muy particular que desempeñan los bancos

A la vez prestamistas, prestatarios e intermediarios, los bancos intervienen en todas las fases de las operaciones financieras. En primer lugar porque todas las transacciones se saldan siempre tarde o temprano, en el sentido más concreto del término, mediante movimientos en unas cuentas bancarias. Y después porque los bancos tienen el poder excepcional de crear, mediante un simple jeu d'écriture, la materia prima de todas las actividades financieras, la moneda.

Como veremos más en detalle en el capítulo 2, basta para ello que decidan conceder un crédito a tal o cual cliente. Para las empresas se trata, hablando con propiedad, de una cuestión de vida o muerte. Todo empresario de una PYME lo sabe muy bien, pero los grupos gigantes no escapan a la regla: Vivendi ha podido conocer durante varios años la fiebre de las OPA y la constitución de un imperio financiero mundial, pero cuando ha visto comprometida su supervivencia, han sido los bancos quienes han tenido la última palabra. Veremos, sin embargo, que los bancos solamente ejercen su poder monetario dentro de ciertos límites; necesitan refinanciarse en el banco central, que es el único que tiene el privilegio de proporcionarles la moneda que sirve de base a sus operaciones.

La función de los bancos es tan particular que volveremos sobre el tema una y otra vez en los capítulos siguientes.




LA DUALIDAD DEL SISTEMA MONETARIO Y FINANCIERO


   Intercambio de moneda por mercancías, intercambio de moneda por títulos financieros: estos roles a la vez distintos y estrechamente relacionados entre sí explican la coexistencia de dos modos de organización de las relaciones financieras, uno de ellos centrado en los mercados de títulos negociables, y el otro en los bancos que gestionan depósitos y conceden créditos. Por ello, para designar al conjunto de las instituciones financieras, preferimos la expresión "sistema monetario y financiero" a la expresión más habitual de "sistema financiero", que descuida la dualidad constitutiva de este sistema.

   La organización y el funcionamiento del sistema monetario y financiero no son los mismos según que el primer aspecto (la acumulación de dinero en forma de títulos) se imponga, o que el segundo (la emisión de moneda con ocasión de las operaciones de crédito, y el mantenimiento de la confianza de los ciudadanos en la moneda así creada) contribuya a fijar un marco a las exigencias de rentabilización de los capitales privados. En el primer caso, todo el sistema financiero, incluidos los bancos que recaudan los depósitos de los ciudadanos privados, se moviliza al servicio de la acumulación de patrimonios financieros que adoptan la forma de títulos negociables (acciones, obligaciones y otros instrumentos evocados en el Recuadro 1). En el segundo caso, el papel de los mercados de títulos es mucho menos importante y lo que cuenta ante todo es la calidad del trabajo de los bancos, administradores de cuentas, dispensadores de crédito y creadores de moneda en relación con el banco central, anticipando de este modo la creación de riqueza y de empleo.

BANCOS Y MERCADOS, DOS RELACIONES MUY DIFERENTES DEL RESTO DE LA SOCIEDAD


   Para ver lo que esta diferencia implica más allá del ámbito del dinero, nada mejor que la descripción de dos situaciones concretas, representativas, cada una de ellas, de uno de los dos modos de funcionamiento del sistema monetario y financiero.


Las salas de contratación, "universo despiadado" de la rentabilidad capitalista.

   Tomemos primero el ejemplo de un joven operador que trabaja en una sala de contratación. Poco importa que trabaje para un fondo especulativo, un banco, un grupo industrial, una agencia bursátil o una compañía de seguros: lo propio de los mercados financieros es precisamente que en ellos todos los actores obedecen las mismas reglas, la búsqueda del máximo rendimiento de los fondos invertidos. En ellos, la organización del trabajo está pensada para que nuestro "golden boy" haga abstracción de sus convicciones filosóficas, políticas o religiosas, así como de sus orígenes sociales o nacionales (los parquets bursátiles de Nueva York son un mosaico étnico asombroso, en el que están representadas las élites de todos los países, desde los últimos inmigrantes de la vieja Europa hasta los miembros de la diáspora china, pasando por los ciudadanos de los países "emergentes" que han tenido el privilegio de frecuentar las universidades americanas o inglesas).

   A nuestro operador se le pide una sola cosa -aunque se trata de una exigencia absoluta, sancionada, en caso de éxito, por una remuneración sin punto de comparación con los salarios más holgados, y en caso de fracaso, por el despido inmediato-: conseguir, al final del ejercicio, el rendimiento más elevado posible para el capital cuya gestión se le confía. Este es el único objetivo al que deben consagrarse todos sus talentos -que son muchos, pues así de severa es la selección de las personas que forman parte de esta categoría 24; y también todo su tiempo -las semanas de trabajo duran aquí bastante más de 35 horas-; y todas sus energías -a los 35 años, en este ambiente, uno se ha convertido en su propio patrón o está irremediablemente agotado por el estrés.

   La cosa es muy simple: si alguna otra consideración llega a prevalecer en su actuación, los capitales que le han sido confiados se apartarán inmediatamente de la institución para la que trabaja y se dirigirán hacia otra que le ofrezca un rendimiento superior. Es, pues, una cuestión de supervivencia, para las compañías financieras, sustituir sin demora a todo gestor de fondos que no subordine su actuación a las leyes de la competencia entre capitales y de la máxima rentabilidad financiera. La única ley que vale es la de hacer dinero con el dinero.


"El sentido común cerca de casa": mito y realidades

   Frente a estas instituciones que expresan en toda su pureza las leyes de la acumulación capitalista, consideremos ahora una situación igualmente típica, la de un director de agencia en el seno de una gran red de banca comercial.

   También en este caso, incluso en las redes mutualistas (como el Crédit Agricole, las Banques Populaires, el Crédit Mutuel o las Raiffeisenkassen del mundo germánico), los criterios de rentabilidad dominan y dejan su marca en todas partes. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en las salas de contratación, las redes bancarias establecen unas relaciones de naturaleza muy variada con su entorno.

   Nuestro jefe de agencia, para ejercer convenientemente su oficio, no tiene que abandonar todo aquello que constituye la complejidad de su ser social. Al contrario, tiene que anclarse profundamente en su entorno. Tiene que tener en cuenta las realidades sociales, culturales, políticas del medio del que él mismo y su institución forman parte. Tiene, incluso, hasta cierto punto, el deber de ser sensible a consideraciones relativas al desarrollo económico de su región, al empleo y a todo lo que esté con él relacionado (perspectivas de futuro de los jóvenes, ordenación del territorio, entorno, inseguridad...).

   En la práctica, y más allá de su temperamento individual, de la formación inicial que haya recibido y de su visión personal del mundo, sufrirá tres influencias principales. La primera es la que ejerce la dirección de su banco, que le impone unos objetivos, unos ratios, unas prioridades comerciales y financieras en función de las exigencias de los accionistas, de la coyuntura económica y de la acción ejercida por el banco central mediante los tipos de interés directores y de sus condiciones de "refinanciación" (véase Infra, capítulo 6). La segunda influencia es la de la burguesía local, el medio social del que forma parte. Llegado el caso, podrá dejarse sentir una tercera influencia: la de las luchas sociales y políticas que se desarrollan en el entorno de nuestro banquero. En resumidas cuentas, se trata, para un movimiento social que pretenda hacer prevalecer los criterios de financiación favorables al empleo y al progreso social, de un interlocutor mucho más interesante, por cuanto es potencialmente más contradictorio y más accesible que las salas de contratación.

   Estos dos ejemplos son esquemáticos; no obstante, no son simples caricaturas, pues expresan una oposición muy general. Los grandes banqueros que han dejado huella en la historia -los Rothschild, los Morgan, los Warburg...- se movían sin duda, igual que todos sus colegas, por el afán de lucro. Pero si el recuerdo de su acción se ha perpetuado es porque también tenían una visión personal del porvenir de su comunidad, al servicio de la cual supieron poner, hasta cierto punto, el poder financiero de su entidad. Los comportamientos colectivos de los mercados financieros, que evalúan las perspectivas de rentabilidad y los riesgos de las diferentes inversiones desde el punto de exclusivo de la rentabilidad del capital invertido, son radicalmente incapaces de tal creatividad 25.

   De ello se sigue una conclusión importante: si las instituciones cuentan en el combate para cambiar la sociedad, y si el poder sobre el dinero es un factor decisivo, entonces debería ser estratégicamente provechoso actuar sobre el comportamiento de los bancos, para reducir el poder de los mercados.

   Así, la marcha de la economía, y sus consecuencias en el empleo, serán muy diferentes según que los bancos refuercen, mediante su política de crédito, el dominio de los criterios de rentabilidad en la gestión de las empresas, o que contribuyan, al contrario, a resaltar los criterios de eficacia económica y social favorables al empleo y al aumento de las riquezas accesibles a todos.

   En cuanto depositarios que son de la confianza del público en los signos monetarios, los bancos ejercen así una responsabilidad social que rebasa en mucho sus objetivos en cuanto empresas privadas. Sin embargo, en la sociedad actual, su acción está en realidad al servicio de la acumulación del capital. Multiplica el poder de ésta, puesto que los bancos centralizan toda clase de fondos dispersos entre una multitud de individuos, de modo que puedan alimentar los movimientos que constituyen el punto de partida de la valorización del capital.

   Este primer capítulo nos ha dado una primera idea de la distinción que conviene establecer entre moneda y finanzas, y de las relaciones complejas que mantienen entre sí. Conviene ahora examinar de un modo más preciso los engranajes del sistema monetario y financiero. Empezaremos por la institución monetaria.




Capítulo 2

LA MONEDA




  Este capítulo tiene dos objetivos. En primer lugar, resume unas informaciones indispensables para cualquiera que desee comprender el funcionamiento de las economías contemporáneas: cuáles son las funciones de la moneda, que formas adopta a lo largo del desarrollo económico. En segundo lugar, tratamos de convencer al lector de la naturaleza profundamente política de la I institución monetaria.


RECUADRO 3.
¿QUÉ MÉTODO UTILIZAR PARA ANALIZAR LOS FENÓMENOS MONETARIOS?


Si hay un ámbito en el que es fácil extraviarse si no se dispone de un método orientador, este es el ámbito de la moneda, La primera dificultad consiste precisamente en elegir una teoría entre la abundante literatura consagrada al tema desde los orígenes del pensamiento económico.

“Entre la gran diversidad de doctrinas sobre la naturaleza de la moneda, podeos distinguir dos direcciones importantes”, escribe Pierre-Bruno Rufino 26. “Numerosos autores, entre ellos los de la escuela clásica como Mill y Say; consideran la moneda como un bien económico (...) Otros autores, menos numerosos han buscado la naturaleza profunda de la moneda en lo que tiene de irreductible respecto de los otros bienes económicos: su diferencia radical se debe a que se trata de una 'institución' que se impone a la comunidad de los agentes en su conjunto". Esta distinción puede ayudarnos a comprender lo que está en juego en las controversias sobre la moneda y el crédito, desde el enfrentamiento, a principios del siglo XIX, entre la Currency School o Escuela Monetarista (los partidarios de una emisión monetaria regulada por las reservas de oro del Banco de Inglaterra) y la Banking School o Escuela Bancaria (los partidarios de una adaptación de la emisión de moneda de acuerdo con las necesidades de financiación de la industria), hasta sus ecos contemporáneos.

La primera corriente conduce a las concepciones monetaristas y neoliberales según las cuales es peligroso querer influir en la economía a través de un control de la emisión de moneda. La segunda corriente, a la que se relaciona con una de las tradiciones de los teóricos alemanes del Estado (Simmel 27, Knapp 28) se ha impuesto como una referencia muy importante con los trabajos de Carlo Benetty y Jean Cartelier, Michel Aglietta y André Orléan. Estos autores insisten en el fenómeno monetario como un "hecho social total", como la condición misma de la aparición de las instituciones económicas. Estas concepciones de inspiración estructuralista 29 son extremadamente potentes para mostrar la dimensión social y política intrínseca de los fenómenos monetarios, y, lo que es central en el tema aquí tratado, la importancia enorme de la acción de los bancos centrales como nodo de todas las contradicciones de la "mundialización" contemporánea 30. Sin embargo, el postulado de una naturaleza esencialmente institucional de la moneda tiene el riesgo de acreditar la idea de que las contradicciones de los fenómenos financieros podrían encontrar su solución en una evolución de la propia convención monetaria, bajo la égida de un banco central con "credibilidad" y de un Estado que lleve a cabo una buena política económica.

Los minuciosos análisis que Marx y otros autores por él inspirados han consagrado a los fenómenos monetarios y financieros 31 nos parecen más profundos porque tienen en cuenta de un modo más completo el conjunto de las relaciones mediante las cuales "los hombres se producen ellos mismos al producir sus medios de existencia". Efectivamente, dichos análisis toman como punto de partida, no la propia institución monetaria, sino las relaciones contradictorias que mantiene con las condiciones de producción de las mercancías 32. Por lo tanto, lejos de desarrollar una “teoría metalista de la moneda” 33, el autor de El Capital parte precisamente de la contradicción que constituye la designación de una mercancía determinada (históricamente, los metales preciosos) como fundamento de las relaciones monetarias.

Este punto de vista no solamente ayuda a comprender las formas modernas que adopta el papel moneda y la moneda de crédito, sino que permite relacionar muy profundamente estas contradicciones con las de la acumulación capitalista. Desde un punto de vista metodológico, permite, pues, integrar un conjunto más completo de fenómenos en un análisis sistémico coherente. En la práctica, los análisis marxistas han demostrado su utilidad -como vamos a mostrar en la tercera parte de este libro- en el establecimiento de diagnósticos sólidos sobre la crisis estructural y sistémica en la que nos encontramos y en el modo en que esta se manifiesta en la coyuntura económica y fiera. Retomando la distinción que hemos avanzado mediante la cita inicial entre una "moneda, bien económico" y una "moneda institución", podemos decir que este modo de abordar los fenómenos financieros extrae su interés de su capacidad de interrogarse sobre los efectos de una mercancía que al mismo tiempo de fundamento a una institución.


LAS FUNCIONES DE LA MONEDA


La moneda, medio de circulación de las mercancías

   Las ventajas prácticas que presenta la moneda para el desarrollo de los intercambios comerciales bastan para justificar su existencia. En un sistema de trueque, en donde los productos se intercambian directamente unos por otros, toda transacción supone el encuentro de dos participantes que desean intercambiar precisamente el producto que le falta al otro. Por ejemplo, un fabricante de zapatos que necesite pan para desayunar tiene que encontrar a un panadero que necesite un par de zapatos precisamente ese día 34... En cambio, cuando existe una moneda, es decir, una mercancía particular que todo el mundo acepta a cambio de cualquier otra, basta con ofrecer esta moneda a cualquier cambista para obtener los productos que éste tiene a la venta: de este modo, la moneda ejerce su primera función, que es la de un intermediario de intercambio 35. Históricamente, diferentes tipos de mercancías han podido asumir el rol de la moneda en los intercambios: cabezas de ganado, puntas de flecha, conchas... Los metales preciosos, el oro y la plata, se impusieron finalmente como forma principal de la moneda desde la Antigüedad, por razones basadas principalmente en consideraciones prácticas: dichos metales pueden representar un valor grande en un volumen pequeño, pueden dividirse en tantas partes como sea necesario, se conservan sin límite de caducidad... Estas propiedades son igualmente comunes en el ejercicio de las otras funciones de la moneda.


La moneda, unidad de cuenta

   En efecto, el uso de la moneda presenta la ventaja suplementaria de simplificar el establecimiento de los precios, del mismo modo que facilita el establecimiento de los intercambios. En un mercado en el que se intercambia un número n de productos, hay tantos tipos de intercambio como parejas de dos productos posibles, o sea, n(n-1)/2 intercambios posibles (con 2.000 productos, por ejemplo, hay unos 2 millones de relaciones de intercambio posibles). Si un producto, el oro por ejemplo, está especializado en el intercambio con todos los demás, basta conocer la relación de intercambio de cada uno de los n- i productos con esta mercancía especial -es decir, su precio- para poder calcular, si es necesario, todas las otras relaciones de intercambio. Esta es la segunda función de la moneda, la de unidad de cuenta.


La moneda, reserva de valor

   Así, en la economía de mercado de la que tenemos experiencia, los productos no se intercambian directamente con otros productos 36: en la vida concreta se intercambian siempre mediante la moneda 37. Si proseguimos la comparación con el trueque, esto dota de una nueva facultad a los participantes en el mercado: la de disociar en el tiempo el momento en que un cambista se separa de la mercancía que ofrece y el momento en el que va a adquirir la que pide. Mientras tanto, conserva su poder de compra en forma de moneda. Esta ejerce, pues, una función de reserva de valor. La acumulación de moneda puede de este modo justificarse por la espera de un uso ulterior. Puede también convertirse en un fin en sí mismo, y es así como se acumulan, desde la Antigüedad, los tesoros, en los que "la riqueza se fija en cuanto riqueza socia! abstracta" 38. En la sociedad moderna, estos tesoros no se contentan con dormir mientras esperan ser gastados, sino que constituyen los capitales.


La moneda, institución social

   Estas tres funciones de la moneda -medio de circulación, unidad de cuenta, reserva de valor- son idénticas desde que se reflexiona sobre la naturaleza de la moneda. Es su enunciado, ya presente en Aristóteles, lo que hoy todavía sirve como definición de la moneda en los manuales de economía. Las tres son necesarias, en efecto, para que pueda hablarse de moneda, más aún cuando cada una de estas funciones sólo puede ejercerse verdaderamente en relación con las otras dos 39. Por ejemplo, ¿quién aceptaría conservar la moneda si no tuviese confianza en la capacidad de que dispondrá, cuando lo desee, para hacerla aceptar a cambio de otros bienes útiles? Pero también, ¿quién querrá servirse de la moneda en sus intercambios si no puede fiarse de la medida del valor de los bienes que podrá vender o comprar con dinero?

   Esta interacción de las diferentes funciones de la moneda refleja una realidad profunda: más allá de la mecánica de los intercambios, la moneda es un fenómeno esencialmente social. "Toda moneda es fiduciaria", es decir, basada en la confianza, escribía François Simiand. Toda moneda circula en un espacio geográfico y en una sociedad dada. Constituye, en realidad, uno de los fundamentos de esta sociedad por el vínculo de confianza entre todos sus miembros que supone el uso de la misma 40. ¿Acaso no es la primera preocupación de los Estados que acceden a la independencia emitir su propia moneda nacional?


La función internacional de la moneda

   El anclaje de cada moneda en la sociedad particular en cuyo seno sirve de intermediaria a los intercambios tiene una consecuencia suplementaria, en la medida en que las relaciones comerciales ponen en contacto a dos comunidades diferentes -dos naciones- en cuyo seno circulan dos monedas diferentes. Hay que definir entonces unas reglas de conversión de la moneda de cada nación a la moneda nacional de la otra: es una cuarta función de la moneda lo que aparece entonces.
   Consiste en regular los intercambios internacionales. Cuando se instaura un mercado mundial a escala planetaria, y cuando todas las naciones comercian unas con otras, cada moneda tiene que inspirar confianza, no solamente a los miembros de la sociedad en que se emite, sino a la comunidad de las naciones. Aunque, efectivamente, la autoridad de cada Estado puede hasta cierto punto imponer el uso de una moneda particular en el espacio político en el que se extiende, este poder ya no existe a la escala internacional en la que las monedas nacionales se encuentran y compiten sin que una autoridad suprema garantice el valor de una u otra. "Los diversos uniformes nacionales que adoptan el oro y la plata [...], pero del que se despojan en el mercado del mundo, marcan muy bien la separación entre las esferas interiores o nacionales y la esfera general de circulación de las mercancías" 41.

   La historia de las instituciones monetarias, a la que vamos a consagrar ahora unas cuantas líneas, muestra la importancia que tiene esta función: hoy en día, en última instancia, es precisamente a escala internacional, con el establecimiento de un sistema monetario internacional, como se crean las condiciones sobre las que se basa la confianza en cada moneda nacional 42.


DE LA MONEDA MERCANCÍA A LA CIRCULACIÓN DE SIGNOS MONETARIOS


   Todo esto, se dirá, está muy alejado de nuestra experiencia cotidiana: hace ya mucho tiempo que hemos dejado de intercambiar monedas de oro con los comerciantes y de llenar con ellas nuestras bolsas. La moneda que nosotros conocemos está hecha de puros símbolos, de billetes emitidos, en nuestro caso, por el Banco Central Europeo, e incluso de signos todavía más impalpables, de cifras registradas en los ordenadores que indican las sumas que figuran en nuestras cuentas bancarias.


La "desmateríalización" de las especies es tan antigua como la institución monetaria


   En realidad, el hecho mismo de la sustitución de la moneda metálica por unos símbolos no tiene nada que sea especialmente novedoso 43. Desde su mismo origen, las propias piezas de moneda representan otra cosa que su peso en oro o en plata: por ejemplo, se desgastan al circular y contienen menos metal precioso que la cantidad que oficialmente contienen, aunque este desgaste no impide que los cambistas las acepten, con la confianza de que podrán servirse de ellas en sus futuros pagos como si de piezas nuevas se tratase. Es aquí donde el carácter esencialmente social de la moneda aparece con toda su fuerza. Y la presencia, acunada en cada pieza, del símbolo de la comunidad política que la ha emitido, materializa esta confianza y contribuye a establecerla 44.

   Desde el momento en que las piezas que circulan en efectivo ya no son consideradas en función de su sustancia propia, sino como símbolos de una determinada cantidad de riqueza, queda expedito el camino para la utilización, en la circulación, de cualquier otro soporte menos costoso 45. Asimismo, la desconexión entre los signos monetarios y la mercancía concreta que designan ha conocido otras etapas, las últimas de las cuales pertenecen a la historia más contemporánea.


Pagar por medio de escrituras y no en especies metálicas: la moneda comercial


   La primera etapa, ciertamente muy antigua, fue la aparición de instrumentos de pago destinados a facilitar el comercio internacional. Los mercaderes de las sociedades antiguas o medievales (por ejemplo, los que se encontraban en las ferias de la Champagne en el siglo XIII) evitaban exponer a todos los riesgos de los grandes caminos las especies necesarias para el pago de sus transacciones. Preferían efectuar este pago mediante letras o documentos escritos.

   Por ejemplo, un mercader de paño flamenco que desease comprar especias a un negociante procedente de Venecia podía entregarle a este un documento -llamado letra de cambio- por el que ordenaba a un cambista italiano que pagase la mercancía, en ducados de curso legal en la ciudad de los Dogos, en el momento en que el vendedor regresase a su casa una vez concluidos sus asuntos en Provins o en Troyes. Desde luego, esta operación suponía que el comprador hubiese remitido previamente especies en cantidad suficiente al cambista; pero de este modo nuestro mercader flamenco no había necesitado entregar la suma íntegra, pues también él había recibido pagos, por mediación del mismo cambista italiano, de parte de los participantes en la feria a los que había vendido sus telas: su cuenta en el cambista se había incrementado de este modo con unos activos susceptibles de servir a continuación para efectuar pagos, sin ningún movimiento de especies metálicas. Un número potencialmente ilimitado de transacciones podía de este modo efectuarse mediante un simple intercambio de papel, y solamente el saldo de las operaciones entre cada participante en el mercado y cada cambista se pagaba finalmente en efectivo.

   Los mercaderes italianos de la Edad Media se especializaron en estas funciones e inauguraron de esta manera el oficio de banquero en Europa.



Los bancos y la generalización de los pagos mediante escrituras

   La aparición de operadores especializados en la teneduría de cuentas y en la ejecución de pagos -a los que llamaremos, desde este momento, bancos - introdujo una novedad muy importante en el sistema monetario.

   Los fondos depositados en estas instituciones pueden circular de un cliente a otro del sistema bancario, de tal manera que un simple juego de escrituras sustituye a la entrega de especies como pago. Los saldos contabilizados en las cuentas de los bancos representan, de un modo simbólico, las cantidades correspondientes de oro o de plata. Pero la cantidad disponible de dichos medios de pago simbólicos no está limitada por la producción de metales preciosos: como explicaremos más detenidamente en el capítulo 4, no depende más que de la capacidad que tienen los bancos de alimentar los activos de sus clientes a través de sus operaciones de crédito. Esta moneda bancaria representa actualmente, de lejos, la parte más importante de los medios de pago en circulación.

   Un largo proceso, desde el establecimiento del primer banco moderno, en la Amsterdam del siglo XVII, hasta un período tan cercano como los años sesenta en Francia, en el que la casi totalidad de los hogares franceses fueron incitados en unos cuantos años a abrir cuentas corrientes, ha llevado a la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los servicios bancarios se ha convertido en una necesidad vital: nadie puede vivir normalmente si no dispone de una cuenta en un banco.

   Este proceso ha tenido como contrapartida un retroceso en el uso de las especies metálicas o dinero en efectivo en los pagos concretos. En nuestros días, la utilización del oro como medio de pago o de transacciones financieras se limita al ámbito de los acuerdos internacionales entre los bancos centrales y las instituciones financieras internacionales, y también a determinadas operaciones muy particulares.

   Detengámonos un momento en este hecho, que tiene algo de vertiginoso: ¡toda la vida económica se basa en una convención! Todos los pagos que se efectúan en la zona euro, por ejemplo, suponen que sus trescientos millones de habitantes están de acuerdo en que unas simples cifras registradas en unos ordenadores representan efectivamente la cantidad correspondiente de riquezas útiles. Es un enorme factor de progreso económico, pues el incremento de los intercambios y la producción no está limitado por la cantidad de metales preciosos disponibles. La cantidad de medios de pago puede así adaptarse al volumen de negocios y a las necesidades de financiación de la economía.

   Pero es también una enorme paradoja. ¿Cómo garantizar que la gente no perderá un día la confianza en estos meros símbolos que para ella representa la moneda? No es más que una pura hipótesis: los episodios de hiperinflación y de fuga ante la moneda, como en la Alemania de los años veinte o, más cerca en el tiempo, en América Latina o en la Rusia post-soviética, se cuentan entre las peores catástrofes ocurridas en la historia de una nación, por cuanto ponen en entredicho una de las bases fundamentales de la vida en sociedad 46.


EL PROBLEMA CENTRAL DE LA MONEDA SIMBÓLICA: ¿VALE TANTO COMO PRETENDE?


   Lo propio de la moneda es representar cualquier cantidad de riquezas útiles del mismo valor. En los pagos en moneda que acompañan a la circulación de las mercancías, a menudo no hay ninguna diferencia esencial entre las especies metálicas, con su propia sustancia y su propio valor, y los signos abstractos cuya única función es la de representarlos. Lo único que importa es que el cambista que recibe moneda (ya se trate de una moneda mercancía o simplemente de unos signos) tenga la garantía de que podrá cambiar dicha moneda por la cantidad esperada de riquezas útiles. La diferencia se produce cuando aparece una duda en este sentido. Para verificar el valor de una pieza de oro o de plata, es posible pesarla y venderla por su peso en metal precioso. Pero en el caso de los signos puros emitidos por esas instituciones privadas llamadas bancos, ¿cómo podemos estar seguros de que su valor se corresponde con el que se supone que representan?


El principio de convertibilidad de las monedas simbólicas en monedas metálicas

   Desde el momento en que, con sus funciones de intermediario en los intercambios y de reserva de valor, la moneda es reemplazada por unos signos, la sociedad necesita absolutamente disponer de unos mecanismos que mantengan la confianza de los ciudadanos en dichos signos. Es conocido el mecanismo que se ha utilizado tradicionalmente: cualquier banco (es decir, con el vocabulario utilizado aquí, cualquier institución que gestione las cuentas en las que figuren los signos monetarios) tiene la obligación de rembolsar inmediatamente a sus clientes, a petición de estos, en moneda-mercancía concreta (oro o plata, según el sistema monetario en vigor en un país y una época determinada), los activos que los clientes hayan depositado en el banco.

   Con este dispositivo, una de dos: o bien el banco no deja de dar pruebas de que merece la confianza de sus clientes y que, por consiguiente, siempre cumplirá sus compromisos, y los clientes, en general, dejarán sus activos en las cuentas sin exigir la conversión de los mismos; o bien se instalará la duda y todo el mundo se precipitará a exigir el reembolso de sus activos. Entonces, el banco irá a la quiebra y sus clientes correrán el riesgo de perder definitivamente sus ahorros. La necesidad de prevenir este riesgo llevó, a medida que el capitalismo se imponía en las sociedades modernas, a una intervención de los poderes públicos (mediante la acción directa del Estado y la de una institución especializada, el banco central) para regular el funcionamiento de los bancos y la emisión de signos monetarios.

   La convertibilidad automática de los signos monetarios en oro o en plata es una obligación muy exigente. Si un banco se compromete a intercambiar estos signos, a un precio fijado de antemano, por una mercancía concreta como piezas o lingotes de oro, tiene que disponer de modo permanente de una reserva de oro suficiente, y proporcionada, al menos de manera aproximada, a la cantidad de nuevos signos monetarios que ponga en circulación en las cuentas de sus clientes. Esta obligación es muy eficaz para prevenir cualquier tentación de emitir una cantidad excesiva de moneda. Sin embargo, también puede darse el caso de que sea demasiado restrictiva. Si la capacidad de la economía para crear riqueza crece rápidamente, el aumento de la cantidad de medios de pago permitida por un régimen dado de convertibilidad puede resultar insuficiente; entonces, la falta de medios de financiación frena la actividad económica. A la inversa, el crecimiento económico sin precedentes del siglo XX solamente ha sido posible gracias a una evolución escabrosa, sembrada de crisis y de tentativas de vuelta atrás, que ha desembocado, en una serie de etapas, en una ruptura casi completa de la relación entre las monedas en circulación y el oro.


Primera etapa: la sustitución del oro por los billetes del banco central

   Hoy, la confianza de la gente en los bancos no se basa en la capacidad de estos de reembolsarles sus depósitos en oro, sino en billetes del banco central. Efectivamente, como todo el mundo sabe, los cajeros automáticos de los bancos no expiden piezas de oro, sino billetes. Estos billetes son simples pedazos de papel que no tienen un valor intrínseco superior al de las cifras registradas en las cuentas bancarias. Si el diseño de los próximos billetes europeos se confiase a un nuevo Magritte, podrían llevar la inscripción -y lo mismo puede decirse de cualquier otra representación- "esto no es un euro". Y sin embargo, todo el mundo se comporta como si el propio billete tuviese un valor en sí mismo. ¿Cuál es, pues, la diferencia entre estos billetes y las sumas que figuran en las cuentas de los bancos ordinarios?

   Los billetes emitidos por el banco central poseen dos elementos de credibilidad que no posee la moneda de crédito emitida por los bancos:

   El Estado ha declarado solemnemente mediante una ley que estos billetes son "tan buenos como el oro" 47. Este vínculo oficial con la mercancía-moneda constituye una diferencia de naturaleza respecto a la moneda de crédito emitida por los bancos ordinarios, cuya validez depende de la reputación del banco que la emite y por consiguiente, en última instancia, de la solvencia (por naturaleza aleatoria) de los clientes a los que concede créditos 48.

   El Estado ha confiado a una institución especial la labor de velar por la confianza de la gente en estos signos monetarios particulares. Esta institución es d banco central, cuya historia es inseparable de la historia del capitalismo. El Banco de Inglaterra, modelo de todos los bancos centrales, se fundó en 1694. El Banco de Francia data del 1800 y de la organización, por parte de Bonaparte, del Estado de la sociedad burguesa en Francia. En el momento de su creación, el Banco de Francia tenía unos privilegios y unos poderes de Estado, pero pertenecía a unos accionistas privados (las "doscientas familias" designaban a los principales de entre ellos, los únicos admitidos hasta 1936 en la asamblea general del Banco). Solamente fue nacionalizado en 1946.
   Así, cada una de las monedas que circulan por el mundo (el dólar, el euro, el yen, la libra esterlina, el rubio, el peso mexicano, la lira turca, la rupia indonesia...) se confía a la responsabilidad de un banco centra 49. Y es respecto a la moneda emitida por este banco central -que supuestamente tiene la misma calidad y el mismo valor que las piezas de oro- que las monedas privadas administradas por los bancos ordinarios tienen que demostrar su propia validez.
   Cualquiera puede dirigirse a la ventanilla de una oficina bancaria y exigir que le entreguen la totalidad de su saldo en billetes emitidos por el banco central. Cada banco tiene, pues, la obligación permanente de estar en disposición de obtener del banco central el dinero que necesite.
   Pensemos en la importancia de la responsabilidad que esto comporta para el banco central: él es el encargado de garantizar la confianza de la gente en los signos monetarios administrados por los bancos, reemplazando la sustancia de los metales preciosos por su propia firma, estampada en unos pedazos de papel, los billetes de banco que vende a la gente. He ahí por qué, desde el lugar estratégico que ocupan en los mecanismos de los poderes ligados al dinero, la actuación de los bancos centrales influye de un modo decisivo en el comportamiento de los bancos, el funcionamiento de los mercados financieros y las consecuencias que de ello se siguen sobre el empleo y la vida de todos y cada uno de nosotros. Su papel se ha ido convirtiendo en cada vez más importante con el paso de los años.


Segunda etapa: el paso de los billetes de banco convertibles en oro a los billetes de curso forzoso

   Durante el siglo XIX, los bancos centrales se aplicaban ellos mismos la regla de la convertibilidad de los signos monetarios en metales preciosos: el Banco de Francia o el Banco de Inglaterra se comprometían a entregar las piezas de oro correspondientes a cualquier ciudadano que se presentase ante la ventanilla con billetes de curso legal. Durante la Primera Guerra Mundial, el esfuerzo bélico se impuso a cualquier otra consideración de prudencia financiera: se pidió a los bancos centrales que financiasen los enormes gastos militares de los estados, emitiendo unas cantidades de moneda desmesuradamente superiores a las reservas de oro que poseían. Se decidió entonces que la gente ya no tendría derecho a exigir el reembolso de los billetes de banco en forma de oro: los billetes recibieron entonces un curso forzoso. Esto se produjo en un contexto de aceleración muy fuerte de la inflación, pero, aparte de determinados episodios extremos en los países derrotados, como la Alemania de 1923, ello no impidió que los pagos se llevasen a cabo y que la economía siguiera funcionando. Puede, pues, considerarse que, desde los años veinte, el vínculo entre los signos monetarios y el oro empezó a romperse, por lo menos en lo concerniente a una de las funciones de la moneda, la de intermediaria de los intercambios en el interior de cada país.


Tercera etapa: del patrón-oro al sistema de Bretton Woods

   Toda la historia monetaria de entreguerras ha girado en torno a los intentos de restablecer la relación con el oro por lo que respecta a las demás funciones, en particular la función de unidad de cuenta y la función internacional. Estos intentos han fracasado uno tras otro, y la reconstrucción de un sistema monetario internacional sobre nuevas bases solamente pudo iniciarse al final de la Segunda Guerra Mundial. Esto tuvo lugar en julio de 1944, en "una oscura estación meteorológica situada 150 kilómetros al norte de Boston, junto a un pequeño afluente del río Connecticut, en un circo de colinas boscosas” 50, conocida como Bretton Woods 51. Después de unas negociaciones, de las que nos ocuparemos más tarde, entre las dos principales potencias económicas de la época, Estados Unidos y Gran Bretaña, el sistema que se impuso instauraba un doble patrón -oro y divisas- en las relaciones monetarias internacionales. Había, en cierto modo, un doble mecanismo de convertibilidad: todas las monedas del mundo se definían (con un tipo de cambio fijo) con respecto al oro o con respecto al dólar. El Tesoro de los Estados Unidos, por su parte, se comprometía a rembolsar en oro (a un precio fijo de 35 dólares la onza) los activos en dólares de los Estados o de los bancos centrales que se lo pidieran.     

   El oro, a pesar de haber desaparecido completamente del ámbito de los intercambios privados, seguía así constituyendo la referencia y la garantía última de la moneda más importante del mundo y, con ella, de todas las demás monedas.


Cuarta etapa: el abandono de la convertibilidad internacional del dólar y la conclusión de la "revolución monetaria"

   Pero hoy ya no vivimos bajo este régimen monetario: su desmoronamiento ha sido uno de los aspectos de la crisis en la que entró el sistema económico capitalista a finales de los años sesenta. El sistema de Bretton Woods solamente podía funcionar si los Estados Unidos estaban en condiciones de demostrar en todo momento que podían garantizar el precio oficial del dólar en oro, es decir, que podían rembolsar en oro a los acreedores extranjeros que se lo pidieran. Pero la aparición de un déficit en la balanza de pagos americana, y la necesidad, por parte de Estados Unidos, de pedir cada vez más préstamos en el extranjero para financiar dicho déficit, hicieron que este compromiso fuera cada vez más difícil de cumplir. Tras varios episodios de crisis monetarias, Richard Nixon acabó por anunciar, el 15 de agosto de 1971, que Estados Unidos suspendía su compromiso de vender oro para mantener la paridad del dólar. Durante los años que siguieron se instauró un régimen de fluctuación generalizado de las monedas que los acuerdos de Jamaica de 1976 convirtieron en oficial 52.

   Resumamos este análisis de la institución monetaria y de su evolución a lo largo del tiempo: desde la aparición de la mercancía-moneda, las obligaciones prácticas llevan a reemplazar esta mercancía concreta (el oro o la plata) por unos símbolos. La conexión entre estos símbolos y los metales preciosos no habrá hecho, a lo largo de los siglos, más que distenderse, hasta desembocar en una casi-desaparición de los metales preciosos de la escena monetaria, y en una gestión puramente política de la institución monetaria, que es, en efecto, social y política en su esencia y desde su origen.

   Se puede calificar de "revolución monetaria" la ruptura del vínculo entre la moneda y el oro que se produce a principios de los años ochenta. Al igual que otros cambios que han sacudido a nuestra civilización, esta revolución trajo consigo una nueva libertad -un banco central puede crear tanta moneda como quiera, sin someterse a ninguna obligación relativa a la cantidad de metales preciosos que tenga en reserva. Comporta también nuevos riesgos -puede emitirse moneda de una manera mucho más inflacionista, es decir, sin que vaya acompañada de una creación de riqueza equivalente. En determinadas circunstancias esto puede poner en peligro la confianza en la moneda. Actualmente, esto favorece un crecimiento enorme de las operaciones financieras, al mismo tiempo que refuerza el dominio del dólar.

   Se plantea, entonces, un problema político: ¿quién es el que decide? ¿Para qué sirve la moneda que circula, a qué intereses favorece? ¿Puede dejarse una gestión de la moneda, que tiene unas consecuencias inmensas sobre la situación de cada uno de los seres humanos del planeta, en manos de unos cuantos miles de agentes financieros y unos cuantos centenares de altos funcionaríos y gobernadores de los bancos centrales, empezando por los de la Reserva Federal americana? ¿Es posible una "democracia monetaria"? El resto de este libro se dedica a examinar de un modo más preciso en qué términos pueden plantearse en la práctica estas cuestiones, y qué respuestas es posible darles si se piensa que es posible superar los obstáculos que todavía impiden a la humanidad controlar su propio desarrollo.



Capítulo 3

MONEDA, FINANZAS, CRÉDITO Y PODER



   Conviene insistir de nuevo en el carácter de institución social que posee la moneda: para que se pueda hablar de moneda es preciso que exista un consenso entre todos los miembros de la sociedad sobre la validez de esta moneda (y de los signos que la representan) como unidad de cuenta, como intermediaria de intercambios y como reserva de valor. En cada una de las funciones ejercidas por la moneda se entablan una serie de relaciones sociales y -este es el tema que nos interesa aquí- se establecen unas situaciones de poder. Como moneda y crédito mezclan estrechamente los intereses privados y la construcción de la confianza para el conjunto de la sociedad 53, estas relaciones de poder incumben tanto a las instituciones políticas, a escala nacional e internacional, como a las relaciones privadas entre acreedores y prestatarios.


UN PODER PRIVADO, EL DE LOS ACREEDORES SOBRE LOS DEUDORES


El crédito y el poder de los acreedores

   Cuando el intercambio pasa por la mediación de un pago con dinero, el cambio de manos de las mercancías y la entrega del pago pueden estar disociados en el tiempo: el crédito se hace posible. En este caso, a cambio de la transmisión del bien, el comprador no entrega dinero sino la promesa de que lo entregará más adelante. El comprador se convierte en un deudor, y el vendedor posee un crédito respecto a él, es decir, un poder.

   En efecto, la relación entre el acreedor y el deudor es profundamente desigual. Sabemos desde siempre que uno de los medios más eficaces para reducir a alguien a la esclavitud es endeudarle, precisamente porque toda la organización de la sociedad hace particularmente difícil discutir el derecho de un acreedor a obtener el pago de su deuda en dinero. Si el deudor no paga, "se produce una venta forzosa de su haber. La conversión de la mercancía en su figura valor, en moneda, se convierte de este modo en una necesidad social que se impone al productor cambista independientemente de sus necesidades y de sus fantasías personales", subraya Marx 54. "Si, como guardián del tesoro, el poseedor de mercancías desempeñaba el papel de un personaje más bien cómico, ahora se vuelve terrible, pues ya no es él mismo quien le identifica con la existencia de una suma determinada de dinero, sino su prójimo"55. Harpagón, enamorado de su cofrecillo, se convierte en Shylock exigiendo su libra de carne.

   El poder de los acreedores constituye así un mecanismo de dominación muy general en la organización de las sociedades. "En el mundo antiguo, el movimiento de la lucha de clases adopta sobre todo la forma de un combate, siempre renovado, entre acreedores y deudores, y termina en Roma con la derrota y la ruina del deudor plebeyo, que es reemplazado por el esclavo. En la Edad Media, la lucha termina con la ruina del deudor feudal. Éste pierde el poder político en cuanto se viene abajo la base económica que lo sostenía. Sin embargo, en estas dos épocas, esta relación monetaria entre acreedor y deudor no hace más que reflejar en la superficie unos antagonismos más profundos" 56. Sería fácil multiplicar los ejemplos contemporáneos de este combate desigual: entre los patrones de las PYMES y sus banqueros; entre los agricultores independientes y el Crédit Agricole; entre Vivendi o Alstom y sus consorcios bancarios; entre los Estados sometidos al Pacto de estabilidad europeo y los fondos de inversión que financian sus déficits públicos... ¿En qué "antagonismos más profundos" hunden sus raíces estos conflictos en nuestras sociedades contemporáneas? En otras palabras, ¿en qué medida el poder del dinero y el del crédito se relacionan con el poder del capital?


LA ACUMULACIÓN DE DINERO Y EL PODER DEL CAPITAL


   "El mundo no es una mercancía". El grito de los "altermundialistas" resuena como un eco de la indignación que, a lo largo de los siglos, mucho antes del advenimiento del capitalismo, ha sublevado a las conciencias contra el culto del becerro de oro. Pero, ¿acaso no hemos de ver también en él una referencia más precisa a los análisis cuya validez pone de manifiesto, bajo una nueva luz, el mundo contemporáneo? "La riqueza de las sociedades en las que impera el modo de producción capitalista se anuncia como una inmensa acumulación de mercancías". Hace ciento cincuenta años, la primera frase de El Capital tomaba nota del hecho de que el capitalismo moderno es por partida triple una sociedad de mercado:

- Su desarrollo amplía desmesuradamente la empresa de las relaciones comerciales a unos ámbitos que previamente pertenecían a la economía familiar (la producción de alimentos, de vestidos...), a la utilización gratuita de los recursos naturales (agua...) o a las actividades puramente intelectuales y desinteresadas (los "bienes culturales") 57 Ninguna zona del planeta escapa ya desde ese momento al mercado mundial.

- Las relaciones comerciales se extienden, en particular, a las relaciones existentes entre quienes detentan el poder económico y el conjunto de quienes realizan las operaciones de producción. Contrariamente a los constructores de las pirámides (que reverenciaban en el faraón al poseedor de una autoridad político-religiosa), a los esclavos de la Antigüedad clásica (a menudo reducidos a dicho estatus por derecho de conquista), a los siervos de la Edad Media (ligados personalmente a su señor por medio de la tierra que cultivaban), y contrariamente a los trabajadores de los regímenes de tipo soviético (sometidos a la dictadura de un Estado que pretendía legitimar su despotismo por el objetivo supremo de la emancipación del proletariado), los asalariados modernos entran en relación con sus patronos por mediación de un mercado, el mercado del trabajo. Tienen la "libertad" de vender en él su fuerza de trabajo, al precio estipulado, o la de renunciar a hacerlo y caer en el paro. Pero, como hemos visto, quien dice mercado dice, inmediatamente, pago en dinero. Con la aparición del asalariado, el poder de unos hombres sobre otros adopta, pues, la forma de un contrato negociado cuya contrapartida es el pago de una suma de dinero, el salario.

- He aquí, pues, un nuevo dominio en el que las relaciones de dinero resultan ser unas relaciones de poder; su origen es muy anterior al capitalismo, pero es cuando se convierten en el centro y el fin de la vida económica cuando el capitalismo se impone y cuando extiende el reino de la mercancía al conjunto de las relaciones económicas y sociales. El capital aparece cuando la tercera función de la moneda -la pura acumulación de riqueza por ella misma- da un sentido completamente nuevo a la circulación de las mercancías. Mientras que en la circulación simple el objetivo de los cambistas es obtener los productos que les son útiles, aquí es el dinero lo que constituye tanto la culminación como el punto de partida del conjunto de las operaciones. La posesión de un capital en forma de dinero está al principio del ciclo de la producción capitalista, pues "el hombre de los escudos" tiene que tener, por adelantado, con qué pagar a los trabajadores a los que va a contratar a cambio de un salario, y con qué pagar los medios materiales con los que éstos van a trabajar. Es también su objetivo, dado que la definición misma del capital es la de encontrarse, al final del ciclo de producción, agrandado con el beneficio más elevado posible.

 "Por un lado", escribe Jean-Claude Delaunay, "el capital es un conjunto de equipos y de trabajadores concretos que producen unos bienes útiles (el polo valor de uso), y por otro lado, todo el trabajo de producción y de prospección de los mercados materializa el dinero y tiene que conducir a unas ventas así como al dinero para poder seguir explotando de nuevo a la mano de obra (polo valor). La finalidad permanente de la empresa es la de realizar un beneficio, "hacer dinero" y reproducir el capital haciéndolo crecer"58. En cuanto se basa en unas relaciones de mercado sancionadas por unos intercambios de moneda, el poder del capital es, pues, inseparable del poder del dinero.

   Este poder se manifiesta de acuerdo con las tres dimensiones características del funcionamiento de un sistema:

- los objetivos a los que apunta la actividad económica y los criterios de gestión que de ello se derivan: la forma dinero del capital hace posible la reducción de todos los valores a un instrumento de medida único, la moneda.

   Entonces se desarrolla el cálculo económico, la elección entre diversas utilizaciones de fondos, la competencia entre ellas y la selección de las más rentables, es decir, de aquellas que -teniendo en cuenta el riesgo de pérdidas consustancial a todo proyecto que apunta hacia el futuro- permiten un mayor aumento del capital dinero en cada ciclo de su valorización.

- los medios que contribuyen a la prosecución de dichos objetivos, en particular, la movilización del ahorro por los mercados financieros, y la movilización del crédito.

- los poderes que imponen la prosecución de dichos objetivos: el sistema financiero se construyó -y actualmente sigue estando en lo esencial organizado- al servicio de la rentabilización del capital, a la medida del conjunto de la sociedad. En mayor medida que en cualquier otro ámbito de la sociedad, múltiples obstáculos hacen que las decisiones financieras queden en manos de una minoría y fuera del alcance de los ciudadanos ordinarios, aunque tengan una incidencia directa en el empleo, los salarios y las condiciones de trabajo.

   Paul Boccara insiste en el vínculo que, en el capitalismo, une al mercado de los productos y al mercado del trabajo con las instituciones financieras y con los poderes con ellos relacionadas: "El capital no es una simple propiedad privada de los medios de producción, como la que existe, por ejemplo, en el sistema esclavista. Está constituido por la propiedad que tiene el dinero de hacer más dinero, como demostró Marx, pasando por su utilización en la producción. Esto pasa también por la utilización del dinero y de los recursos de otros, por el crédito y el mercado financiero. Lo cual afecta esencialmente a la relación precaria del régimen salarial capitalista entre los asalariados y los que disponen del dinero constituido en capital para la producción. El mercado del trabajo también está, pues, en relación con el mercado del dinero, con la creación monetaria y con el crédito, con el mercado de los títulos financieros, con los tipos de interés y con el rendimiento de los títulos. Remite finalmente al mercado de las producciones, de los productos y de los servicios, así como a sus relaciones con la gestión de las empresas" 59. Estos lazos hacen que el funcíonamiento concreto del sistema monetario y financiero sea un tema que afecta al conjunto de los ciudadanos.

   Esto es aún más cierto si tenemos en cuenta que la política interviene directamente en el propio ámbito de la institución monetaria.


EL PODER MONETARIO, PODER DEL ESTADO


La moneda en la circulación de las mercancías y la intervención del poder político

   Cuando, en el siglo VI antes de Cristo, Creso, el rey de Lidia, acuñó las primeras monedas con el oro y la plata sacados de las arenas del río Pactolo, estampó en ellas su sello. Estas monedas inspiraban confianza por su contenido en metal precioso, pero no escapaban a una pérdida de sustancia debida al desgaste que se producía en ellas durante su circulación. Sin embargo, todo el mundo estaba obligado a aceptarlas por su valor facial. Esta intervención de la autoridad política es constitutiva de la institución monetaria.    

   Un poder público se manifiesta desde la aparición de la moneda como medio de funcionamiento de la economía de mercado 60, y traduce el carácter esencialmente político que reviste siempre la gestión de la moneda.

   La confianza mutua que se tienen los ciudadanos en sus relaciones económicas, y que se materializa en la confianza que conceden a su moneda, es pues algo que concierne a toda la sociedad. En las sociedades modernas es el Estado quien se atribuye la responsabilidad de velar por el mantenimiento de esta confianza, en particular por la validación que su autoridad aporta a los billetes de curso legal y de curso forzoso que emite el banco central 61. En las economías contemporáneas, esta institución recibe, por delegación del Estado, el poder monetario. Posee así la particularidad de encargarse a la vez de los aspectos técnicos de un servicio público (imprimir billetes, ponerlos en circulación, reemplazar los billetes usados o falsificados por billetes nuevos, garantizar la seguridad de los sistemas de pago, regular la emisión de signos monetarios por los bancos, velar por la seguridad de conjunto del sistema financiero) y de una acción política.

   Como todo poder político, este poder tiene, sin embargo, sus límites. El primero es que, a pesar de ser reguladas por un poder político, las condiciones de emisión de la moneda no pueden ser arbitrarias, tienen que respetar las normas de la circulación mercantil y la preservación del vínculo entre los signos monetarios y el valor que estos representan: este tema es objeto de la segunda parte de este libro. El segundo límite se sitúa allí donde el poder de cada Estado se ve confrontado con el poder de otros Estados nacionales.


LA JERARQUÍA DE LAS MONEDAS EN SU FUNCIÓN INTERNACIONAL Y LA HEGEMONIA ACTUAL DEL DÓLAR


   En ausencia de una autoridad reguladora mundial, la organización del sistema monetario internacional refleja la jerarquía de las naciones.


Un modelo histórico: el régimen del patrón-oro y la hegemonía británica

   Así, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, las relaciones entre las monedas nacionales estaban organizadas bajo lo que se ha denominado el régimen del patrón-oro. Correspondía a cada banco central velar por la convertibilidad en metal precioso de sus billetes, a un precio determinado de una vez por todas. Si el país gastaba más de lo que vendía, acababa pagando en oro, y la reducción de las reservas de oro del banco central obligaba a este a reducir la cantidad de moneda en circulación en el país, hasta inducir una rebaja en los precios y en la demanda interior. El resultado de ello era que los gastos del país se volvían inferiores a sus ingresos, lo que le permitía rembolsar su deuda.

   Por lo menos es así como se podían enunciar los principios del régimen del patrón-oro. La realidad era más compleja, puesto que, antes de tener que probar su equivalencia con el oro, las diferentes monedas nacionales tenían con frecuencia que empezar por probar su equivalencia entre ellas, con ocasión de las múltiples operaciones comerciales o financieras internacionales que implicaban operaciones de cambio entre monedas bancarias. Por ello, el sistema monetario internacional tendió a organizarse en torno a una moneda dominante, que gozaba de un grado de confianza particular y que era preferida frente a las demás en los acuerdos internacionales y en las operaciones financieras, en razón de la importancia económica del Estado emisor y de su poder

   La libra esterlina desempeñó este papel de moneda común mundial y de pivote del sistema monetario internacional en la misma época que el patrón oro, durante el apogeo del imperio británico: la libra esterlina era uno de los atributos y uno de los instrumentos del poder de dicho imperio. El período de las dos guerras mundiales y la terrible crisis económica de los años treinta destruyeron a la vez la hegemonía británica y el sistema del patrón-oro.


Bretton Woodsy la marcha hacia la hegemonía del dólar

   Cuando hubo que reconstruir el sistema internacional en 1944, en Bretton Woods, se enfrentaron dos concepciones: la de la Gran Bretaña, representada por John Maynard Keynes, y la de los Estados Unidos, representada por Harry Dexter White.

   El primero, que quería evitar la sustitución de la hegemonía británica por una hegemonía americana, abogaba por un sistema en el cual ninguna moneda nacional tuviese un papel privilegiado. El sistema tendría que organizarse alrededor de una especie de moneda común, que Keynes proponía llamar bancor y que habría administrado una "Unión internacional de cámaras de compensación" por cuenta de la comunidad de naciones. No consiguió su objetivo.

   Las tesis americanas fueron las que se impusieron, llevando a un sistema monetario internacional fuertemente jerarquizado: los Estados Unidos se comprometían a vender o a comprar oro en las cantidades necesarias para garantizar el mantenimiento de un precio oficial del dólar de 35 dólares la onza de oro; y las demás monedas se definían por una paridad fija respecto al dólar.

   Una nueva institución, el Fondo Monetario Internacional (FMI) se encargaba de velar por el buen funcionamiento del sistema, sin disponer por ello de un poder análogo al de un banco central: no era el FMI quien emitía una moneda oficialmente declarada "tan buena como el oro", era el banco central americano. La expansión que las economías capitalistas conocieron después de la guerra tuvo así como base monetaria la hegemonía de los Estados Unidos.

   Diferentes factores (algunos de ellos de naturaleza política, como la derrota americana en Vietnam) contribuyeron luego a poner en entredicho la hegemonía americana. Sin embargo, la ruptura del vínculo institucional entre el dólar y el oro a partir de 1971, última etapa de la "revolución monetaria" evocada en el capítulo 2, permitió, paradójicamente, durante el último cuarto del siglo XX, que esta hegemonía llegase a su punto máximo. Lo que conviene resaltar, en efecto, es que este acontecimiento, finalmente, no desposeyó al dólar de su papel central en el sistema monetario internacional, muy al contrario. La liberalización financiera puesta en marcha desde Washington en 1979 por el banco central americano, y que se extendió enseguida por el mundo entero (véase infra capítulo 10), fue también un modo de restaurar y de llevar a su punto máximo la influencia del mercado financiero americano sobre el conjunto del sistema monetario y financiero mundial.

   El resultado de ello fue que el dólar sigue siendo actualmente la base sobre la que descansa todo el sistema monetario internacional: en cada país, la confianza en la moneda tiene como sanción última la capacidad de la moneda nacional para cambiarse a un precio aceptable por el dólar. Esto es manifiestamente verdadero para los países que han optado por tener una relación fija con la moneda americana: cuando esta relación se volvió imposible de sostener fue cuando se produjeron las catástrofes económicas y sociales que se abatieron sobre los "nuevos países industrializados de Asia" en 1997, o en Argentina en el año 2001. Pero las grandes monedas que fluctúan con respecto al dólar (el euro, el yen, la libra esterlina, el franco suizo, el dólar canadiense...) soportan en gran parte los movimientos monetarios cuyo impulso parte del Tesoro y del Banco Central americano. La regulación última de una institución tan fundamental para toda la economía mundial como la moneda está, pues, principalmente en manos de dos instituciones políticas americanas -y del FMI, que está en gran parte bajo su tutela.

   La hegemonía del dólar participa así del poder político y económico de los Estados Unidos en varios aspectos:

- Permite atraer capitales del mundo entero; este fue uno de los mecanismos fundamentales del último decenio del pasado siglo. Fue como si una gran parte de la creación monetaria japonesa, china y europea hubiese servido para financiar la “nueva economía” americana.

- La “zona dólar” es mayor que el territorio de los Estados Unidos; no solamente varias monedas están vinculadas al dólar por una relación fija o por una banda de fluctuación, sino que la moneda americana circula por r'' países del tercer mundo o de Europa del Este, donde goza de una confianza muy superior a la que la gente otorga a las monedas locales. Desde el punto de vista de los Estados Unidos, la existencia de esta vasta zona dólar refuerza la credibilidad de la moneda dominante y amplía los márgenes de maniobra de la política económica de Estados Unidos para promover fluctuaciones de su valor con finalidades coyunturales.

   Incluso los bancos centrales de los países exteriores a la zona dólar contribuyen a la fortaleza de la moneda americana, puesto que acumulan reservas en dólares; estas reservas se invierten en bonos del Tesoro de los Estados Unidos en el mercado de capitales americano, contribuyendo así a reducir el coste de la financiación del déficit público y de las inversiones privadas en Estados Unidos.

   Sin embargo, la hegemonía monetaria de Estados Unidos es intrínsecamente frágil: solamente se sostiene por el crédito que los agentes económicos del mundo entero conceden a la moneda americana, y este crédito es objeto de un uso extraordinariamente intensivo: cada año, la deuda de Estados Unidos respecto al resto del mundo se incrementa en 600 mil millones de dólares, mas del 5% de su PIB! Más adelante nos ocuparemos de las consecuencias de estos desequilibrios.


NESIDAD DE UNA SUPERACIÓN DEL ANCLAJE MONETARIO SOBRE LOS ACTIVOS INTERNACIONALES


   ¿Vivimos, pues, en un mundo en el que la totalidad de la economía descansa sobre lo que podría considerarse como una ficción: la confianza más o menos forzosa de seis mil millones de personas en unas monedas puramente simbólicas, la más importante de las cuales, el dólar, gozaba de un crédito que su propio gobierno parece empeñado en socavar cada día endeudándose en el mundo entero? En absoluto. El abandono del vínculo formal entre el sistema monetario y las mercancías reales representado por la convertibilidad en oro no significa que no exista ya ningún vínculo y que el mundo se haya situado bajo el imperio de la arbitrariedad.

   Es ahí donde intervienen efectivamente las modalidades de organización del sistema bancario y, en particular, la acción de los bancos centrales frente a la inflación, las fluctuaciones del cambio y las crisis especulativas. Regulando el comportamiento del sistema bancario, los bancos centrales se esfuerzan en mantener el valor de la moneda y la confianza en los signos que la representan. Esta regulación, consciente y ejercida (por lo menos eso es lo que se pretende) en nombre del conjunto de la sociedad, es más flexible que la disciplina ciega de la convertibilidad en oro. Pero no por ello escapa a las contradicciones esenciales de la institución monetaria, ni a las disfunciones engendradas por la crisis sistémica que conocemos desde finales de los años sesenta, consecuencia de los antagonismos engendrados por las exigencias de rentabilidad financiera del capital y por la dominación de los mercados financieros. En esta crisis, y ante las exigencias de desarrollo de toda la humanidad que se manifiestan en la revolución de la información, la moneda es una apuesta de poder que abre la posibilidad de una transformación social muy profunda.





SEGUNDA PARTE

EL PODER DE LA BANCA Y DE LOS BANCOS CENTRALES





"Qué es la rapiña que lleva a cabo un banco comparada

con la fundación de un banco?"

BERTOLT BRECHT


    Repetidas veces hemos subrayado el papel muy particular que juegan los bancos en el funcionamiento del sistema monetario y financiero. El aspecto más extraordinario, tal vez, de este papel, el que le da un poder del que ningún otro agente económico dispone, todavía no lo hemos expuesto con detalle: es su poder de creación monetaria. Dado que se trata de un poder inmenso, está necesariamente controlado. Por ello será necesario que mostremos a continuación cómo supervisa y regula la sociedad la acción de los bancos y la creación de moneda por medio de una institución de la que ya hemos hablado: el banco central.



Capítulo 4

LA CREACIÓN DE SIGNOS MONETARIOS POR LOS BANCOS 62


  Pocas de las imágenes relativas a la economía resultan ser tan engañosas como la de la "plancha de los billetes". Los billetes de banco y las piezas de moneda representan una parte muy pequeña de la moneda que está en circulación: 453,4 miles de millones de euros a finales del 2004 en la zona euro, según las estadísticas del Sistema Europeo de Bancos Centrales. En ese mismo momento, los "depósitos a la vista" de los bancos, utilizables inmediatamente para pagar mediante cheques o giros, representaban una suma cinco veces más elevada: ¡2.459,9 miles de millones de euros! En el conjunto de la masa monetaria en el sentido más amplio, que incluye no solamente los depósitos a la vista, sino también las cartillas de ahorro, los depósitos a plazo fijo, las participaciones en los fondos SICAV a corto plazo, en pocas palabras, todo aquello que los estadísticos consideran como más o menos asimilable a la moneda, los billetes solamente representan un 6,9%.

  Casi toda la moneda que utilizamos en la vida cotidiana es, pues, moneda bancaria. Pero, ¿de dónde procede este dinero que figura en las cuentas de los bancos? De sus clientes, podríamos tener la tentación de contestar. Efectivamente, los bancos funcionan como unos intermediarios financieros: reciben depósitos de la gente y prestan el dinero de los mismos a los beneficiarios de sus créditos. Pero el dinero de los clientes también tiene que venir de alguna parte. La explicación es la siguiente: viene de las operaciones de crédito. Los depósitos constituyen los créditos, nos dice el sentido común, pero es únicamente porque los créditos constituyen los depósitos, como saben desde hace tiempo los banqueros.


CÓMO CONSTITUYEN LOS DEPÓSITOS LOS CRÉDITOS

   En efecto, ¿qué ocurre cuando un banco presta dinero -un millón de euros, por ejemplo- a una empresa o a un particular? Registra la suma en un depósito en la cuenta de su cliente, que puede inmediatamente hacer con ella lo que quiera, por ejemplo gastársela o invertirla en el mercado financiero. Y ya se ha creado un millón de euros. No se trata más que de un préstamo, por supuesto: si todo va bien, al vencimiento del crédito, unos meses o unos años 3 más tarde, el préstamo será reembolsado: la cantidad se cargará en la cuenta bancaria del cliente, y entonces la moneda creada en el momento de la concesión del crédito habrá sido destruida. Pero mientras habrá circulado por todos los canales de la economía y habrá permitido la realización de toda clase de proyectos que habrán aportado a la sociedad una riqueza suplementaria: en ese caso, la moneda no habrá sido creada en vano.


RECUADRO 4.
UN EJEMPLO DE CREACIÓN DE SIGNOS MONETARIOS POR EL CRÉDITO


Un ingeniero acaba de inventar un nuevo procedimiento industrial. Para explotarlo, un empresario capitalista quiere fundar una nueva empresa. Necesitará, por tanto, comprar o alquilar un local para el taller, las máquinas y los ordenadores. Tendrá también que pagar cada mes las materias primas que utilice, la electricidad, el teléfono... y a los asalariados que haya contratado. Los ingresos obtenidos con la venta de sus productos le permitirán hacerlo, o al menos eso espera. Pero de momento estos ingresos todavía no existen, porque aún no se ha producido nada, ni mucho menos vendido. En cuanto a los ahorros personales del empresario, solamente le permiten adelantar una pequeña parte de la aportación de fondos inicial.

Afortunadamente, nuestro candidato a jefe de empresa puede dirigirse a su banco y obtener un crédito. Mediante una hipoteca sobre sus bienes inmobiliarios y otras diversas garantías, el banco le presta, pues, a la empresa recién creada un millón de euros, reembolsables en cinco años, que le permitirán hacer frente a los gastos ocasionados por la inversión inicial y a los gastos corrientes de los primeros años de funcionamiento de la empresa. Más tarde, el banco cuenta con recuperar sus fondos y obtener el reembolso del préstamo más el pago de los intereses correspondientes, que se deducirán de los futuros de la empresa. Mientras tanto, la operación es equilibrada en  los libros de contabilidad de cada una de las partes: la empresa tiene en su haber un millón de dólares, y en contrapartida, registra en el debe la deuda de millón de euros que tiene con el banco. Este ha registrado dicho crédito su propio haber, y ha registrado también la suma de un millón de euros en cuenta de la empresa, que figura en su pasivo.


El banco Y concede un préstamo a la empresa X:      

                   


A medida que la empresa vaya gastando esta suma comprando máquinas, materias primas, etc., su cuenta irá disminuyendo en beneficio de otras cuentas. Estas cuentas pueden figurar en los libros de contabilidad del banco Y (por ejemplo, si el fabricante de las máquinas es también cliente del mismo banco). Pueden estar también en otros bancos (por ejemplo, en la cuenta del proveedor de materias primas). Pero mientras tanto, el banco Y recibirá pagos procedentes de otros bancos: los bancos no dejan de hacer circular los pagos de sus clientes, que en gran parte se compensan en sus cuentas (véase p. 83). Esta compensación nunca es perfecta, por dos razones. Primero, porque, en in momento dado, algunos bancos son deficitarios y otros excedentarios en liquidez. Los segundos pueden ayudar a los primeros a restablecer el equilibrio prestándoles sus excedentes a cambio del pago de unos intereses; la institución en la que se producen estas transacciones se denomina mercado interbancario. Luego, diferentes «fugas" hacen que una parte de la creación monetaria de los bancos se escape de las cuentas bancarias en forma de billetes reclamados por la clientela, de haberes en cuenta en el banco central, en el Tesoro Público, en el extranjero... Volveremos a ocuparnos de este aspecto de la cuestión en la sección consagrada a la política monetaria; en este momento no nos teresa y, en el ejemplo ultrasimplificado que presentamos aquí, podemos suponer, por ejemplo, que existe un solo banco en el que tienen sus cuentas todos los agentes económicos.

La empresa X gasta los fondos que le han prestado:








 


















*Se supone que todos los proveedores de la empresa X tienen sus cuentas en
el banco Y.

Las inversiones financiadas por el crédito permitirán a la empresa obtener unos beneficios. Supongamos que estos beneficios sean de dos millones de euros, conservados en forma de activos en cuenta en el banco: al vencimiento del préstamo, este suprimirá de su activo el préstamo a la empresa y reducirá simultáneamente el saldo de la cuenta de la empresa del montante inicial del préstamo (un millón de euros) y del montante de los intereses.

Al vencimiento del préstamo, la empresa ha obtenido unos beneficios:




 


















Con una parte de sus beneficios, la empresa reembolsa su préstamo y paga 200.000 euros de interés que son la parte del banco en los beneficios:


 

















Subrayemos que la empresa no habría siquiera llegado a nacer si el banco hubiese decidido no prestarle los fondos. Subrayemos también que el crédito no será nunca reembolsado si la empresa no consigue vender sus productos con un beneficio suficiente.




CREACIÓN DE VALOR Y CREACIÓN DE MONEDA


   Conviene insistir en un punto. El ejemplo anterior, a pesar de ser muy esquemático, pone en evidencia dos fenómenos, relacionados entre sí pero muy distintos uno del otro. Por un lado, la economía (en el ejemplo, la actividad y el trabajo del emprendedor y de los asalariados) crea riqueza, es decir, bienes o servicios que tienen una utilidad en sí mismos para aquellos que los adquieren. Se trata de mercancías vendibles a cambio de dinero, a un precio que depende, por término medio, de su valor, es decir, del tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.

   Por otro lado, los bancos crean signos de valor que funcionan como una verdadera moneda. Como hemos visto en el capítulo anterior, se trata, sin embargo, de signos, es decir, que poseen un carácter esencialmente arbitrario. Decidir la creación de estos signos confiere un gran poder a los bancos: al poner poder adquisitivo a disposición de los agentes económicos antes incluso de que se haya creado la riqueza correspondiente (y antes de que haya sido validada por su venta en el mercado), el crédito bancario permite la realización de proyectos que de otro modo no habrían visto la luz. Una expansión suficiente del crédito es, pues, una condición indispensable del crecimiento económico.

   Pero, ¡cuidado! Si la creación de riqueza anticipada por el crédito no tiene lugar, a los signos monetarios puestos en circulación por el crédito no les corresponderá ningún valor intercambiable nuevo. Estos signos no tendrán, entonces, otro efecto que el de contribuir a aumentar los precios de las mercancías intercambiables existentes, es decir, en otras palabras, el de hacer perder valor a la unidad monetaria. Desde este momento, esta representará menos mercancías reales. Los precios se inflan: es lo que se denomina inflación. Esto puede llegar, en los casos más graves, hasta el punto de hacer perder a los signos monetarios su estatus de moneda.
   La profesión de banquero tiene, pues, algo de mágico y de peligroso a la vez. Un simple registro escrito en la cuenta de un cliente, y el montante del crédito así acordado puede inmediatamente gastarse. Así, pues, ¿por qué no hacen esto los bancos de una forma ilimitada? ¿Cómo asegurarse de que los signos monetarios, infinitamente multiplicados por la extensión del crédito, no acaben perdiendo toda relación con el valor de las mercancías que se supone que representan?

   La evolución cuyo curso hemos trazado en el capítulo 1 ha llevado a confiar esta tarea a una institución especial, el banco central. El poder completamente particular que este ejerce, en el punto de unión entre el poder del Estado y el de los bancos privados que gestionan la moneda, y también en el punto de contacto entre las diferentes divisas nacionales, necesita una explicación detallada. Los dos capítulos siguientes se consagran, uno a las bases técnicas y económicas de dicho poder, y el otro a los envites vinculados a la concepción que se hacen los bancos centrales de su acción: es lo que se llama la política monetaria.




Capítulo 5

EL PODER DE LOS BANCOS CENTRALES SOBRE EL SISTEMA BANCARIO


   En cada país, la ley confiere al banco central -una institución pública cuyo capital pertenece en general al Estado- a la vez una responsabilidad enorme y, para que pueda asumirla, un privilegio extraordinario. La responsabilidad del banco central es la de velar para que los ciudadanos conserven siempre su confianza en los signos monetarios emitidos por el sistema bancario en su conjunto. El privilegio de que goza el banco central es el de que todo el mundo está obligado por el Estado a considerar la moneda que crea el banco central como poseedora de un poder adquisitivo legal. Esta propiedad no se aplica solamente a los billetes, sino a todas las formas de moneda emitidas por el banco central, incluidos los activos que figuran en las cuentas que los bancos ordinarios (que a partir de ahora denominaremos bancos comerciales) tienen en él, y que necesitan para poder trabajar. Estos activos en cuenta en el banco central se denominan “moneda central” 63.


RECUADRO 5.
¿EN QUÉ CONSISTE LA "REFINANCIACIÓN" DE LOS BANCOS POR PARTE DE LOS BANCOS CENTRALES?


Cuando un banco concede crédito a una empresa, hace falta que encuentre dinero necesario para financiar dicho crédito. Dispone para ello de depósitos de sus clientes. Pero, en general, esto no basta. Efectivamente, parte de la moneda creada por las operaciones de crédito de los bancos sale del circuito bancario y se transforma en una cosa distinta a los depósitos de los bancos: en billetes del banco central, por ejemplo, o en depósitos en divisas en los bancos extranjeros.


Un edificio "de dos plantas"

Para compensar estas "fugas", el banco tiene que encontrar un "repuesto". Puede encontrarlo en el mercado de capitales, pero tendrá que pagar por ello un tipo de interés que puede ser elevado. Ahora bien, existe una tercera fuente de financiación, menos cara que el mercado, para un banco: consiste en pedir un préstamo al banco central. Así, y de un modo regular, los bancos europeos piden dinero en préstamo a los bancos centrales nacionales miembros del Eurosistema.

De este modo, el sistema bancario es como un edificio de dos plantas: los bancos prestan dinero a sus clientes finales (empresas, particulares, administraciones públicas), y pueden, a su vez, pedir dinero prestado a su banco central dándole, como garantía, los créditos que posee sobre su propia clientela. Se dice entonces que están "refinanciando".

Ver Apéndices Gráficos (Dibujo 1)


Un tipo de interés director

El banco central solamente refinancia los créditos bancarios en las condiciones que él mismo establece. En particular, puede decidir el tipo de interés al que presta la moneda central a los bancos. Si un banco central quiere frenar el crecimiento de los créditos distribuidos por los bancos, puede aumentar sus tipos directores para hacer más costosa la refinanciación de estos créditos. El tipo de interés aplicado por el banco central influye en los tipos que se aplican en el conjunto del mercado monetario; por esto se conoce como «tipo director".


Garantías

Además, el banco central exige garantías para todas sus operaciones de préstamo. Del mismo modo que un nuevo inquilino tiene que depositar una paga y señal para poder disfrutar de su apartamento, un banco que presta dinero al Eurosistema tiene que depositar un aval en su banco central nacional. ¿En qué consisten estas garantías? Puede tratarse de bonos del Tesoro y otros títulos del Estado; en este caso, la refinanciación se concede independientemente de la opinión que el banco central pueda tener de cada crédito refinanciado.
Puede tratarse también de títulos representativos de créditos a las empresas: este caso, un crédito a una empresa particular solamente podrá utilizarse como soporte de refinanciación si el banco central lo acepta. Esto puede proporcionar al banco central, si lo desea, un medio para influir en los criterios que utilizan los bancos para elegir a las empresas a las que deciden conceder créditos.

Veremos en los capítulos 6 y 20 que esta cuestión es de una gran actualidad, particularmente en Europa.


EL BANCO CENTRAL, "BANCO DE BANCOS"


   Cada banco 64 tiene una cuenta en su banco central. Si los clientes le reclaman billetes, puede comprarlos al banco central pagando con la reserva de moneda central que figura en su cuenta. Para estar en cualquier momento en condiciones de proporcionar a sus clientes los billetes que le soliciten, y conservar de este modo su confianza, el banco tiene que disponer siempre de un saldo positivo en su cuenta en el banco central. Así, el sistema bancario tomado globalmente solamente puede funcionar si el banco central pone una cantidad suficiente de moneda central a su disposición. Para hacerlo, procede como los bancos cuando crean su propia moneda de crédito: presta dinero a los bancos que van a pedírselo y registra la contrapartida en el haber de su propio balance.


EL CONTROL DE LA CANTIDAD DE MONEDA CENTRAL POR EL BANCO CENTRAL


   El balance de un banco central se parece, pues, al de un banco normal. En su haber figuran los créditos que posee sobre los bancos comerciales (denominados "establecimientos de crédito" en la terminología oficial francesa) y sobre otros agentes económicos nacionales, así como los activos en oro y en divisas extranjeras, y los créditos sobre los agentes extranjeros que actúan en la zona donde circula la moneda que emite (los estadísticos califican a estos agentes, de un modo más preciso, como "no residentes"). En el debe del balance del banco central figuran los billetes en circulación en el sector público (hay que considerarlos como un crédito del sector público al banco central, aunque no exista la obligación de rembolsar estos billetes en oro) y las cuentas en las que los bancos (e incluso otros agentes económicos, en particular el Tesoro público) han depositado sus haberes en moneda central.

   La Tabla 1 da un ejemplo simplificado para el caso de la zona euro, en la que el rol del banco central lo desempeña un conjunto de trece instituciones llamado Eurosistema 65 y formado por el Banco Central Europeo y los doce bancos centrales nacionales de los países que han adoptado el euro como moneda única. En esta tabla, la moneda central que poseen los establecimientos de crédito figura en la partida "compromisos con los establecimientos de crédito".


Tabla 1. Principales partidas del balance consolidado del Eurosistema, a 31 de diciembre de 2004 (en miles de millones de euros)

Ver Apéndices Gráficos (Tabla 1)


   Este esquema permite analizar la acción del banco central. Determinados elementos de su balance (los representados en gris en la tabla) evolucionan, en lo esencial, de manera independiente respecto a la voluntad del banco central. Por ejemplo, este no influye mucho en el volumen de los billetes en circulación, que depende esencialmente de las costumbres de pago del sector público. Varía de un país a otro (es relativamente escaso en Francia y muy considerable en Alemania, donde los pagos mediante cheque y con tarjeta de crédito son mucho menos corrientes) y de un período a otro (muchos billetes salen de los cajeros automáticos en vísperas de las fiestas navideñas y a continuación, una vez gastados, vuelven a entrar en el banco central). Estos elementos del balance del banco central son conocidos como los "factores autónomos de la liquidez bancaria".

   A cambio, el banco central es el único que decide la cantidad de moneda central que presta a los establecimientos de crédito. Y como su balance es necesariamente equilibrado, si suponemos que los factores autónomos de la liquidez no varían, cualquier aumento de las ayudas a los establecimientos de crédito tiene como contrapartida un aumento igual de los activos de los bancos respecto al banco central, es decir, de la cantidad de moneda central. El poder esencial del banco central reside en esta capacidad de poner en circulación, en unas condiciones establecidas por él mismo, una cantidad más o menos grande de moneda central 66.


POR QUÉ LOS BANCOS COMERCIALES NO PUEDEN PRESCINDIR DE LA MONEDA CENTRAL


   Los haberes de los bancos comerciales en moneda central no les sirven únicamente para obtener billetes. Les sirven también para pagar las deudas que tienen unos con otros. Los bancos comerciales hacen circular en sus cuentas una multitud de operaciones: pagos de sus clientes mediante cheque, giros, avisos de transferencia, tarjetas de crédito, compras o ventas de títulos financieros, compras o ventas de divisas extranjeras, etc. Estas operaciones se compensan en gran parte 67, pero siempre hay algunos bancos que deben dinero a otros. En última instancia, el pago de estas deudas se lleva a cabo con moneda central, mediante transferencias desde la cuenta del banco deudor a la del banco acreedor en los libros del banco


EL MERCADO INTERBANCARIO Y SU REGULACIÓN POR EL BANCO CENTRAL


   Si un banco deudor no dispone, en su cuenta en el banco central, de una provisión suficiente para pagar sus deudas, puede pedir dinero prestado a otro banco que disponga de un excedente; el mercado en el que se producen estas operaciones se denomina mercado interbancario. Pero la cantidad total de moneda central disponible en el mercado no depende de los propios bancos comerciales: está estrictamente limitada a la que ha sido creada por el banco central y que figura en el pasivo de su balance.

   En otras palabras, es el banco central el que tiene el poder de decidir de qué cantidad de moneda central puede disponer el sistema bancario -o bien d de fijar el "precio" de esta moneda central, es decir, en la práctica, el tipo de interés que se aplica a los préstamos que concede a los bancos. Dicho de otro modo, salvo en circunstancias excepcionales, el banco central controla la oferta de moneda central. También puede dotarse de los medios para controlar la demanda de dicha moneda, con ayuda de dispositivos como los de las reservas obligatorias (véase el Recuadro 6). Se trata de una reglamentación que obliga a los bancos a mantener su saldo en el banco central a un nivel más alto que aquel en el que ellos lo situaran espontáneamente en función de sus necesidades de tesorería. Elevar el nivel requerido de las reservas obligatorias obliga los bancos a pedir más préstamos al banco central y, por consiguiente, a aumentar más su dependencia respecto al mismo.


RECUADRO 6.
LAS RESERVAS OBLIGATORIAS

El sistema de reservas obligatorias es un instrumento tradicional de la acción los bancos centrales.

El principio de las reservas obligatorias es obligar a los bancos a tener una cantidad irreducible de haberes en cuenta en su banco central, proporcioal al volumen de moneda que creen.
La cantidad mínima de reservas obligatorias es, pues, igual a una base multiplicada por un coeficiente. La base está normalmente constituida por el total los depósitos recaudados por cada banco entre sus dientes. Se da también el caso de que otros elementos del balance de los bancos (por ejemplo, el total de sus créditos) sirvan de base. El coeficiente puede variar en función del uso que el banco central desee hacer del sistema de reservas obligatorias. Este puede modularse según los diferentes componentes de la base. Por ejemplo, el sistema actualmente en vigor en la zona euro impone a los bancos que mantengan en su banco central nacional, miembro del Eurosistema, unas reservas al menos iguales al 2% del total de las partidas «depósitos", "títulos de crédito" e "instrumentos del mercado monetario" que figuren en el debe de sus balances. Además, se aplica un tipo cero de reservas a las "pensiones", a los «depósitos combinados con un vencimiento acordado superior a dos años", y a los "títulos de crédito con un vencimiento acordado también superior a los dos años".

El papel asignado a las reservas obligatorias ha evolucionado a lo largo del tiempo.
Instaurado en Estados Unidos después de la crisis financiera y bancaria de los años treinta, este sistema tenía entonces un objetivo "prudencial": se trataba de limitar los riesgos que tomasen los bancos en sus operaciones de crédito obligándolos a conservar en forma de depósitos en el banco central una parte j de los fondos recaudados entre sus clientes.

Después de esto, la preocupación principal de la política monetaria ha sido la de combatir la inflación. Con este fin, las reservas obligatorias se han utilizado para frenar el ritmo de la creación monetaria. Efectivamente, aunque las reservas obligatorias constituyen un crédito de los bancos comerciales sobre el banco central, este no les pagaba ningún interés. Todos los fondos conservados en forma de reservas en el banco central comportaban, por tanto, para los bancos un lucro cesante respecto a lo que hubieran percibido si hubiesen prestado estas sumas a sus clientes. Se seguía, por consiguiente, esta lógica: cuanta más moneda creaban los bancos, más aumentaba la base de sus reservas obligatorias y más elevado era para ellos el coste de dichas reservas. Aumentar los coeficientes de reservas obligatorias era, pues, una forma de desalentar a los bancos a crear una cantidad excesiva de moneda.
Las reservas obligatorias han sido muy útiles en los comienzos de la crisis como instrumento de las políticas monetarias tendentes a contener las presiones inflacionistas mediante la limitación del crecimiento de la masa monetaria. En Francia, donde fueron introducidas en 1967, incluso dejaron lugar durante mucho tiempo a un sistema todavía más exigente, la contención del crédito: cada trimestre, se establecía un tope a la progresión de los créditos distribuidos por cada banco, y en caso de superarlo, el establecimiento contraventor estaba obligado a constituir unas reservas obligatorias de un montante disuasorio.
Con la liberalización financiera, el papel de las reservas obligatorias ha disminuido. Según un proceso clásico, los bancos, descontentos con esta limitación reglamentaria que pesaba sobre su rentabilidad, aprovecharon la liberalización de los movimientos de capital para ejercer un chantaje sobre los bancos centrales y los gobiernos, y para obtener de este modo un ajuste a la baja de los coeficientes de reservas obligatorias. En vísperas del paso al euro, las reservas obligatorias ya no desempeñaban ningún papel en la política monetaria francesa.

Las reservas obligatorias constituyen un instrumento disponible para una política monetaria más activa en la zona euro.

Sin embargo, desde su creación, el Banco Central europeo se ha cuidado de incluir la reglamentación de las reservas obligatorias entre sus instrumentos de intervención, pero con un objetivo muy diferente de aquel al que apuntaban previamente.
Las reservas obligatorias, de un montante nada desdeñable (136,5 miles de millones de euros de promedio el año 2004), actualmente impuestas a los bancos de la zona euro, son de ahora en adelante remuneradas al tipo de las principales operaciones de refinanciación del Eurosistema. Así, pues, ya no les “cuestan” nada a los bancos. Tampoco son utilizadas para incitarlas a frenar su creación monetaria. Su función, oficialmente, es esencialmente técnica, y presenta un doble aspecto. En primer lugar, refuerzan el poder del banco central: cuando necesitan más moneda central de la que solicitarían espontáneamente en ausencia de reglamentación, los bancos son más sensibles a las variaciones del tipo director del banco central. Y además, el montante más elevado de reservas aumenta la "profundidad" del mercado interbancario y mejora su funcionamiento: el resultado de ello es una atenuación de las fluctuaciones a muy corto plazo del tipo de interés diario.
Sin embargo, nada obliga a confinar el instrumento de las reservas obligatorias a esta función técnica. Ya que existe, bastaría una decisión de los gobernadores del BCE para volver a darle un rol de estímulo en la política mona. Por ejemplo, la remuneración de las reservas podría suprimirse o cine en aquellos países en los que el crecimiento del crédito se considere demasiado fuerte. Y a la inversa, su coste seguiría siendo nulo en aquellos países en los que se hiciese sentir la necesidad de una estimulación de la coyuntura. Esta técnica permitiría tener en cuenta la heterogeneidad de la zona euro y la necesidad de modular la política monetaria según la situación de diferentes países que la componen 68.

La misma lógica podría llevarse más lejos en el marco de una política monea tendente a alentar una nueva selectividad del crédito: los bancos cuyas financiaciones fomentan las operaciones financieras o las salidas de capitales verían cómo les imponen unas reservas obligatorias no remuneradas y de un montante elevado. Y a la inversa, se animaría a los bancos que financian inversiones creadoras de empleos eficaces. (Desarrollaremos estas propuestas en la cuarta y en la quinta parte del libro, en particular en el capítulo 20).


   Cuantos más signos monetarios emiten los bancos a través de los créditos que distribuyen, más susceptibles son sus clientes de pedir la conversión de dichos signos en moneda emitida por otros bancos (cuando pagan sus gastos a clientes de estos otros bancos), en billetes, o en divisas extranjeras. Para tener la seguridad de poder hacer frente de un modo inmediato a todas estas demandas, necesitan disponer de reservas suficientes en moneda central. Sus necesidades de moneda central son, pues, más o menos proporcionales a la cantidad de moneda que crean. Este es el caso, en particular, cuando están sometidos a unos sistemas de reservas obligatorias proporcionales al montante de los depósitos que recaudan, o al montante de los créditos que distribuyen.


EL BANCO CENTRAL, PRESTADOR EN ÚLTIMA INSTANCIA


   Este es el poder del banco central. Al controlar la oferta de moneda central, ejerce una fuerte influencia sobre el comportamiento de los bancos cuando las cosas se desarrollan normalmente. Su poder se manifiesta con una; amplitud todavía mayor cuando un banco se encuentra en dificultades. Un banco solamente puede funcionar si todos sus interlocutores -impositores, otros partícipes en sus operaciones en los mercados de títulos, otras instituciones financieras, banco central...- están convencidos de un modo permanente de que el banco estará siempre en condiciones de pagar las deudas que contraiga con ellos. Si se produce la menor duda, y su crédito se hunde, ello hace que los signos monetarios que ha emitido pierdan potencialmente todo su valor. En este caso, su último recurso -antes del cese de su actividad- será dirigirse al banco central para pedirle que le preste los fondos necesarios para el cumplimiento de sus compromisos hasta que encuentre los medios de restablecer el equilibrio de su balance y la confianza de la gente.

   El banco central se encuentra, en este caso, en la situación de prestador en última instancia. La decisión que le corresponde tomar entonces -salvar o no a un banco en peligro de perder su crédito- está preñada de consecuencias, pues la quiebra de un banco no es precisamente un hecho anodino. Como todos los bancos (nos hemos hecho una idea aproximada de ello en los párrafos precedentes) están unidos entre sí por un tupido tejido de deudas, créditos y obligaciones recíprocas, la caída de un establecimiento, por simple contagio, puede provocar la de otros muchos. Es lo que se conoce como "riesgo sistémico" (véase la página 167); el término es adecuado, pues los bancos y el conjunto de las instituciones financieras forman efectivamente un sistema cuyo funcionamiento determina en gran parte el de todo el sistema económico. Una de las funciones del banco central -que está en un primer plano entre las preocupaciones desde hace unos treinta años debido a una sucesión de fallos bancarios más o menos estrepitosos- consiste en prevenir este riesgo sistémico. Contrariamente a una opinión a menudo expresada, en particular en las organizaciones financieras internacionales, esta función del banco central no nos parece fundamentalmente distinta de su función de regulación monetaria, sino que más bien constituye una de sus modalidades extremas.

   El conjunto de las responsabilidades asumidas por el banco central le confiere a éste un verdadero poder político, que se materializa mediante la influencia que sus intervenciones en el mercado interbancario y los reglamentos que promulga (para fijar, por ejemplo, el tipo y la base de las reservas obligatorias) ejercen en la marcha de la economía. Es en este marco donde dirige lo que se conoce como política monetaria.



Capítulo 6

EL OBJETO DEL PODER DEL BANCO CENTRAL:
¿CANTIDAD O CALIDAD DE LA MONEDA?






   Acabamos de ver que la obligación, impuesta a los bancos comerciales, de garantizar la convertibilidad en billetes de la moneda de crédito que ellos emiten coloca al sistema bancario bajo la dependencia del banco central. Esta obligación basta, en general, para asegurar la confianza de la gente en la moneda emitida por los bancos, dado que los signos monetarios -que gozan curso legal- emitidos por el banco central inspiran ellos mismos un alto grado de confianza. Pero, ¿de dónde viene esta confianza?

   No puede venir solamente de la autoridad del Estado, por fuerte que sea, cuando este confiere por ley el curso forzoso a los billetes del banco centra 69 Ni siquiera en este caso, tienen estos billetes un valor intrínseco. Si resulta que no confieren a sus poseedores el poder adquisitivo prometido por el Estado pueden perder rápidamente la confianza de la gente: esto es lo que sucedió en los episodios de hiperinflación cuyo ejemplo clásico es el de la Alemania los años veinte. Como recuerda Suzanne de Brunhoff en su elucidación de reflexiones de Marx sobre la moneda, "esta acción se inscribe en el juego de circulación; no implica un poder económico del Estado como capacidad de determinar el valor de la moneda. El poder monetario del Estado, que es real depende a su vez de las 'leyes inmanentes' de la circulación monetaria, es decir, de la determinación de la forma-moneda en la circulación simple {...} La relación social que cimenta la existencia y el papel de la moneda es la del intercambio privado entre productores de mercancías. Es el indicio de una división esencial de la sociedad sobre la que se basa el poder económico de la moneda Por ello, el poder monetario del Estado está necesariamente limitado por el poder social que confiere la moneda a los particulares que la atesoran" 70. La creación de la confianza en la moneda del banco central exige, pues, algo más que la ley 71. Es preciso que el Estado y el banco central demuestren en todo momento que su gestión del sistema monetario respeta "las leyes inmanentes de la circulación monetaria" (y, por la misma razón, las leyes del capitalismo, que, en el régimen en que vivimos, son, como hemos visto, indisociables de ellas).


PRIMER ASPECTO DEL PODER DEL BANCO CENTRAL: LA "POLÍTICA MONETARIA"


   Los manuales de macroeconomía explican que, al fijar la cantidad de moneda central, el banco central controla la "oferta monetaria", la cantidad de dinero que el sistema bancario en su conjunto pone a disposición de la economía. Con ello, el banco central influye en las decisiones de los agentes económicos: si la oferta de moneda se reduce, los tipos de interés suben y se hacen mayores que el rendimiento previsible de determinadas inversiones, a las que por consiguiente, los agentes económicos son incitados a renunciar. La acción del banco central influye en particular en el comportamiento de los bancos, y con ello en el acceso al crédito del grueso de las empresas. Finalmente, un aumento de los tipos de interés es, siendo todo lo demás igual, una forma de presionar al alza el tipo de cambio, lo que tiende a reducir los precios de los productos importados en moneda nacional, y a disminuir la calidad de los productos nacionales para competir con los de los países extranjeros. He ahí rápidamente resumido lo que se conoce como "canales de transmisión de la política monetaria".

   Así, por ejemplo, cuando el banco central considera que los precios al consumo suben demasiado deprisa, puede imponer, mediante su actuación en el mercado monetario descrita en el capítulo anterior, una subida de los tipos interés a corto plazo que, a través del juego muy complejo de los canales de transmisión de la política monetaria, puede inducir una disminución de la unidad económica. El aumento del paro que de ello resulta habitualmente considera como el precio a pagar, según la doctrina liberal, por la reabsorción del desequilibrio entre la oferta y la demanda que esta en el origen inflación. Queremos mostrar, en los párrafos siguientes, que esta descripción es compatible con diferentes visiones de la economía, pero que, sin embargo es totalmente satisfactoria.

Las controversias sobre la política monetaria
  
   El debate sobre la política monetaria enfrenta tradicionalmente a dos campos. Se califica de "monetaristas" a los paladines de una tradición liberal que confía en los mecanismos espontáneos del mercado para asegurar la movilización más eficaz de los recursos. En esta tradición, las variaciones de la oferta de moneda solamente pueden tener efecto en la actividad económica a corto plazo. A largo plazo, son más perjudiciales que beneficiosas pues solamente influyen en los precios: en nombre del crecimiento, los gobiernos se ven tentados a crear demasiada moneda, y con ello desencadenan una serie interminable de procesos inflacionistas. Los monetaristas concluyen de ello que la política monetaria tiene que limitarse a asegurar un crecimiento regular de la cantidad de moneda en circulación, compatible con el potencial de crecimiento de la economía.

   El campo contrario es el que invoca a John Maynard Keynes para reconocer la utilidad de una intervención de la política económica en circunstancias en las que el subempleo amenaza con instalarse de modo duradero. Los keynesianos, al contrario que los monetaristas, insisten en las interacciones que pueden establecerse, tanto a corto como a largo plazo, entre tipo de interés, crecimiento y empleo. Ahora bien, una estimulación de la demanda, sea la que sea (por ejemplo, un aumento del gasto público) tiene que ir acompañada de un aumento de la cantidad de moneda 72.

   Una tercera escuela, la que se basa en una concepción institucional de la moneda, puede sacar provecho de la oposición existente entre estos dos puntos de vista. En efecto, en ambos casos puede mostrar que la confianza de la gente en los signos monetarios depende de la capacidad del banco central para proporcionar un “anclaje nominal” creíble a las anticipaciones de los precios que hacen los agentes económicos: “Debido al hecho de ser los guardianes de la moneda, los bancos centrales están obligados a proporcionar un punto focal sobre el cual coordinar las anticipaciones de los agentes privados relativas a la evolución de las magnitudes nominales. Es el famoso anclaje nominal, que es un bien colectivo proporcionado por la institución responsable del sistema monetario en su conjunto 73”.


Necesidad de una "tercera dimensión", la de la calidad de la moneda

   A nosotros, sin embargo, nos parece que esta visión macroeconómica centrada en lo que se denomina normalmente la "política monetaria" no agota todos los aspectos de la regulación monetaria, tal como ésta opera en las relaciones entre el banco central, el Estado, los bancos comerciales, las empresas y el público. El siguiente esquema puede ayudarnos a percibir qué posición ocupa nuestro punto de vista respecto a los habituales debates de política económica.

   Sea cual sea la concepción de la economía que se adopte, existe una relación entre el volumen T de transacciones (ventas/compras) que tienen lugar rante un período dado (un año, por ejemplo) en una economía de mercado, el precio medio de las mercancías que son objeto de estas transacciones (P), y la cantidad de signos monetarios en circulación M (que es lo que se denomina masa monetaria). El total de todas las compras que tienen lugar durante un año es P x T Se necesitará una reserva igual de moneda para pagarlas si cada signo monetario sirve una vez al año para hacer un pago. Tendremos, entonces, necesariamente, M = P x T.  Si, como es en realidad el caso, cada especie sirve varias veces al año, la cantidad de moneda necesaria será menor; tendremos que M = P x T / V, donde V, "velocidad de circulación la moneda", designa el número medio de veces que un signo monetario sirve para hacer un pago al año.

   Esquemáticamente, el punto de vista "monetarista" sostendría que una varían de la cantidad de moneda M acaba siempre por traducirse en una variación hedí  nivel general de los precios P, y que la actividad económica real (representada por T) depende esencialmente, más allá de algunos ajustes transitorios, de las condiciones de la oferta (población activa, productividad del trabajo, funcionamiento más o menos eficiente del mercado de los bienes y del mercado de trabajo...). Se podría calificar de "keynesiano" el punto de vista según el cual una política económica activa (que comportase, entre otras cosas, un incremento de la cantidad de moneda en circulación) sería capaz de estimular de un modo bastante eficaz la demanda para influir en la actividad: una variación de M tendría pues, un efecto positivo sobre T y no solamente sobre P.

   Sin negar el efecto precedente, nos parece que, más allá de las relaciones entre la cantidad de moneda, su velocidad de circulación y la demanda, la calidad de la creación monetaria influye no solamente en la demanda sino también en la calidad de la oferta. Un crédito que contribuye a reforzar la producción de riqueza real, el empleo y el potencial productivo de la mano de obra al tiempo que representa un ahorro en cuanto a los costes y a los medios materiales de producción, estimula los salarios y, por consiguiente, la demanda. Pero simultáneamente también refuerza la eficacia del trabajo, y por lo tanto del ahorro de los asalariados, base, a su vez, de un desarrollo del crédito potencialmente eficaz. A la inversa, un crédito de "mala calidad" puede suponer un aumento más bien escaso, e incluso nulo, del valor creado en la producción, del potencial de producción, y por consiguiente de las transacciones. En este caso, M aumenta sin que aumente T. Para que se respete la identidad contable M = P x T / V, es preciso:

 -o bien que aumente P: es la inflación de los precios al consumo;

 -o bien que disminuya V. Este último fenómeno significa, en la práctica, que una parte mayor del dinero en circulación deje de circular y se inmovilice, por ejemplo en forma de títulos financieros: es la inflación financiera 74 Son estos dos de los síntomas de la crisis económica que se han manifestado sucesivamente en la historia económica de los últimos cuarenta años.

   Este esquema simple trata de mostrar que, para establecer las mejores condiciones de una creación duradera de riquezas reales en la economía, puede ser totalmente insuficiente regular globalmente la cantidad de moneda en circulación. No basta con preguntarse "cuánta" moneda es creada por el crédito, también hay que plantearse la pregunta: "¿para hacer qué?"


SEGUNDO ASPECTO DEL PODER DEL BANCO CENTRAL: LA CALIDAD DE LA MONEDA


   La acción de los bancos centrales no puede, pues, limitarse, como se afirma a menudo, a regular la coyuntura buscando un compromiso entre la estabilidad de los precios y el pleno empleo 75. Afecta de un modo más profundo a las bases mismas del vínculo social. Lo hace en unas condiciones sociales y políticas que lo llevan a favorecer a los intereses de clase, es decir, esencialmente en nuestras sociedades, la búsqueda de la máxima rentabilidad del capital. Debe, sin embargo, tener en cuenta las condiciones adecuadas para preservar, poblaciones enteras, la confianza en la existencia de un vínculo entre los signos monetarios y las riquezas reales que supuestamente representan.
   Para ello, no basta que la cantidad total de moneda disponible en la economía sea la apropiada; es preciso que cada decisión individual que lleve a  poner en circulación signos monetarios tenga como contrapartida, en la esfera "real", una elevación del potencial productivo de la economía y, en particular del empleo: la calidad de la acción del sistema bancario en la selección de los beneficiarios del crédito es tan importante como la cantidad global de financiación puesta a disposición de la población. Si se adopta este punto de vista no se aplicará el mismo juicio a un crédito destinado a aumentar la rentabilidad de un capital financiero (en detrimento del empleo y de la formación de los asalariados) y a otro que se traduzca en un aumento del valor añadido para el conjunto de la sociedad, aunque sea al precio de una menor rentabilidad para el empresario que se beneficia del crédito o para el banco que lo concede.

   Este punto de vista no puede sino ser rechazado por los liberales, ya que lleva a preconizar unas formas de control social del sistema bancario que se den a la regulación espontánea del mercado, y que pueden entrar en contradicción con ella. Tampoco convendrá a quienes no han retenido de Keynes más que su vulgata (la regulación de la demanda por el gasto público). Ello equivaldría, sin embargo, a olvidar la atención que el maestro de Cambridge dedicó a los criterios que motivan las decisiones inversoras de los empresarios, y las relaciones entre los tipos de interés, el crédito, la inversión y las perspectivas de rentabilidad de este (lo que Keynes llama "la eficacia marginal del capita!").

   En realidad, estas preocupaciones no son ajenas a la práctica de los grandes bancos centrales. Su acción cubre una gama de actividades mucho más amplia que la simple regulación de la coyuntura mediante la manipulación de los tipos de interés. Comporta también prestar atención a la "economía real” (y, por consiguiente, a la calidad de la financiación de las empresas). Esto forma parte del conjunto de tareas políticas, económicas y técnicas del que depende la confianza de la gente en la moneda (luchar contra la falsificación de billetes; sustituir a los que se desgastan con el uso; velar por la seguridad de los sistemas de pago mediante cheque o transferencia; supervisar el sistema bancario y tratar de prevenir las crisis financieras...).


Cuando los bancos centrales se preocupan de la calidad del crédito: garantías y refinanciaciones.

   Contrariamente a lo que podrían hacer creer sus constantes referencias a la ortodoxia liberal, los bancos centrales no son, pues, indiferentes a la calidad del crédito. Su influencia sobre el sistema bancario pasa, como hemos visto, por los préstamos de moneda central que conceden a los bancos. Ahora bien estos préstamos solamente se conceden, en principio, a cambio de la entrega de garantías por parte de los bancos que se benefician de ellos (véase el recuadro 5, pág. 75). En vista de la influencia que sus operaciones ejercen sobre el comportamiento del sistema financiero en su conjunto, los bancos centrales tienen, efectivamente, que ser muy prudentes cuando se trata de poner moneda central a disposición de los bancos comerciales y, de este modo, alentar su actividad de crédito.

  ¿En qué consisten estas garantías? Se trata de títulos representativos de préstamos concedidos por los bancos a sus clientes. Si un banco es incapaz de rembolsar un préstamo que le ha sido concedido por su banco central, este se convierte entonces en el propietario del título que sirve de garantía y es él quien se hace rembolsar por el cliente final del banco comercial. A condición de que este cliente final sea él mismo capaz de hacer efectivo su crédito... Esto significa que los bancos centrales eligen cuidadosamente el tipo clientes susceptible de proporcionar tales garantías. La forma de garantía más ampliamente utilizada por los bancos centrales es la de los bonos del Tesoro o las obligaciones del Estado. En efecto, el Estado es considerado un cliente particularmente seguro, poco susceptible de quebrar. Las refinanciaciones pueden afectar igualmente a las garantías representativas de los créditos a las empresas. De este modo, el banco central asume un riesgo: una empresa que hoy es próspera, puede quebrar mañana. Pero la cosa vale la pena, porque su intervención tiene el valor de un sostén: si un banco sabe que podrá refinanciar los créditos que concede a una empresa determinada, le concederá más fácilmente un crédito, o le exigirá un interés menos elevado.

   En principio, refinanciar créditos a las empresas viene a ser, pues, para un banco central, como alentar los proyectos financiados por dichos créditos. Y he aquí el punto en el que queremos insistir: al seleccionar los créditos que acepta refinanciar, el banco central ejerce, pues, una influencia no solamente sobre la cantidad de dinero que el crédito pone en circulación en la economía, sino también en la calidad de los proyectos a favor de los cuales se han distribuido los créditos. En cambio, cuando la refinanciación afecta únicamente a títulos del Estado, el banco central basa su garantía sobre una riqueza puramente abstracta, sobre un "capital ficticio" (la expresión es de Marx) sin anclaje en una producción particular. No adopta ninguna posición sobre el uso que hará del dinero puesto en circulación por el banco beneficiario de la refinanciación. Se remite, pues, totalmente a los criterios espontáneamente puestos en práctica por los bancos (es decir, su búsqueda de la máxima rentabilidad) para la selección de los beneficiarios de los créditos. Es esta última posición la que inspira, por lo menos según los discursos oficiales, las políticas monetarias practicadas en la mayor parte de los países desde hace unos veinte años. Esto ha contribuido a la inflación financiera que ha caracterizado a este período. Sin embargo, en las reflexiones recientes se percibe un nuevo interés por la calidad de la financiación de la "economía real", considerada como un elemento de prevención de las crisis financieras.


¿Hacia un retorno de las refinanciaciones selectivas?

   Recientemente, diversos autores del Banco de Regulaciones Internacionales 76 del Fondo Monetario Internacional 77, del Banco de Francia 78 y del Banco Central Europeo 79 han puesto en evidencia el riesgo de que una política económica, que asegure de un modo creíble la estabilidad de los precios, pueda fomentar, en realidad, la inestabilidad financiera y las crisis, abriendo el camino a la inflación financiera. En los medios financieros, el presidente la Reserva Federal americana ha sido acusado de fomentar la inflación financiera cuyo hundimiento a partir del año 2000 ha causado tantos estragos. La defensa de Alan Greenspan no deja de revelar una cierta sensación de impotencia: "...distaba mucho de ser evidente que las burbujas especulativas, incluso más precozmente identificadas, pudieran prevenirse, salvo que el banco central produjese una contracción sustancial de la actividad económica -es decir, precisamente el resultado que trataríamos de evitar [...] No existe ningún estrechamiento monetario progresivo con el que se pueda contar para deshinchar una burbuja especulativa. Pero, ¿existe solamente una política que pueda al menos limitar la amplitud de una burbuja y, con ello, los daños que causará al estallar? Por lo que sabemos hasta ahora, la respuesta parece ser que no" 80.

   Sin embargo, la reflexión de las autoridades monetarias americanas no quedó aquí. En noviembre de 2002, Ben Bernanke, un economista célebre por sus trabajos sobre las crisis financieras y la política monetaria, recientemente nombrado miembro del consejo de gobernadores del Sistema de Reserva Federal (FED)81, abordaba públicamente el tema que el banco central americano consideraba entonces el más inquietante de la coyuntura mundial: el riesgo de deflación 82. ¿Qué pasaría si el mundo entero se encontrase en misma situación que Japón, donde, tras el estallido de una "burbuja especulativa", la economía se estancó durante doce años a pesar de hacer un uso intensivo de todos los instrumentos habituales de la política económica (unos déficits presupuestarios astronómicos y un tipo de interés a corto plazo. 0%)? La política monetaria aún podría reaccionar, responde el nuevo gobernador. ¿Y qué es lo que propone? Intervenir en el mercado de los bonos del Tesoro para hacer bajar no solamente los tipos a corto plazo sino también los tipos a medio y largo plazo, por ejemplo comprando directamente bonos del Tesoro en el momento de su emisión: sabemos que tales procedimientos amenazan con reactivar la inflación financiera más que el crecimiento real.

   Pero Ben Bernanke no se queda ahí. "Una segunda opción para el FED sería ofrecer préstamos a los bancos a tipos fijos bajos o nulos, a cambio una amplia gama de activos privados (incluyendo, entre otros productos, obligaciones emitidas por las empresas, papel comercial, préstamos bancarios y préstamos inmobiliarios) que aceptaría en garantía. Por ejemplo, el FED podría hacer préstamos a un tipo del 0% a los bancos, a 90 y 180 días, tomando como garantía billetes de tesorería con el mismo vencimiento. Implementado de un modo "agresivo", este programa podría reducir de un modo significativo las primas a plazo y de liquidez sobre los activos utilizados como garantía. La reducción de estas primas reduciría el coste del capital tanto para los bancos como para el sector privado no bancario, además del efecto benéfico ya ejercido por la reducción de los tipos de interés sobre los títulos de Estado". El gobernador Bernanke se preocupa, pues, del efecto diferenciado de las intervenciones del banco central sobre diferentes tipos de deudores. Por supuesto, su objetivo fundamental es proteger la rentabilidad del capital financiero: no llega al punto de ofrecer unas condiciones más favorables para la refinanciación de los créditos que para la de los títulos de Estado, sino solamente reducir un poco la desventaja de los primeros respecto a los segundos. Al menos la importancia de la influencia que el banco central puede tener no solamente sobre la cantidad de moneda puesta en circulación por los bancos, sino también sobre su calidad, sobre las operaciones que están en el origen de esta creación monetaria, es objeto en este texto de un reconocimiento al más alto nivel del banco central más poderoso del mundo.

   El Banco del Japón, por su parte, se vio obligado a pasar a la acción. El interminable marasmo en el que se debatía el sistema bancario del Archipiélago le decidió finalmente, en el año 2003, a invertir 1 billón de yenes (7,3 miles de millones de euros) en la adquisición de créditos sobre empresas, particularmente PYMES, cruelmente carentes de financiación por no gozar de una buena cotización en el mercado. Sería imprudente afirmar que esta acción monetaria (modesta en su montante, teniendo en cuenta la escala a la que trabajan los bancos centrales) ha sido el origen del nuevo arranque de la economía japonesa observado en 2003; pero seguro que no le ha perjudicado.

   En el capítulo 20 veremos que actualmente este mismo problema se plantea también en Europa. El retorno de las refinanciaciones de los créditos a las empresas  -con la selectividad, al menos implícita, que implican estas refinanciaciones - es, pues, un síntoma muy significativo de los esfuerzos llevados a cabo por los grandes bancos centrales para conservar el control de la crisis económica y financiera que pesa sobre el crecimiento mundial.

   Esto no impide, conviene señalarlo, que haya diferencias considerables entre la actuación de la Reserva Federal americana y la del Banco Central europeo y el Eurosistema. Por una parte, el estatuto de la Reserva Federal confiere la tarea de contribuir al crecimiento y al empleo al igual que a la estabilidad de los precios, lo que no es el caso del BCE. Por otra parte, la independencia absoluta del BCE respecto al poder político, reconocida en el “Tratado de Maastricht, es, tanto en su base jurídica como en la práctica muy diferente de la independencia, no ya "con respecto al gobierno", sino "en seno del gobierno" (within the government) que el Congreso reconoce a Reserva Federal.


***

   Poder del capital encarnado en los mercados de títulos negociables; poder social de la moneda, a cargo del sistema bancario y regulada por el banco central en nombre del Estado. Hemos analizado el funcionamiento de cada una de estas caras del sistema monetario y financiero. Queda por mostrar el papel que la interacción de estos dos poderes ha desempeñado en la historia económica, y en particular en la “mundialización” en la que estamos inmersos desde hace unos veinticinco años. Es lo que conviene exponer con mayor detalle los capítulos siguientes.




Tercera Parte

EL PORQUE DEL CRECIMIENTO DE LOS MERCADOS DURANTE LOS ÚLTIMOS VEINTICINCO AÑOS


La política de Francia no se hace en los parquets de la Bolsa General

DE GAULLE


   Cuando la Bolsa emergió de un largo periodo histórico durante el cual la ideología progresista de la Liberación primero, el gaullismo vencedor después, y finalmente el espíritu "radical" de mayo del 68, cada uno a su manera, la habían dejado anticuada de un modo que podía parecer definitivo, se produjo una impresión de "deja vu": fortunas ostentosas, cracs bursátiles, escándalos, especulaciones, utilización de información privilegiada parecían hacer revivir todo un folklore salido directamente de la Belle Époque, la de los préstamos rusos y el escándalo de Panamá.

   No era solamente una impresión; históricamente, los períodos en los que los mercados de títulos dominan la financiación de la economía se alternan con períodos en los que parece que sea posible prescindir casi totalmente de ellos, y en los que el crédito bancario basta para garantizar la financiación de la inversión y de la explotación de las empresas. "La banca orienta, durante un largo período, el desarrollo histórico del capitalismo. Determina las condiciones de la financiación que, alternativamente, suponen unas etapas largas en las que primero se fomenta el crecimiento y luego se constriñe. Como es de suponer, las propias estructuras financieras no permanecen inalterables durante este proceso. Empíricamente, la historia financiera, por lo menos desde mediados del siglo XIX, sería un gran péndulo entre las épocas dominadas por el auge de los bancos y las épocas que están bajo la influencia preponderante de los mercados", escribe Michel Aglietta 83.

   Más allá de esta observación empírica, Paul Boccara ha podido sostener, de un modo más preciso, que "el dominio de las finanzas es un elemento constitutivo" de las fases prolongadas de dificultad de la acumulación del capital, durante las cuales el crecimiento se reduce de forma duradera, "en conexión con el estallido de la sobreacumulación duradera del capital y las dificultades de la tasa de beneficio en la producción real"84. Desde esta perspectiva, el regreso al primer plano de las finanzas de los mercados durante el último cuarto del siglo XX puede relacionarse con la fase de dificultades de la acumulación del capital cuyos primeros síntomas se manifestaron a finales de los años sesenta, recordando la expansión de las operaciones financieras durante las largas fases de dificultades anteriores, en el último cuarto del siglo XIX y después durante los años veinte y treinta del siglo XX.


Capítulo 7

LAS CONTRADICCIONES DE LA ACUMULACIÓN CAPITALISTA



   Las economías capitalistas están en un desequilibrio permanente entre las exigencias cada vez mayores de la rentabilidad y un potencial de creación de riquezas necesariamente limitado en un instante dado. Es lo que constituye su dinamismo -se esfuerzan constantemente en ampliar sus límites-, pero también lo que hace que su evolución sea una sucesión de fases de expansión y de crisis.

   La búsqueda de una tasa de beneficio máxima, el regulador central de la economía capitalista, incita a las empresas a hacer esfuerzos para aumentar la productividad aparente del trabajo por medio de la acumulación de capital material. Estos esfuerzos conducen de modo más o menos periódico a unas fases de sobreacumulación del capital respecto a la masa de beneficio que puede extraerse de la economía en una fase determinada de su desarrollo. Para salir de estas fases de sobreacumulación, es preciso que una fracción del capital restaure su tasa de beneficio, pero esto exige que otras fracciones sean destruidas, o que otras renuncien a ser valorizadas: es lo que se conoce como un proceso de desvalorización del capital. Entonces sobreviene una oleada de quiebras, de fusiones financieras y, en determinados momentos históricos, de transformaciones que afectan al orden social y político en su conjunto. Repetidas veces en el pasado (finales del siglo XIX, salida de la crisis de los años treinta...), una nueva disposición de los compromisos sociales y políticos ha abierto el camino a una restauración de la eficacia del capital basada en la introducción de nuevas técnicas y en la fundación de nuevas instituciones. En cada caso, algunas de las transformaciones estructurales más importantes afectan al sistema monetario y financiero. Por ejemplo, la salida de la crisis de entreguerras en Francia se basó en la estatalización del banco central (en dos etapas: supresión del poder de los doscientos mayores accionistas por parte del gobierno del Frente Popular, y nacionalización del Banco de Francia en 1946) y en una completa reorganización del sistema bancario que llegó hasta la nacionalización de los grandes bancos de depósito.

   Esta dinámica de sobreacumulación-desvalorización se manifiesta por medio de una superposición de fluctuaciones cíclicas de diferentes periodicidades. Si bien nunca han cesado las polémicas sobre la medida y la interpretación de tos ciclos económicos, especialmente para los períodos recientes, con sus envites políticos e ideológicos, el estudio de las estadísticas que reflejan de un modo indirecto los movimientos de las magnitudes características de la acumulación capitalista ha podido poner de manifiesto que estas fases sucesivas de expansión y de dificultades se inscriben en unos ciclos de larga duración. El economista ruso Nicolás Kondratieff había estimado esta duración entre 47 y 60 años a partir de un estudio de la historia económica hasta los primeros decenios del siglo XX. Esta observación se explica por las relaciones que se establecen entre los factores demográficos y tecnológicos, y el ritmo de acumulación del capital". 85


   Esta cronología pone en evidencia la concomitancia de los episodios de expansión financiera con las fases en las que las dificultades de la acumulación se intensifican: por ejemplo, la gran depresión del último cuarto del siglo XIX (marcada en Francia por episodios como el del crac de Union Génrale en 1882), seguida por los "años locos" que desembocaron en el crac de 1929.

   Para Immanuel Wallerstein, "Al igual que cualquier otro sistema, el capitalismo se mantiene gracias a unos mecanismos que le permiten restablecer su equilibrio cada vez que sus propios mecanismos se le escapan de las manos, es decir, cuando la desviación de la norma es demasiado importante. Esto explica, por lo demás, que el nuevo equilibrio nunca sea totalmente idéntico al anterior: la desviación tiene que alcanzar una cierta amplitud antes de que se desencadene el contra-movimiento, y la economía-mundo capitalista, como cualquier otro sistema, comporta unos ritmos cíclicos. Así, desde 1945, la economía-mundo ha pasado por un ciclo de Kondratieff típico" 86. Típico, sí, pero sólo hasta cierto punto: la persistencia de dificultades y desequilibrios parece indicar que este ciclo presentaría una deformación, y que la fase larga de dificultades se está prolongando más que en los ciclos precedentes.

LA CRISIS DE SOBREACUMULACIÓN ACTUAL

   El análisis de las cuentas nacionales en los principales países capitalistas muestra, una vez terminados los "gloriosos treinta" de la posguerra, un debilitamiento de la eficacia del capital desde mediados de los años sesenta, indicador de un inicio de sobreacumulación. Esta degradación se traduce en la coyuntura económica por medio de diversos síntomas: inicio de un aumento del paro que no se ha interrumpido hasta ahora, "estagflación" (coexistencia de una rápida subida de los precios al consumo con una desaceleración del crecimiento) durante los años setenta, impotencia de las políticas de reactivación frente al shock de la subida de los precios del petróleo en 1973. Precipita la crisis del sistema monetario internacional, desde la devaluación de la libra esterlina en 1967 hasta el abandono de la convertibilidad del dólar en oro en1967 y la fluctuación generalizada de las monedas. Y va acompañada por una serie de tensiones sociales y políticas como las que ilustran los movimientos de 1968.

   Al cabo de una decena de años, esta crisis resulta ser duradera, imposible de superar con los medios tradicionales de la política económica, y peligrosa para la rentabilidad de los capitales más poderosos. Entonces, durante los últimos veinte años del siglo XX, se produjo la liberalización financiera: una vez más el aumento de los mercados de capitales ha coincidido con la maduración de una crisis estructural de sobreacumulación del capital.

   Sin embargo, este ciclo parece distinguirse de los precedentes por su duración: cerca de cuarenta años después de aparecer los primeros signos de dificultades, la reactivación de la acumulación sobre unas bases más eficaces no parece todavía perfilarse, ni siquiera cuando determinados elementos de una salida parecen estar disponibles con la entrada en la era de los ordenadores y las redes de telecomunicaciones. Pero precisamente una de las explicaciones de la duración de la crisis es que no estamos viviendo solamente una fase de progreso técnico análoga a las que ha conocido anteriormente el capitalismo.

LO NUNCA VISTO: LA REVOLUCIÓN INFORMACIONAL

   En asociación con múltiples transformaciones del orden social y económico, el despliegue sucesivo de la máquina de vapor, del ferrocarril, de la electricidad y de los motores de explosión había abierto, en su momento, nuevos ámbitos a la automatización de diferentes tareas materiales, estimulando al mismo tiempo la demanda por la necesidad de acumular grandes cantidades de capital material en forma de fábricas y de máquinas cada vez más perfeccionadas. La subida de la tasa de beneficios provocada por las mejoras en la productividad así obtenidas dio lugar entonces a una fase de crecimiento simultánea a la actividad y a los beneficios. ¿Por qué no se observa lo mismo con la generalización de las llamadas "tecnologías de la información y la comunicación"?

   La razón es que, hoy, las nuevas tecnologías no inciden solamente en la sustitución de tareas anteriormente ejecutadas por la mano del hombre, sino cada vez más en la automatización de determinadas funciones intelectuales. En esta revolución informacional que ahora comienza, lo que cuenta cada vez más es la capacidad de los hombres y de sus organizaciones para compartir eficazmente la información 87: la eficacia económica depende, mucho más que en el pasado, de la calidad del "trabajo vivo". Desde entonces, la acumulación acelerada de capital material -ni siquiera en forma de ordenadores, de redes y de programas informáticos- ya no es la forma principal de obtener mejoras en la productividad. Las nuevas tecnologías permiten reducir mucho el coste de los equipos, pero esto solamente resulta eficaz si los ahorros así obtenidos se utilizan para desarrollar las capacidades de todos aquellos asalariados, usuarios- que están llamados a utilizarlos. En caso contrario, el ahorro que posibilitan las nuevas técnicas se traduce muy pronto en un debilitamiento de la demanda: se ahorra al mismo tiempo en los gastos materiales (gracias a las nuevas tecnologías) y en el gasto en mano de obra, y se reducen el mercado y la demanda solvente. La actividad y el empleo se ven así arrastrados hacia abajo, en un proceso que puede calificarse de deflacionista. Este no es un efecto natural de las nuevas tecnologías; esto proviene del hecho de que, a pesar de la emergencia de estas nuevas técnicas, las leyes del capitalismo continúan imponiéndose al conjunto de las decisiones económicas. En lugar de aprovechar los progresos técnicos para compartir los recursos y desarrollar los gastos para los hombres, exigen la concentración en manos privadas de los beneficios obtenidos con el trabajo humano, a un ritmo tanto más elevado cuanto más crece la masa del capital a rentabilizar.

   Así, pues, lo que es nuevo en la situación presente es que afecta al núcleo mismo de los dispositivos de regulación de la acumulación capitalista, precisamente en sus sectores más de vanguardia: las finanzas y las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Existe, en efecto, un vínculo muy particular entre la creciente importancia de los mercados de capitales y la revolución informacional.


¿LAS FINANZAS DE MERCADO AL SERVICIO DE LA REVOLUCIÓN INFORMACIONAL?

   Entre las múltiples causas que han hecho crecer las dimensiones y la influencia de los mercados de capitales a lo largo de los últimos veinte años, la menos importante no ha sido la necesidad real de nuevas financiaciones a las que las empresas, en particular los grupos más adelantados en las actividades informacionales, se han visto confrontadas: unos gastos enormes en investigación, desarrollo, formación, infraestructuras, construcción de redes. Como escribe Jean-Claude Delaunay a propósito de estas nuevas actividades, "grandes inversiones pueden ser necesarias para la obtención de resultados en este campo, teniendo en cuenta además que esta obtención es incierta en sus plazos y que las necesidades y su financiación son difíciles de anticipar con rigor. Lo mismo cabe decir de la implementación de los medios de comunicación modernos. Las prestaciones susceptibles de ser proporcionadas gracias a dichos medios no se conocen con antelación, ni en su volumen ni en su configuración ni en su coste. Las empresas instalan unas enormes capacidades de producción sin saber lo que producirán con ellas y cuánto les costará en equipos y en mano de obra" 88.

   Encontramos un ejemplo palpable de ello en el monstruoso despilfarro financiero al que se han entregado los operadores de telecomunicaciones a la espera de una "tercera generación" de telefonía móvil que nunca termina de llegar, por lo menos en la forma y en los plazos que habían previsto. La mayor parte de las start-up de la economía Internet ilustran también estas nuevas tendencias. Entre 1997 y 1999 vimos a más de una de ellas exhibir una cifra de negocios modesta, unos resultados de explotación claramente negativos... y unas capitalizaciones bursátiles astronómicas: los especuladores se arrancaban de las manos sus acciones a cualquier precio, pues no estaban dispuestos a dejar escapar la oportunidad de futuros beneficios.

   La mayoría de estas sociedades no han durado mucho, pero su aparición ha sido el síntoma de un fenómeno más fundamental. En esta economía informacional en la que estamos entrando, el mercado financiero parece estar incluso en mejores condiciones que las financiaciones bancarias tradicionales de anticipar el éxito potencial (contrapartida de un riesgo más elevado) que los bancos están acostumbrados a exigir a su clientela de empresas. Pero esta intervención de los mercados es muy costosa en cargas financieras para las empresas que se benefician de ella. En cuanto a las demás empresas, en donde las ganancias y las pérdidas potenciales se acercan más a lo que se observaba tradicionalmente, tienen que seguir, mal que les pese, la escalada de los mercados, esforzándose, también ellas, en exhibir unas perspectivas de rentabilidad difíciles de conciliar con el desarrollo a largo plazo de sus capacidades de innovación y sus recursos humanos.

   Así, la lógica de los mercados financieros -hacer dinero con el dinero, es decir, la quintaesencia de los criterios de gestión capitalistas- se ha apoderado de la revolución informacional. Ha sido recaudando fondos en ciertos sectores especializados del mercado de las acciones (como el NASDAQ americano) como los inventores de los nuevos servicios de Internet han desarrollado sus actividades. En cuanto a los grandes grupos multinacionales, ha sido por medio de la carrera sin fin de las tomas de control y de las fusiones como han constituido, mediante la extensión de sus lazos financieros, las redes de circulación de las innovaciones y del reparto de las informaciones estratégicas con las que han tratado de sacar partido de la revolución informacional. La euforia bursátil que ha inundado los últimos años del siglo XX no era, pues, solamente el resultado artificial de una burbuja especulativa; estaba profundamente ligada a los esfuerzos desplegados por el capital para restaurar su rentabilidad frente a los inicios de un cambio de civilización que requiere un tipo completamente nuevo de crecimiento de la productividad.



Capítulo 8


LA EXPANSIÓN DE LOS MERCADOS FINANCIEROS, PALANCA PARA LA RESTAURACIÓN DE LA TASA DE BENEFICIO



   ¿Cómo explicar el lugar que ocupan las finanzas en la dinámica de la sobreacumulación-desvalorización, y en particular la importancia mayor de los mercados financieros en las fases de dificultades de la acumulación y de esfuerzos por restablecer la rentabilidad global del capital? Paul Boccara 89 describe así estos esfuerzos: "las dificultades, que tienen tendencia a reaparecer rápidamente y a persistir, de la tasa de beneficio a escala global expresan la sobreacumulación de capital de largo período, que se traduce especialmente en unas dificultades cada vez mayores de los costes y los mercados. Bajo la presión de tales dificultades, los empresarios capitalistas tratan no solamente de elevar los índices de plusvalía de un modo nuevo (desde la reducción de efectivos hasta nuevos métodos de organización del trabajo), sino también de reducir, relativamente a su producción, la acumulación de los medios materiales de producción. La nueva tendencia a la reducción relativa de estas acumulaciones en medios de producción (capital constante) se expresa:

 - o bien por medio de una reducción de la inversión productiva (en beneficio de la acumulación financiera e incluso especulativa en oro, divisas, títulos, etc., tendente a redistribuir el capital consumiendo al mismo tiempo capital real),

 - o bien mediante ahorros tecnológicos en medios materiales relativamente a lo producido con la introducción gradual de nuevas tecnologías bajo la presión de las dificultades (de una competencia exacerbada, de los cambios de categoría, de las llamadas inversiones de racionalización).

   Sin embargo, la conjunción de la nueva elevación de la tasa de plusvalía con la tendencia a disminuir del capital constante acumulado (contrariamente a la tendencia a la elevación de la composición orgánica de los capitales durante la fase larga precedente) desarrolla la insuficiencia de los mercados y el paro masivo, el frenado del crecimiento de la producción del valor añadido y de su realización por la venta, lo que agrava todavía más las dificultades de la rentabilidad global, sobre la que pesa también la acumulación financiera y especulativa. Los esfuerzos individuales para aumentar la tasa de beneficio tienden así a agravar las dificultades a escala global, produciéndose un círculo vicioso. A este círculo vicioso fundamental se suman otros, especialmente en el plano financiero y en el plano de las relaciones internacionales, con el crecimiento del capital ficticio (créditos sin base productiva) y los endeudamientos internos y externos de los Estados.


   Estos círculos viciosos solamente podrían romperse con unas transformaciones de la estructura socioeconómica, del mismo modo que desarrollan una verdadera crisis estructural".

   Esta larga cita nos ofrece la ocasión de percibir la complejidad de los fenómenos aquí descritos: las fases de desarrollo y de dificultades no se alternan en un movimiento de péndulo previsible por adelantado. Son el resultado de una serie de reacciones y contra-reacciones ante las manifestaciones de la sobreacumulación de capital, de los esfuerzos contradictorios desplegados para superarlas, y de los obstáculos materiales, financieros, sociales, políticos con los que se enfrentan. En particular, nada garantiza por adelantado la aparición de una salida de las fases de dificultad. Las rupturas estructurales constituyen simplemente una potencialidad, que sólo tiene la posibilidad de imponerse después de una serie de esfuerzos más o menos infructuosos, y a través de unos conflictos más o menos agudos. Vemos igualmente cómo estas contradicciones generan cambios en el funcionamiento del sistema monetario y financiero y en la influencia que este ejerce sobre la marcha de conjunto de la economía 90.

LA ACUMULACIÓN FINANCIERA, CONTRAPARTIDA DEL FRENADO DE LA ACUMULACIÓN MATERIAL

   La sobreacumulación de capital incita a los empresarios capitalistas a ahorrar capital material (sacando partido, en particular, de la puesta en marcha d nuevas técnicas y nuevas formas de organizar la producción). Dado que un parte del capital-dinero no es transformada en capital productivo, este valor se reserva tanto como sea posible, en las formas correspondientes a la tercer, función de la moneda (cf Capítulo 1). Históricamente, esta acumulación de dinero ha podido tomar la forma de reservas de oro. Hoy se trata esencialmente de títulos, en particular de títulos de deuda pública, estos elementos d "capital ficticio" que devengan intereses aunque no estén vinculados, en general, a una actividad productiva determinada. Un fenómeno análogo se produce en las situaciones de inflación financiera (cf Capítulo 6), cuando el precio de los títulos financieros emitidos por agentes privados crece de una manen desproporcionada respecto a las potencialidades de beneficio que comporta.

   Reacción a la sobreacumulación de capital material, esta sobreacumulación de capital financiero no se limita al desarrollo de "burbujas especulativas" desconectadas de la "economía real". En efecto, los poseedores de título financieros están armados con todo el poder que la organización social otorga a los acreedores sobre los deudores (o a los accionistas sobre las empresas de las que son propietarios). Además, el poder ligado a las relaciones financie ras tiene, a cambio, efectos sobre la gestión de las empresas y sobre la gestión de la economía en su conjunto 91. Cuanto más aumenta el capital financiero acumulado, más crecen sus exigencias de remuneración. Con ello, el crecimiento financiero puede permitir elevaciones de las tasas de beneficio, agravando los círculos viciosos de la crisis al contribuir a apartar las financiaciones de las inversiones creadoras de empleo. Varios mecanismos contribuyen a ello modificando la distribución de la riqueza en favor de los beneficios, y creando un contexto propicio a las reestructuraciones del capital, mediante las cuales los grupos más poderosos se esfuerzan en restaurar su rentabilidad en detrimento de aquellos a quienes absorben o a los que someten a su dominio.

FAVORECER LAS GANANCIAS FINANCIERAS FRENTE A LOS SALARIOS

   En aquellos períodos en los que el debilitamiento de la eficacia del capita exacerba los conflictos para la distribución de la riqueza, el dominio del capital financiero contribuye a imponer un reparto más favorable a los beneficios y más desfavorable a los salarios. Este fenómeno presenta dos aspectos estrechamente ligados entre sí.

   Por un lado, en períodos de crisis y de inflación financiera, la rentabilidad de las inversiones financieras puede llegar a ser superior al crecimiento de la producción. Tomemos el ejemplo de una obligación comprada a 100 euros y que devenga cada año un interés de un 5%, Al cabo de un año, después del pago de los intereses, la riqueza del poseedor de un título como este habrá pasado de 100 a 105 euros. Es cierto que, mientras tanto, esta riqueza habrá sufrido los efectos de la subida de los precios al consumo: si la inflación sigue un ritmo de un 2%, el poder adquisitivo de nuestro rentista solamente habrá aumentado un 3% aproximadamente. Se dice entonces que la "tasa de interés real" (es decir, la tasa de interés aparte de la inflación) que remunera su inversión es de un 3%. Supongamos ahora que la riqueza producida en el conjunto de la economía solamente haya aumentado, durante este mismo período, un 1,5%, o sea, menos deprisa que la riqueza acumulada en activos financieros. Estos tampoco dejan de exigir su remuneración: tal es el poder de los acreedores. Esta exigencia solamente puede ser satisfecha si su parte en la riqueza producida aumenta en detrimento de las otras rentas -es decir, en lo esencial, en detrimento de las rentas del trabajo.

   Este ejemplo no hace más que dar una idea de mecanismos que, en realidad, son más complicados. Pero basta observar cómo ha evolucionado la distribución del valor añadido en Francia desde hace veinte años para constatar que la subida extremadamente fuerte por parte de los beneficios (en detrimento de los salarios) a mediados de los años ochenta coincidió exactamente con las reformas que liberalizaron el sistema financiero. Todavía hoy, el mantenimiento de un reparto del valor añadido desfavorable para los salarios va de la mano con unos tipos de interés a largo plazo duraderamente superiores a los índices de crecimiento de la economía.


Gráfico 1. Parte de los beneficios (excedentes brutos de explotación) en el valor añadido de las sociedades no financieras francesas, en tantos por ciento

Ver Apéndice Gráficos


  Este fenómeno pasa por cambios en la "esfera real" de la economía, es decir, en la gestión de las empresas 92. "Durante los años noventa asistimos a la difusión de nuevos modelos de representación de la empresa centrados en la creación de valor accionarial. Para maximizar el valor de sus acciones, las direcciones de empresa se fijan objetivos externos conformes a las expectativas de los mercados financieros. Paralelamente se dotan de unos indicadores internos de gestión que permiten a los diferentes centros de decisiones medir sus contribuciones a la realización del objetivo final. Estos indicadores de pilotaje hacen bajar de nuevo al nivel de cada centro el coste de los recursos que este utiliza. El coste del capital invertido cubre a la vez la carga de la deuda y el coste de oportunidad de los capitales propios. En el interior de cada empresa, la dirección se esmera en formular de manera explícita la estrategia que tiene que permitirle "sobre-realizar" el coste del capital invertido 93. He ahí el mecanismo "microeconómico" por medio del cual la presión de los mercados financieros engendra la modificación "macroeconómica" de la repartición del valor añadido.

FACILITAR LAS REESTRUCTURACIONES DEL CAPITAL

   La acumulación de capital bajo una forma financiera contribuye de otro modo a reforzar la rentabilidad de ciertas fracciones del capital, no solamente en detrimento de los salarios, sino también en el de otros capitales que sufren una desvalorización. Las reestructuraciones, las recompras a buen precio de empresas en quiebra abren el camino a la constitución de grupos mejor armados para pilotar la recuperación de la acumulación sobre una base más provechosa. Este fenómeno también tiene un aspecto "real" (las reestructuraciones de los grupos con supresión de puestos de trabajo, por ejemplo) y un aspecto financiero (la inflación del precio de los títulos financieros): se ha podido además verificar, desde hace veinte años, que las tomas de control financiero y las batallas bursátiles que las acompañan son un factor muy poderoso para hacer subir el precio de las acciones.

   Subrayemos que estas operaciones se hacen a menudo a crédito. Es lo que en inglés se denomina técnicas de leveraged buy-out, o "compra con efecto palanca": un grupo pide un préstamo a un banco para comprar a un competidor. Reestructura el nuevo conjunto así formado y vende una parte del mismo sacando un beneficio, lo que le permite devolver el préstamo al banco y reservar para sus accionistas una buena parte de las ganancias así obtenidas. Por ejemplo, en el año 2004, el grupo Sanofi obtuvo una línea de crédito bancaria de 16 mil millones de euros, remunerada aproximadamente 0,5 puntos por encima de los tipos del mercado monetario (que eran del orden de un 2% en Europa en el momento en que se llevó a cabo la OPA), para hacerse con Aventis. En estos mecanismos concretos vemos cómo el poder de los bancos puede ponerse al servicio del dominio de los mercados financieros.

   Si la profundización de la crisis sistémica suscita la movilización de todo el poder que va unido a los mercados financieros, es porque la búsqueda de una salida topa con obstáculos muy poderosos. Se trata de un proceso doloroso. Los asalariados, enfrentados a la destrucción de puestos de trabajo y a los intentos de aumentar la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, son los primeros afectados. La parte de la clase capitalista que soporta el peso de la desvalorización estructural también sufre. Finalmente, las instituciones públicas existentes están en el centro mismo de la crisis. Están sometidas a unas presiones que las impulsan a evolucionar o a dejar su lugar a otras instituciones mejor adaptadas a las necesidades de rentabilización del capital. En un primer momento, el aumento de las finanzas, paralelamente a la reestructuración del capital, no hace sino acentuar los síntomas de crisis y los círculos viciosos ligados a la exacerbación de las contradicciones de la acumulación. Sus protagonistas pueden esperar que esta fase de "saneamiento" no sea más que el preludio de una reactivación duradera de la economía y de los beneficios, pero esta esperanza resulta a menudo vana. Esto es lo que puede verificarse a partir de la situación actual en Francia, desde la perspectiva del último ciclo largo de la acumulación capitalista.


Capítulo 9

CRISIS SISTEMICA Y TRANSFORMACIONES DEL SISTEMA MONETARIO Y FINANCIERO EN FRANCIA



   La historia financiera de los últimos sesenta años gana si se la lee como la de un ciclo de acumulación al principio muy dinámico y que luego se atasca en múltiples contradicciones de las que salir parece algo duraderamente fuera de alcance. Esta visión de las cosas, lejos de postular una periodicidad mecánica de las fases de expansión y de crisis, ayuda a plantear la pregunta sobre las razones de que, contrariamente a lo que había sucedido en otro momento, treinta años de crisis y de reestructuración del capital no han podido abrir, hasta ahora, la perspectiva de una reactivación duradera de la acumulación del capital, del crecimiento real y del empleo.

LA RECONSTRUCCIÓN: SATISFACER LAS NECESIDADES DE FINANCIACIÓN DEL ESTADO

   Después de la Segunda Guerra Mundial correspondió en un primer tiempo al Estado y a las empresas públicas pilotar la reconstrucción de la economía haciéndose cargo de importantes inversiones materiales, sin exigir a cambio una fuerte tasa de rentabilidad. En Francia, el Estado gestiona primero la ayuda del plan Marshall. Luego, el crédito está al servicio de la financiación del déficit presupuestario. Así, los bancos se ven obligados por una reglamentación a retener en su activo una cartera mínima de efectos públicos, mientras que todo un dispositivo institucional canaliza hacia el Tesoro público la moneda creada por el sistema bancario: las cuentas de cheques postales, los fondos depositados en las libretas de las cajas de ahorros se centralizan en la Caja de Depósitos que se sirve de ellos para prestar al Estado los fondos que este necesita. Finalmente, se practican diversas formas de financiación directa del banco central al Estado.

EL FLORECIMIENTO DEL CAPITALISMO MONOPOLISTA DE ESTADO

   Cuando, una vez concluida la reconstrucción, el sector privado estuvo en condiciones de tomar el relevo del Estado en el pilotaje y en la financiación del crecimiento, las financiaciones bancarias se reorientaron progresivamente hacia los grandes grupos (la primera gran tentativa de OPA que es noticia en los periódicos, Saint Gobain-BSN, tendrá lugar en 1968).

   De hecho, durante el período ascendente del último ciclo, y durante el primer decenio de la crisis, el mantenimiento de un tipo de inversión elevado habría sido imposible sin un desarrollo rápido del crédito. Este fenómeno, caracterizado por un régimen de tipos de interés reales bajos, tomó diversas formas según los países: la de una reglamentación que limitaba el nivel de los tipos de interés en Estados Unidos, la de una movilización de los bancos y del Estado al servicio de la expansión internacional de los grandes conglomerados industriales en Japón, la de una interacción estrecha entre las empresas y los bancos en Alemania...

   Este florecimiento del capitalismo monopolista de Estado en el que la intervención directa del sector público en el proceso de acumulación (Plan, inversión del Estado y de las empresas nacionalizadas) sirve de sostén al desarrollo de grupos capitalistas dispuestos a enfrentarse al mercado mundial, se apoya en el sector financiero en las reformas realizadas al principio de la V República: la generalización del cheque que, aprovechando la mensualización de los salarios, transforma en unos cuantos años al 90% de los franceses en clientes del sistema bancario y proporciona a este una abundancia de recursos no remunerados; liberalización de las aperturas de oficinas bancarias y primeras reestructuraciones de la profesión con la fusión del Banco Nacional de Crédito de París y la BNCI, que constituyen la BNP. Se dan incluso los primeros pasos que prefiguran la evolución del sistema financiero francés hacia un régimen de mercados a la anglosajona, con las tentativas de aclimatación de las técnicas americanas de política monetaria: creación de reservas obligatorias en 1967, informe Marjolin-Sadrin-Wormser preconizando en 1969 una liberalización del mercado monetario, que se lleva parcialmente acabo en 1971.



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